Yo fumé un paquete de tabaco, dos si salía de fiesta, desde los dieciocho hasta los veintinueve años (Lucky Strike y Chester, me parecían de un precio medio aceptable).
El vecino de arriba de casa de mis padres era fumador y enfermó de cáncer de garganta a principios de los noventa.
Un día nos cruzamos a la salida del portal. El hombre estaba en tratamiento y había perdido mucho peso, pero todavía salía a la calle. Al verme con un cigarrillo en la mano, me dijo: "pero, hombre, no fumes, ¿no ves cómo estoy yo?". No supe qué decirle. Murió un año después, más o menos. Tenía cincuenta y dos años.
Una noche, de madrugada, me despertaron los zapatazos y el alboroto apresurado en el piso de arriba y ya supe que se iban los hijos al hospital porque el padre había palmado. Efectivamente así fue.
Yo seguí fumando durante años después de aquello, pero llegué a encontrarme tan mal que ya me daba ardor de estomago de mí mismo. Recuerdo el ahogo constante, las crepitaciones mucosas en el pecho al acostarme, la sensación de tener los pulmones sucios, personas de color y congestionados...
Un día de junio de 2000 me fumé mi último cigarro en el balcón, el último cigarrillo de un paquete de "Chester" que me había costado 330 pesetas en la máquina (no estoy seguro). Pasé unos meses malísimos con mucha ansiedad, que paliaba bebiendo cerveza. No se lo recomiendo a nadie. No he vuelto a fumar desde entonces.