Vox debe seguir creciendo, por el bien común

Eric Finch

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Vox debe seguir creciendo, por el bien común | El Quicio de la Mancebía [EQM]

Vox debe seguir creciendo, por el bien común

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De inteligencia artificial e idiococia sin alma

Muchos de los sectarios denostadores de Vox, contando también, de entre ellos, muchos de los que los que siguen en el PP, argumentan como fundamento que su origen se encuentra en las bases menos racionales, más poco pensadas, del Partido Popular.

Qué curioso: la descerebración desgajada del PP va y resulta que le da la Presidencia andaluza al ‘cerebral’ partido de donde proviene…, después de que éste lo intentara, sin éxito, nada menos que durante 40 años…

Valientes destrozo lleva hecho por el camino…, a los pocos meses de empezar !!!

Desengáñense, pues, los negacionistas de lo evidente: Vox es la voz reactiva de la conciencia patriótica, cívica, igualitaria, conservadora, tradicional, etc de los votantes desengañados -no simples- y, por tanto, no sólo del PP, harta ya de la fistro socialdemocracia de un Mariano155 dispuesto a cargarse al Partido Popular a base de artificial merluzez sin pizca de alma.

Es decir, también de aquellos que llevaban tiempo sin votar o empiezan a votar ahora. Y también de aquellos que han estado votando PSOE, Podemos o Ciudadanos y para los que ha quedado meridianamente claro que su voto no ha servido para defender al Estado de la desvergüenza nacionalista, de la desigualdad entre CCAA, del descontrol de la inmi gración, de los no prioritarios derechos de los ciudadanos nacionales de origen y de una demagógica violencia ‘de género’ que oculta la auténtica violencia doméstica en su integridad, al sustituirla bajo un pretextocon el fin de discriminar anticonstitucionalmente, linchando, al hombre, en una sectaria y artificial guerra entre sexos.

Los 400.000 votos andaluces de Vox son la primera señal de esa soberanía popular que estalló migrando hacia un voto nuevo, asqueada del bipartidismo –PP/PSOE-, desconfiada de Podemos -el bluf totalitario y populista de la crisis- y de Ciudadanos -un partido navegante cada vez más parecido a un gélido producto propio de la inteligencia artificial-.

Felicitémonos todos los sensatos por ello.

Porque, aunque no consiga presidir nuestro Gobierno, con la ayuda de muchos de los sensatos supervivientes, seguirá creciendo durante el tiempo suficiente para sacar al PP y al PSOE de la da repelúsnte ciénaga en la que han convertido a este país. Porque, mire vd por dónde, ellos solitos, sin necesidad de gobernar, torcerán adecuadamente el rumbo de los tres grandes partidos que se disputan el poder.

Es decir, España podrá volver a ser una democracia decente.

EQM

pd Si llega un momento en el que, fundamentadamente, alguien observa que Vox se manifiesta o actúa de modo antieuropeo, xenófobo, anti-inmi gración, machista, fascista o algo así, no hará siquiera falta que se lo hagan saber a EQM porque ya habremos caído en la cuenta y, en consecuencia, lo contaremos y nos posicionalremos al respecto.

Así que mientras tanto, los potenciales denuncianttes, pueden seguir despreocupándose del machismo del coletas, de la cobardía del bipartidismo ante el nacionalismo, de la ambivalencia de Ciudadanos, del autodeterminismo de los garzonitas comunistas, del afán antiSistema del podemismo o de esa predilección por el viajero ilegal y por el fomento feminizante de la guerra entre sexos, que comparten todos ellos.

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Ilustración de Raúl Arias [España, 1969], para el texto

¿De qué género está hecho Vox?

Francisco Rosell en El Mundo, 060119

Cuando Donald Trump conquistó la Casa Blanca en las presidenciales de 2016, moviéndose como pez en las aguas revueltas de la polarización y nadando a contracorriente de campañas como NeverTrump, todo el mundo se interesaba sobre el porqué del inesperado triunfo de quien jamás había ocupado un cargo electivo ni desempeñado puesto público alguno. Ahora ocurre lo propio con el fenómeno Vox tras su sacudida electoral en Andalucía y la onda expansiva que, a modo de tsunami, se proyecta en toda España en el umbral de un febril año electoral. Todos inquieren de qué género está hecho Vox.

