¿Por qué diablos rojelios, liberales y cristianos odian la "eugenesia" y promueven siempre todo lo inferior?

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Como ya sabréis todos, la «eugenesia» es un término proveniente del griego que significa «bien nacido». Dicha práctica, junto con la esterilización obligatoria de personas con enfermedades degenerativas o mentales, estuvieron consideradas en algunos círculos europeos del s. XIX y principios del XX como una obligación social y hasta una ciencia «progresista». El estigma y la connotación negativa que implícitamente viene asociada a esta palabra no es mas que fruto de la incesante campaña de repruebo y criminalización llevada a cabo por las democracias capitalistas triunfantes en la II Guerra Mundial.

Tras la derrota de Alemania, la mayor parte de las referencias a la eugenesia fueron eliminadas de los libros académicos y de las reediciones de obras clínicas anteriores a la guerra, si bien las esterilizaciones no se abolieron en los EE.UU. hasta los años 60 y Suecia las practicó hasta bien entrados los 90, aunque en estos casos fue obligatorio el consentimiento de los interesados. Un caso excepcional en la actualidad lo constituye Islandia, único país del mundo en erradicar al 100% un trastorno genético conocido como Síndrome de Dwon, lo que ha despertado la ira inconmensurable de los eternos destructores de la herencia genética de Occidente.

No obstante, lo que verdaderamente se pretende y se pretendía con el establecimiento de las leyes eugenésicas no era otra cosa que la aplicación de las leyes biológicas de la herencia al perfeccionamiento de la especie humana, o dicho de otro modo, el deseo de proporcionar una herencia genética sana y saludable para las generaciones futuras. Por el contrario, los medios demoliberales, católicos, marxistas y judíos se esforzaron mancomunadamente en potenciar de manera incesante la pseudociencia antirracista e igualitarista, empeñada en «elevar» dentro de la sociedad tradicional europea a los menos capaces contrariando las leyes naturales más elementales.

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Dicha pseudociencia, que las primeras iglesias cristianas introdujeron en Europa, iba a suponer una quiebra total del antiguo orden pagano, pues era hasta entonces ajena al pensamiento clásico occidental al chocar con la antigua creencia europea establecida sobre la desigualdad de los hombres. Prácticamente idénticas eran en la base las concepciones de los pueblos indogermánicos antes del advenimiento del cristianismo. Según su concepción del mundo o "weltanschauung", los orígenes de las desigualdades se remontaban a antepasados divinos. Se creía que la sangre portaba en si los gérmenes esenciales del carácter del hombre, que las facultades físicas e intelectuales se transmitían hereditariamente y que la sangre noble transmitía cualidades nobles.

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Con esta operación de subversión el cristianismo rompió las bases mismas de la estructura aristocrática de la civilización antigua, con la doctrina, según la cual todos los hombres son iguales al ser hijos de un mismo Dios. Comienza entonces la bastardización y la mezcla de sangres foráneas, empiezan a proliferar los sacrificios de seres humanos, los cultos fálicos (lo mismo que acontece hoy en día), las divinidades exóticas y todo el espantoso aquelarre característico de los pueblos dravidios, semíticos, orientales y neցroides.

La posición de la Iglesia no ha cambiado desde entonces. No nos olvidemos que el rechazo más contumaz a las ciencias de la naturaleza humana proviene de los sectores religiosos coaligados, especialmente del integrismo cristiano. Los católicos conservadores y el protestantismo fundamentalista de Estados Unidos, por ejemplo, han odiado obstinadamente la eugenesia ―antónimo del término "disgenesia", que es lo que realmente promueve la élite globalista judeomasónica―, porque para ellos no es más que un intento de las élites intelectuales y científicas de jugar a ser Dios.

Al respecto, esto es lo que escribía una publicación de las SS sobre la eugenesia: "Desde el punto de vista de la IGLESIA, cualquier intervención razonable [es decir, la eugenesia] se considera una violación del orden mundial divino. Es una TONTERÍA simple afirmar que Dios quiere lo que llamamos inferior. De lo contrario, tampoco tendríamos el derecho de eliminar temporal o permanentemente a un malo o un criminal de la comunidad. Las leyes de la naturaleza nos muestran exactamente que la vida de nuestra gente y el mantenimiento de su buena crianza están por encima del bienestar de una persona con deformaciones congénitas graves" (— SS Race Theory and Directrices para la selección de pareja pág. 22).

En 1973 el Papa rechazó recibir a Robert Graham, creador del banco de esperma de personas sobresalientes, porque —según dijo "L'Observatore Romano"—: «El infanticidio, el aborto eugenésico y los experimentos nazis son los antecedentes culturales e históricos del banco de esperma de Graham», al que algunos llaman "el Miguel Angel del ADN", que fue un científico de fama mundial. Por contra el Papa Juan Pablo II recibió en 1982 a un "intelectual" de la talla de Muhammed Alí (ex Cassius Clay) que, entre otras cosas, aconsejó al Papa retirar las estatuas del Vaticano, "por ir contra la Biblia". Y para poder justificar todos ellos su demagogia concedieron especialmente importancia a los postulados medioambientales a los que supersticiosamente atribuían un papel decisivo en el desarrollo de los caracteres individuales.

Una de las ciencias que más quebraderos de cabeza ha dado a los utópicos igualitaristas —al margen del denominado «determinismo biológico», que ha sido sustituido por el «determinismo medioambiental»―, ha sido la Sociobiología. Precisamente quienes más se han destacado durante décadas con los pretextos más risibles para rebatir esa rama de la ciencia, han sido, principalmente científicos de origen judío, encontrándose a la cabeza Stephen J. Gould, Richard Levins, León Kamin, Chuck Madansky, Steven Rose, Jerome Kagan y Richard Lewontin, autor de la obra que lleva el desafiante título No está en los genes, todos ellos firmantes en 1975 del manifiesto «Against Sociobiology» («Contra la Sociobiología»).

Estos científicos judíos, que son generalmente los que llevan la batuta de la orquesta antirracista, han sabido hábilmente situarse de manera peligrosa desde hace ya muchas décadas en la vanguardia del panorama intelectual y cultural, desde donde dejan oír su tremenda voz e imponen su dictadura del pensamiento sin réplica a disidencia alguna por parte de una cátedra gentil intoxicada por el liberalismo y acobardada ante la más mínima crítica que les pueda tachar de «nazis» o «racistas».

Esta obstinada violación de las leyes más básicas de los principios aristocráticos, genéticos y hereditarios, así como el desarrollo consecuente de las «sociedades multiculturales» diseñadas por los ideólogos de la "aldea global" según lo propuesto por el antropólogo judío Claude Lévi-Strauss (inventor de dicho concepto), ha condenado a que millones de seres humanos deambulen a lo largo de toda su atormentada y afligida existencia en un mar de dolor y sufrimiento.


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