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YA SÓLO CONFIAMOS EN VOSOTROS, HERMANOS MILITARES
A. Robles.- Nadie puede impedirnos que, ante los acontecimientos nacionales que amenazan con agrietar mil quinientos años de sólida unidad nacional, depositemos nuestra última esperanza en los militares. De entrada, no confiamos en los políticos tradicionales, ni en ningún representante de esa infame casta que, con sus repulsivos acuerdos, sus torcidos consorcios y sus compromisos particulares, nos han llevado a esta inquietante situación de interinidad y a esta gravísima situación de zozobra. Sería la cosa más absurda que encomendásemos la salud del doliente al causante de todos sus males.
La casta política española nos ha llevado hasta aquí y ella y solo ella es responsable de la partición de España que, si Dios no lo remedia, nos tendrá a todos nosotros como testigos mudos y ciegos. Cientos de españoles entregaron sus preciosas vidas por la integridad territorial de una nación que podría culminar su viaje histórico a ninguna parte. Miles de españoles de ayer y de siempre entregaron sus preciosas vidas por una nación en trance de desaparecer por la traición de unos pocos, la ineficiencia de otros y la inacción de muchos.
Esas vidas generosamente entregadas, ese patrimonio histórico que no es nuestro ni de nuestros hijos, sino de todas las generaciones que nos precedieron, no pueden quedar relegados al papel de anécdota en una mesa de negociación. Si se consumara la traición, validada ya incluso en algunos cenáculos masónicos internacionales, sus causantes no pueden quedar impunes. Han negociado y establecido acuerdos en nombre de una nación que no es patrimonio de ningún partido, ni de ningún Estado, ni de ninguna consulta electoral trampeada por los eficaces medios de inducción al voto de que dispone el sistema.
Los políticos traidores de la tanatocracia española negociaron un régimen autonómico sin establecer ningún límite y dejando la gobernabilidad, las haciendas y las vidas de algunos territorios en manos de partidos separatistas que, por su execrable naturaleza, tenían imperiosamente que elevar el listón de sus exigencias y chantajes hasta los límites que hoy estamos conociendo. Los políticos traidores de la tanatocracia española dejaron abandonados a su propia suerte a miles y miles de compatriotas que, en esos territorios entregados al enemigo, fueron siempre leales a esta gran nación, pese a que sus representantes, en vez de brindarles su apoyo y estímulo, se apartaron de ellos a veces con la desconsideración y hasta con el desprecio.
Miles de compatriotas nuestros han sido insultados, vejados, humillados, agredidos y asesinados por los nacionalistas todos estos años. Nunca encontraron la mínima adhesión por parte de instituciones claves de la nación. Por respeto a todos ellos era imperio escribir estas líneas.
Gracias a que todavía no han podido arrebatarnos el juicio crítico ni la facultad de decir lo que pensamos, proclamamos, con la solemnidad que exige el momento histórico presente, que ya sólo confiamos en la gigantesca fortaleza moral y en el elevado compromiso patriótico de nuestros uniformados para impedir la demolición de España y exigir a los dinamitadores el obligado cumplimiento de las leyes constitucionales vigentes. Por las buenas o por las menos buenas.
Los militares fueron excluidos del proceso constituyente y ellos lo aceptaron con lealtad y disciplina egregia. Frente a la angostura moral de la casta política que nos ha conducido al actual desorden institucional, los militares tienen hoy la exigencia moral y el deber profesional de otear el horizonte de nuestra patria con la serena templanza de quienes saben que ser es más importante que estar y que más se es cuanto más se sirve.
Desde la defunción del anterior régimen, los militares españoles no han tenido vocación de caudillaje ni de entrar en política. Se han limitado a cumplir con decencia y honor lo que se les ordenaba. Ocurre que ahora no se puede mantener la misma decencia ni el mismo honor si lo que se les ordena es que miren para otro lado mientras se destroza la nación que juraron defender hasta con sus vidas.
Hoy escribo estas líneas sintiéndome uno más de vosotros, hermanos militares. Por el juramento que realicé y por la crianza que recibí. Como tal os escribo. Tenemos un estilo que heredamos junto a un puñado de ideas inmutables. Eso es lo que nos diferencia de la infame casta política, que adapta sus esquemas a las circunstancias que algunos les exigen. De José Antonio aprendimos que quien no vigila con permanente tenacidad sus contornos mentales, puede caer en el abismo de la violencia, de la soberbia o simplemente de la estupidez. Gracias a ese principio la nación española ha tenido relativa paz todos estos años de partitocracia; una paz solo rota por los crimenes de los nacionalistas vascos y de algunos grupúsculos de izquierda.
Nunca hemos arriado nuestras posiciones ideológicas. El precio que hemos pagado ha sido insoportablemente alto: hemos sido enjuiciados, criticados, combatidos, despreciados, insultados y reducidos al olvido por nuestros ideales y por nuestros incanjeables principios. Pero que nadie diga en el futuro que ninguno de nosotros vendió su honor por un plato de lentejas o por una cuenta corriente. Es hora de que, frente al insulto y la provocación permanente de los traidores a España y a sus normas constitucionales, y aunque tengamos que descuidar fugazmente la vigilancia de nuestros entornos mentales, respondamos apelando a nuestra condición de españoles injusta y moralmente heridos por la espalda, para satisfacer las perversoss vanidades de algunos y las exigencias espurias de otros.
De momento nadie quiere que llegue la sangre al río. Ni siquiera al Ter, que es el menos caudaloso. Por eso ya sólo confío en vosotros, hermanos militares. Mil quinientos años de historia nos observan. Que Dios salve a nuestra patria.
