Economía mundial: puzzles, paradojas y preguntas

BLICHON

Madmaxista
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La crisis y el capitalismo

11 de Diciembre de 2008


La crisis y el capitalismo

Por Alexander Shubert*

Imaginarse dónde va a ir a parar, o mejor dicho, por dónde habrá de desbarrancarse la economía capitalista globalizada, ha pasado a ser la pregunta del día. Los pronósticos del desastre son cada día peores, tanto, que hasta el Banco Mundial se ha dado cuenta que las cosas andan mal, y que pasará tiempo antes de que mejoren. Quizás decenios e, incluso, siglos hasta que el mundo vea recomponerse un modelo de acumulación global de riqueza como el que estamos viendo venirse abajo ahora. ¡Quizás en buena hora!

Supuestamente, una vez "reactivada" la economía de EE.UU., Japón y de la Unión Europea, habrá rápidamente una nueva fase de crecimiento y prosperidad. La ilusión o, mejor, el engaño no pueden ser mayor. No sólo porque los programas "keynesianos" que ahora están prometiendo implementar quienes hasta hace poco se oponían tenazmente a ellos, son en sí mismos un anacronismo puro. Sino porque la destrucción mundial de capital y riqueza a consecuencia de la crisis es tan masiva, que el capital restante necesariamente deberá concentrarse en áreas geográficas y políticas restringidas para recuperar sus antiguos niveles de rentabilidad y acumulación.

Lo que habrá de seguir a la crisis de ninguna manera será un auge económico general. Más bien, una disminución generalizada del consumo individual y social, y una aún mayor concentración de la riqueza y el bienestar en grupos minoritarios. La gran mayoría, además, estará pagando las deudas que están asumiendo los Estados para salvar precisamente a esas minorías de la quiebra actual. Ello no quiere decir que la globalización del capitalismo desaparezca de un día para el otro. Pero sí que todo intento por integrar a las grandes masas de la población a él será cosa del pasado. El capitalismo global será cada día más elitista y disgregador.

Habiendo tomado conciencia de esta situación, los sectores intelectuales más críticos de EE.UU. no han vacilado en plantear que la única posibilidad real que tiene EE.UU. de sobrevivir como nación, es romper su dependencia del comercio y los flujos de capital mundiales. De hecho, haber hegemonizado la economía mundial ha resultado para los EE.UU. extremadamente oneroso y desestructurante. Los cientos de miles de cesantes que comienzan a llegar a las calles, para acampar en los parques públicos a falta de un lugar donde quedarse después del desalojo de sus viviendas, prometen un grado de violencia interna desconocido desde la guerra civil. Por muy inteligente y atractivo que sea, el nuevo Presidente tendrá que volcarse primero a mantener la unidad de su país, antes de preocuparse por lo que le pasa a la economía mundial. Y con eso tendrá para rato.

La Unión Europea parece en mejor estado. Pero Grecia y otros países ya van mostrando los primeros síntomas de crisis democrática. Es poco probable que la burocracia deslegitimada de la Comisión Europea, que une a estos Estados a nivel supranacional, pueda sobrevivir si estos quiebres se profundizan. Similar a los EE.UU., lo más probable es que también la Unión Europea esté al frente de una renacionalización de sus Estados y economías. Y sobre el otro centro del capitalismo mundial ya no hay que perder muchas palabras. Japón ha caído nuevamente en la recesión, que bien puede transformarse en depresión, haciendo florecer la semilla del más furibundo nacionalismo, que ha venido siendo cultivada con mucha paciencia durante por lo menos los dos últimos decenios.

Aparentemente, la crisis ha golpeado al "centro" del capitalismo mundial más fuerte que a su "periferia", donde hasta ahora se siente como fenómeno más bien externo. Surgen por allí entonces teorías que pretenden ver precisamente en estos países, entre los que contra toda evidencia se incluye China, los pilares del resurgimiento de una dinámica de desarrollo capitalista global. Supuestamente, el trillón y medio de dólares que China tiene depositado en los EE.UU. le dará la autonomía requerida para operar al margen de la crisis de la economía mundial. En menor escala, respecto de Chile se ha afirmado aquí lo mismo.

El problema está en que o China saca ese trillón y tanto de los EE.UU. antes de que no valga nada, agudizando las tendencias nacionalistas en ese país, o que de todas maneras después ya no tenga cómo recuperarlo. Además, ¿qué podría hacer China con esas "reservas"? ¿Comprar los puentes y carreteras que el programa de Obama pretende construir para "reactivar" la economía de su país? ¿O quizás comprar empresas quebradas como General Motors? Si fuera por eso, China podría comprar varias de las empresas cotizadas en Wall Street. El montón de basura no sabría dónde llevárselo.

Para "reactivarse", la economía capitalista deberá generar nuevos modelos de acumulación, reorganizando no sólo sus finanzas, sino todo su aparato productivo y, con ello, la división internacional del trabajo y el comercio mundial. En esta reestructuración habrá necesariamente ganadores y perdedores, entre estos últimos los sospechosos de siempre: los países más pobres, con grandes masas de personas poco o nada capacitadas, con estructuras políticas inestables e ineficientes, y una justicia débil e inaccesible.

Sueñen entonces los nuevos "keynesianos" con lograr la reactivación con recetas más que añejas. Sus esfuerzos están condenados al fracaso. Con mayor razón se hace necesario volver a soñar con alternativas nuevas.

*Alexander Schubert es economista.
La crisis y el capitalismo
 

Alvin Red

El antepenúltimo del floro
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Gracias BLICHON por ir posteando los analisis de Alexander Schubert.

El problema que tienen los estados es que políticas económicas aplicar, aconsejados por gente interesada o quizás no interesada pero desinformadas, los estados tienden a recurrir a políticas que salvaguardan el gran capitál como única solución del mantenimiento del empleo y la creación de nuevo empleo.

Desgraciadamente eso no es así, el gran capitál solo piensa en si mismo, en como acaparar más y más capitál, cada vez menos productivo, en un juego donde los trabajadores y las clases medias tienen las de perder seguro.

Los Estados han de apartarse de este, haciendo uso de la psicologia, ·complejo capitalista" que impide soluciones fuera de la ortodoxia económica establecida, si por mi fuera y con todo el respeto que me merecen los próceres de la teoria y práctica económica seguiria el siguiente camino.

1.- Medidas paliativas, intentar que la gente no se sintiera desprotegida, sostener a los más necesitados con ayudas básicas que incluyeran, educación, vivienda, comida.

