Captados en amazon, esclavos de la pluma

davitin

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CAPTADOS EN AMAZON, ESCLAVOS DE LA PLUMA | Soy mi palabra

He estado dándole vueltas a cómo podría explicar, sin que resulte demasiado farragoso, mi experiencia económico-literaria comparando el tiempo que estuve autopublicada con el que he estado, y sigo estando, con dos grandes editoriales. Mi intención es despejar las dudas de todos aquellos que me escriben pidiendo consejo. Sin poner demasiados datos, que los tengo, intentaré ser clara, valiente y totalmente sincera. Aunque sé que esto traerá cola.

El post es extenso, pero os aseguro que merece la pena.

Voy a redondear cifras para más comodidad, pero de ninguna manera es mi intención disfrazar la realidad.

La desesperación al no encontrar editorial me llevó a subir cuatro de mis novelas a Amazon:

En un año en AMAZON…

Conseguí:

Tener dos títulos entre los 10 más vendidos de España, Alemania, Francia e Inglaterra (hablamos de meses y meses, una de ellas año y medio en el Top 100, justo hasta que firmé).

Cientos de reseñas y comentarios positivos en la red que fomentaban el boca-oreja y abrían camino para mi próxima obra.

10.000 lectores que pagaron por mis libros (las descargas piratas son otro tema digno de discutir ampliamente).

Una media de 500€ mensuales, que Amazon me ingresaba puntualmente.

Control absoluto sobre mis obras: la posibilidad de corregir erratas, rebajar precios, poner gratis alguna de mis novelas en determinadas fechas… Y, sobre todo, tener conocimiento absoluto de todos los datos de ventas y posición en las listas, al instante.



Realmente, después de mil peripecias, y de gastar en publicar mis obras y promocionarlas por todas España un dinero que no tenía, esto de Amazon me parecía un milagro.

Fue entonces cuando se pusieron en contacto conmigo dos grandes editoriales. La una se quedó por 7 años con los derechos de los cuatro libros que ya tenía en Amazon. Y la otra con los derechos de una novela inédita.

Podéis imaginaros mi alegría, ¡dos de las grandes!, mis libros con los mejores sellos editoriales y, además, hacía tiempo que había conseguido agente literario. ¡Lo más! La envidia de miles de escritores.



Bien, después de firmar con las dos, casi al mismo tiempo, y que una de ellas me diera un pequeño adelanto, pasado casi un año, con DOS GRANDES EDITORIALES…

Conseguí:

―Tener todos mis libros fuera, no del Top 100, no, del Top 1.000.

No más de treinta reseñas y comentarios positivos, ni el 5% de lo que conseguía sola (cosa lógica, habían desaparecido de las listas y escaparates, todo mi esfuerzo se había perdido).

―A la editorial que me dio el adelanto de 2.000€, de los cuales hacienda solo me dejó “disfrutar” 1.400, como mis royalties EN UN AÑO han sido de 150€, le debo 1.850. Atentos a la jugada, que esto tiene su aquel: recibo 1.400 y después de un año debo 1.850, quiero decir, no recibiré ni un euro de las ganancias hasta que no supere esta cifra. Y, lo mejor de todo, dudo mucho que a este paso pueda saldar la deuda en los seis años de contrato que restan.

Y la que contrató mi novela inédita, sin adelanto, como firmé con agencia de por medio, le ha pasado a ella, a mi agencia, 250€ de royalties, de los cuales tiene que coger su parte.

Cero control de mis obras y beneficios, no me queda más que tener fe ciega en lo que me dicen o me hago el haraquiri.

Han publicado una de mis novelas en papel y está muy bien distribuida, pero de esto solo ha pasado un mes y no podré contar qué pasa con las ventas y royalties hasta el año que viene por estas fechas.



