No refutan, matizan.
Aquí tiene uno, calentito de este año:
Stoet, Gijsbert; Geary, David C. (14 February 2018), "The Gender-Equality Paradox in Science, Technology, Engineering, and Mathematics Education"
Mire, sería absurdo negar que la sociedad influye en la construcción de los roles de género. Lo sorprendente es que a muchos no les parezca absurdo que las evidentes diferencias biológicas entre hombres y mujeres no jueguen ningún papel en la citada construcción.
Esa es la delirante afirmación de los más radicales construccionistas: no hay biología, sólo hay socialización. Hombres y mujeres son, en el vacío, exactamente iguales e infinitamente maleables.
Así, a medida que se difuminan las diferencias construidas socialmente entre roles de género, el resultado que predice esa hipótesis es que las diferencias en aptitudes y preferencias de hombres y mujeres desaparecerán.
Es decir, que como todo lo que distingue a hombres y mujeres es social, a medida que esa distinción social se difumina, se difuminan las diferencias en aptitudes y preferencias entre hombres y mujeres.
El objetivo último: la igualdad de resultados como consecuencia lógica (bajo esa hipótesis) de una auténtica igualdad de oportunidades.
Pero, mala suerte, mirusté, la realidad es tozuda. Resulta que existen diferencias BIOLÓGICAS entre hombres y mujeres que TAMBIÉN tienen su influencia en la construcción de los roles de género.
No que sean la única. No que la sociedad carezca de influencia. Simple y llanamente, que la construcción de los roles de género es un proceso multicausado.
A nadie que piense dos minutos seguidos deberá extrañar, bajo esa hipótesis de multicausalidad, que a medida que se reduce y atempera el factor social en la definición de los roles de género vayan tomando mayor ascendencia el resto de factores causales.
Por poner un ejemplo de huevo frito, supongamos que estoy llenando un cubo con pintura roja y amarilla. ¿A quién sorprende que la pintura se vaya volviendo más y más amarilla a medida que cierro el grifo de pintura roja?
Pues sorprende a los que creían que, de hecho, yo no tenía dos grifos de pintura roja y amarilla, sino un solo grifo de pintura naranja.
Sobre el tema del muestreo: acepto que, en efecto, una encuesta online no permite asegurar que los participantes son quienes dicen ser, lo cual hace que la muestra haya que ponerla en duda.
Pero ¿Podría decirme 700.000 buenas razones para mentir en una encuesta online? Especialmente en una cuyos resultados se oponen frontalmente a lo que los investigadores esperaban encontrar...
Hablando de sesgos, su postura me recuerda a algo que comentaba el otro día Jonathan Haidt sobre el sesgo de confirmación:
Cuando oigo lo que quiero oir, me pregunto ¿Puedo creerlo?
Cuando oigo lo que no quiero oir, me pregunto ¿DEBO creerlo?
Y no, claro. Cualquier excusa es buena para descartar la posibilidad de que lo que acabo de oir Y QUE NO ME GUSTA sea cierto.
Mire, el estudio chorra de la encuesta online no va a ganar ningun premio epistemológico, pero dado que no es el primero ni el más riguroso que arroja resultados similares, igual en lugar de descartarlo por "sarama" habría que plantearse refutar (¡o confirmar!) las hipótesis que sugiere con medios más rigurosos.