Doy gracias a Dios por haber vivido y gozado la mágica década de los 90, la última en que las calles eran netamente europeas. Sin descanso, pero gota a gota, nos han destrozado nuestros barrios, ciudades y países.
Si ese cambio de degeneración y tercermundismo se hubiese producido en 24 horas, habría habido un estallido social en clave de revuelta. Pero el poder trabaja gradualmente, y lo cierto es que en un cuarto de siglo han conseguido sus objetivos. Nos queda luchar por salvar lo que se pueda, aunque sea poco.