Lo mejor de todo es que lo que verdaderamente me empujó a firmar fue el convencimiento de que al estar apoyada por editoriales de renombre podría dejar la promoción y dedicarme a escribir. ¡Error! No me promocionan en absoluto y no me apoyan en ninguna de mis iniciativas. Jamás he invertido tanto tiempo en publicidad como ahora. Hasta tal punto me ignoran que en la presentación en Madrid de “Maldita”, estando a un paso de las oficinas, ni siquiera hicieron acto de presencia, además de cero apoyo económico, ni el triste cartel que me prometieron; el evento me costó 650€.



Resumiendo, mi situación actual es la siguiente:

No podré recuperar mis obras hasta que no se cumplan los 7 años de los dos contratos.

Si quiero que los lectores no terminen por olvidarse de mí y mis novelas tendré que promocionar como jamás en mi vida.

Debo 1.850€, que tendré que pagar con los beneficios de las ventas, además de haber invertido al menos 1.000€ entre pitos y flautas.

―Tengo una agencia literaria por la que no me siento apoyada.

Tengo por contrato un “derecho de tanteo” (que no tengo muy claro lo que es) que me obliga a ofrecer a una de las editoriales en primicia mi próxima novela. Estoy investigando a ver si me puedo librar de esta cadena, tengo muy claro que sería un nuevo secuestro.



Además de todo lo anterior, de repente me encuentro con 160 ejemplares en papel de “La última vuelta del scaife”, porque por medio de un abogado tuve que rescindir el contrato con mi antigua editorial, ya que no me pagaba, y ahora, lógicamente, estos libros no se pueden vender. Naturalmente, si quiero que lleguen a lectores y que no terminan apolillándose, tendré que emplear un tiempo que no tengo y gastarme otro dinero que no tengo.



Yo creo que más claro imposible. Las editoriales nos captan de Amazon para quitarse un estorbo (esto ya no son datos, es sentido común). Es un negocio redondo: nos dan un caramelo que tenemos que devolver matándonos a promocionar una obra que ya no nos pertenece; despejan las listas, o sea, eliminan los libros de autopublicados que son un escollo para los que de verdad les interesa promocionar y les dejan el dinero (valores seguros, como viejas glorias o títulos extranjeros que ya vienen promocionados, o “escritores” que trabajan en sus propios medios de comunicación, presentadores, periodistas, colaboradores…); promocionamos su sello, ahora estamos con una grande y lo vamos gritando por todas partes; y, lo mejor de todo, si suena la flauta y alguno de nosotros por arte de birlibirloque consigue despegar y vender a mogollón, pues guay, el 90% de las ventas para ellas y los intermediarios.

He de decir que no soy un caso aislado, aunque muchos callen, mi experiencia es muy parecida a la de la mayoría de los “captados”.



Lo tengo clarísimo, desde que tengo editoriales que me “respalden”, he trabajado en promoción como nunca, escribo menos que nunca, debo más dinero que nunca, gasto más que nunca y cobro menos que nunca. Como también tengo claro que de ser todavía mías las cuatro que ya estaban en Amazon y no haber cedido la inédita, que estuvo secuestrada en una plataforma con un sistema de descarga complicadísimo y absurdo y a un precio desproporcionado, ahora mismo tendría mucho más dinero, muchos más lectores, mucho más tiempo y mucha más libertad. Y de no ser porque realmente hay más de 10.000 lectores en potencia que avalan la calidad de mis obras, también habría perdido la moral para seguir adelante. Hablando claro, he pasado de ser señora de mi choza a ser la esclava del rey de palacio, rey que, dicho sea de paso, es un ente abstracto que nadie sabe dónde está ni quién es y que por lo tanto es inaccesible e intocable; a los esclavos de la pluma nos adjudican un contacto, esclavo también, que tiene que atender a chorrocientos autores y contarles el mismo rollo una y otra vez: no hay dinero para nada. Igual es verdad, y están al borde de la quiebra, vale, pues que lo digan antes de firmar.

Estoy escribiendo otra novela, ¿qué pensáis vosotros que debo hacer? Haciendo cuentas, lo inteligente, para un contrato de 7 años, sería exigir mínimo 20.000€ de adelanto, para asegurarme al menos 250€ mensuales, cosa que con una buena obra, trabajando la promoción y en Amazon podría conseguir sin editorial.
Pero querido líder te paga los 20 centimos o no te los paga? eso es lo importante.
 

