¿Cómo saber si soy un orate? ¿Hay algún test?

kikoseis

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20 Mar 2010
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Esta prueba esta basada en un test real , dependiendo de la respuesta que des seras o no orate .


Es la historia de una niña.
En el funeral de su progenitora, ve a un hombre joven que no conoce… es fantástico, el hombre de sus sueños. Es amor a primera vista, cae irremediablemente enamorada.

Unos días más tarde, la chica mata a su propia hermana.

Pregunta:
¿Por qué razón mató a su hermana?
Para volver a ver al tío guapo...
(sí es orate no la importará dar de baja de la suscripción de la vida a la hermana para conseguir sus fines)
 

Malafollá

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24 Ene 2012
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Esto es verdad pero no es tan sencillo. Los pobres asperger son víctimas potenciales de los orates. La psicopatía es un síndrome mucho más complejo y letal que el espectro autista. Los autistas no son dañinos, no son depredadores.

Foro Comunidad Sindrome de Asperger/TGD :: Ver tema - Video de la ponencia de Mª Jose Lera sobre acoso escolar y A

Y aquí si os registráis Conectarse podéis encontrar un debate titulado "orates entre aspergers....cuidado con los foros!" en el que una chica asperger expone como por su deficiencia de empatía son fácilmente manipulables por los orates.

Tiene la esperanza de ver de nuevo al hombre joven

 
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12 Jun 2011
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A Coñura
Esto es verdad pero no es tan sencillo. Los pobres asperger son víctimas potenciales de los orates. La psicopatía es un síndrome mucho más complejo y letal que el espectro autista. Los autistas no son dañinos, no son depredadores.

Foro Comunidad Sindrome de Asperger/TGD :: Ver tema - Video de la ponencia de Mª Jose Lera sobre acoso escolar y A

Y aquí si os registráis Conectarse podéis encontrar un debate titulado "orates entre aspergers....cuidado con los foros!" en el que una chica asperger expone como por su deficiencia de empatía son fácilmente manipulables por los orates.
Que interesante lo de los aspergers, acabo de mirarlo en la wiki.

Una pregunta, el saberse capaz de asesinar friamente a una persona o colectivo a quien el sentido de la justicia considera culpable directo del mal de pocos o muchos, ¿es algun tipo de psicopatia, o bien solamante es una forma inusual de entender la justicia? Como por ejemplo darle matarile a un cargo politico que ha repartido miseria o incluso muerte a sabiendas y por beneficio propio. Gracias, me interesan opiniones ajenas, que la mia me la conozco.
 

el patan

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5 Abr 2012
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Esta prueba esta basada en un test real , dependiendo de la respuesta que des seras o no orate .


Es la historia de una niña.
En el funeral de su progenitora, ve a un hombre joven que no conoce… es fantástico, el hombre de sus sueños. Es amor a primera vista, cae irremediablemente enamorada.

Unos días más tarde, la chica mata a su propia hermana.

Pregunta:
¿Por qué razón mató a su hermana?
El hombre del que se ha enamorado es su cuñado, su hermana todavia no les habia presentado, y ella le conocio a el porque su hermana, la muerta, le habia llevado al funeral de la progenitora de ambas.
 

el patan

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5 Abr 2012
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Gracias por vuestras respuestas, las leo con gran atencion.

(es un acto de cortesia el daros las gracias, o lo hago porque realmente os estoy agradecido?, no lo se)
 
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12 Jun 2011
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A Coñura
Gracias por vuestras respuestas, las leo con gran atencion.

(es un acto de cortesia el daros las gracias, o lo hago porque realmente os estoy agradecido?, no lo se)
Un apunte sin ser critica: Tienes la posibilidad de dar las gracias individualmente a cada forero pulsando un boton (accion), pero das las gracias impersonalmente. Me llamo la atencion, solo eso.
Saludos
 

Buster

Será en Octubre
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26 Sep 2008
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Este hilo me ha recordado al manual del orate, el cual circulaba ya por las BBS de España a principio de los 90.

MANUAL DEL PSICPATA
 

Antipsicópata

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10 Sep 2011
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Que interesante lo de los aspergers, acabo de mirarlo en la wiki.

Una pregunta, el saberse capaz de asesinar friamente a una persona o colectivo a quien el sentido de la justicia considera culpable directo del mal de pocos o muchos, ¿es algun tipo de psicopatia, o bien solamante es una forma inusual de entender la justicia? Como por ejemplo darle matarile a un cargo politico que ha repartido miseria o incluso muerte a sabiendas y por beneficio propio. Gracias, me interesan opiniones ajenas, que la mia me la conozco.
No. Mucha gente que no es orate mata. Pero mata por alguna razón de peso (dejo aparte las demencias). El orate sin embargo, cuando mata, lo hace por placer. Cuando un orate mata a una persona que al atracarla no le ha puesto ningún impedimento, le ha dado sin rechistar todo lo que llevaba y el "atracador" aún así lo mata, es porque se buscaba dar de baja de la suscripción de la vida y alegar que el atacado le agredió a su vez y tuvo que defenderse. Cuando el orate mata después de violar lo hace porque así lo ha decidido, porque le produce placer, el placer de sentirse en poder, el poder de decidir cuando alguien va a dejar de vivir. Y no hay nada personal en el orate contra esas gentes, el orate solo está satisfaciendo una necesidad que algunos orates en concreto tienen. Cuando hacen grandes estafas y arruinan a miles de personas, estamos en las mismas, es algo más que codicia, es la búsqueda de la satisfacción de una necesidad muy especial que ellos tienen: la de sentirse poderosos, mejores, más inteligentes, más hábiles (en su mente que tienen más talento que los comunes, para ellos seres debiluchos sometidos a unas porquerías llamadas conciencia, sentido de la responsabilidad, capacidad de sacrificio, de postponer apetitos, etc).

Mucha gente que no es mala podrá dar de baja de la suscripción de la vida, pero desde luego no lo hará para proporcionarse un subidón de adrenalina.
 

Buster

Será en Octubre
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26 Sep 2008
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Cuando un orate mata a una persona que al atracarla no le ha puesto ningún impedimento, le ha dado sin rechistar todo lo que llevaba y el "atracador" aún así lo mata, es porque se buscaba dar de baja de la suscripción de la vida y alegar que el atacado le agredió a su vez y tuvo que defenderse.
¿Y puede ser el caso contrario? Cuando el atracador trata de huir y el atracado lo mata, como en el caso del yerno de los Tous.
 

Antipsicópata

Madmaxista
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10 Sep 2011
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¿Y puede ser el caso contrario? Cuando el atracador trata de huir y el atracado lo mata, como en el caso del yerno de los Tous.
No conozco el caso pero si el ladrón obtuvo todo el dinero que buscaba y aún así mató, es probable que fuese orate.

