CesareLombroso
Madmaxista
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La megalomanía paranoide ?inconsciente o evidente- conduce al paciente a un importante sentimiento de culpa. Todo lo que pueda suceder de terrible es de alguna forma culpa suya. Y, naturalmente, si son culpables se hayan expuestos al castigo, lo cual conlleva ponerse en guardia.
Cuando una actitud propia es inaceptable, y es negada y proyectada, las consecuencias pueden ser graves. Esto puede apreciarse de una manera dramática en lo que se refiere a la pulsión gays, insoportable en grado extremo en los sujetos paranoides, que la proyectan de manera tajante al exterior para colocarse después en una postura de animadversión manifiesta y violenta hacia los colectivos gayses.
La autora dedica unas líneas a reflexionar cómo el nazismo, como mentalidad paranoide, tuvo sus orígenes en un contexto histórico de humillación nacional, tras la I Guerra Mundial, que recuerda a las biografías de los sujetos paranoides.
Por otro lado, es importante intentar ayudar a estos pacientes tratando de detectar qué sucesos recientes han podido disparar sus reacciones paranoides. Estos desencadenantes tienen que ver muchas veces con experiencias de separación (un hijo acaba de empezar a ir al colegio, un amigo se ha mudado, un padre no ha contestado una carta), fracaso o-paradójicamente- éxito (los fracasos son humillantes, y los éxitos conllevan culpa omnipotente o temor a un ataque envidioso).
Asimismo, puede ser útil evitar confrontar al paciente con los contenidos de la idea paranoide. Los individuos paranoides son muy finos en su percepción de las situaciones, las emociones y las actitudes, y si cometen errores no es en ese nivel sino en el de la interpretación del significado de estas manifestaciones. Desafiar de un modo amplio y rápido la forma en que una persona interpreta la realidad puede suponer tanto como sugerir que esta persona está loca si cree haber visto lo que realmente ha visto, dado lo cual es preciso aclarar siempre que, siendo correcta la percepción de la realidad, sí pueden ser erróneas las implicaciones que se están extrayendo de tal percepción de la realidad. Una forma de encarar estos aspectos es sugiriendo posibles interpretaciones alternativas de hechos que se aceptan como tales, sin descalificar ni descartar como posible la interpretación inicial del paciente. Resulta importante no intentar forzar una lectura benévola acerca de las intenciones de quienes el paciente siente le están atacando, ni tratar de imponer la interpretación del terapeuta: una personalidad paranoide vivirá como humillante la aceptación de esta interpretación y temerá el castigo que pueda conllevar el rechazo de ésta.
En la tarea de distinguir los caracteres paranoides de los psicopáticos, cabe señalar la capacidad de los primeros para experimentar culpa, amor, lealtad o empatía, sentimientos que apenas se hallan al alcance de los individuos de estilo psicopático. Es cierto que la proyección aparece en uno y otro grupo como una defensa fundamental, pero existe una enorme diferencia entre ambos en lo que se refiere a la capacidad de vincularse afectivamente en las relaciones. Porque un paranoide es perfectamente capaz de dar por terminada una relación de 30 años si en un momento dado se siente traicionado, pero la mantendrá con una gran implicación afectiva si tiene la convicción de que existe un mismo posicionamiento moral y una misma convicción acerca de lo que es bueno y aceptable y de lo que es malo y censurable.
En el diagnóstico diferencial frente a las personalidades obsesivas, la dificultad estriba en que ambos grupos comparten la extrema sensibilidad en relación lo que es justo o injusto, así como el rigor en la observancia de las reglas; ambos muestran una marcada rigidez, al tiempo que se defienden de sentimientos tiernos. Ambos son controladores, muy vulnerables ante sentimientos de vergüenza y tendentes a reacciones de indignación. Se centran de tal modo en los detalles que desatienden lo global, perdiéndose en minucias. No es extraño que un paciente obsesivo pueda descompensarse hacia lo psicótico en un registro paranoide; y lo cierto es que muchos pacientes comparten rasgos obsesivos y paranoides. Pero hay diferencias. En sus biografías: porque las humillaciones han estado mucho más presentes en los paranoides. En sus temores: a ser controlados en los obsesivos y a llegar a sufrir daño físico en los paranoides. En el contacto con el entrevistador, ya que los obsesivos se muestran más colaboradores, generando menos angustia en el interlocutor. En su respuesta a la técnica psicoanalítica clásica, que es mucho mejor en los obsesivos (hasta el punto de que una reacción rabiosa a una intervención de este tipo puede indicarnos que nos hallamos ante un paciente paranoide, y no obsesivo).
