Benditaliquidez
Madmaxista
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Muy bueno. Super up.
Y del segundo artículo rescato la parte final, en donde se viene a decir que la inmensa mayoría del crecimiento bursátil ha sido a crédito. Recordad: Crédito=Dinero traido del futuro. Es decir, que la inmensa mayoría de la capitalización bursatil es en realidad DEUDA, dinero prestado (y represtado en las titulizaciones) que antes o después alguien tendrá que pagar. Es el mismo mecanismo de los pepitos hiperendeudados con los mismos escenarios de individuos de desesperación y bancarrota, pero en este caso, en vez de bancarrota familiar, a escala planetaria.Algo le está faltando al análisis económico en boga. Y de hecho, a pesar de pasar revista a las cifras astronómicas de capital acumulado por bancos e inversionistas institucionales, de los riesgos implícitos en sus diversas formas de inversión, y del tremendo aumento del endeudamiento de todos los sectores de la economía, a nivel global como doméstico, muchos se olvidan de analizar las contradicciones que esta acumulación lleva implícita. Dejan de mencionar que los bancos y los inversionistas institucionales hoy en día no son sólo parte del “sistema financiero”, sino eje central del control de la riqueza de las naciones. Y que por lo tanto, la cada vez mayor divergencia entre el crecimiento real de las economías, y el valor de los títulos que representan esa riqueza, es expresión de la forma como un grupúsculo absolutamente minoritario está haciendo uso de ella para enriquecerse a costa de cualquier riesgo e injusticia.
Hay que reconocer que el BPI intuye que de producirse un vuelco en lo que llama “el ciclo financiero” actual, podría producirse un desastre mundial de proporciones mayúsculas, con una velocidad inusitada de transmisión. ¿Cómo explicar entonces su llamado a no intervenir en este ciclo? Las razones no son teóricas, sino prácticas. Hacerlo significaría poner en discusión la legitimidad de la montaña de riqueza de unos pocos acumulada sobre un precipicio de deudas de las grandes mayorías, y de muchas empresas de las cuales depende su trabajo. Más que las relaciones financieras, eso atañe el conjunto de relaciones sociales de la economía global. Como lo demuestra el informe del BPI, no comprenderlo conduce al entrampamiento en los puzzles y paradojas de una economía global que definitivamente ha dejado de funcionar como antaño.
Entre las muchas expresiones de esto está el tremendo auge bursátil mundial. La capitalización de las bolsas de valores ha aumentado, entre 2002 y 2006, en más del 120 por ciento (datos de la Federación Mundial de Bolsas de Valores). En cambio, la economía mundial creció, en este mismo lapso, en menos del 25 por ciento. Es evidente, que el crecimiento de la capitalización bursátil tiene fuertes elementos especulativos.
Pero quizás más importante que la especulación en acciones es la retroalimentación entre la liquidez mundial y el crédito. Y este también ha aumentado de manera espectacular. Tanto los bonos como los créditos directos bancarios, nacionales como internacionales, han ido creciendo, durante los últimos años, en más del 25 por ciento anual. La cifra actual de ambos puede calcularse en más de 200 trillones de dólares. Si se agrega el fantástico auge de los derivados, cuyo monto nominativo actualmente alcanza a la exorbitante cifra de 415 trillones (casi 800 por ciento del producto mundial), el desarrollo monetario mundial ha sido simplemente astronómico.
El dilema de las finanzas internacionales queda entonces en evidencia: la economía mundial está basada en el crédito y la capitalización de las bolsas, y estos están basados en negocios de alto riesgo. O estos riegos disminuyen, cosa que no se ve por donde pudiera ocurrir. O lo cierto es que el empeoramiento parcial de las condiciones financieras de algunos sectores y países, fácilmente puede transformarse en una batahola generalizada.