Cuantísimos casos se siguen produciendo de gente a la que le entran en su chalet 1, 2 o 3 individuos, por ejemplo, uno orate y 2 sociópatas y se recrean torturando después de tener en su poder todo lo que podían llevars, y finalmente los dan el pasaporte a todos. Estos casos se producen más a menudo de lo que la prensa va a hacer público.

Cuando hay ensañamiento, muy mal asunto. Suelen ser obras de personalidades psicopáticas. Uno puede llevar a cabo una venganza, alguien puede querer dar de baja de la suscripción de la vida al asesino de un hijo, por ejemplo. Pero para hacer daño hay que estar hecho de una pasta muy especial. O tener carencia de cierta pasta, más bien....:roto2:

Se puede dar de baja de la suscripción de la vida por repruebo a alguien que conoces, que te ha hecho un daño, un gran perjuicio, pero dar de baja de la suscripción de la vida a sangre fría, como un trámite más cuando no es necesario es porque en realidad sí es necesario. Para algunos seres es necesario. Como que llevarse el dinero, tratándose de ciertos individuos, es secundario.
 
Última edición:

Ceibe

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27 Jul 2011
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Soy una orate :8: anodadada me hallo...
 
M

Miembro eliminado 37497

Guest
Si te ves reconocido en este artículo tienes un perfil psicopático:

