Por eso, los jóvenes han dejado de mirar hacia horizontes lejanos y, por fin, alzan su vista sobre los tiranos.
En Moritania, dictadores continuamente derrocados por otro dictador, mientras el pueblo se muere de hambre.
En Morrocos, la bulimia territorial del rey y su control total sobre la religión, la política, la justicia, el Ejército y la economía del país.
En Libia, el gran camelo retórico de la revolución popular de Gadafi.
En Argelia, una oligarquía militarizada que mantiene al presidente y no reparte los descomunales beneficios derivados del gas y el petróleo entre la población.
Y en Túnez, los excesos de Ben Alí y señora.
Aunque se habla de una revolución del hambre, por la subida de los precios y el retroceso de los salarios, en un entorno de paro de universitarios superior al 60%, la mecha se ha encendido en los dos países más ricos de la zona.
"Esto no es tan simple como una revolución del pan", dice el argelino Amine Chedou, de 38 años, licenciado en Económicas y con un sueldo de 120 euros como administrativo de una multinacional en Argel.
"Esta será, si nos dejan, una revolución del hartazgo contra la corrupción y el pitorreo".