2.- Fomentar la creación de un modelo mucho más autártico que el actual, menos importaciones, incluyendo la alimentación, las pequeñas indústrias y el pequeño comercio.

3.- Dar un soporte eficaz por parte de las administraciones para la creación de pequeñas empresas y cooperativas, con reducción de la burocracia y apoyo de gestores públicos para su viabilidad.

4.- Abandonar las ayudas a la gran empresa y a la banca, que ya tienen medios suficientes o los han tenido para conseguir sus propios fondos para recuperarse, pero sín olvidar los trabajadores que puedan quedar en paro o los que tengan algo de ahorros en los bancos.

5.- Inculcar una filosofia de austeridad, consumo responsable, ahorro y desendeudamiento, eso incluira el cambio en la ley actual hipotecaria, dejando que la hipoteca responda solo con su garantia, el piso.

6.- La austeridad, en lo posible, para los organismos oficiales, nada de gastos suntuarios y/o innecesarios.

Este es un esbozo que espero no sea utópico, se podrian añadir más puntos o ampliar y perfeccionar los puestos. Creo que dentro de unos años cuando vean que las medidas tomadas, ayudas al gran capitál mediante rescates y obra pública, no sirven para nada quizás se planteen un plan como el propuesto, lástima de años perdidos.
 

BLICHON

Madmaxista
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La financialización de la economía global

27 de Julio de 2006

Viendo como va el asunto no creo que este de más leer lo antiguo

gracias Alvin

saludos


27 de Julio de 2006
La financialización de la economía global

Alexander Schubert*

La economía mundial parece estar entrando en un nuevo ciclo. Algunas características centrales del actual modelo de acumulación mundial están demostrando no ser sostenibles. No sólo se trata de que el motor del crecimiento mundial encuentre su combustible en un excesivo consumo de algunos países (especialmente de habla inglesa) y en las exportaciones baratas de China y otros. Detrás de esta tendencia hay fenómenos estructurales que prometen ejercer su influencia más allá de las medidas que pudieran adoptar los países respectivos para disminuir sus déficits y superávits.

Dentro de las tendencias generales más importante está lo que se ha denominado la financialización de la economía mundial. Se entiende por tal la acumulación de un capital flotante invertido en títulos financieros de las más diversas índoles, como son las acciones y los bonos (públicos y privados). Esta es una riqueza virtual montada sobre la real, pero con una valoración independiente de ésta.

Íntimamente asociado a este proceso está la globalización financiera, es decir, la integración de los mercados financieros nacionales en un mercado financiero global. Gracias a ella, tanto las ganancias empresariales y los ahorros privados (entre ellos, de la seguridad social privatizada) como las reservas monetarias de todas las naciones confluyen hacia un solo y único mercado global de títulos financieros, encargado de distribuirlos en el mundo conforme a sus propios criterios de rentabilidad.

La financialización de la economía global ha permitido una grandiosa acumulación de riqueza. En términos de los organismos oficiales, se trataría de una riqueza o “haberes” (assets) monetarios. Pero en realidad, esta es una riqueza ficticia, de papeles sin valor alguno cuando no son transados. Ello quedó demostrado con la crisis bursátil con posterioridad al 11 de septiembre del 2001. En pocos días, la riqueza representada por muchos de estos papeles, especialmente acciones, disminuyó a su tercera parte, borrándose del mapa mundial, casi como por arte de magia, varios billones de dólares de capitalización global.

Millones de personas quedaron expuestos a una pérdida de sus ahorros y sus perspectivas de seguridad social. Sin embargo, gracias a la política de “dinero barato”, fue posible evitar el desastre. Básico fue el aumento no sólo de los déficits fiscales en varios de los países desarrollados, como EE.UU., Japón y varios de la Unión Europea, sino también el recrudecimiento de los desequilibrios financieros internacionales entre los países. Es decir, fue necesario crear las condiciones de la cual muchos hoy se están lamentando.

Con el aumento de los precios del petróleo y de muchas materias primas, la demanda por títulos de inversión financiera ha continuado aumentando. Es la única forma en que los países exportadores de esos productos pueden “invertir” sus excedentes, suponiendo que van a estar disponibles cuando los requieran en el futuro. Sin embargo, la oferta de títulos con la calidad requerida comienza a entrar en dificultades. Los inversionistas deben incurrir en crecientes riesgos para mantener las perspectivas de ganancias. Ello está llevando las tasas de interés hacia arriba, quiéranlo o no los Bancos Centrales.

La otra cara de la medalla de este proceso de enriquecimiento, es el enorme endeudamiento público y privado en muchos países del mundo. Ello ha llevado a una disminución de los ahorros precisamente allí, donde el endeudamiento ha sido mayor. Para poner en órbita sus papeles, los agentes de la financialización mundial no han escatimado esfuerzo. Además, han generado burbujas especulativas, primero de sus propios títulos, y después en el mundo real (por ejemplo, vivienda). Así, la financialización ha permitido mantener el nivel de demanda global a un nivel muy superior a la efectiva capacidad de pago de quienes se han estado endeudando.

Estos procesos no sólo están poniendo al suspenso el valor de los derechos adquiridos por una gran masa de ahorrantes por concepto de sus aportes previsionales y ahorros privados, sino también sembrando dudas sobre las perspectivas de la coyuntura mundial. En EE.UU y otras partes, la seguridad social esta desfinanciada precisamente debido a los procesos de financialización. La respuesta ha sido simplemente eliminar una buena parte de estos derechos adquiridos, trasladando la responsabilidad del financiamiento del resto sobre el fisco. Pero para la mayoría de inversionistas de los miles de fondos de inversión que deambulan por el mundo no existe ni siquiera esa débil protección.

Ahora la coyuntura mundial se ve amenazada por la serie de distorsiones que este proceso ha acarreado. La mayor incongruencia se encuentra entre los valores acumulados a través de las diversas formas de financialización, y la capacidad efectiva de la economía real global de satisfacerlos. Bajo el supuesto que la reducción de los gastos de quienes son sus deudores asegura el valor de los títulos respectivos, la financialización está promoviendo un ajuste de los desequilibrios mundiales de carácter necesariamente recesivo. El descomunal resurgimiento de la concentración económica empresarial, los despidos masivos de empleados y obreros, y la sistemática explotación de los bolsones mundiales de mano de obra barata, todo bajo e manto del libre comercio mundial, son los síntomas más destacados.