Alastor Moody

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Os dejo aquí un artículo de Hernán Casciari en el que habla de una experiencia surrealista con una editorial:

El contador de suscripciones anuales a la nueva revista Orsai acaba de llegar a mil. En nueve días, y sin noticias sobre los contenidos o la cantidad de páginas, mil lectores ya compraron las seis revistas del año próximo. Y eso que todos saben que habrá una versión en pdf, gratuita, el mismo día que cada revista llegue a sus casas. Repito: acabamos de vender seis mil revistas. Seiscientas sesenta y cinco por día. Veintiocho por hora.

Al mismo tiempo, una escritora española acaba de informar que dejará de publicar. “Dado que se han descargado más copias ilegales de mi novela que copias han sido compradas, anuncio que no voy a volver a publicar libros”, dijo ayer Lucía Etxebarría. La prensa tradicional se hizo eco de sus palabras y la industria editorial la arropó: “Pobrecita, miren lo que Internet les está haciendo a los autores”.

A nosotros nos ocurre lo mismo. Durante 2011 editamos cuatro revistas Orsai. Vendimos una media de siete mil ejemplares de cada una, y con ese dinero les pagamos (extremadamente bien) a todos los autores. Los pdf gratuitos de esas cuatro ediciones alcanzaron las seiscientas mil descargas o visualizaciones en Internet.

Vendimos siete mil, se descargaron seiscientas mil.

Si los casos de Lucía Etxebarría y de Orsai son idénticos, y ocurren en el mismo mercado cultural, ¿por qué a nosotros nos causan alegría esos números y a ella le provocan desazón?

La respuesta, quizá, es que se trata del mismo mercado pero no del mismo mundo.

Existe, cada vez más, un mundo flamante en el que el número de descargas virtuales y el número de ventas físicas se suma; sus autores dicen: “qué bueno, cuánta gente me lee”. Pero todavía pervive un mundo viejo en el que ambas cifras se restan; sus autores dicen: “qué espanto, cuánta gente no me compra”.

El viejo mundo se basa en control, contrato, exclusividad, confidencialidad, traba, representación y dividendo. Todo lo que ocurra por fuera de sus estándares, es cultura ilegal.

El mundo nuevo se basa en confianza, generosidad, libertad de acción, creatividad, pasión y entrega. Todo lo que ocurra por fuera y por dentro de sus parámetros es bueno, en tanto la gente disfrute con la cultura, pagando o sin pagar.

Dicho de otro modo: no es responsabilidad de los lectores que no pagan que Lucía sea pobre, sino del modo en que sus editores reparten las ganancias de los lectores que sí pagan. Mundo viejo, mundo nuevo. Hace un par de semanas viví un caso muy clarito de lo que ocurre cuando estos dos mundos se cruzan. Se lo voy a contar a Lucía, y a ustedes, porque es divertido:

me llama por teléfono una editora de Alfaguara (Grupo Santillana, Madrid); me dice que están preparando una Antología de la Crónica Latinoamericana Actual. Y que quieren un cuento mío que aparece en mi último libro, “un cuento que se llama tal y tal, que nos gusta mucho”.

Le digo que por supuesto, que agarre el cuento que quiera. Me dice que me enviará un mail para solicitar la autorización formal. Le digo que bueno.

A la semana me llega el mail, con un archivo adjunto:

“Estimado Hernán, te explico lo que te adelanté por teléfono: Alfaguara editará próximamente una antología de bla bla bla cuya selección y prólogo está a cargo de Fulanito de Tal. El ha querido incluir tu cuento Equis. Si estás de acuerdo con el contrato que te adjunto, envíame dos copias en papel con todas las páginas firmadas a la siguiente dirección” (y pone la dirección de Prisa Ediciones, Alfaguara).

Abro el archivo adjunto, leo el contrato. Me fascina la lectura de contratos del mundo viejo. No se molestan en lo más mínimo en disfrazar sus corbatas.