Talvez sea ciertoNo es la primera vez que intelectuales y prensa, haciendo uso de sus habilidades de predicción, anuncian el fin del Capitalismo. ¿Le ha llegado su hora, luego de varios siglos, a este siempre controvertido sistema económico? Ésta parece ser la opinión de Alexander Schubert, economista y politólogo chileno, quien la pasada semana nos brindó un poco de su tiempo y sus ideas. Según él, se aproxima una profunda e inevitable transformación del Estado Capitalista. ¿Y nosotros, le creemos?
Antes de precipitarnos a dar respuesta, hagamos un veloz repaso por la historia del Capitalismo. Se asocia el origen de este sistema productivo con el advenimiento de la Revolución Industrial, que permitió un posterior desarrollo de ciertas relaciones sociales, como la sociedad anónima. A nivel intelectual, uno de los pioneros del Capitalismo es indudablemente Adam Smith, quien, con la metáfora de la mano invisible, mostró cómo los instintos naturales y capacidades de hombres libres permiten el cambio y progreso de las sociedades. La maravilla del mercado autorregulado, según Smith, es generada nada menos que por nuestro egoísmo. Desafortunadamente, el asunto no era así de sencillo. Con el tiempo, se pudo comprobar que el mercado por sí solo no era tan maravilloso, al menos no para todos. El sistema coexistía con pobreza y explotación laboral, creando grandes desigualdades sociales.
Entonces entra al escenario Karl Marx y anuncia: “La producción capitalista crea, con la inexorabilidad de una ley natural, su propia negación.” Y con ello profetiza la destrucción del sistema. Pues bien, el Capitalismo entró en crisis más de una vez… y salió de ellas. Una de las más profundas ocurrió en la década de 1930 con la Gran Depresión. Aquí resalta la figura de John M. Keynes, quien insistió en la intervención del gobierno a través de un incremento del gasto para reactivar la economía. Mucho se han criticado las teorías de este economista; lo cierto es que desde entonces, los gobiernos son bienvenidos a intervenir en las economías de sus países. Evidentemente, se han ido desarrollando una extensa gama de formas de intervención que incluye legislación e instituciones regulatorias; que, sin embargo siempre ha dejado lugar para la discreción de los agentes económicos, en grado creciente en los últimos años.
Pero el Capitalismo de hoy tiene una cara distinta a la de sus inicios. La proliferación de sociedades anónimas -y la posibilidad de dividir la propiedad por acciones- permitió la aparición del capital ficticio, o capital virtual, como lo llama Schubert. En contraposición al capital productivo o real, por ejemplo una máquina, el capital ficticio se representa en títulos de propiedad sobre ese capital productivo, como las acciones, bonos, etc. Estos títulos se transan en un mercado distinto, dando la apariencia de que el capital existe dos veces. En este mercado muy particular, los activos financieros se valoran de manera independiente a su contrapartida real, en principio, en función a la promesa de rentabilidad de los activos productivos que representan. Sin embargo, la época en que el valor de una acción estaba basado en el dividendo que pagaba ha pasado. Hoy importan los estados financieros de las empresas, indicador que ha probado ser muy incierto. Ello ha permitido el incremento de transacciones especulativas, generándose una impresionante acumulación de riqueza. El volumen de transacciones en el mercado de capitales, y más aún en el mercado de derivados, supera grandemente el producto mundial.
Tanta riqueza no debería sonar mal. El problema está en que estos activos financieros son símbolos, y como tales su valor depende de la confianza que se tenga en su correspondencia con el capital real. Si esta confianza se pierde, los activos dejan de ser comercializables y su valor se va en picada. Pero este fenómeno no es reciente. Podríamos remontarnos a la Holanda del siglo XVII y el ejemplo de burbuja especulativa de los tulipanes. Esta flor de colores tan variados y llamativos empezó a ser crecientemente apreciada por la sociedad europea de la época. Como consecuencia, su precio subió de manera exorbitante, formándose un activo y lucrativo mercado de bulbos de tulipán. Empero, unos años después, algunos comerciantes empezaron a detectar que la moda de los tulipanes, como suele ocurrir, iba finalizando. Decidieron que lo mejor era vender y salir pronto. Como el pánico es más contagioso que cualquier resfrío, explotó la burbuja y el valor de la bella flor se fue por el inodoro, junto con muchos vendedores y compradores.