Lo que se está derrumbando de hecho es la ficción de que es posible mundializar los niveles de endeudamiento sin mundializar las condiciones para pagar las deudas correspondientes. Y frente a esto, no habrá alternativa que mundializar las pérdidas que necesariamente habrán de producirse. Tal como están las cosas, nada hacer suponer que este podría ser un proceso ordenado.

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Alexander Schubert. Economista y politólogo.
EL MOSTRADOR
 

monicagt

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Cada vez me da más pereza leerme estos tochos de noticias que poneis. ¿No podríais resumirlas?, no es por nada, es que me paso media vida leyendo el foro y ya no tengo ni tiempo libre para pintarme las uñas.
 

BLICHON

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La ilusión de los estímulos fiscales

12 de Enero de 2009

La ilusión de los estímulos fiscales

Por Alexander Schubert*

Según el Fondo Monetario Internacional, se requiere de un "estímulo fiscal" equivalente a 1,2 trillones de dólares para evitar que la recesión económica mundial se trasforme en depresión. Supuestamente este "estímulo" retrotraería a la economía mundial a su crecimiento anterior. Hay quienes afirman que si el estímulo se realiza de manera coordinada internacionalmente, también podrán solucionarse problemas estructurales, como el uso intensivo de energías no renovables, las emisiones contaminantes, la descapitalización de empresas productivas, el abuso del crédito, etc. Supuestamente, se trata de aplicar las recetas de antaño de J. M. Keynes. Sin embargo, lo que era revolucionario hace 80 años, hoy no es más que un intento ridículo de mantener estructuras añejas y desprestigiadas, que obviamente no contribuirán en lo más mínimo a evitar el desastre.

Para empezar por lo más simple. La suma de los programas de reactivación propuestos es en sí misma completamente arbitraria e insignificante. Calculado a manera gruesa, debido a la carencia de estadísticas agregadas precisas, el gasto público anual mundial ha alcanzado, en años recientes, un equivalente de unos 20 trillones de dólares. En promedio, se puede calcular que los presupuestos fiscales han ido aumentando anualmente entre el 3 al 5 por ciento del producto mundial. Tomando esta última cifra, se llegaría a que los gastos fiscales, en el mundo, han ido aumentando cada año en un trillón de dólares.

Ahora bien, ¿si el aumento de los gastos fiscales anuales en este orden no evitó la crisis, qué hace suponer que adicionar un monto similar puede ser la varita mágica para salir de ella? ¿No será que el aumento persistente de los gastos fiscales no ha tenido efecto alguno sobre la estabilidad el crecimiento económico mundial, y que, por lo tanto, duplicarlo ahora tampoco lo tendrá?

Lo más sorprendente de las propuestas en boga, es la suposición que el gasto fiscal puede ayudar a superar la crisis financiera. Después de haberlo negado sistemáticamente, muchos coinciden en señalar a ésta como fuente de la crisis "real". Curiosamente, ahora es responsabilidad de la economía real salvar al sistema financiero. Ello se lograría construyendo centrales atómicas (como lo proponen los chinos), aeropuertos, carreteras, puentes, y hasta techos para estadios deportivos (véase la lista de "proyectos" que los alcaldes norteamericanos han presentado a su presidente electo) o, como en Chile, subvencionando los sueldos más bajos u otorgando una limosna estatal de 40.000 pesos a la población que no ha logrado en todos los decenios anteriores un ingreso digno. Es decir: la demanda "real" debe salir en ayuda del sistema financiero, para que este se reponga, y todo vuelva a estar en orden.

Sin embargo, tan sólo durante los últimos 6 meses los estados han comprometido a lo largo y ancho del mundo sumas de dinero muy superiores a los 10 trillones de dólares, para precisamente salvar al sistema financiero del colapso, sin obtener prácticamente resultado alguno en cuanto a la reactivación del crédito. Poco o nada hace suponer, por tanto, que gastar una décima parte de esa suma para supuestamente aumentar la "demanda real" pueda tener éxito mayor.

De hecho, el nivel de endeudamiento privado ha llegado, en los últimos decenios, a tales niveles, que la demanda adicional que los estados pueden generar en el mercado no puede compensar, en lo más mínimo, la pérdida de capacidad de pago que la mayoría de la población está sufriendo por ese endeudamiento.

Esto es precisamente la gran diferencia respecto de los años 30 del siglo pasado, cuando Keynes, revisando sus posiciones anteriores, pero con la misma intención antisocialista, formuló su teoría de la "demanda efectiva" y su relación con los niveles de empleo. A Keynes no se le habría ocurrido afirmar que el aumento de los gastos fiscales sería el mecanismo para solucionar la crisis financiera. Esta había ocurrido años antes de su "Teoría General", y ya no tenía para qué preocuparse de ella. Cientos de bancos ya habían quebrado irremediablemente, y no existía ni por asomos un sistema de fondos de pensiones o especulativos por el cual preocuparse. Pero sí había millones de desocupados, y una miseria generalizada. Además, los gastos fiscales alcanzaban una proporción en el Producto Interno de los Estados, incomparablemente inferior a la actual.

Hoy, los millones de desocupados y la miseria generalizada comienzan a aparecer nuevamente. Sin embargo, salvo algunas bajas, el sistema financiero, que se ha apoderado como un cáncer de la propiedad de los centros productivos de la sociedad, permanece en pie. Y nadie, ni siquiera quienes son sus víctimas, están dispuestos a renunciar a él, porque supuestamente es allí donde se albergan las riquezas sociales. La población recibe la ilusión de los estímulos fiscales; las empresas financieras la realidad de los recursos del Estado. La contradicción de fondo es, sin embargo, que para hacerlo, los Estados deberán producir "estímulos fiscales" adicionales del orden de los "trillones de dólares anuales", como ha dicho Barack Obama.

Podrán hacerlo hasta que el riesgo de seguir prestándoles sea tan alto, que las tasas de interés se disparen mundialmente. Ese será el comienzo de la segunda etapa de la crisis de la economía globalizada. Esa sí va a ser en serio.

* Alexander Schubert es economista y politólogo.
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BLICHON

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El Estado tóxico

El Estado tóxico
24 de Marzo de 2009

El Estado tóxico
Por Alexander Schubert*

Hasta hace pocos meses, la economía mundial parecía dirigida hacia el aumento constante de la riqueza y la reducción universal de la pobreza. Hoy se está desplomando el sueño colectivo de una economía capitalista capaz de dar seguridad a quienes dependen de su trabajo diario y de los ahorros formados con él. ¿Qué ha cambiado en tan corto tiempo? No es sólo la economía. Sorpresivamente el propio Estado se está desnudando. Quienes han intoxicado los mercados con sus papeles sucios lo están despojando de sus últimas reservas, no sólo económicas, sino legales y morales.