Al cuento que me piden lo llaman “La aportación”. En la cláusula 4 dice que “el editor podrá efectuar cuantas ediciones estime convenientes hasta un máximo de cien mil (100.000)”. En la cláusula 5, ponen: “Como remuneración por la cesión de derechos de ‘La aportación’, el editor abonará al autor cien euros (¿100?) brutos, sobre la que se girarán los impuestos y se practicarán las retenciones que correspondan”.

Pensé en los otros autores que componen la antología, los que seguramente sí firman contratos así. Cien euros menos impuestos y retenciones son sesenta y tres euros, y a eso hay que quitarle el quince por ciento que se lleva el agente o representante (todos tienen uno), o sea que al autor le quedan cincuenta y tres euros limpios. No importa que la editorial venda dos mil libros o cien mil libros. El autor siempre se llevará cincuenta y tres euros. ¿Firmará Lucía Etxebarría contratos así?

Esa misma tarde le respondí el mail a la editora de Alfaguara:

“Hola Laura, el cuento que querés aparece en mi último libro, que se distribuye bajo una licencia Creative Commons Reconocimiento 3.0 Unported, que es la más generosa. Es decir, podés compartir, copiar, distribuir, ejecutar, hacer obras derivadas e incluso usos comerciales de cualquiera de los cuentos, siempre que digas quién es el autor. Te regalo el texto para que hagas con él lo que quieras, y que sirva este mail como comprobante. Pero no puedo firmar esa porquería legal espantosa. Un beso.”

La respuesta llegó unos días después; ya no era ella la que me hablaba, sino otra persona:

“Hernán: entendemos esto, pero el departamento legal necesita que firmes el contrato para que no tengamos problemas en el futuro. ¡Saludos!”

Y ya no respondí más nada. ¿Para qué seguir la cadena de mails?

La anécdota es esa, no es gran cosa. Pero quiero decir, al narrarla, que no hay que luchar contra el mundo viejo, ni siquiera hay que debatir con él. Hay que dejarlo morir en paz, sin molestarlo. No tenemos que ver al mundo viejo como aquel padre castrador que fue en sus buenos tiempos, sino como un abuelito con Alzheimer.

–¿Me das eso? –dice el abuelito.

–Sí, abuelo, tomá.

–No, así no. Firmame este papel donde decís que me das eso y yo a cambio te escupo.

–No hace falta, abuelo, te lo doy. Es gratis.

–¡Necesito que me firmes este papel, no lo puedo aceptar gratis!

–¿Pero por qué, abuelo?

–Porque si no te cago de alguna manera, no soy feliz.

–Bueno, abuelo, otro día hablamos... Te quiero mucho.

Y de verdad lo queremos mucho al abuelo. Hace veinte, treinta años, ese hombre que ahora está gagá, nos enseñó a leer, puso libros hermosos en nuestras manos.

No hay que debatir con él, porque gastaríamos energía en el lugar incorrecto. Hay que usar esa energía para hacer libros y revistas de otra manera; hay que volver a apasionarse con leer y escribir; hay que defender a muerte la cultura para que no esté en manos de abuelos gagá. Pero no hay que perder el tiempo luchando contra el abuelo. Tenemos que hablar únicamente con nuestros lectores.

Lucía: tenés un montón de lectores. Sos una escritora con suerte. El malo no son tus lectores; ni los que compran tus novelas ni los que se descargan tus historias de la red.

No hay demonios, en realidad. Lo que hay son dos mundos. Dos maneras diferentes de hacer las cosas.

Está en vos, en nosotros, en cada autor, seguir firmando contratos absurdos con viejos dementes, o empezar a escribir una historia nueva y que la pueda leer todo el mundo.
 

Arnaldo Romero

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Joven, lo que se dice joven, no es.

De lo de Amazon ella misma pone un extracto en su web:



Se lleva el 35% del precio de venta.


Entiendo que vende cada ejemplar a euro y medio. Hombre, siendo así , si me interesa la obra de esa escritora ni me molesto en buscar en p2p para bajarmelo. Que es así como deberían ser las cosas, por cierto.