YA SÓLO CONFIAMOS EN VOSOTROS, HERMANOS MILITARES
A. Robles.- Nadie puede impedirnos que, ante los acontecimientos nacionales que amenazan con agrietar mil quinientos años de sólida unidad nacional, depositemos nuestra última esperanza en los militares. De entrada, no confiamos en los políticos tradicionales, ni en ningún representante de esa infame casta que, con sus repulsivos acuerdos, sus torcidos consorcios y sus compromisos particulares, nos han llevado a esta inquietante situación de interinidad y a esta gravísima situación de zozobra. Sería la cosa más absurda que encomendásemos la salud del doliente al causante de todos sus males.
La casta política española nos ha llevado hasta aquí y ella y solo ella es responsable de la partición de España que, si Dios no lo remedia, nos tendrá a todos nosotros como testigos mudos y ciegos. Cientos de españoles entregaron sus preciosas vidas por la integridad territorial de una nación que podría culminar su viaje histórico a ninguna parte. Miles de españoles de ayer y de siempre entregaron sus preciosas vidas por una nación en trance de desaparecer por la traición de unos pocos, la ineficiencia de otros y la inacción de muchos.
Esas vidas generosamente entregadas, ese patrimonio histórico que no es nuestro ni de nuestros hijos, sino de todas las generaciones que nos precedieron, no pueden quedar relegados al papel de anécdota en una mesa de negociación. Si se consumara la traición, validada ya incluso en algunos cenáculos masónicos internacionales, sus causantes no pueden quedar impunes. Han negociado y establecido acuerdos en nombre de una nación que no es patrimonio de ningún partido, ni de ningún Estado, ni de ninguna consulta electoral trampeada por los eficaces medios de inducción al voto de que dispone el sistema.
Los políticos traidores de la tanatocracia española negociaron un régimen autonómico sin establecer ningún límite y dejando la gobernabilidad, las haciendas y las vidas de algunos territorios en manos de partidos separatistas que, por su execrable naturaleza, tenían imperiosamente que elevar el listón de sus exigencias y chantajes hasta los límites que hoy estamos conociendo. Los políticos traidores de la tanatocracia española dejaron abandonados a su propia suerte a miles y miles de compatriotas que, en esos territorios entregados al enemigo, fueron siempre leales a esta gran nación, pese a que sus representantes, en vez de brindarles su apoyo y estímulo, se apartaron de ellos a veces con la desconsideración y hasta con el desprecio.
Miles de compatriotas nuestros han sido insultados, vejados, humillados, agredidos y asesinados por los nacionalistas todos estos años. Nunca encontraron la mínima adhesión por parte de instituciones claves de la nación. Por respeto a todos ellos era imperio escribir estas líneas.
Gracias a que todavía no han podido arrebatarnos el juicio crítico ni la facultad de decir lo que pensamos, proclamamos, con la solemnidad que exige el momento histórico presente, que ya sólo confiamos en la gigantesca fortaleza moral y en el elevado compromiso patriótico de nuestros uniformados para impedir la demolición de España y exigir a los dinamitadores el obligado cumplimiento de las leyes constitucionales vigentes. Por las buenas o por las menos buenas.
Los militares fueron excluidos del proceso constituyente y ellos lo aceptaron con lealtad y disciplina egregia. Frente a la angostura moral de la casta política que nos ha conducido al actual desorden institucional, los militares tienen hoy la exigencia moral y el deber profesional de otear el horizonte de nuestra patria con la serena templanza de quienes saben que ser es más importante que estar y que más se es cuanto más se sirve.
Desde la defunción del anterior régimen, los militares españoles no han tenido vocación de caudillaje ni de entrar en política. Se han limitado a cumplir con decencia y honor lo que se les ordenaba. Ocurre que ahora no se puede mantener la misma decencia ni el mismo honor si lo que se les ordena es que miren para otro lado mientras se destroza la nación que juraron defender hasta con sus vidas.
Hoy escribo estas líneas sintiéndome uno más de vosotros, hermanos militares. Por el juramento que realicé y por la crianza que recibí. Como tal os escribo. Tenemos un estilo que heredamos junto a un puñado de ideas inmutables. Eso es lo que nos diferencia de la infame casta política, que adapta sus esquemas a las circunstancias que algunos les exigen. De José Antonio aprendimos que quien no vigila con permanente tenacidad sus contornos mentales, puede caer en el abismo de la violencia, de la soberbia o simplemente de la estupidez. Gracias a ese principio la nación española ha tenido relativa paz todos estos años de partitocracia; una paz solo rota por los crimenes de los nacionalistas vascos y de algunos grupúsculos de izquierda.
Nunca hemos arriado nuestras posiciones ideológicas. El precio que hemos pagado ha sido insoportablemente alto: hemos sido enjuiciados, criticados, combatidos, despreciados, insultados y reducidos al olvido por nuestros ideales y por nuestros incanjeables principios. Pero que nadie diga en el futuro que ninguno de nosotros vendió su honor por un plato de lentejas o por una cuenta corriente. Es hora de que, frente al insulto y la provocación permanente de los traidores a España y a sus normas constitucionales, y aunque tengamos que descuidar fugazmente la vigilancia de nuestros entornos mentales, respondamos apelando a nuestra condición de españoles injusta y moralmente heridos por la espalda, para satisfacer las perversoss vanidades de algunos y las exigencias espurias de otros.
De momento nadie quiere que llegue la sangre al río. Ni siquiera al Ter, que es el menos caudaloso. Por eso ya sólo confío en vosotros, hermanos militares. Mil quinientos años de historia nos observan. Que Dios salve a nuestra patria.