El mercado financiero se ha transformado en una caricatura de lo que fue hasta hace poco. Sin la inyección de recursos públicos, el desplome del sistema bancario mundial ya habría sido completo. Y muy posiblemente lo sea en el futuro, porque no hay recursos públicos como para cubrir los cientos de trillones de apuestas securitizadas en circulación. El empleo está en descenso en todos los países, y los niveles de ingreso se están igualando no hacia arriba, sino hacia abajo. Años de ahorros de los hogares simplemente han desaparecido. El comercio mundial, en torno al cual se articuló el sistema de empresas transnacionales y, con ello, la división internacional de trabajo actual, está cayendo con tasas alarmantes para su sostenibilidad. La utilización de la capacidad productiva mundial se está contrayendo rápidamente, haciendo imposible las inversiones incluso para mantenerla. Las quiebras de pequeñas y medianas empresas están alcanzando récords históricos. Absurdo pensar que la inversión pública pudiera llenar el vacío, después de decenas de años de privatizaciones de todo tipo.

Pero la crisis no es sólo económica, sino de legalidad. Alguien tan poco sospechoso de posiciones anticapitalistas como Hernando De Soto lo ha dicho de forma patética: si no se establecen el orden, la precisión y la credibilidad de los mercados financieros, y la confianza en las relaciones jurídicas que les subyacen, no habrá solución a la actual crisis. Pero es poco probable que ello se logre. Se están comprometiendo trillones de dólares de recursos públicos a un puñado de empresas y bancos, sin exigencias ni control alguno, de lo que siguen aprovechándose descaradamente para enriquecerse privadamente quienes los administran. Tan sólo en EE.UU. la cifra ascendía hasta la última semana a 11,8 trillones de dólares, la mayor parte proveniente del fisco.

Peor aún. Con EE.UU. a la cabeza, se pretende ahora reinventar la confianza en los mercados inyectando fondos públicos a bancos, fondos, seguros y empresas productivas a cambio de papeles "intoxicados", o sea, que no valen nada. La contrapartida es la explosión de la deuda pública. De manera completamente ilegal, y seguramente anticonstitucional, los propios Bancos Centrales han comenzado a comprar bonos públicos, encubriendo esto como operación de crédito. Como si por arte de magia el Estado pudiese prestarse dinero a si mismo. ¡Ya quisiéramos poder hacer esto con nuestras finanzas personales! La intención es descontaminar al sector privado; el efecto es contaminar al Estado. La confianza en el sistema crediticio privado pretende ser restablecida con procesos que necesariamente culminarán en la desconfianza generalizada en las finanzas públicas.

Esta estrategia predominante defraudará a De Soto y muchos otros. Ella está plagada de incertidumbres y contradicciones. Su lógica supone que el Estado puede fijar legalmente precios a papeles que el mercado ya ha descartado, y que la compra de estos papeles tóxicos por el Estado será reversible. Es decir, que en el futuro los mercados financieros serán capaces de reabsorber los papeles que ahora se están transfiriendo al Estado, y que su precio será por lo menos similar a lo que ahora se está pagando por ellos. Esto sólo sería posible si estos papeles representasen efectivamente algún valor. Pero por su origen fraudulento no lo tienen. Al comprarlos, los Estados se están haciendo cómplices de encubrimiento de los más gigantescos fraudes de la historia capitalista.

El final de cuentas, esta complicidad de los Estados terminará ahogándolos fiscalmente. Mientras prosiga la recesión, el nivel general de los ingresos de la economía mundial seguirá bajando, y con ello, los ingresos tributarios. Los compromisos financieros estatales, en cambio, irán aumentando, sin beneficio alguno para la coyuntura económica, ni para la población en general. Los aparatos regulatorios deberán seguir ciegos e insensibles, como en todo el período anterior a la crisis, ahora con mayor razón, frente al deterioro financiero público y privado, bajo amenaza de ser responsabilizados del colapso del sistema financiero internacional. El control estatal pasará a manos de una burocracia estatal atiborrada de papeles tóxicos.

No se requiere mucha imaginación para adivinar al lado de quien estará en el futuro esta burocracia. Su complicidad con los causantes de la actual catástrofe es parte de la actual estrategia para restablecer la confianza. Los papeles que el Estado está adquiriendo se manejarán de manera conjunta con quienes los han creado, supuestamente compartiendo eventuales ganancias o pérdidas. Sea cual fuere su color político, el "éxito" y sobrevivencia de esta administración dependerá de la ilegalidad. En eso tiene razón De Soto: bajo esas circunstancias nos espera un infierno. Evitarlo significará un esfuerzo mucho mayor que sólo desintoxicar el sistema financiero.

*Alexander Schubert es economista y politólogo.
 

BLICHON

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Fantastillones y desborde de la fantasmagoría económica

Fantastillones y desborde de la fantasmagoría económica

08 de Mayo de 2009

Fantastillones y desborde de la fantasmagoría económica


Por Alexander Schubert*



A través del mundo, las respuestas de los gobiernos a la crisis económica se desarrollan en tres frentes: (1) restablecer el funcionamiento del sistema financiero a como era antes de la crisis, (2) contrarrestar la caída de la demanda mediante programas "keynesianos", y (3) dirigir y "ordenar" la quiebra de empresas mediante subvenciones y promoviendo su concentración. Con ello apuntan a reconstruir el modelo de desarrollo capitalista de los últimos decenios, basado en lo que se denominó la financialización de la economía. Por ninguna parte aparecen propuestas de cambios estructurales. Más bien, con sus fantastillones -cifras con ceros que nadie entiende- los estados están creando un nuevo ciclo de fantasmagoría económica peor al anterior.

Primero: Se está enfrentando la desvalorización del capital securitizado circulante en el mundo entero mediante compras y/o avales a precios muy superiores a los del mercado. Nadie sabe el monto exacto del cual se trata. Pero se calcula que las pérdidas alcanzan ya los 50 trillones de dólares - o sea, el valor de la producción y el consumo de todo un año de todos los habitantes de la Tierra. Una suma similar podría perderse si efectivamente llegasen a desplomarse los mercados de inmuebles comerciales, de las tarjetas de crédito y los bonos empresariales, sin mencionar los cientos de trillones en derivados. A mediano plazo acecha también la desvalorización de una cantidad verdaderamente alucinante de bonos de deuda pública.