La megalomanía paranoide ?inconsciente o evidente- conduce al paciente a un importante sentimiento de culpa. Todo lo que pueda suceder de terrible es de alguna forma culpa suya. Y, naturalmente, si son culpables se hayan expuestos al castigo, lo cual conlleva ponerse en guardia.
Cuando una actitud propia es inaceptable, y es negada y proyectada, las consecuencias pueden ser graves. Esto puede apreciarse de una manera dramática en lo que se refiere a la pulsión gays, insoportable en grado extremo en los sujetos paranoides, que la proyectan de manera tajante al exterior para colocarse después en una postura de animadversión manifiesta y violenta hacia los colectivos gayses.
La autora dedica unas líneas a reflexionar cómo el nazismo, como mentalidad paranoide, tuvo sus orígenes en un contexto histórico de humillación nacional, tras la I Guerra Mundial, que recuerda a las biografías de los sujetos paranoides.
Por otro lado, es importante intentar ayudar a estos pacientes tratando de detectar qué sucesos recientes han podido disparar sus reacciones paranoides. Estos desencadenantes tienen que ver muchas veces con experiencias de separación (un hijo acaba de empezar a ir al colegio, un amigo se ha mudado, un padre no ha contestado una carta), fracaso o-paradójicamente- éxito (los fracasos son humillantes, y los éxitos conllevan culpa omnipotente o temor a un ataque envidioso).
Asimismo, puede ser útil evitar confrontar al paciente con los contenidos de la idea paranoide. Los individuos paranoides son muy finos en su percepción de las situaciones, las emociones y las actitudes, y si cometen errores no es en ese nivel sino en el de la interpretación del significado de estas manifestaciones. Desafiar de un modo amplio y rápido la forma en que una persona interpreta la realidad puede suponer tanto como sugerir que esta persona está loca si cree haber visto lo que realmente ha visto, dado lo cual es preciso aclarar siempre que, siendo correcta la percepción de la realidad, sí pueden ser erróneas las implicaciones que se están extrayendo de tal percepción de la realidad. Una forma de encarar estos aspectos es sugiriendo posibles interpretaciones alternativas de hechos que se aceptan como tales, sin descalificar ni descartar como posible la interpretación inicial del paciente. Resulta importante no intentar forzar una lectura benévola acerca de las intenciones de quienes el paciente siente le están atacando, ni tratar de imponer la interpretación del terapeuta: una personalidad paranoide vivirá como humillante la aceptación de esta interpretación y temerá el castigo que pueda conllevar el rechazo de ésta.
En la tarea de distinguir los caracteres paranoides de los psicopáticos, cabe señalar la capacidad de los primeros para experimentar culpa, amor, lealtad o empatía, sentimientos que apenas se hallan al alcance de los individuos de estilo psicopático. Es cierto que la proyección aparece en uno y otro grupo como una defensa fundamental, pero existe una enorme diferencia entre ambos en lo que se refiere a la capacidad de vincularse afectivamente en las relaciones. Porque un paranoide es perfectamente capaz de dar por terminada una relación de 30 años si en un momento dado se siente traicionado, pero la mantendrá con una gran implicación afectiva si tiene la convicción de que existe un mismo posicionamiento moral y una misma convicción acerca de lo que es bueno y aceptable y de lo que es malo y censurable.
En el diagnóstico diferencial frente a las personalidades obsesivas, la dificultad estriba en que ambos grupos comparten la extrema sensibilidad en relación lo que es justo o injusto, así como el rigor en la observancia de las reglas; ambos muestran una marcada rigidez, al tiempo que se defienden de sentimientos tiernos. Ambos son controladores, muy vulnerables ante sentimientos de vergüenza y tendentes a reacciones de indignación. Se centran de tal modo en los detalles que desatienden lo global, perdiéndose en minucias. No es extraño que un paciente obsesivo pueda descompensarse hacia lo psicótico en un registro paranoide; y lo cierto es que muchos pacientes comparten rasgos obsesivos y paranoides. Pero hay diferencias. En sus biografías: porque las humillaciones han estado mucho más presentes en los paranoides. En sus temores: a ser controlados en los obsesivos y a llegar a sufrir daño físico en los paranoides. En el contacto con el entrevistador, ya que los obsesivos se muestran más colaboradores, generando menos angustia en el interlocutor. En su respuesta a la técnica psicoanalítica clásica, que es mucho mejor en los obsesivos (hasta el punto de que una reacción rabiosa a una intervención de este tipo puede indicarnos que nos hallamos ante un paciente paranoide, y no obsesivo).