Al menos podemos ver el lado medio lleno del vaso: tuvimos la fortuna de más o menos conocer un poco de lo que era el mundo antes del pos-posmodernismo.
De haber vivido la época anterior a los smart phones, del haber vivido una época en la que no había internet en cada hogar, y tampoco era algo ubicuo. De haber conocido la época en que la mayor parte de nuestras vidas pasaba en el mundo real. Hoy es casi todo virtual. Hoy lo real es trabajar, dormir, comer, sobrevivir. Ni siquiera los viajes son reales, son un medio para obtener fotos para el mundo virtual, la vida que tenemos allí.
Una época en la que aún existía la vergüenza y el sentido de que un error podía costar caro en algunas cosas. Lo que nos enseñaba a pensar un poco mejor antes de actuar.
Se lo contaremos algún día a nuestros hijos, nietos o sobrinos, que nos mirarán tan alienígenas como nosotros a nuestros padres o abuelos cuando nos contaban de la época en que escuchaban novelas por la radio y que se tenían que reunir en el club para ver la TV porque no había en cada casa.
Tuvimos suerte de conocer ambos mundos.
Aunque hubiera preferido no nacer en una época de cambios revolucionarios.