Amén de insostenible, la estrategia es injusta. Refinanciar los papeles circulantes a precios superiores a los del mercado significa subvencionar a los que más poseen, que es un grupo minúsculo de personas "de alto valor". Sensato sería en cambio, discriminar en favor de la mayoría, que tanto colectiva como individualmente tienen mucho menos, pero cuya demanda depende, en buena medida, de las ganancias de capital de su riqueza acumulada. Los mismo vale para las fondos de pensión, de los cuales dependen las jubilaciones de cientos de millones de personas.

Segundo: Se ha estimado que las deudas han contribuido a financiar entre el 15 y el 20 por ciento del consumo privado de los EE.UU. en años recientes. En otros países la proporción podría ser similar. La restricción del crédito significa la desaparición de una buena parte del financiamiento de la demanda. Se ha desatado así una espiral de reducción de demanda, empleo e ingresos. En todos los países del mundo, en poco tiempo, sin excepción, los ingresos brutos y netos de las grandes masas de la población han retrocedido drásticamente.

Para contrarrestarlo y evitar el desmoronamiento de la demanda, otros tantos fantastillones gubernamentales son comprometidos, ya sea con subvenciones a los productores y comerciantes, ya sea mediante programas asistencialistas. Pero también aquí predomina la tendencia a fortalecer la demanda dirigida hacia los sectores productivos dominados por grandes empresas de carácter trasnacional. El efecto es una profunda distorsión de los precios relativos: los bienes y servicios de consumo masivo bajan de precio, mientras los de alto valor mantienen el suyo. Esto repercute negativamente sobre los ingresos y el empleo de sectores mayoritarios de la población.

Tercero: miles de empresas han quebrado a lo largo del mundo en el último año. De ellas no habrá ya qué sacar, igual como de las que seguirán quebrando en los meses venideros. Los fantastillones del Estado se dirigen, por tanto, a aquellas empresas "demasiado grandes" como para quebrar. Fuera de connotados bancos, las más destacadas son General Motors y Chrysler. Pero las hay muchas más. Cada país tiene las suyas, además de que con las mencionadas ya hay muchos países involucrados.

En áreas centrales de la economía globalizada se han puesto así fuera de funcionamiento las leyes del mercado. Los socialistas podrían congratularse, y no faltan los que lo hacen. El problema es que tampoco hay planificación alguna para determinar los niveles sostenibles de capacidad instalada. Mantener en funcionamiento empresas grandes pero quebradas puede transformarse en barril sin fondo. Por eso, los fantastillones de fondos públicos podrían estar contribuyendo a mantener en pié a empresas de gran tamaño de las cuales nadie sabe si alguna vez podrán tener ganancias. Esto es la perfecta receta para incubar graves conflictos internos por la asignación de los recursos públicos, y externos, en el campo de las inversiones y el comercio mundial.

Podrán los gobiernos decir que sin estas estrategias la crisis sería peor. Es que no están considerando sus tremendos costos ni las amenazas para el futuro. La participación del Estado en el PIB se está disparando de manera históricamente inusitada. Pareciera que el festín privatizador hubiera llegado a su término, pero los costos serán enormes. Al final de cuentas, los fantastillones en deuda pública deberán ser pagados por la gran masa de la población, que para ello será conminada a renunciar más a sus ya escuálidos ingresos. Llamar esto estrategia de reactivación, no es sino un mal chiste.
*Alexander Schubert es economista y politólogo
 

BLICHON

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¿Quo vadis crisis?

27 de Mayo de 2009

¿Quo vadis crisis?


Por Alexander Schubert*

A lo largo del mundo, los gobiernos están tratando de contrarrestar la crisis económica mediante el intervencionismo estatal. Lo mismo sucedió después de la Gran Depresión del siglo pasado. Pero ahora lo hacen desde un nivel de participación en el producto interno (PIB) muchísimo más alto, y después de una acumulación de deudas incomparablemente mayor. Ahora se trata no sólo de compensar la pérdida de empleo e ingresos del sector privado. Se trata también y primordialmente de rescatar el valor de la riqueza acumulada en el sistema financiero durante los últimos decenios. Cual serpiente hambrienta, es casi seguro que los Estados se atoren en el intento.

Las actuales estrategias anticrisis están dirigidas fundamentalmente a compensar mediante recursos y crédito público la desvalorización de los activos financieros. Supuestamente, para parar la caída o paralización de la actividad económica y del comercio mundial, es primordial salvar las empresas financieras (bancos, seguros, fondos). Estas están amenazadas de colapsar por la caída de los precios de los papeles que constituyen sus activos. De materializarse la amenaza, se contraería el crédito de forma casi absoluta. Dado el alto nivel de financialización de la economía, ello significaría una pérdida casi completa del capital de la mayoría de empresas no sólo financieras, sino productivas y de servicios. El capitalismo se quedaría sin una buena parte no sólo de su crédito, sino de su capital. El nivel de actividad económica tendría que bajar a niveles muy inferiores a los actuales.

Aunque ya antes se sabía, lo que ha quedado demostrado por la actual crisis es la importancia que adquirieron en los decenios pasados los símbolos de valores supuestamente reales, pero de hecho inexistentes, como acciones, bonos y otros instrumentos de renta fija o variable. El valor de estos símbolos se confundió con su precio. Cuando este subía, todo el mundo pareció enriquecerse, y el crédito se ofrecía cual cortesana a los dueños de la nueva riqueza. Cuando bajaba, no importaba, porque como en el cuento de Ricitos de Oro la economía tendería al equilibrio. Cada vez más capital y ahorros privados buscaron hacer ganancias en el comercio de estos papeles. El correlato fue un aumento espectacular del bienestar financiado con deudas. Ahora la mayor parte de esos papeles no vale nada, porque no se puede esperar flujos financieros futuros basados en ellos. Los osos se comieron a Ricitos.

Desesperadamente se busca, por eso, sustituir los mecanismos del mercado incapaces de fijarle precio a esta riqueza imaginada por resoluciones administrativas supuestamente capaces de hacerlo. Para ello incluso se han cambiado las leyes y reglamentos de valoración de activos financieros. Además, se están ampliando los balances de los bancos centrales, sin respaldo legal alguno y totalmente al contrario de la ideología prevaleciente hasta hace no poco. También se están comprando acciones y bonos de empresas a precios artificiales, con grandes pérdidas para los Estados.