Con la impagable colaboración de sus rivales, como se apreció en la descaminada estrategia de la izquierda andaluza -en particular, la presidenta en funciones, Susana Díaz-, Vox principia como actor decisorio al mes de observársele como una atrabiliaria tropa extraparlamentaria. Cuando al surrealista Jean Cocteau le plantearon qué sacaría de su vivienda si se declarara un incendio, éste contestó que “el fuego” en un chispazo de perspicacia. No parece apreciarse ese rasgo de inteligencia en quienes, en vez de sofocar el fuego de Vox, lo alimentan y propagan. De igual manera actuaron con Podemos tanto el PSOE y el PP hasta que el casoplón de Pablo Iglesias en Galapagar ha podido ser su panteón. “Cuando uno no vive como piensa, acaba pensando cómo vive”, predicaba desde su vivienda de protección oficial de Vallecas.

La respuesta al enigma de los dos populismos conservadores de ambas orillas atlánticas reposa sobre la mesa, como la carta secreta del célebre relato de Allan Poe. Costaba verla de tan a la vista como se hallaba. No obstante, las anteojeras ideológicas y el ciego sectarismo hacen que pase inadvertido lo que acaece literalmente delante de las narices. Para desentrañar de qué genero está hecho Vox, ayudan las razones que el politólogo Mark Lilla esgrime en su ensayo El Regreso Liberal. Más allá de la política de identidad sobre la aparición de Trump.

A la irresistible ascensión de éste último habría coadyuvado una izquierda empeñada en dirigirse a grupos particulares, en vez de al conjunto de la ciudadanía, virando de paradigma. El elitismo y la desconexión de la realidad de los demócratas (y de una parte republicana) habrían franqueado la llegada al despacho oval de la Casa Blanca de un tipo que conectó los negocios y el espectáculo como antes hiciera en España el ex alcalde de Marbella, Jesús Gil, ex presidente del Atlético, hasta que los jueces le troncharon las alas.

En su declive, la izquierda norteamericana se habría perdido “en la maleza de la política de la identidad”, desplegando “una retórica de la diferencia resentida y disgregadora”. En esta deriva, donde ha sido clave la universidad, una política de la identidad destinada a corregir injusticias históricas ha poco equilibrado en una excluyente pseudopolítica de la autoestima. Transitando del “nosotros al Yo”, por medio de lo que Lilla tilda de “política Facebook” centrada en uno mismo, ha configurado un proyecto más evangélico que político, recreando tal vez desde la izquierda el viejo Ejército de Salvación de la Iglesia metodista protestante.

Desde su perspectiva de izquierdas, Lilla entiende que, si bien la discriminación positiva ha mejorado algunos aspectos de la vida estadounidense, la obcecación con la diversidad ronda lo estrafalario. ¿Cómo explicar -se pregunta- la supuesta urgencia jovenlandesal de que los universitarios tengan el derecho a escoger los pronombres de género que se deben usar para referirse a ellos? No hace falta viajar a EEUU. En Andalucía, con ocasión del Día de la Mujer, el entonces presidente Griñán pasmó a las féminas socialistas que le envolvían: “Llamadme presidenta”.

Por mor de ello, la política norteamericana -y, por ende, la española- ha diluido lo común en pro de la “diferencia”. Así, en las antípodas de su marido, la ex presidenciable Hillary Clinton apartó al Partido Demócrata de esa senda apelando de continuo a mujeres, afroamericanos, migrantes y gayses, en vez de hablar a toda la nación. Fatalmente para ella, la suma de minorías resultó ser una resta electoral contra un aparente Don Nadie. Para más inri, como efecto rebote, esta obsesión con la diversidad impulsó que los blancos, rurales y religiosos comenzaran a considerarse un grupo desfavorecido con su identidad amenazada en un país en el que, cuando se invocaban libertades y derechos, eran para “todos en todo el mundo”, en expresión de Roosevelt.

A través del espejo de Trump, Vox busca captar “la cólera del español sentado”. Una parte de esa “mayoría silenciosa” -concepto acuñado por Nixon- se ha encomendado a esa advocación partidista. Aprecian estos indignados que la clase media, siendo presa fácil de la voracidad de una fiscalidad cuasi confiscatoria con las rentas del trabajo, se queda sistemáticamente al margen de las ayudas públicas y accede en peores términos a los servicios públicos que sufraga. Al tiempo, sus inquietudes están fuera de una agenda pública que prioriza programas de ingeniería social que socavan sus raíces y creencias.

A este respecto, junto a la defensa de la unidad de España, el control de la emigración y el litigio contra la “memoria histórica”, la “ideología de género” -no confundir con el plausible combate contra la violencia machista, aunque se asimilen interesadamente- es tema capital para Vox y fuente de votos. No por casualidad eligió como cabeza de cartel andaluz al ex juez de Familia, Francisco Serrano.