Da la impresión que la novela se repite una vez más. Hay, no obstante, una diferencia, según señaló Hyman Minsky hace algunas décadas. Las burbujas de hoy no son más que el resultado de un problema estructural del sistema capitalista actual. El verdadero culpable sería, según este economista, la excesiva confianza capitalista de que los mercados pueden manejar el riesgo, trasladándolo a aquéllos mejor preparados para soportarlo y de que las fuerzas de mercado pueden disciplinar la toma de decisiones. Es así que los últimos capítulos de la novela de Wall Street han demostrado que el riesgo no fue adecuadamente gestionado; gran parte de éste fue a parar a inversionistas institucionales por medio de la compra activos como los relacionados con las hipotecas subprime, que ni siquiera estuvieron a la altura que los tulipanes tuvieron antaño.
Citando la franqueza con que hace algunos años se expresó Alan Greenspan, entonces presidente de la FED, “¡El capitalismo no está funcionando! Ha habido una corrupción del sistema capitalista”. Y volviendo a la pregunta que planteé al inicio, ¿cómo hacemos? ¿Es mejor remendar el modelo porque aún está bueno o de plano desecharlo porque el pobre ya no da para más? (Felizmente la globalización quitó la posibilidad de regalárselo a los pobres). En realidad no importa mucho lo que yo pueda pensar, no trabajo en el gobierno de un país influyente y no tengo dinero para invertir en bolsa. Pero, por lo pronto, lo que estos agentes en EE.UU. están haciendo es pedir a sus contribuyentes y a las empresas que no cotizan, que inviertan en los bancos que han tocado fondo, ciertamente una propuesta no muy feliz. Se avizora además mayor regulación y transparencia contable. Habrá que sincerar balances, dice Schubert, no sólo de bancos, sino de todo tipo de empresas. “¿Y qué pasará después Sr. Schubert?” “No sé” La buena noticia, dice, es que entramos a una época atractiva para quienes quieren pensar. Sí pues, pero para nadie más.
En mi opinion un sistema económico debe reflejar la riqueza de una forma fidedigna....
La buena noticia, dice, es que entramos a una época atractiva para quienes quieren pensar. Sí pues, pero para nadie más.
¿Cuántos Economistas Se Necesitan Para Cambiar Una Bombilla?: La Gran Depresión del 2009: Capital Ficticio en el Mercado de CreenciasLa Gran Depresión del 2009: Capital Ficticio en el Mercado de Creencias
El dinero ahora es un conejo; se aparea varias veces… consigo mismo.
Un sabio profesor de Macro Abierta.
Una aproximación filosófica a la crisis financiera viene de la mano de
Alexander Schubert, reconocido economista chileno-alemán, al Seminario
de Periodismo Económico. Él es autor de "El Capital Virtual" y
compartió su punto de vista sobre la actual crisis financiera en
EE.UU.
A continuación, un extracto del aporte de esta última sesión. No me
esfuerzo en resumir la discusión final por carecer ésta de
practicidad, pese a ser un interesante ejercicio mental.
¿Qué diantres es el capital?
En resumidas cuentas, el capital es un valor o un factor de producción
que sirve para obtener mercancía. Cada vez que se produce más, el
capital se multiplica (acumulación de capital).
Uno de los primeros brochazos sobre el concepto de capital fue dado
por Carlos Marx en "El Capital". En él da, entre otras cosas, el
concepto de capital ficticio, que nos interesa más.
Para él, el capital adquirió en su época dos dimensiones:
La real, sustentada en la existencia de la mercancía en sí misma y con
posibilidad de una comprobación directa de esta existencia.