Esta situación crea un grave dilema no sólo económico, sino social y político. ¿Qué papeles comprar y cuáles no? ¿Cómo financiar esta compra? ¿Cómo administrar los bienes que se van adquiriendo? La legitimidad de los Estados se juega en este asunto. Es completamente ilusorio comprarlos todos, porque su valor nominal excede en varias veces el PIB mundial. Para adquirir estos papeles, los Estados deben poner en circulación los suyos. Es decir, deben aumentar su propia deuda. Ella está subiendo de manera explosiva. Los agentes estatales deben integrarse a directorios de empresas privadas semi o totalmente socializadas. Nadie sabe qué harán allí y es poco probable que algún Parlamento llegue algún día a saberlo. Veremos cómo la Justicia resuelve las decenas de litigios que habrán de producirse. Lo más probable es que colapse totalmente.

Mucha de la riqueza imaginaria creada en los últimos decenios está definitivamente perdida. Y la riqueza que actualmente se está invirtiendo en bonos estatales también. Los respectivos papeles van a desaparecer del mercado. Las pérdidas para empresas y hogares serán enormes. La destrucción de capital y ahorros de los hogares sacará de circulación un buena parte de la demanda que ha sostenido el crecimiento económico mundial en los años recientes. Será necesario reajustar todo el aparato productivo a una demanda menor. Tanto el empleo como los ingresos disminuirán por un largo período. El comercio mundial disminuirá drásticamente y con ello la estructura productiva basada en él sufrirá las consecuencias. El andamiaje del derecho internacional creado para facilitarlo ya está sufriendo agudas grietas.

Va quedando así cada vez más en evidencia que un modelo de acumulación en el que la producción de riqueza está íntimamente asociada a la producción de las deudas y profundos desequilibrios económicos, puede funcionar un cierto tiempo, pero no eternamente. El error de creer lo último lo han cometido muchos, desde Max Weber hasta teóricos contemporáneos de menor monta, para qué hablar de los operadores de este sistema, que sí hicieron su pingüe negocio con todo esto.

El intento del capitalismo por crear nuevas formas de riqueza ha terminado en un rotundo fracaso. Y habrá que esperar largamente hasta que se le ocurra algo nuevo. En el entretanto, las luchas al interior de las sociedades por asegurar lo que se creía alcanzado, necesariamente se agudizarán. Estados quebrados financieramente no son garantía de estabilidad. Habrá que despedirse de todos los conceptos de "gobernanza" tan en boga hasta hace poco. Bajo estas condiciones, esperar una pronta recomposición del capitalismo en crisis, es una ilusión. Antes habrá de destruirse su propio mito.

*Alexander Schubert es economista y politólogo.

¿Quo vadis crisis?
 

BLICHON

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Capitalismo a todo caballo

13 de Agosto de 2009

Capitalismo a todo caballo


Alexander Schubert*

Vamos galopando salvando al capitalismo. No importa que las cifras que se muestran sean reales o falsas, que sean significativas o puramente marginales. No importan los costos, en destrucción de capital y, mucho menos, los sociales. El propio Fondo Monetario Internacional está calculando ahora las pérdidas de la crisis económica en doce trillones de dólares. Poco tiempo atrás "sólo" eran dos trillones. Pero qué importa: lo importante es que tenemos cifras que dicen que la caída del producto económico está disminuyendo, que el empleo ya no retrocede como hace pocos meses, que los consumidores están recobrando la confianza, y que - ¡vaya ingenuidad, para no decir ignorancia!- la deflación está llenando los bolsillos de las dueñas de casa. Incluso se afirma que la productividad está al alza, en buena hora. Nuevamente nos encontramos en el hipódromo de las promesas de crecimiento compitiendo entre si. ¿Usted promete 4 por ciento? Damas y Caballeros, ¡yo les doy 6! Con energía nuclear o alternativa, con o sin mayores impuestos, total, ¿qué más da?

El fenómeno no se reduce a Chile. Es universal. Hace poco, la esposa del Presidente de Goldman Sachs se fue de compras en una Boutique de Nueva York, y como había otras damas haciendo allí lo mismo, pidió que se las despejara del lugar, porque ella deseaba comprar tranquila. María Antonieta, perdón, Madame Blankfein les mandó a comer queque en vez de pan. Es que ella también quería galopar, comprando alguna cosita con los cientos de millones de dólares de bonificaciones recibidos por su esposo, en retribución de las grandes ganancias del último año. Ella también quería apostar a la recuperación.

Es que, por si usted no se había dado cuenta, los bancos están haciendo tremendas ganancias nuevamente. Bueno, no todos. Sólo los que -como Goldman Sachs- han recibido cientos de billones estatales para evitar su quiebra. De estos, algunos fueron a parar a los bolsillos de Madame Blankfein. En lo que va del año, ha habido más de 70 quiebras de bancos en EE.UU. Algunos de ellos son bancos regionales de gran magnitud, que traspasados a Chile, serían monopolios, cuya quiebra nos dejaría, en todo el país, sin cajeros funcionando. Son lo que a pesar de los aportes del fisco norteamericano no han logrado galopar a la velocidad requerida. No han podido traspasar los papeles tóxicos a la Reserva Federal, no han podido incrementar las tasas de sobregiro, ni las tasas de interés sobre tarjetas de crédito. De estos hay varios cientos en la lista de espera. Pero qué importa, mientras queden algunos caballos galopando a todo dar y señoras dispuestas a gastar algunos centavitos.

A todo dar está subiendo también la deuda fiscal a lo largo y ancho del mundo. Sólo en los dos años que llevamos de crisis, la deuda total de todos los Estados del mundo ha aumentado en un 20 por ciento del producto mundial. Este producto está cayendo, pero las deudas estatales siguen creciendo a galope tendido, en un monto equivalente a alrededor de 10 trillones de dólares. Tan sólo los requerimientos de refinanciamiento anual de los Estados del mundo asciendes a 5 trillones. Los EE.UU. están contribuyendo aproximadamente con 2 trillones a esto. Allí, actualmente 35 millones de personas sobreviven con estampillas de caridad del Estado. Son los que han caído fuera de todas las demás redes de seguridad social y que estadísticamente ya no se cuentan como desempleados.