LA TRÍADA OSCURA
Mi cuñado, Leonard Wolf, es un hombre amable y compasivo, un
estudioso de Chaucer y un experto en la literatura y la cinematografía de terror.
Esos intereses le llevaron, hace ya unos cuantos años, a escribir un libro sobre
un asesino en serie de la vida real que, antes de ser atrapado, había estrangulado
a diez personas, incluidos tres miembros de su propia familia.
Para ello, Leonard visitó al asesino en prisión en varias ocasiones.
Cuando finalmente logró acopiar el coraje necesario, le formuló la pregunta que
más le desconcertaba:
¿Cómo pudo hacer una cosa tan espantosa? ¿Acaso no sintió
compasión por sus víctimas?
¡Oh no! replicó entonces el asesino con toda naturalidad . Tuve
que desconectar esa parte de mí porque, de haber experimentado su sufrimiento,
jamás hubiera podido hacerlo.
La empatía es el principal inhibidor de la crueldad, por ello la represión
de la tendencia natural a experimentar lo que los demás sienten nos permite
tratarlos como si no fueran más que una cosa.
La espeluznante respuesta de ese estrangulador Tuve que desconectar
esa parte de mí
alude a la posibilidad de truncar a propósito la empatía y
contemplar fríamente el sufrimiento ajeno. Es precisamente por ello uno de los
desencadenantes de la crueldad consiste en la represión de la tendencia natural
que nos permite conectar con los demás y sentir lo que sienten.
Quienes carecen de la capacidad de establecer contacto con los demás
caen típicamente dentro del ámbito del narcisismo, el maquiavelismo y la
psicopatía, es decir, lo que los psicólogos han calificado como la tríada
oscura . Todas ellas comparten, en distinta medida, rasgos a veces muy
ocultos
tan poco atractivos como el rencor, la hipocresía, el egocentrismo, la
agresividad y la insensibilidad. 1
No estaría de más que nos familiarizásemos con estas tres modalidades,
aunque sólo fuera para conocerlas mejor, porque la sociedad moderna, que
glorifica las motivaciones egoicas e idealiza a los semidioses de la fama y la
vanidad, puede estar promoviendo inadvertidamente su florecimiento.
Aunque la mayor parte de las personas que caen dentro de la tríada
oscura no satisfacen completamente los criterios del diagnóstico psiquiátrico, en
sus polos más extremos se pierden en la enfermedad mental o se convierten en
auténticos criminales, especialmente en el caso de los orates. Pero la
variedad subclínica resulta mucho más habitual y vive entre nosotros y
podemos encontrarlos en las oficinas, las escuelas, los bares y cualquier recodo
de la vida cotidiana.
El narcisista: Sueños de gloria
El jugador de rugby al que llamaremos Andre se ha ganado a pulso la
justificada fama de ser un engreído y todo el mundo le adora por hacer las
jugadas más espectaculares y difíciles en los momentos más críticos de los
partidos más importantes. Y parece que sus esfuerzos son mayores cuanto más
ruge el público, más brillan los focos y mayor es el riesgo.
En los momentos más difíciles dijo uno de sus compañeros de
equipo a un periodista nos encanta contar con su presencia.
Pero la verdad es que Andre se apresuró a agregar
es un tipo
realmente insoportable. Siempre llega tarde a los entrenamientos, se pavonea
como si fuera Dios jugando al rugby y jamás le he visto hacer un buen placaje.
Además, Andre tiene la costumbre de desaprovechar las jugadas más
sencillas, especialmente en los entrenamientos y en los partidos sin importancia
hasta el punto de que, en cierta ocasión, casi se pelea con un compañero por no
haberle pasado el balón a él sino a otro jugador que, por cierto, acabó
marcando un gol.
Andre ilustra una variedad del narcisismo. A esas personas sólo les
interesan los sueños de gloria.2 Los narcisistas se aburre con la rutina y sólo
parecen florecer cuando se ven obligados a enfrentarse a un reto difícil, un
rasgo que resulta muy adaptativo en aquellos entornos como los pleitos o el
liderazgo
en los que el individuo se ve obligado a moverse en situaciones
habitualmente muy estresantes.
Las versiones sanas del narcisismo se originan en la sensación del niño
mimado de ser el centro del universo y de que sus necesidades son más
importantes que las de los demás. De esa sensación parece derivarse la
autoestima que proporciona al adulto una confianza en sí mismo proporcional a
su nivel de talento, uno de los ingredientes fundamentales del éxito y en cuya
ausencia se repliega y deja de ejercer los dones y las fortalezas que pueda
poseer.
Pero, para que el narcisismo sea realmente sano, debe poseer también una
buena dosis de empatía. En este sentido podríamos decir que, cuanto mayor sea
la capacidad de la persona de tratar a los demás como a sí mismo, más sano
tiende a ser el narcisismo.
Son muchos los narcisistas que se sienten atraídos por aquellos trabajos
de perfil elevado en los que se hallan sometidos a una intensa presión y en los
que pueden desplegar sus mejores talentos y los beneficios también son
mayores, a pesar del riesgo que puedan entrañar. En todos estos casos como
sucedía en el de Andre , el narcisista parece esforzarse más cuanto mayores
son las posibles recompensas.
Esta modalidad de narcisismo puede generar auténticos líderes. En
opinión de Michael Maccoby, un psicoanalista que se ha dedicado al estudio
y tratamiento
de los líderes narcisistas, se trata de un trastorno cada vez más
frecuente en los escalafones superiores del ámbito empresarial y que está
directamente relacionado con la competencia, el salario y el glamour.3
Estos líderes ambiciosos y seguros de sí mismos pueden ser muy eficaces
en el competitivo mundo de la empresa actual. Los mejores de ellos son
estrategas dotados y creativos, capaces de formarse una idea global de la
situación, enfrentarse adecuadamente a los retos que les presente la vida y
transmitir un legado positivo a sus subordinados. En este sentido, los narcisistas
más productivos combinan la adecuada confianza en sí mismos con la
capacidad de admitir las críticas, al menos, las críticas que proceden de un
amigo.
Los líderes narcisistas sanos también son capaces de autorreflexión y
están abiertos a la prueba de la realidad. Son personas que poseen la suficiente
perspectiva como para disfrutar durante la búsqueda de sus objetivos. Su
apertura a la información nueva, por otra parte, les torna menos vulnerables a
las situaciones imprevistas y les permite, en consecuencia, tomar decisiones
más razonables.
Pero los narcisistas patológicos, por su parte, no buscan tanto ser amados
como admirados. Entre sus principales fortalezas se cuenta la capacidad de
tener una visión convincente de las cosas que les dota de una habilidad especial
para tener seguidores. A menudo innovadores en el ámbito de los negocios, no
se ven motivados por tener un alto estándar de excelencia interna, sino por los
beneficios adicionales que acompañan al logro de los objetivos propuestos. Y
puesto que les interesan muy poco los efectos de sus acciones sobre los demás,
no son nada escrupulosos con los medios utilizados y suelen despreocuparse por
el coste humano que todo ello pueda suponer. Según Maccoby, estos líderes
también pueden resultar especialmente atractivos en tiempos turbulentos,
aunque sólo sea porque no tienen ningún problema en emprender acciones que
provoquen cambios radicales.
Pero la empatía de esos narcisistas es selectiva y su búsqueda de gloria
les lleva, con cierta frecuencia, a hacer la vista subida de peso. No es de extrañar, por
tanto, que no muestren el menor empacho en cerrar una empresa, venderla o
despedir a miles de empleados sin preocuparse siquiera por la catástrofe
personal que ello pueda suponer para sus empleados. Porque el hecho es que, en
ausencia de empatía, los remordimientos no existen y estos líderes son