No son los autores los que tienen conflicto con los consumidores de cultura sino la industria de la cultura.
 

Gothaus

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Atsí pacutsá.
Esta señora estaba triunfando en el mundo de la autoedición digital y va y se entrampa con los casposos de las editoriales tradicionales. Es que hay que ser iluso. Va de lo nuevo a lo viejo porque le pudo la codicia y la ignorancia. Espero que le sirva de lección y sea un ejemplo para otros autores.

Tanto las editoriales como las discográficas clásicas son el puñetero malo. El futuro está en la autoedición y en la independencia y la libertad. Que parecemos iluso, narices.
 

Alastor Moody

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Esta señora estaba triunfando en el mundo de la autoedición digital y va y se entrampa con los casposos de las editoriales tradicionales. Es que hay que ser iluso. Va de lo nuevo a lo viejo porque le pudo la codicia y la ignorancia. Espero que le sirva de lección y sea un ejemplo para otros autores.

Tanto las editoriales como las discográficas clásicas son el puñetero malo. El futuro está en la autoedición y en la independencia y la libertad. Que parecemos iluso, narices.
En estos negocios se juega con la ilusión y la sumisión de novato de la gente que aspira a ver su trabajo materializado y distribuido en los medios "serios", de toda la vida. Además está muy establecida la idea de que si te autoeditas es porque no consigues que te edite nadie, tanto en música como en literatura, e incluso en el arte, hay gente que paga para que le expongan la obra porque nadie te la expone "al fiao", son las "vanity galleries". Total, que todo una auténtica paparrucha para controlar un mercado que se les va de las manos y unos esclavos que han encontrado las llaves de la celda. Ahora los artistas y creadores pueden volar por su cuenta y comunicarse directamente con el público, y yo lo celebro.
 

Romeo Montague

Romeo must not live
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Os dejo aquí un artículo de Hernán Casciari en el que habla de una experiencia surrealista con una editorial:

El contador de suscripciones anuales a la nueva revista Orsai acaba de llegar a mil. En nueve días, y sin noticias sobre los contenidos o la cantidad de páginas, mil lectores ya compraron las seis revistas del año próximo. Y eso que todos saben que habrá una versión en pdf, gratuita, el mismo día que cada revista llegue a sus casas. Repito: acabamos de vender seis mil revistas. Seiscientas sesenta y cinco por día. Veintiocho por hora.

Al mismo tiempo, una escritora española acaba de informar que dejará de publicar. “Dado que se han descargado más copias ilegales de mi novela que copias han sido compradas, anuncio que no voy a volver a publicar libros”, dijo ayer Lucía Etxebarría. La prensa tradicional se hizo eco de sus palabras y la industria editorial la arropó: “Pobrecita, miren lo que Internet les está haciendo a los autores”.

A nosotros nos ocurre lo mismo. Durante 2011 editamos cuatro revistas Orsai. Vendimos una media de siete mil ejemplares de cada una, y con ese dinero les pagamos (extremadamente bien) a todos los autores. Los pdf gratuitos de esas cuatro ediciones alcanzaron las seiscientas mil descargas o visualizaciones en Internet.

Vendimos siete mil, se descargaron seiscientas mil

Si los casos de Lucía Etxebarría y de Orsai son idénticos, y ocurren en el mismo mercado cultural, ¿por qué a nosotros nos causan alegría esos números y a ella le provocan desazón?

La respuesta, quizá, es que se trata del mismo mercado pero no del mismo mundo.

Existe, cada vez más, un mundo flamante en el que el número de descargas virtuales y el número de ventas físicas se suma; sus autores dicen: “qué bueno, cuánta gente me lee”. Pero todavía pervive un mundo viejo en el que ambas cifras se restan; sus autores dicen: “qué espanto, cuánta gente no me compra”.

El viejo mundo se basa en control, contrato, exclusividad, confidencialidad, traba, representación y dividendo. Todo lo que ocurra por fuera de sus estándares, es cultura ilegal.