La ficticia, sustentada de la misma manera, pero una imposibilidad de
comprobación inmediata del valor de la mercancía. Involucra un
problema de valorización del título que hace referencia a la
mercancía.
Antecedentes del Desastre
Vale la pena preguntarse entonces, ¿quiénes han sido y son los dueños
del capital?
En un primer momento, la aparición de Sociedades Anónimas permitió una
colectivización del capital, lo cual generó el sistema de acciones,
títulos que representan el capital. Este es el origen del Capital
Ficticio, donde la propiedad se separa del uso que se le da.
Tiempo después, los Bancos sustituyen a la mercancía por un símbolo,
el billete. Pero la mercancía sigue ahí (oro, plata, etc.).
En la Gran Depresión, los Bancos pierden la propiedad del capital y la
reciben los Inversionistas Institucionales (fondos de pensiones,
seguros), instituciones generadas por el sistema para proveer a la
fuerte demanda de capital.
Desde entonces, las empresas han pedido prestado a estos
Inversionistas. Si quebraba una de ellas, esto tenía un efecto
multiplicador a través de estos Inversionistas hacia otras entidades.
Con el paso del tiempo, el grueso del capital invertido se concentra
en estos sectores ficticios. Con ello, las ganancias mayores no vienen
tanto del sector real de la economía, sino de un Mercado imaginado o
Mercado de creencias; en otras palabras, algo hecho puramente de
ficción. Las ganancias ficticias se basan en la creencia de la gente
que el valor de sus activos aumenta cuando sube el precio del título
en el mercado.
(La incipiente teoría de la ficción nos habla de algo imaginado,
llamado por algunos un "engaño". Lo cierto es que aún no se da un
concepto claro y práctico sobre lo que es la ficción, tema que deberá
ser desarrollado en las siguientes décadas.)
Entonces, ¿cuándo se fregó todo?
Existe un problema insalvable de la valorización de los activos, al
cual no se le ha dado la debida atención hasta que llegó la crisis
financiera internacional de este año y parte del año pasado. La idea o
el objetivo detrás de una valorización correcta de un activo es que no
haya diferencia entre la percepción del valor de un título y el valor
verdadero del mismo.
Dado que no existió nunca un buen cálculo, la diferencia permaneció
inadvertida, hasta el punto en que se hizo evidente la realidad y la
confianza cayó bruscamente. Receta perfecta para el colapso y el
efecto dominó que trajo consigo.
Ahora bien, para que todo el mecanismo funcione, es condición
necesaria un alto grado de liquidez: Si no se pueden transar acciones,
el Mercado de Creencias no funciona. Eso es precisamente lo que ha
ocurrido en estos últimos meses, pues el mercado le ha perdido la
confianza a los valores basados en instrumentos de deuda riesgosos.
Una muestra de lo infundada e irracional proliferación de instrumentos
derivados: el valor del mercado de éstos en el mundo es 800 trillones
de dólares, mientras que el producto bruto mundial es tan sólo 50
trillones. ¿No debería haber una correspondencia, acaso?
¡Mamita, se viene el huayco!
A la pregunta de si esta crisis puede afectar al sector real en el
mundo y en el Perú, la respuesta no es muy tranquilizadora: Por
supuesto que sí. Actualmente, con los valores en constante caída, las
empresas de todo el mundo se encuentran revisando sus estados
financieros para realizar valorizaciones adecuadas.
Problemas tangibles como el encarecimiento del crédito y la falta de
liquidez impondrán una restricción de crecimiento a nuestro país, dada
la fuerte dependencia del precio de los commodities, el tamaño del
mercado y la inflación importada. Todo ello pone en evidencia nuestra
incapacidad como país para soportar los efectos de una plausible caída
en los términos de intercambio, producto de una recesión mundial.