impasibles a las necesidades y sentimientos de sus subordinados.
La sensación de autoestima constituye otro signo muy importante del
narcisismo sano. En este sentido, los narcisistas patológicos suelen poseer una
autoestima muy pobre, lo que genera una inestabilidad y una vulnerabilidad
interna que cierra a las críticas aun al más inspirado de los líderes. Es por ello
que este tipo de líder evita todo feedback constructivo, que siempre percibe
como un ataque. Esta hipersensibilidad a las críticas también lleva a los líderes
narcisistas a desdeñar la información, que sólo buscan de manera selectiva,
aferrándose a aquellos datos que corroboran su punto de vista e ignorando, al
mismo tiempo, los que lo refutan. Son personas que no saben escuchar, sino que
prefieren predicar y adoctrinar.
Algunos líderes narcisistas logran resultados espectaculares, mientras que
otros provocan auténticos desastres. Cuando albergan sueños irreales, carecen
de limitaciones e ignoran los sabios consejos que puedan brindarles, lo que bien
puede acabar arrastrando a toda una empresa por un sendero equivocado. Es por
todo ello que Maccoby advierte que, dado el gran número de líderes narcisistas
que dirigen el mundo empresarial, las organizaciones deberían buscar bien en
buscar un sistema adecuado de compensaciones que les obligase a escuchar y
tener en cuenta las opiniones ajenas. No es de extrañar que, en las
circunstancias actuales, acaben aislados tras un muro de aduladores.
Cierto director general narcisista solicitó, en una ocasión, psicoterapia a
Maccoby con la intención de descubrir por qué se enfadaba tan fácilmente con
sus subordinados y se tomaba como una afrenta personal hasta las más valiosas
sugerencias, sin tener en cuenta a las personas que las habían propuesto. Esa
psicoterapia le permitió rastrear e identificar el origen de su ira hasta el
sentimiento infantil de no haber sido valorado jamás por su distante padre que,
hiciera lo que hiciese, nunca parecía satisfecho con sus logros. Entonces fue
cuando se dio cuenta de que todos sus esfuerzos estaban dirigidos a compensar
con las alabanzas de sus subordinados esa necesidad emocional infantil
insatisfecha. Es por ello que, en cada ocasión en que se sentía infravalorado, no
tardaba en enfurecerse.
Esa comprensión alentó un cambio que le permitió empezar a tomarse en
broma su apremiante necesidad de aplauso. En un determinado momento reunió
a su equipo directivo y les anunció que había emprendido un psicoanálisis,
solicitándoles su opinión al respecto. Tras una larga pausa, un alto ejecutivo
acopió finalmente el coraje necesario para decirle que hacía tiempo que no le
veía enojarse y que, independientemente de lo que estuviera haciendo, estaba
sentándole bien y debía seguir en ello.
El lado oscuro de la lealtad
Mis alumnos dice cierto profesor de una escuela empresarial
consideran la vida dentro de una organización como una especie de feria de
las vanidades en la que quien quiere prosperar no tiene más remedio que
adular a sus superiores.
Según esos alumnos, la adulación es una de las condiciones
imprescindibles del ascenso y poco importa si, a lo largo de este proceso, se ven
obligados a ocultar, minimizar o distorsionar información importante, porque
con astucia y un poco de suerte, siempre habrá alguien que acabe cargando con
los platos rotos.4
Ese cinismo pone claramente de relieve el peligro que entraña el
narcisismo patológico. Y, cuando esa visión es compartida por una masa crítica
de empleados y se convierte en el protocolo estándar, la organización entera
acaba asumiendo rasgos manifiestamente narcisistas.
Son muchos los problemas generados por este tipo de narcisismo en el
ámbito empresarial. En primer lugar, el hecho de que todo el mundo aliente el
delirio de grandeza del jefe o infle una falsa imagen colectiva se convierte en
una norma operativa que no tarda en impedir toda disidencia sana. Por otro
lado, las organizaciones que carecen de una visión clara y completa de la
realidad pierden la capacidad de responder ágilmente a las demandas que se les
presentan.
A decir verdad, toda empresa quiere que sus empleados estén orgullosos
de trabajar en ella y crean compartir una misión importante, de modo que una
dosis sana y adecuada de narcisismo no entraña ningún problema. El problema
aparece cuando el orgullo no se asienta en los logros reales, sino en una
necesidad desesperada de alabanza.
Este peligro es todavía mayor cuando el líder narcisista sólo está
dispuesto a aceptar mensajes que confirmen su propia sensación de grandeza ya
que, cuando ese líder se torna, a su vez, portador de malas noticias, sus
subordinados empiezan a ocultar deliberadamente los datos que no concuerdan
con la imagen grandiosa. Y no es preciso, para provocar esta distorsión de la
realidad, motivación clínica alguna, porque los mismos empleados cuyo ego se
siente ensalzado por el simple hecho de pertenecer a la organización
distorsionarán deliberadamente la verdad a cambio de las sensaciones generadas
por la adulación del grupo.
Pero la principal víctima del narcisismo colectivo patológico no es la
verdad, sino la relación auténtica entre los empleados. En tal caso, todo el
mundo parece conspirar tácitamente para mantener viva la ilusión compartida,
un entorno en el que prosperan la distorsión y la paranoia, al tiempo que el
trabajo se degrada hasta convertirse en una mera farsa.
En una escena profética de la película de 1983 Silkwood, Karen
Silkwood, una cruzada contra la corrupción en el mundo empresarial, descubre
casualmente al director de una planta industrial retocando fotografías de las
soldaduras de las barras de combustible de un reactor nuclear para que un
trabajo defectuoso cobrase apariencia de seguridad.
Pero el directivo no parecía albergar ninguna duda sobre la flagrante
violación de las normas de seguridad en la que estaba incurriendo. Lo único que
le preocupaba era entregar el trabajo en el tiempo previsto, sin demora que
pusiera en peligro a la empresa y a sus empleados. Por ello se consideraba un
ciudadano ejemplar de la organización.
Desde la época en la que se filmó esa película denuncia ha habido varios
accidentes de este tipo que no sólo han afectado a un reactor nuclear, sino a
todo el entramado de empresas que giraban en torno a Chernobyl. Bajo las
mentiras más descaradas y los fraudes fiscales más sofisticados, esas empresas
se hallaban atrapadas en este problema, el narcisismo colectivo patológico.
Por más que afirmen explícitamente querer conocer la verdad, lo cierto es
que las organizaciones narcisistas alientan tácitamente la hipocresía. No
olvidemos que las ilusiones compartidas florecen en relación directa a la
negación de verdad. Y, cuando el narcisismo afecta a toda la empresa, quienes
se atreven a poner en cuestión los motivos de alabanza aun esgrimiendo datos
cruciales
constituyen una seria amenaza de fracaso y vergüenza para el
narcisista, cuya respuesta refleja es la rabia. No es de extrañar que las empresas
narcisistas no tarden en amonestar, degradar o despedir a quienes osan
cuestionar la grandiosidad del grupo.
La organización narcisista es un universo jovenlandesal, un mundo cuyas metas,
bondades y medios no se ven cuestionados, sino que son considerados como la
verdad absoluta. En tal empresa no existe, en consecuencia, impedimento
alguno para recurrir a los medios necesarios para alcanzar los objetivos
deseados. De este modo, la continua autocomplacencia impide que nos demos
cuenta de lo mucho que nos hemos divorciado de la realidad, porque las reglas
no parecen aplicarse a nosotros, sino tan sólo a los demás.
El lema del narcisista: Los demás sólo existen para adorarme