Cualquier persona sensata se preguntará de dónde sale el dinero para este endeudamiento fiscal. Bueno, una parte de los bolsillos de los que siguen trabajando e imponiendo a la seguridad social. Este dinero pasa de las asociaciones previsionales con buenos pagos a los fondos mutuos y sus administradores, y de aquí, a los respectivos estados. O sea, no sólo con los impuestos, sino con sus aportes previsionales el pueblo está financiando los galopantes gastos de los Estados. Y así, a la recuperación de los bancos. En Chile como en todas otras partes. Y todo para que por lo menos algunos bancos puedan seguir en las pistas del hipódromo.

Pero otra parte de lo que los Estados están gastando es pura estafa. Igual que en las carreras arregladas. Como lo están demostrando las crecientes dificultades de las subastas de los papeles fiscales, en EE.UU. Europa u otras partes, no hay capital monetario suficiente como para financiar los déficits fiscales requeridos para mantener el capitalismo en su funcionamiento actual. Por eso, los Estados han pasado a usar su monopolio monetario para estafar a la población. Así, por ejemplo, en EE.UU. la Reserva Federal está comprando sumas astronómicas de Bonos del Tesoro, porque de lo contrario el fisco se quedaría sin dinero para pagar sus cuentas. Tal como le ha sucedido a California y más de una media docena de otros Estados importantes de esa nación, con tendencia al alza. Ello significa que una buena parte del dinero en circulación no tiene respaldo alguno. Quien tenga dólares en sus manos, y para todos los efectos de forma similar otras monedas, tendrá cada vez más un papel sin valor alguno que lo respalde.

¿Por qué entonces hay deflación y no inflación? La respuesta es muy simple, aunque haya cerebros calentándose para encontrarla. Es que la economía real está siendo destruida para salvar la economía ficticia. Los precios de las mercancías reales, incluyendo la fuerza de trabajo, bajan, y los precios de los títulos de valor ficticio, suben. Hemos vuelto así a exactamente la situación que hace dos años llevó a la crisis de hoy. La diferencia es que hoy el desempleo es mucho más alto, los ingresos del trabajo han bajado, la deuda fiscal y de los hogares es muchísimo más alta, y en general, la situación financiera de las empresas es simplemente desastrosa. En todos los países se está anunciando un período de quiebra masiva de empresas privadas. Estamos en la partida del caballo inglés de la crisis global; pobre de nosotros que nos queda por experimentar la llegada del burro.

*Alexander Schubert es economista y politólogo.
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BLICHON

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Hacia una implosión económica global

12 de Noviembre de 2009

Hacia una implosión económica global


Por Alexander Schubert*

Desde hace tiempo que se repiten los anuncios respecto de la luz al final del túnel de la crisis económica mundial. Es que en este túnel, del cual pocos han logrado salir y que se sigue llenando de gente, están festejando alegremente quienes gracias a él se están haciendo la América. Mientras tanto, el aire se está haciendo cada vez más raro.

Es cierto que hasta ahora la temida depresión no ha ocurrido. La caída del producto mundial durante 2009 se ha frenado e, incluso, invertido levemente en algunos países. Tampoco hemos entrado en un ciclo deflacionario abierto. Incluso, los precios de las materias primas han vuelto a subir de sus niveles mínimos de 2008, que estuvieron lejos de caer en proporciones similares a la Gran Depresión de los años 30 del siglo pasado.

Si bien el comercio mundial cayó en valor y volumen, salvo excepciones no se ha recurrido a políticas proteccionistas abiertas, y todavía sigue predominando el esquema del libre comercio. Lejos de cerrarse, los mercados financieros mundiales se mantuvieron en funcionamiento, y el flujo internacional de capitales nuevamente ha vuelto a crecer. A pesar de cientos de quiebras bancarias, ningún depositante o ahorrista ha visto desparecer su dinero. Los cajeros siguen funcionando como siempre. Tampoco ha habido una crisis monetaria de mayores proporciones, a pesar del aumento de la volatilidad del valor de las divisas. ¿Cómo poder afirmar entonces que el aire económico sigue enrarecido?

De hecho, no sólo está enrarecido, sino cada vez más explosivo. Como gas grisú dentro del túnel. No sólo por la enorme pérdida de riqueza, ingresos y empleos, quiebras de empresas productivas, bancos e, incluso, familias enteras que han ocurrido en tan sólo los dos últimos años, y la consecuente disminución de la capacidad productiva y el bienestar social e individual. Sino porque no ha habido ningún cambio estructural de la economía capitalista mundial que la aleje de su afán especulativo, la haga financieramente más estable, o le otorgue seguridad a los ingresos, empleos y ahorros de las grandes masas de habitantes del mundo.

Por eso, el gran debate económico sigue centrado en la probabilidad de la depresión o, en su defecto, de una inflación galopante. O en la posibilidad de un derrumbe de las finanzas públicas debido al descabellado endeudamiento en que han incurrido los Estados a lo largo y ancho del mundo para evitar la depresión y "reactivar" la economía. O en la incapacidad de pago de millones y millones de deudores (habitacionales y consumidores), la continuación del quiebre masivo de bancos y empresas financieras, y el desfinanciamiento de los sistemas de seguridad social. Y en la inminente crisis monetaria internacional con una revaluación explosiva del dólar a consecuencia del reflujo de negocios realizados con dólares prestados a bajo interés y depositados en otras monedas, de alto rendimiento, pero altísimo riesgo.

Con justa razón se ha afirmado que no es lo mismo un ciclo económico basado en el ahorro y la inversión, que uno basado en una expansión monetaria ilimitada y un consumo en base a endeudamiento. Y es precisamente lo último lo predominante hoy. Con el agravante que el ciclo especulativo nuevamente se ha disociado completamente del crecimiento real, creando la imagen de una riqueza que no existe sino en la mente irresponsable de quienes manejan los bancos centrales y las finanzas públicas, y quienes hacen de esta creencia un pingüe negocio.

Todo ello dibuja un túnel económico de aire enrarecido altamente explosivo. Las políticas actuales de expansión monetaria, subvención fiscal del consumo privado y sustento artificial del valor de activos financieros no podrán ser mantenidas indefinidamente. Cuando ello quede en evidencia, la actual crisis va parecer una diversión frente a lo que estará ocurriendo entonces. Puede que ello ocurra incluso antes que salgan del túnel los que ahora se están beneficiando de él. Su reacción política y social será de temer.

*Alexander Schubert es economista.
Hacia una implosión económica global
 

rmorillo

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¿Alexander Schubert es un multinick de SNB?