Otros factores como la cultura crediticia también me parecen
importantes. Dado el último boom crediticio en el Perú, los bancos se
hayan eufóricos y ansiosos de atraer a los nuevos clientes; por ello,
les ofrecen préstamos sin garantías (según Gestión, el 45% de créditos
se dan de esta manera), sin importar que los clientes de menores
recursos se estén sobreendeudando al no tener un buen hábito de
consumo. Pasa en el fondo lo mismo que en EE.UU. Cuidado que en una de
esas, nos agarren desprevenidos…
¿Cuál será el nuevo orden mundial en materia financiera? ¿Se llegará a
una solución en el mediano plazo?
Para Schubert, el tema va a ser central en los círculos académicos
durante lo que queda del siglo, que traerá consigo nuevas formas más
exactas de medir los valores. Coincido en el argumento. Agrego,
además, que la solución no se va a encontrar en solamente imponer
restricciones a los movimientos de capitales. Probablemente sigamos
con el capitalismo, pero éste será muy diferente, sin la
autocomplacencia de los inversionistas de los países desarrollados ni
los elefantes blancos de las BRIC. Sólo es cuestión de tiempo para
saber qué desencadenará todo esto. Entonces, sálvese quien pueda.
Diario El Mostrador - Crisis financiera: un balance intermedio15 de Octubre de 2008
Crisis financiera: un balance intermedio
Por Alexander Schubert*
Si en mis predicciones sobre el futuro sombrío de la economía mundial, publicadas en El Mostrador el año pasado hubiese afirmado que durante 2008 se iban a utilizar fondos y crédito público del orden de más de 2000 billones de dólares para salvar la banca del colapso, ya no habría pasado sólo por pesimista, como fue el caso, sino por desubicado. Más de algún lector amigo me habría aconsejado dejar el tema y dedicarme a otras cosas. Me salvé del consejo porque la fantasía no me dio para tanto.
Loco de remate habría sido declarado, si además, hubiese afirmado que la distribución del dinero iba a suceder sin reglas claras, suspendiendo el control judicial sobre ella, bajo total discreción de funcionarios públicos subalternos, con manifiesto olor a corrupción, y una discriminación social digna de las peores dictaduras, haciendo pagar precisamente a los perjudicados. Pero esto es lo que está sucediendo.
Quizás lo único creíble habría sido la predicción de que en este colosal espectáculo de sinvergüenzura el Fondo Monetario Internacional iba a darse una tremenda voltereta, de propagandista de lo “robusto” de la economía mundial a socio de los que ahora están haciendo el negocio del siglo anunciando su “colapso sistémico”.
Ahora temo que nuevamente seré víctima de falta de imaginación. Pues no logro ni siquiera intuir cómo las actuales medidas puedan revertir las tendencias recesivas e, incluso, depresivas de la economía mundial. Ni el reparto de los billones a los “amigos de Hank” y sus socios europeos, para hacerse del control de los pocos bancos que sobrevivan el desastre, ni las garantías estatales para papeles que manifiestamente ya no valen un centavo (y que no lo valdrán nunca), ni el gigantesco aumento de la masa monetaria, ni las ridículas reducciones de las tasas de interés oficiales (peor todavía los aumentos, como en Chile), ni todo de una vez, pueden solucionar el problema de fondo. Este es que para volver a hacer “seguros” los valores de los papeles que están en manos de los bancos (y que en parte pasarán a manos de los Estados), también hay que hacer “seguros” los ingresos de quienes, en definitiva, deben amortizarlos: empresas, hogares, estudiantes, comunidades, etc.
Toda la intervención estatal actual se concentra en volver a echar a andar la máquina del crédito. Esta comenzó a fallar y se trancó completamente, en los EE.UU., por los créditos hipotecarios. De allí pasó a la banca de inversión, fuertemente comprometida en el reciclaje de los papeles respectivos, propagándose hacia los bancos fuera de EE.UU., que habían comprado esos papeles reciclados. Paralelamente se “descubrió” que muchas transacciones entre los bancos están respaldadas por supuestos seguros, sin respaldo adecuado de capital. Los papeles en manos de los bancos tuvieron que ser revaluados, provocando cuantiosas pérdidas de capital, que algunos, como Lehman Brothers, Fanny Mae y Freddie Mac no soportaron.