Ella había comenzado prometiéndole que le leería un pasaje de una
novela pronográfica, pero ahora estaba furioso. Al comienzo todo pareció ir
muy bien, ella empezó a leer en voz alta y seductora una escena tórrida y él se
sentía un poco excitado. Pero, en la medida, en que aumentaba la intensidad
erótica del pasaje, empezó a ponerse nerviosa, balbucir y tartamudear.
Finalmente llegó a un punto en el que estaba demasiado azorada como
para continuar y, alegando que el pasaje empezaba a ser demasiado
pronográfico, se negó a seguir. Pero las cosas no acabaron ahí, porque luego
agregó que, en él, había algo que la incomodaba y, para empeorar las cosas,
admitió haber seguido adelante y leído el pasaje entero a otros chicos.
Pero lo cierto era que esa misma escena se repitió en ciento veinte
ocasiones con ciento veinte hombres diferentes como parte de una investigación
realizada en cierta universidad y destinada a determinar las causas que llevan a
algunos hombres a forzar el acto sensual.5 El escenario había sido diseñado para
comenzar excitando deliberadamente a los sujetos, parar luego en seco y
finalmente frustrarles.
Pasada esta primera fase, el experimento entraba en otra en la que cada
participante tenía la oportunidad de desquitarse, valorando si la mujer había
realizado bien su trabajo y determinando si merecía o no recibir por él un pago
(y, en este último caso, cuánto debían pagarle) y si debía seguir trabajando o si,
por el contrario, debían despedirla.
La mayoría de los participantes perdonaron a la mujer, sobre todo cuando
se enteraron de que necesitaba el dinero para sufragar sus estudios pero, como
es habitual, los narcisistas fueron los que más se indignaron y los que
recomendaron adoptar medidas más estrictas. La investigación demostró que,
en todos los casos, los narcisistas se consideraron engañados y también fueron
los más implacables. Otra investigación demostró también que, cuanto más
narcisista es el hombre, más elevadas son las puntuaciones que alcanza en una
prueba de actitudes sobre la violencia sensual. Es por todo ello que la conclusión
a la que arribaron los investigadores fue la de que, en el caso de haberse tratado
realmente de una cita, los narcisistas hubieran sido, con toda probabilidad, los
más proclives a forzar una relación sensual, independientemente de las protestas
de su pareja.
Pero aun los narcisistas patológicos pueden llegar, en ocasiones, a ser
encantadores. No olvidemos que el término narcisista se deriva del mito
griego de Narciso, que estaba tan fascinado con su belleza que acabó
enamorándose de su imagen reflejada en un estanque. La ninfa Eco también se
enamoró de él, pero acabó rechazada y con el corazón roto, por ser incapaz de
competir con la fascinación que Narciso sentía por sí mismo.
Son muchas, como sugiere el mito, las personas que se sienten atraídas
por los narcisistas, aunque sólo sea por el carisma derivado de la confianza que
tienen en sí mismos. Pero los narcisistas patológicos también son muy
expeditivos en su rechazo de los demás y, al contemplarse a sí mismos en
términos exclusivamente positivos son, comprensiblemente, más felices cuando
se casan con personas aduladoras.6 A fin de cuentas, el eslogan típico del
narcisista podría ser: Los otros sólo existen para adorarme .
De todos los miembros de la tríada oscura, los narcisistas con los más
ufanos de sí mismos, todo ello convenientemente aderezado con una dosis
necesaria de autoengaño.7 Son muy egoístas y se atribuyen el mérito de los
éxitos, sin asumir jamás la culpa de los fracasos. Se sienten merecedores de la
gloria y no tienen problema alguno en usurpar alegremente el mérito del trabajo
ajeno (sin ver en ello nada equivocado... como tampoco, por cierto, en ninguna
otra cosa que puedan hacer).
Una de las pruebas estándar del narcisismo se ocupa de determinar, entre
otras muchas cosas, si la persona posee una sensación desproporcionada de
superioridad, si tiene fantasías obsesivas y desmesuradas, si experimenta rabia o
vergüenza ante las criticas, si espera favores especiales y si carece de empatía.8
Esta falta de empatía es, precisamente, la que le lleva a ignorar los efectos que
su brusquedad egoísta provoca en la imagen que los demás tienen de él.
Aunque, en ocasiones, pueden ser selectivamente encantadores, los
narcisistas suelen mostrarse bastante desagradables. Poco proclives a la
intimidad emocional, son muy competitivos, cínicos y desconfiados y no dudan
en manipular a las personas que les rodean, glorificándose a sí mismos en
detrimento de los demás. Lo más curioso, sin embargo, es que suelen
considerarse personas amables.9
No es de extrañar que, en estas condiciones, la inflación del ego aparezca
con mucha más frecuencia en las culturas individualistas que en aquellas otras
que alientan el éxito compartido. Las culturas colectivas imperantes en el
Extremo Oriente y el norte de Europa valoran el ajuste al grupo y comparten
tanto los esfuerzos como las recompensas, al tiempo que renuncian a toda
expectativa de ser tratados como personas especiales. Por su parte, las culturas
individualistas como las de Estados Unidos y Australia, por ejemplo, tienden a
alentar los esfuerzos y las recompensas individuales. En este sentido, por
ejemplo, los estudiantes universitarios de nuestro país consideran que su
desempeño en la mayoría de las tareas supera al 66 por ciento de sus
semejantes, mientras que la puntuación al respecto de los estudiantes japoneses
se ubica en torno al 50 por ciento.10
El maquiavélico: Mi fin justifica los medios
El gerente de un gran departamento de un gigante industrial europeo
poseía una reputación un tanto ambigua ya que, mientras que sus subordinados
le temían y odiaban, su jefe le encontraba realmente encantador. Socialmente
muy brillante, hacía todo lo que estuviese en su mano para impresionar no sólo
a su jefe, sino también a todos los clientes. Pero, en cuanto volvía a recluirse en
su despacho, no tardaba en convertirse en el tirano mezquino de siempre,
gritando sin empacho a quienes hacían las cosas mal y sin alentar tampoco a los
que sobresalían.
Un asesor independiente contratado por la empresa para valorar la
actuación de sus directivos detectó de inmediato lo desmoralizados que estaban
los empleados de ese departamento. No hicieron falta muchas entrevistas para
que detectara el egocentrismo de ese directivo, que no mostraba el menor
interés por la empresa ni por las personas cuyo esfuerzo le hacían acreedor de
las alabanzas de su jefe.
El asesor recomendó entonces su sustitución, cosa que el director general
acabó admitiendo a regañadientes, pero nuestro hombre no tuvo el menor
problema en deslumbrar a su nuevo jefe y encontrar otro trabajo similar.
Todos reconocemos de inmediato a este ejecutivo manipulador, porque
impregna la cultura popular y lo hemos visto en incontables ocasiones en los
ámbitos del cine, el teatro y la televisión. Es el estereotipo del bellaco, el
malvado insensible y refinado que no tiene empacho alguno en aprovecharse de
los demás.
Se trata de un personaje tan viejo que ya vemos en forma del malo
Ravana en la epopeya india del Ramayana y tan contemporáneo como el
emperador del mal de la saga de La guerra de las galaxias. Aparece en
innumerables ocasiones y bajo los ropajes más diversos como el científico loco
que aspira a dominar el mundo o el jefe encantador y desalmado de una banda
de criminales al que todos odian por su maldad y su falta de escrúpulos.
Cuando Nicolás Maquiavelo escribió El príncipe, el manual del siglo
XVI en el que describe las estrategias necesarias para alcanzar y conservar el
poder político sin importar, para ello, los medios utilizados, dio por sentado que