El mundo nuevo se basa en confianza, generosidad, libertad de acción, creatividad, pasión y entrega. Todo lo que ocurra por fuera y por dentro de sus parámetros es bueno, en tanto la gente disfrute con la cultura, pagando o sin pagar.

Dicho de otro modo: no es responsabilidad de los lectores que no pagan que Lucía sea pobre, sino del modo en que sus editores reparten las ganancias de los lectores que sí pagan. Mundo viejo, mundo nuevo. Hace un par de semanas viví un caso muy clarito de lo que ocurre cuando estos dos mundos se cruzan. Se lo voy a contar a Lucía, y a ustedes, porque es divertido:

me llama por teléfono una editora de Alfaguara (Grupo Santillana, Madrid); me dice que están preparando una Antología de la Crónica Latinoamericana Actual. Y que quieren un cuento mío que aparece en mi último libro, “un cuento que se llama tal y tal, que nos gusta mucho”.

Le digo que por supuesto, que agarre el cuento que quiera. Me dice que me enviará un mail para solicitar la autorización formal. Le digo que bueno.

A la semana me llega el mail, con un archivo adjunto:

“Estimado Hernán, te explico lo que te adelanté por teléfono: Alfaguara editará próximamente una antología de bla bla bla cuya selección y prólogo está a cargo de Fulanito de Tal. El ha querido incluir tu cuento Equis. Si estás de acuerdo con el contrato que te adjunto, envíame dos copias en papel con todas las páginas firmadas a la siguiente dirección” (y pone la dirección de Prisa Ediciones, Alfaguara).

Abro el archivo adjunto, leo el contrato. Me fascina la lectura de contratos del mundo viejo. No se molestan en lo más mínimo en disfrazar sus corbatas.

Al cuento que me piden lo llaman “La aportación”. En la cláusula 4 dice que “el editor podrá efectuar cuantas ediciones estime convenientes hasta un máximo de cien mil (100.000)”. En la cláusula 5, ponen: “Como remuneración por la cesión de derechos de ‘La aportación’, el editor abonará al autor cien euros (¿100?) brutos, sobre la que se girarán los impuestos y se practicarán las retenciones que correspondan”.

Pensé en los otros autores que componen la antología, los que seguramente sí firman contratos así. Cien euros menos impuestos y retenciones son sesenta y tres euros, y a eso hay que quitarle el quince por ciento que se lleva el agente o representante (todos tienen uno), o sea que al autor le quedan cincuenta y tres euros limpios. No importa que la editorial venda dos mil libros o cien mil libros. El autor siempre se llevará cincuenta y tres euros. ¿Firmará Lucía Etxebarría contratos así?

Esa misma tarde le respondí el mail a la editora de Alfaguara:

“Hola Laura, el cuento que querés aparece en mi último libro, que se distribuye bajo una licencia Creative Commons Reconocimiento 3.0 Unported, que es la más generosa. Es decir, podés compartir, copiar, distribuir, ejecutar, hacer obras derivadas e incluso usos comerciales de cualquiera de los cuentos, siempre que digas quién es el autor. Te regalo el texto para que hagas con él lo que quieras, y que sirva este mail como comprobante. Pero no puedo firmar esa porquería legal espantosa. Un beso.”

La respuesta llegó unos días después; ya no era ella la que me hablaba, sino otra persona:

“Hernán: entendemos esto, pero el departamento legal necesita que firmes el contrato para que no tengamos problemas en el futuro. ¡Saludos!”

Y ya no respondí más nada. ¿Para qué seguir la cadena de mails?

La anécdota es esa, no es gran cosa. Pero quiero decir, al narrarla, que no hay que luchar contra el mundo viejo, ni siquiera hay que debatir con él. Hay que dejarlo morir en paz, sin molestarlo. No tenemos que ver al mundo viejo como aquel padre castrador que fue en sus buenos tiempos, sino como un abuelito con Alzheimer.

–¿Me das eso? –dice el abuelito.

–Sí, abuelo, tomá.

–No, así no. Firmame este papel donde decís que me das eso y yo a cambio te escupo.

