Pues algo debe de oler a podrido en Dinamarca porque ayer mismo me llaman de mi banco para ofrecerme algo similar.
Como desconfío siempre de estas ofertas surgidas como por ensalmo del No-Mundo telefónico, lo capeé buenamente.
Pero básicamente era lo mismo: hablo del BBVA, un interés tremendo por enviarme la tarjeta, señor, que tiene un ahorro de nosecuántos, que es gratis total para siempre y jamás, que le devolvemos nosecuánto de sus compras y bla y bla.
Como me llamó al móvil, me fastidió aún más, y cuando me fastidio, dejo hablar.
Al final le dije que estaba muy interesado pero que desgraciadamente no tengo domicilio donde enviarlo: pues consta la dirección siguiente, me dice el hombre, y le digo, sí, si yo vivía ahí pero ya no.
¿Se lo mando a su sucursal bancaria en la calle tal de la ciudad tal?
No, mire usted, tampoco vivo ahí, en realidad ahora mismo no tengo domicilio fijo.
¿Y dónde se lo envío?, me dice el pobre muchacho.
Llámeme en un par de semanas y se lo digo.
Claro que en un par de semanas habré indagado ya qué busca esta gente ofreciendo tarjetas tan alegremente y como nadie ofrece nada por altruismo y por amor al cliente, no tendré más remedio que mandarlo a freir espárragos.
Pero por lo que veo es una ofensiva en toda regla contra el personal que no tiene deudas, ni hipotecas, que tiene nómina domiciliada y que parece vivir en un remanso de paz y armonía económica. Claro, ¿a quién si no lo van a ofrecer, al pepito que no llega a fin de mes, al que no tiene nónima, al que tiene siete cofidis?
Agarraos las kalandrakas, que dijo akel, porque yo os digo que el Reino de los Prudentes acelera su venida a este mundo y que pronto las entidades bancarias enviarán hermosas vírgenes a sus clientes machorros y bellos efebos a sus damas con cuenta para evitar sus fugas, pondrán alfombras rojas a sus pies para impedir que huyas llevándote la factura del gas, que los tipos de interés amenazan escalada fulgurante y sin precedentes y que tus cuatro euros revalorizarán su valor ante los ojos de los chupatintas de sucursal y que las expectativas de los accionistas te lloverán en forma de lisonjas melosas que sólo podremos rechazar con una frase: Iros a tomar por trastero