el gobernante ambicioso sólo piensa en sus propios intereses, sin mostrar la
menor preocupación por sus subordinados ni por las personas que debe aplastar
para alcanzar sus objetivos.11 Para el maquiavélico, el fin justifica los medios,
independientemente del sufrimiento que ello pueda provocar. Ésta fue la ética
que floreció durante los siglos posteriores entre los seguidores de Maquiavelo
en los invernaderos de las cortes reales europeas (y que todavía sigue
floreciendo en muchos círculos políticos y empresariales del mundo
contemporáneos).
Maquiavelo no creía en el altruismo y consideraba que el egoísmo es la
única fuerza impulsora de la naturaleza humana. En realidad, sin embargo, es
muy probable que el político maquiavélico no considere egoístas ni malvados
sus fines, porque siempre puede encontrar una justificación racional
convincente. No es de extrañar, por tanto, que los gobernantes totalitarios sigan
justificando su tiranía en la necesidad de proteger al Estado de algún adversario
siniestro, aunque sólo se trate de un enemigo imaginario.
La psicología ha tomado el adjetivo maquiavélico para aplicarlo a
aquellas personas cuya visión del mundo refleja esta actitud cínica según la cual
todo vale . De hecho, las escalas de maquiavelismo más empleadas suelen
basarse en afirmaciones extraídas del libro de Maquiavelo, como la que sostiene
que La diferencia que existe entre los criminales y los demás es que aquéllos
son lo suficientemente estúpidos como para dejarse atrapar y aquella otra
según la cual La mayoría de la gente olvida más rápido la muerte de sus padres
que la pérdida de sus propiedades .
Este tipo de inventarios psicológicos no establece ningún tipo de juicios
jovenlandesales, hasta el punto de que los talentos que exhibe el maquiavélico entre
los que se cuentan el encanto, la astucia y la confianza
pueden ser
considerados como deseables en contextos muy diversos, que van desde las
ventas hasta la diplomacia y la política. Por otra parte, el maquiavélico tiende a
ser cínicamente calculador y arrogante y suele comportarse de un modo que
socava la confianza y la cooperación de sus semejantes.
Los maquiavélicos son muy calculadores y fríos y no tienen el menor
interés en establecer conexiones emocionales y, al igual que sucede con los
narcisistas, consideran a los demás en términos estrictamente utilitarios como
simples medios que pueden ser manipulados para el logro de sus propios
objetivos. Uno de ellos por ejemplo confió, en cierta ocasión, a un consejero
que acababa de despedir a su novia, poniendo así de manifiesto una visión del
mundo según la cual los demás, independientemente del papel que desempeñen
son, para ellos, piezas intercambiables.
Son muchos los rasgos que el maquiavélico comparte con las otras dos
ramas de la tríada oscura, como la antipatía y el egoísmo. Pero, a diferencia de
lo que sucede con los casos del narcisista y del orate, el maquiavélico es
realista consigo mismo y con los demás, sin inflar nunca las cosas ni empeñarse
tampoco en impresionar a nadie.12 Pareciera, en este sentido, que el
maquiavélico prefiere ver las cosas con claridad porque, de ese modo, puede
manipular mejor a los demás.
Según algunos teóricos de la evolución, la inteligencia humana apareció
en la prehistoria como una forma de operar que se encuentra al servicio de la
supervivencia. Desde esa perspectiva, el éxito podía depender de la habilidad
para conseguir la mejor parte sin que el grupo le echase a patadas, una
estrategia que hoy puede seguir proporcionando algún que otro éxito personal a
directivos maquiavélicos como el gerente del tipo beso hacia arriba patada
hacia abajo que hemos mencionado anteriormente. A largo plazo, sin embargo,
las estrategias desplegadas por el maquiavélico suelen envenenar sus relaciones
y creando una mala reputación que acaba conduciéndole al fracaso. No es de
extrañar, por tanto, que su biografía esté inevitablemente salpicada de antiguos
amigos, antiguos amantes y antiguos socios que alberguen hacia él un amargo
resentimiento. Pero una sociedad tan móvil como la nuestra ofrece al
maquiavélico un nicho ecológico idóneo en el que no tiene dificultades para
desplazarse a nuevos territorios lo suficientemente alejados como para no verse
atrapados por sus fechorías.
Los maquiavélicos suelen tener una visión excesivamente unidireccional
de la empatía, focalizándose en las emociones de la persona a la que quieren
manipular para alcanzar sus propios fines. Además, también suelen poseer una
menor sintonía empática que los demás13 y su frialdad parece derivarse de una
carencia esencial en el procesamiento de las emociones, tanto propias como
ajenas. La suya es una visión estrictamente racional y probabilística del mundo
que no sólo se halla despojada de emociones, sino también del sentido ético que
naturalmente impregna las relaciones interpersonales. De ahí, precisamente, se
deriva su tendencia a la maldad.
Al carecer de la capacidad de sentir con los demás, los maquiavélicos no
pueden sentir por ellos y, como sucedía con el asesino en serie con el que
ilustrábamos el comienzo de este capítulo, tienen necesidad de mantener
desconectada una parte de sí mismos. Para ellos, las emociones son tan
desconcertantes que, en los momentos de ansiedad, tal vez no sepan si, como
dijo un experto, se sienten «tristes, cansados, hambrientos o simplemente
mal».14 Quizás sea por ello que el maquiavélico trata de compensar la aridez de
su mundo emocional con exageradas necesidades primordiales de sesso, dinero o
poder ya que sus dificultades se derivan de la imposibilidad de satisfacer todos
esos impulsos con un equipamiento interpersonal que carece de un rango crucial
del radar emocional.
A pesar de todo ello, sin embargo, suelen mostrar una gran capacidad
para sentir lo que alguien puede estar pensando a la que se aferran para
encontrar su lugar en el mundo. En este sentido, los maquiavélicos son grandes
estudiosos del mundo interpersonal al que sólo pueden acceder de manera
superficial, porque su sagaz cognición social les permite detectar matices e
imaginar el modo en que las personas podrían reaccionar ante determinadas
situaciones. Estas capacidades son, precisamente, las que posibilitan su
legendaria superficialidad social.
Como ya hemos visto, algunas de las definiciones actuales de la
inteligencia social se basan fundamentalmente en este tipo de sabiduría social
y podrían dar una elevada puntuación a los maquiavélicos. Pero, aunque su
cabeza sepa lo que hay que hacer, su corazón sigue sin tener la menor idea. Hay
quienes consideran esta combinación de fortaleza y debilidad como una
deficiencia que el maquiavélico trata de compensar mediante la astucia
egoísta.15 Pero, desde esa perspectiva, su capacidad manipuladora trata de
compensar su ceguera a todo el amplio rango de las emociones, una forma
lamentable de adaptación que acaba envenenando sus relaciones.
El orate: El otro como objeto
El tema de la sesión de terapia de cierto hospital acabó derivando un buen
día hacia la comida que servían en la cafetería. Unos alabaron entonces los
postres, otros se refirieron a lo mucho que engordaba y uno afirmó su
expectativa de que no volvieran a cocinar lo mismo de siempre.
Pero la cabeza de Peter iba en una dirección completamente diferente,
porque sus pensamientos giraban en torno al dinero que habría en la caja
registradora, cuánta gente se interpondría en el camino que separaba la caja de
la puerta de salida y cuánto tiempo tardaría en encontrar una chica con la que
pasar un buen rato.16
Peter estaba en el hospital a causa de una orden judicial expedida por
haber violado la libertad condicional. Desde su adolescencia, Peter había
abusado del alcohol y de las drojas y se había mostrado agresivo con mucha