–No hace falta, abuelo, te lo doy. Es gratis.

–¡Necesito que me firmes este papel, no lo puedo aceptar gratis!

–¿Pero por qué, abuelo?

–Porque si no te cago de alguna manera, no soy feliz.

–Bueno, abuelo, otro día hablamos... Te quiero mucho.

Y de verdad lo queremos mucho al abuelo. Hace veinte, treinta años, ese hombre que ahora está gagá, nos enseñó a leer, puso libros hermosos en nuestras manos.

No hay que debatir con él, porque gastaríamos energía en el lugar incorrecto. Hay que usar esa energía para hacer libros y revistas de otra manera; hay que volver a apasionarse con leer y escribir; hay que defender a muerte la cultura para que no esté en manos de abuelos gagá. Pero no hay que perder el tiempo luchando contra el abuelo. Tenemos que hablar únicamente con nuestros lectores.

Lucía: tenés un montón de lectores. Sos una escritora con suerte. El malo no son tus lectores; ni los que compran tus novelas ni los que se descargan tus historias de la red.

No hay demonios, en realidad. Lo que hay son dos mundos. Dos maneras diferentes de hacer las cosas.

Está en vos, en nosotros, en cada autor, seguir firmando contratos absurdos con viejos dementes, o empezar a escribir una historia nueva y que la pueda leer todo el mundo.
La revista Orsai cerró este año 2014 por falta de rentabilidad económica.

Zas, en toda lo boca.

Supongo que el "nuevo mundo" editorial que pregona en 2011 se quedó anticuado en 2014. O eso, o es que se habla muchas veces desde la soberbia de la merluzez que da una billetera llena.
 

Alastor Moody

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La revista Orsai cerró este año 2014 por falta de rentabilidad económica.

Zas, en toda lo boca.

Supongo que el "nuevo mundo" editorial que pregona en 2011 se quedó anticuado en 2014. O eso, o es que se habla muchas veces desde la soberbia de la merluzez que da una billetera llena.
Aún así, creo que es verdad lo que dice. Ellos pueden no haber gestionado bien su revista, pero ¿de qué le ha servido a la chica del primer post firmar con la editorial? Para irse a la hez unos años.

Y anda que no han quebrado editoriales. ¿Eso es zas para quién?
 
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lalol

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En un año en AMAZON…

Conseguí:

Tener dos títulos entre los 10 más vendidos de España, Alemania, Francia e Inglaterra (hablamos de meses y meses, una de ellas año y medio en el Top 100, justo hasta que firmé).
[...]

Una media de 500€ mensuales, que Amazon me ingresaba puntualmente.
O sea, que la solución para los escritores es publicar con Amazon y, si con poco de suerte colocas tu libro en el Top 10, te sacas 500 euros al mes durante un año. Vamos, todo un chollo que da para vivir a pleno lujo. Voy corriendo a hacerme esclavo de Amazon.
 

Perchas

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Ciertamente tengo el Kindle y el iBook lleno de libros de este precio 1 o 2 €, y excepto un par de ellos que abandone su lectura, el resto magnificos, algunos leidos del tiron por el enganche que proporcionaban.

No me explico que la gente sea tan estulta, es parecido a cuando se ofrecían las preferentes y los codiciosos caian por no leer la letra pequeña.
 

Igualdad 7-2521

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O sea, que la solución para los escritores es publicar con Amazon y, si con poco de suerte colocas tu libro en el Top 10, te sacas 500 euros al mes durante un año. Vamos, todo un chollo que da para vivir a pleno lujo. Voy corriendo a hacerme esclavo de Amazon.
Pues si los ingresos te parecen insuficientes mejor no te pregunto qué opinas de los 150€ anuales que le rentan las editoriales tradicionales.:roto2::roto2::roto2:

Y tampoco el el top 10 de la señora será un top 10 absoluto. Las editoriales americanas andan llorando porque amazon está pagando adelantos de hasta un millón de dólares para "fichar" a los autores con más ventas de allí. En Europa el mercado es más pequeño, pero dudo muchísimo que la diferencia sea tanta.