Comenzó así la crisis de los derivados, que hizo zumbar los valores en manos también de otros bancos, llevando las pérdidas de capital bancario a sumas exorbitantes. Por último, colapsó el mercado de préstamos de corto plazo entre los propios bancos, pues ya ninguno confía en el otro. Así, las tasas de interés por dinero de corto plazo (como el Euribor) y, mucho más, las tasas que realmente pagan quienes logran conseguir crédito, han subido astronómicamente –a más del 25%, como lo confirmaba el jefe de PIMCO, una de las mayores administradoras de fondos del mundo. Con estas tasas de interés, será poco posible reiniciar la carrera de alta velocidad del crédito, necesaria para restablecer el valor de los papeles en circulación e inyectar demanda efectiva hacia la economía mundial.
Las intervenciones actuales están dirigidas a restablecer la “confianza” entre los grandes actores, agigantados por el proceso de concentración en marcha. Sin embargo, aunque se restablezca esta “confianza”, mientras los créditos no fluyan a las inversiones y el consumo, nada se habrá solucionado. Pero: ¿cómo hacer llegar el crédito a éstos, si es precisamente de allí donde comenzó todo el desastre?
Además, el potencial de pérdidas todavía no está sofocado de manera alguna. Con una capitalización bursátil mundial y papeles de crédito en circulación, con un valor conjunto muy superior a los 100 trillones (a pesar de las recientes caídas de las bolsas), sin contar los derivados, que son más de 500 trillones, las intervenciones estatales programadas, por fantásticas que suenen, no son más que una pulga en la oreja de un elefante en plena descomposición. La pelea por esos fondos será gigantesca, pero el elefante no se salvará.
Me declaro incompetente para imaginarme las formas del derrumbe que tenemos por delante. Más bien, utilizaré la fantasía que me queda para compartir ideas no sobre cómo salvar el sistema existente, sino cómo cambiarlo por relaciones sociales más amistosas y seguras.
*Alexander Schubert es economista y politólogo
Diario El Mostrador - El retorno de los dinosaurios04 de Noviembre de 2008
El retorno de los dinosaurios
Por Alexander Schubert*
Durante lo que va del presente milenio, un actor predilecto de decenios anteriores pareció desaparecer por completo del escenario de la economía mundial: la deuda externa de las naciones. Con la crisis global del crédito, la masiva destrucción del capital bancario y la desvalorización de los papeles que representan activos financieros, la deuda externa vuelve a irrumpir en escena. Esta vez con tal magnitud, que las cifras anteriores parecerán juego de niños. Así, el Fondo Monetario Internacional y sus recetas económicas podrán revivir como nunca se hubiera pensado.
Con el boom de los precios de alimentos y materias primas y los flujos de capital hacia los países “emergentes”, las reservas internacionales de muchos países crecieron de manera inusitada. En consecuencia, el FMI y el Banco Mundial debieron agachar la cabeza. A falta de demanda por sus créditos, sus propias finanzas comenzaron a decaer. La reducción del negocio del FMI llegó a tal punto, que Rodrigo Rato pensó en transformar al FMI en una gran consultora capaz de cobrar por sus “consejos”, aunque no prestase un centavo. Hoy, la crisis mundial sale al rescate de estas instituciones. Vuelven los dinosaurios con sus recetas anacrónicas, para empobrecer a millones y millones de personas con un solo fin: rescatar el capital de unos pocos.