frecuencia. Actualmente sufría condena por haber realizado llamadas
telefónicas amenazadoras y, en ocasiones anteriores, había estado en la guandoca
por lesiones y daño a la propiedad. También admitía libremente haber robado a
su familia y a sus amigos.
El diagnóstico de Peter era el de psicopatía, es decir, trastorno de
personalidad antisocial , el nombre con el que el manual de diagnóstico
psiquiátrico denomina hoy en día a un desorden que también se conoce como
sociopatía . Pero, independientemente del modo en que lo llamemos, el
trastorno se asienta en el engaño y la desconsideración, una falta de
responsabilidad que no genera el menor remordimiento sino tan sólo
indiferencia
hacia el sufrimiento emocional que su conducta pueda provocar
en los demás.
Peter, por ejemplo, no entendía que su conducta pudiera resultar lesiva
para los demás. Cuando, durante los encuentros que tenía con su familia, su
progenitora le hablaba del sufrimiento que les causaba, Peter siempre se sorprendía,
se ponía a la defensiva y acababa asumiendo el papel de víctima . Era incapaz
de admitir que había utilizado a su familia y a sus amigos para sus propios fines
y permanecía, en consecuencia, indiferente al dolor que les causaba.
Para los orates, los demás son siempre un ello que pueden usar y
tirar a voluntad. Esto puede resultar un tanto familiar, porque hay quienes
consideran que la tríada oscura se refiere realmente a diferentes puntos del
mismo continuo que va desde el narcisismo sano hasta la psicopatía. En
realidad, el orate y el maquiavélico parecen tan similares que hay quienes
consideran que ésta es la versión subclínica de aquélla (razón, dicho sea de
paso, por la cual no acaba en la guandoca).17 El test fundamental de la psicopatía
incluye la evaluación del egocentrismo maquiavélico , que se pone de
manifiesto en su aquiescencia con afirmaciones del tipo Siempre velo por mis
intereses antes de preocuparme por los intereses ajenos .18
A diferencia, sin embargo, de los maquiavélicos y de los narcisistas, los
orates casi nunca experimentan ansiedad. De hecho, parecen ignorar lo que
es el miedo y están en la desacuerdo con afirmaciones del tipo Saltar en
paracaídas me da mucho miedo . También parecen inmunes y pueden
permanecer tranquilos en situaciones que aterrorizarían a muchas personas. Esta
peculiar ausencia de miedo de los orates es un rasgo que se ha puesto
reiteradamente de manifiesto en un determinado experimento en el que los
sujetos esperaban recibir una descarga eléctrica.19 Lo más habitual es que,
quienes esperan recibir una descarga, muestren una elevada tasa de indicadores
individuales de la ansiedad, como el aumento de la sudoración y del ritmo
cardíaco, cosa que no sucede en el caso de los orates.20
Esta frialdad indica que el orate puede ser más peligroso que el
maquiavélico o el narcisista. Al no experimentar ningún tipo de miedo
anticipatorio, el orate puede permanece completamente sereno en las
situaciones emocionalmente más intensas, lo que le torna proclive a soslayar
cualquier amenaza de castigo. Esta indiferencia a las consecuencias que lleva a
los demás a obedecer la ley convierte a los orates en los principales
candidatos a prisión de los componentes de la tríada oscura.21
Los orates presentan una curiosa distorsión de la empatía que les
impide reconocer el miedo o la tristeza en el rostro o en la voz de los demás.
Cierto estudio de imagen cerebral realizado con un grupo de orates
criminales evidencia un déficit en varios circuitos asociados a la amígdala, en
un módulo cerebral esencial para la lectura de este rango de emociones y en el
área prefrontal que inhibe los impulsos.22
El vínculo permite que las personas experimenten en sí mismas el
malestar de los demás, cosa que no sucede en el caso de los orates, porque
sus circuitos neuronales le insensibilizan a la franja del espectro emocional
asociada al sufrimiento.23 La crueldad del orates parece insensibilidad
porque, al carecer de radar que les permita detectar el sufrimiento humano, es
literalmente indiferente.24
Como sucede con el caso de los maquiavélicos, los orates suelen ser
muy diestros en la cognición social y saben meterse en la piel de los demás para
hacerse una idea de sus pensamientos y sentimientos y poder así apretar los
botones adecuados . La persuasión social constituye otro de sus rasgos
distintivos, por lo que el test también incluye ítems tales como Por más
molestos que los demás estén conmigo, siempre acabo convenciéndoles con mi
encanto . Hay evidencia además de que algunos orates criminales utilizan
los libros de autoayuda para aprender a manipular mejor a los demás y
conseguir así mediante un enfoque tan rudimentario como el de aprende a
dibujar uniendo los puntos lo que quieren de ellos.
También hay quienes, hoy en día, emplean la expresión orates
exitosos para referirse a quienes confiesan abiertamente haber participado en
robos, tráfico de drojas, crímenes violentos y similares sin haber sido acusados
ni condenados por ello. En cualquiera de los casos, sin embargo, su
criminalidad, combinada con su pauta clásica de encanto y desenvoltura
superficiales, mentira patológica y un largo historial de impulsividad, les hace
acreedores perfectos al estatus de psicopatía. Según esta teoría, estos orates
son exitosos porque, aunque presentan las mismas tendencias que sus
congéneres, reaccionan con más ansiedad ante la expectativa del miedo, lo que
les lleva a ser más cautelosos y, en consecuencia, menos proclives a acabar en
prisión.25
Esta insensibilidad y frialdad suele aparecer a una edad muy temprana, ya
que la ternura parece completamente ajena al mundo interno de los orates.
Cuando un niño ve a otro enojado, asustado o triste se siente mal, lo que le lleva
a tratar de ayudarle para que se sienta mejor. Pero éste es un rasgo
completamente ajeno a la infancia del orate que, siendo niño, no suele
percibir el sufrimiento emocional de los demás y, en consecuencia, no pone
freno a la maldad ni a la crueldad. Es por ello que hacer daño animales constituye
un precursor de la psicopatía adulta. Otros rasgos que presagian este tipo de
conducta son el acoso escolar, la conducta intimidatoria, las peleas, el sesso
forzado, provocar fuego y una amplia diversidad de delitos contra la propiedad
y las personas.
No es infrecuente que, cuando consideramos a los demás como un mero
objeto, acabemos maltratándolos y abusando de ellos. Esta insensibilidad
alcanza su cúspide en el caso de los orates criminales, como los asesinos en
serie o los corruptores de menores, cuya frialdad refleja su falta de empatía y su
profunda incapacidad para experimentar el malestar de sus víctimas. No es de
extrañar, teniendo en cuenta todo lo dicho, que cierto violador en serie
encarcelado se refiriese al terror que provocaba en sus víctimas diciendo:
«Realmente no lo entiendo. Yo también estaba asustado y no disfrutaba de la
situación».26
El estímulo jovenlandesal
En los últimos minutos de un reñido partido que debía decidir el equipo
que pasaría a la siguiente fase de la liga universitaria, John Caney, entrenador
del equipo de baloncesto de la Temple University, apeló a medidas
desesperadas.
Chaney sacó entonces a la cancha a un gigante de casi dos metros y
ciento trece kilos de peso con la intención de que hiciese todas las faltas
necesarias sin importar que, de ese modo, lesionase a los jugadores del equipo
contrario. Pero una de esas faltas envió al hospital con un brazo roto a uno de
sus contrincantes con una lesión que le mantendría en el banquillo durante el
resto de la temporada.
Entonces fue cuando Chaney se expulsó a sí mismo. Luego llamó por