:´(
 

BLICHON

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Más o menos .En chileno y viendo las cosas desde Alemania

un saludo
 

BLICHON

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Crisis económica y justicia social

20 de Enero de 2010

Crisis económica y justicia social

La crisis económica mundial tiene como una de sus peores víctimas la justicia social. Sin embargo, esta ha sido enterrada sin que sus deudos siquiera exigiesen un velatorio decente. Demasiada ilusión existe todavía de que las políticas anticrisis en curso han sido y seguirán siendo exitosas. Incluso, entre quienes piden cambios, las alternativas son nulas. En el apuro de darla por superada, los efectos sociales de la crisis económica mundial en curso no han comenzado siquiera a ser evaluados.
Sabemos que los índices de pobreza han aumentado tanto, que las famosas metas del milenio de las Naciones Unidas se han tornado inalcanzables. La destrucción del potencial productivo mundial ya ha sido cuantiosa, y es completamente ilusorio pensar en que eventualmente superada la crisis las tasas de crecimiento puedan volver rápidamente a niveles satisfactorios.

Las inversiones reales han caído, tal como lo han hecho los ingresos de los asalariados. Han aumentado los desocupados y subocupados. No existen ni remotamente perspectivas para establecer en el mediano plazo niveles ocupacionales adecuados. El equivalente de trillones de dólares en ahorros personales o familiares simplemente ha desaparecido. Los servicios asistenciales de los estados están en peligro de ser reducidos sustancialmente a causa de los graves y crecientes déficits fiscales.

Bajo estas circunstancias parecieran haber temas más apremiantes que la justicia social. ¿Cómo imaginar siquiera una remota posibilidad de justicia social con millones de desempleados, ingresos decrecientes, mercados externos estrangulados, sistemas de seguridad social quebrados, y estados sin capacidad de otorgar subsidios? El tema es el “manejo” de esta situación, no la justicia social, y muchos menos otros temas como la ecología.

Eso a pesar de que el manejo hasta ahora ha sido deplorable. La respuesta de los estados a crisis del sistema financiero fue y sigue siendo la expansión monetaria. Ello ocurrió dando crédito a las empresas financieras “demasiado grandes para quebrar”, lo que según el Presidente de la Comisión Investigadora de la Crisis Financiera del Congreso de los EE.UU., estuvo marcado por “avaricia, estupidez, arrogancia y corrupción abierta”. Y lo sigue estando.

Los recursos repartidos a discreción por un grupo de confabulados en los Ministerios de Hacienda y Bancos Centrales y centro financieros privados, han sido utilizados sin control político alguno para maquillar los balances de los bancos. Las “ganancias” así generadas han quedado disponibles para ser repartidas entre sus directivos. Fue posible retomar así el ciclo especulativo, a pesar del descenso de la actividad económica y una deflación de precios de los bienes de consumo. El alza de las cotizaciones bursátiles ha permitido recuperar si no todas, por lo menos una buena parte de las pérdidas anteriores. Muchas empresas financieras, especialmente los fondos, se salvaron así de la quiebra o de su cierre.

Pero en términos reales, las pérdidas sociales de la crisis son enormes. (En diversos excelentes estudios el CENDA ha mostrado cómo a pesar de la “recuperación” de los fondos de pensiones chilenos gracias a la ola especulativa, estos han perdido casi todas las ganancias acumuladas desde su creación hasta ahora).

Con cierto retraso se identificó que había que compensar el bajón de la demanda, y comenzaron también los más diversos programas de subsidios, desde los habitacionales hasta los del consumo de bienes duraderos. En menor medida hubo programas de reactivación de la demanda mediante el aumento del gasto público directo. Donde las había, se utilizaron reservas acumuladas, donde no, simplemente se expandió la masa monetaria, contrariando toda la teoría económica neoliberal anterior (y violando cualquier “independencia” de los Bancos Centrales).

Ninguna de estas medidas ha significado reactivación efectiva, pero ellas sí han impedido que la espiral de contracción de la actividad económica continuara desarrollándose desenfrenadamente. Esto ha generado la impresión de que los gobiernos sí han estado y están preocupados por el bienestar general. Sin embargo, el correlato de esta política acarrea serias amenazas, que ahora está obligando a buscar “políticas de salida” a las políticas anticrisis.

El dilema radica en que la ola especulativa no ha bastado para restablecer niveles adecuados de capitalización del sistema financiero, por lo que éste se mantiene en condiciones muy precarias. Los bancos necesitan, por tanto, aumentar sustancialmente los ingresos resultantes del cobro de intereses. Pero dada la reducida actividad económica actual, la generación de recursos para el pago de tales intereses es también escuálida. Obligados a pagar mayores intereses, una gran cantidad de empresas y vastos sectores de la población quedarían en bancarrota.

Además, es casi seguro que tarde o temprano resurjan procesos inflacionarios virulentos, dada la masiva destrucción de la capacidad productiva que se está produciendo en todos los lugares (salvo en China, lo que está trastocando completamente el sistema cambiario internacional).

Pero eso no es todo. Si suben las tasas de interés, como necesariamente deberá suceder, se reducirá automáticamente el mercado de créditos, y eso hará quebrar a cientos de bancos y empresas financieras. Las pérdidas en ahorros será enorme, y obviamente habrá que despedirse de toda ilusión reactivadora. La crisis financiera de los estados se agudizará, obligándolos a reducir sus gastos, obviamente en primer lugar el gasto social. Y las condiciones económicas generales volverán a deteriorarse masivamente, pudiendo llegar, como pronostican algunos, a la depresión de la cual según los magos de las promesas acabamos de salvarnos.

No es causal entonces que estemos presenciando el retorno de los “sinceradores” económicos. En EE.UU. y Europa ya hay varios de ellos, y no demorarán en llegar también más hacia el sur. Bajo el pretexto de limpiar la economía de sus trabas, éstos están proponiendo que las cosas empeoren para posteriormente poder mejorarlas de verdad. Si las cosas siguen como están, serán pocos los que no coincidan. Habrá que hacer entonces estudios arqueológicos para reencontrarse en alguna parte con la justicia social.

Crisis económica y justicia social - El Mostrador
 

Alvin Red

El antepenúltimo del floro
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Mañana lo comento, jorobar eso de leerme un buen post a la 4 y media largas de la noche es una frutada :D y suerte que reviso hasta la quinta pagina para ver si hay algo bueno.