A pesar de toda la verborrea rimbombante de más de un Presidente de turno, la deuda externa no desapareció, sino se transformó en algo mucho peor. De “deuda” pasó a ser “inversión”. Pero no inversión productiva, sino financiera. Las economías “emergentes” pasaron ocupar el lugar de prima donna de los “inversionistas” de los países capitalistas desarrollados. En esas economías, estas “inversiones” indujeron un grandioso aumento de los créditos hipotecarios y de consumo, y con ello, impulsaron su crecimiento económico. Tanto fue el entusiasmo, que uno tras otro, los máximos representantes de estos países comenzaron a creer que cualquier crisis de la economía mundial no los iba a afectar. Hubo quienes, incluso, dijeron que si se producía tal crisis, precisamente la condición “robusta” de las economías emergentes iba a mitigar sus efectos y contribuir a la rápida recuperación mundial.
Pero la realidad fue y es otra. Si bien algunos estados altamente endeudados comenzaron a refinanciar sus deudas externas en los mercados locales, su integración en el circuito internacional del crédito se profundizó tremendamente. Se creó una verdadera “época de oro” de la banca internacional, reflejada en datos recientes del Banco de Pagos Internacionales. Tan sólo entre fines 2003 y mediados de 2008, las “inversiones” de la banca internacional en los países en desarrollo aumentaron de $ 750 mil millones a US$ 2,2 trillones. Mundialmente, las inversiones de los bancos respectivos alcanzan ahora la friolera de US$ 40 trillones. Fueron precisamente estos los años de expansión de la banca española en América Latina, de la británica en Asia, y de la de europea occidental en los países en “transformación” de Europa Oriental.
Bajo estas condiciones siempre fue absurdo suponer que los “países emergentes” podrían escapar de los efectos de una contracción crediticia mundial. Hoy los “sospechosos de siempre”, más algunos nuevos en la lista, están quedando al borde de la quiebra precisamente por esa contracción. Y con ello suena otra vez la hora de los dinosaurios del FMI.
Ucrania, Hungría, Bielorrusia y Paquistán ya han golpeado las puertas en Washington. Turquía y otros, entre los que pronto podrían estar Argentina y también Brasil, más muchos otros, podrán verse obligados también a hacerlo. Sin embargo, el FMI dispone sólo de US$ 200 mil millones, suma ridículamente pequeña para los montos que tan sólo la lista de candidatos inmediatos necesitaría refinanciar.
Junto con propagar sus viejas recetas, obligando a los países deudores a subir las tasas de interés (cuando los bancos centrales de los países desarrollados precisamente las están bajando a cero y, en términos reales, a valores negativos), y exigir recortes presupuestarios (también contrario a lo que están haciendo los países desarrollados), el FMI deberá reiniciar su ofensiva para conseguir más dinero. Gordon Brown, campeón del intervensionismo actual, ya ha hecho los cálculos: son más de $ 600 mil millones los que el FMI necesitará para parar la primera avalancha de solicitudes. Con eso, sin embargo, no se alcanzaría a cubrir ni siquiera una pequeña proporción de las posibles pérdidas que los bancos transnacionales pueden sufrir en los “países emergentes”.
Igual, los dinosaurios del FMI, con su Director General a la cabeza, habrán de resucitar alegremente. Después de verse casi agónicos, disponer de US$ 600 mil millones para distribuir a los bancos internacionales, a través de los estados deudores, no es poca cosa. Además, todo indica que estamos ante las puertas de una nueva discusión sobre los derechos especiales de giro. Aunque nada pueda contribuir a amortiguar las pérdidas que se pretende refinanciar ahora con el FMI, para éste será una excelente tribuna para demostrar su renovada importancia para la economía mundial. Así, los viejos protagonistas de la deuda externa volverán a juntarse en un nuevo festín. En el camino quedarán las “metas del milenio” y cualquier ilusión de superar la pobreza en tiempos razonables.
*Alexander Schubert es economista.