teléfono al jugador lesionado y a sus padres para disculparse y se ofreció a
pagar la factura del hospital.27 Como dijo el mismo Chaney a un periodista:
«Me siento muy mal. La verdad es que estoy muy arrepentido por lo que he
hecho».
Este arrepentimiento ilustra claramente la distinción esencial existente
entre los integrantes de la tríada oscura y otras personas que incurren en actos
censurables. El remordimiento y la vergüenza y sus primos hermanos la
vergüenza, la culpabilidad y el orgullo
son emociones sociales o
jovenlandesales , algo que los integrantes de la tríada oscura sólo experimentan si
es que lo hacen de manera muy amortiguada.
Las emociones sociales presuponen la presencia de la empatía que nos
permite sentir el modo en que los demás experimentan nuestra conducta. En
este sentido, cumplen con una función de policía interna que garantiza la
armonía interpersonal al asegurarse de que lo que decimos y hacemos no
transgrede las normas de lo que resulta apropiado a una determinada situación.
Hay que decir que incluimos al orgullo entre las emociones sociales porque nos
alienta a hacer cosas que los demás valoran, mientras que la vergüenza y la
culpabilidad, por el contrario, nos mantienen a raya sirviendo como una especie
de castigo interno por haber transgredido las normas sociales.
La vergüenza, obviamente, aparece cuando violamos una convención
social, ya sea por no mantener la distancia necesaria, por mostrarnos
descorteses o por decir o hacer algo inadecuado . De ahí el remordimiento que
experimentó cierta persona cuando se enteró de que el hombre al que acababa
de conocer y ante el que había criticado implacablemente la actuación de cierta
actriz era su esposo.
Las emociones sociales también pueden servir como un correctivo de
estos errores. Cuando alguien advierte la emergencia de signos de vergüenza
como el sonrojo, por ejemplo, los demás pueden darse cuenta de que el otro se
siente mal y pueden pedir perdón o corregir el error. Como ha descubierto
cierto estudio, las personas parecen perdonar más fácilmente a quienes se
sienten avergonzados por haber derribado sin querer un expositor de un
supermercado que a quienes se muestran indiferentes.28
El fundamento cerebral de las emociones sociales ha sido estudiado en
pacientes neurológicos propensos a incurrir en errores tales como meter la pata,
hacer revelaciones inapropiadas sobre uno mismo y otras transgresiones de las
normas que rigen las relaciones interpersonales. En este sentido, son ya
proverbiales, por, ejemplo, la imprudencia y las meteduras de pata de quienes
presentan lesiones en el área orbitofrontal.29 Algunos neurólogos han esbozado
la hipótesis de que estos pacientes han perdido la capacidad de la visión mental
y que, por ese mismo motivo, son incapaces de colegir lo que los demás piensan
sobre ellos; otros sugieren que son incapaces de registrar señales de
desaprobación o desaliento y, en consecuencia, no se dan cuenta del modo en
que los demás reaccionan a su conducta y otros, por último, consideran que sus
lapsus sociales se debe a la ausencia de señales emocionales internas que
mantendrían encaminada su conducta social.
A diferencia de las emociones tales como la ira, el miedo o la alegría, que
se hallan integradas en los circuitos neuronales del cerebro desde el mismo
momento del nacimiento o poco después de él, las emociones sociales requieren
del desarrollo de la conciencia de uno mismo, una capacidad que empieza a
emerger a partir del segundo año, cuando la región orbitofrontal se halla ya lo
suficientemente madura. Uno de los hitos fundamentales de este desarrollo
neuronal comienza a aflorar en torno a los catorce meses de edad, momento en
el cual el bebé es capaz de reconocer su imagen en un espejo. Este
reconocimiento de uno mismo en tanto que entidad única va acompañado de la
comprensión de que los demás también son entidades distintas y separadas y, en
consecuencia, coincide con la aparición de la capacidad de avergonzarnos de lo
que los demás puedan pensar de nosotros.
Antes de los dos años, el niño permanece beatíficamente inconsciente del
modo en que los demás puedan juzgarle y no experimenta, en consecuencia, la
menor vergüenza al ensuciar sus pañales, pongamos por caso. Pero, en la
medida en que cobra conciencia de que es un individuo separado y que, por
tanto, se halla también expuesto a la mirada de los demás , posee ya todos los
ingredientes necesarios para experimentar la vergüenza, la primera emoción
infantil. Pero esto no sólo requiere que el niño sea consciente del modo en que
los demás se sienten con él, sino también del modo en que él debería, a su vez,
sentirse con ellos. Esta intensificación de la conciencia social jalona la
emergencia de la empatía infantil y la capacidad de comparar, categorizar y
comprender las sutilezas del mundo social.
Otros tipos de emociones sociales nos llevan a castigar a quienes se
portan socialmente mal, por más que ello suponga para nosotros un riesgo. En
el caso de la ira altruista , por ejemplo, las personas aun sin ser las
víctimas
castigan a quienes han transgredido las normas sociales (a quienes,
por ejemplo, han abusado de la confianza de los demás). Esta ira justa parece
activar un centro de recompensa cerebral, de modo que la norma se refuerza
castigando a los transgresores ( ¡Ése se ha colado! ) proporcionándonos una
sensación interna de satisfacción con nosotros mismos.30
Las emociones sociales funcionan como una especie de brújula jovenlandesal. La
vergüenza, por ejemplo, aflora cuando los demás se dan cuenta de los errores
que hemos cometido. La culpa, por otra parte, aparece como una especie de
remordimiento interno cuando nos percatamos de que hemos cometido un error.
Hay ocasiones en que la culpa lleva a una persona a corregir sus errores,
mientras que la vergüenza, por el contrario, la pone a la defensiva. También hay
que decir que la vergüenza porta consigo la amenaza del rechazo social,
mientras que la culpa puede conducir a la expiación, pero ambas suelen operar
conjuntamente para impedir las actividades inmorales.
Pero estas emociones pierden todo su poder en los casos ilustrados por la
tríada oscura. Así, por ejemplo, los narcisistas se ven impulsados por el orgullo
y el miedo a la vergüenza, pero no experimentan ninguna sensación de
culpabilidad por sus actos egoístas, algo que también sucede en el caso de los
maquiavélicos. No olvidemos que la culpabilidad requiere del concurso de la
empatía, algo de lo que los maquiavélicos suelen carecer. Y la vergüenza sólo
emerge en los maquiavélicos de un modo muy amortiguado.
El retraso del desarrollo jovenlandesal característico de los orates se deriva
de un conjunto ligeramente diferente de carencias ligadas a estas emociones
sociales. En ausencia, por ejemplo, de culpabilidad y miedo, el castigo pierde su
eficacia y se torna explosivamente peligroso cuando se combina con la falta de
empatía por el sufrimiento ajeno. Es por ello que, aun en el caso de que sean la
causa de ese malestar, no experimentan vergüenza ni remordimiento alguno. En
estas condiciones, las emociones sociales pierden todo su poder jovenlandesal.
Aunque un orate pueda destacar en la competencia de la cognición
social, la suya es una comprensión exclusivamente intelectual de las reacciones
interpersonales y de las normas que rigen las relaciones sociales que puede
llevarle incluso a manipular mejor a sus víctimas. Es por ello que cualquier
prueba verdadera de la inteligencia social debería ser capaz de identificar y
excluir a los miembros de la tríada oscura. Necesitamos una medida que no
pueda ser superado por un maquiavélico bien entrenado y, para ello,
convendría incluir una evaluación de la preocupación empática en acción.