Diario El Mostrador - La danza de los trillones28 de Noviembre de 2008
La danza de los trillones
Por Alexander Schubert*
Se sigue insistiendo en que han sido unos pocos irresponsables los causantes del desastre actual de la economía mundial. Sin embargo, los 7.700 millardos (o 7,7 trillones, como le dicen en inglés) de dólares que tan sólo en EE.UU. se han destinado hasta ahora para enfrentar el derrumbe financiero en curso, están sirviendo precisamente para salvar la riqueza de esos irresponsables. Mientras tanto, la economía mundial va de mal en peor, y nada hace suponer que la danza de los trillones vaya a cambiarle de rumbo.
Las sumas proporcionadas para salvar bancos, seguros, fondos y otras instituciones del régimen capitalista globalizado representan algo así como el 20 por ciento del producto interno mundial anual, y algo menos del total de las inversiones mundiales anuales. Más aun, representan los ingresos anuales de varios miles de millones de familias, que con un subsidio de esta naturaleza, podrían haber mejorado sustancialmente tanto su potencial productivo como su nivel de vida inmediato. Pero como ha pasado ser la regla, se pretende hacer creer que es necesario salvar la riqueza de los ricos para salvar también las plazas de trabajo de la población en general. Aparentemente hay que salvar la riqueza de los pocos irresponsables para que la gran mayoría pueda seguir subsistiendo.
Por eso, fuera de los irresponsables económicos, es necesario identificar también a los irresponsables políticos. Entre ellos, en primer lugar, a los gobiernos que desoyeron todas las advertencias sobre la magnitud de los desajustes mundiales que se avecinaban, dejándolos crecer con la más imperturbable pasividad. Y que, incluso, los promovieron con el argumento de la modernidad globalizante y la libertad de los mercados, afirmando además, que precisamente esos desajustes dejaban a sus naciones en mejor condición que otras para enfrentar posibles crisis.
Ahora, estos irresponsables quieren hacer creer que junto con hipotecar el conjunto de naciones y sus Estados en favor de la riqueza de unos pocos, son ellos los llamados a darles transparencia a los mercados financieros, para que el cuento no se repita. Sin embargo, paralelo al show de las grandes conferencias internacionales en las que se promete controlar mejor el uso del crédito, los recursos públicos se están distribuyendo de la forma más oscura imaginable. Pues si se supiera a quien van destinados, afirmó el Presidente de la Reserva Federal de los EE.UU., se sabría cuán mal andan los negocios de sus receptores, aumentando aun más la desconfianza en los bancos y demás instituciones financieras.
Los irresponsables de ayer se arrogan hoy la autoridad para aumentar y distribuir el crédito público a su antojo, sin control de ninguna especie, a vista a paciencia de un sistema parlamentario completamente despojado de cualquier autoridad, para qué hablar del control judicial, que no se siente ni siquiera llamado a intervenir, porque no entiende nada de lo que está pasando.
No se requiere de matemáticas complejas para calcular que mucho antes de quedar en evidencia que los esfuerzos por salvar los bancos e instituciones financieras privadas manifiestamente quebradas fueron inútiles, el endeudamiento público habrá de explosionar mundialmente como callampa atómica. Hasta entonces, la contracción de la actividad económica y del comercio mundial, tendrá efectos devastadores. No sólo para países como Chile, altamente dependientes de las exportaciones, sino también para las grandes potencias económicas mundiales. Cuando la "toxicidad" de los papeles que representan la riqueza financiera mundial alcance la montaña de deudas públicas y contamine a estas peor que los desechos atómicos al medio ambiente, la economía mundial se encontrará en uno de sus peores momentos.
Lamentablemente, y como se percibe en la composición del equipo económico que acompañará al nuevo presidente de los EE.UU., los pocos irresponsables de siempre no habrán sido desplazados hasta entonces. Habrá que aprontarse, pues, a que la danza de los trillones continúe, y con ello los riesgos crediticios asumidos por los Estados, hasta que se venga abajo por completo el sistema cambiario y financiero mundial. Será el momento en que no quede ya nada de lo que hoy se conoce por economía global.
*Alexander Schubert es economista y politólogo.