Este ha descollado en la denuncia del uso artero de la Ley de Violencia de Género y de la trama de intereses que se apropian de los medios que debían destinarse a jueces y policías para enfrentarse adecuadamente a esta lacra. Ello le costó una carrera judicial a la que renunció a retornar tras un embarazoso pleito que le valió un ostracismo del que ahora emerge como portavoz de una formación reacia a suscribir el pacto andaluz de PP y Cs en lo que hace al Plan de Violencia de Género.

Carece de sentido, no obstante, que tales discordias puedan hacer naufragar el imperativo mandato electoral en favor de un gobierno de cambio que finiquite cuarenta años de régimen socialista. Los andaluces no se lo perdonarían a ninguno de los tres partidos ni viviendo siete vidas. ¿Acaso ignora Vox que, negando su apoyo a la alternancia, servirá en bandeja un gobierno socialista que agravaría las políticas de ideología de género que repudia? Las causas, si no se defienden con inteligencia, engendran más males que curan. La política, como trasunto de la vida, está sometida a complejidades difícilmente resolubles en un pispás.

Bien lo padeció en sus carnes el juez Serrano al que las simplicidades ajenas le entregaron a las hogueras inquisitoriales de los fanáticos de la corrección política. Por eso, debe tratarse más bien de un intento de Vox por marcar las distancias y establecer un campo de acción propio con un gobierno al que investirá. Pero del que ni engrosará ni dará un cheque en blanco, sino al que condicionará con esos doce escaños que valdrán su peso en oro. Vox sabe que no puede poner en riesgo el cambio, si bien tampoco desea ser un convidado de piedra en asuntos de su programa que le han cosechado tal cantidad imprevista de votos.

Si la “memoria histórica” ni es memoria ni es historia, y mucho menos puede transformarse la Historia en un tribunal que emita sentencias justicieras o justificadoras en función de conveniencias o partidismos, otro tanto sucede con las “leyes de discriminación positiva”, cuyos daños colaterales puso de manifiesto Serrano como titular del Juzgado de Familia 7 de Sevilla.

Subrayó el uso fraudulento que se hacía de la Ley Integral de Violencia de Género, merced a las denuncias falsas a las que da lugar una norma que juzga, no en función del delito, sino del sesso del infractor. Sentenciase, en la práctica, como aquel jefe cruzado que animaba a los suyos a pasar por el cuchillo, sin miramientos ni resquemores, a todo aquel que tomara por infiel. Ya se encargaría el buen Dios, con su sapiencia infinita, de separar qué almas debían acompañarle al paraíso y cuáles mandar al averno.

Si en diciembre de 2006 la juez decana de Barcelona, María Sanahuja, ya advirtió de las detenciones que se estaban produciendo “sin apenas indicios” por malos tratos, tres años después fue este juez -con el respaldo posterior de sus cuatro compañeras de los otros juzgados de Familia de Sevilla- quien alertó sobre la proliferación de denuncias fingidas. Ello le supuso ser puesto en la picota por quienes no se atienen a razones, sino a sus prejuicios con los que pretenden gobernar el mundo entero si éste se pusiera al alcance de sus designios.

Como el juez Serrano no adoptó la cautela evangélica -“¡Ay de aquel hombre por quien el escándalo viene!”-, padeció la doble vara de medir que la Justicia se gasta cuando la política mueve los hilos de su balanza. Así, al tiempo que sentenciaba como falta leve y multa de 300 míseros euros a Garzón por excarcelar a dos narcotraficantes turcos para los que se reclamaban doce años de reclusión, la Fiscalía solicitaba contra el togado sevillano diez años de inhabilitación y multa de 5.400 euros por atender los deseos de un niño de ampliar unas horas el régimen de visitas para salir, junto a su padre, de paje en una cofradía hispalense.

Su nefando pecado no fue lo dicho, por ser de conocimiento de quien conoce de estos pleitos, sino descorrer el velo de silencio y debelar lo que muchos callan por conveniencia, tras salir en loor de unanimidades en el Parlamento. Más que la calidad de una norma contra el terror doméstico, lo que a los partidos les preocupó fue tomar la bandera feminista, caso del PSOE o Podemos, o no granjearse su enemiga, circunstancia del PP, pero también de Cs, que giró en redondo tras estimar hasta entonces que era una norma inconstitucional por discriminatoria.

De un tiempo a esta parte, los Parlamentos legislan atendiendo a pertenencias o adscripciones grupales. Ello enrarece la convivencia -enfrentando primero a unos contra otros y luego a todos contra todos- e imposibilita el funcionamiento igualitario de la nación. Una civilización democrática no puede fragmentarse tribalmente en clanes en derredor de sus idiosincrasias territoriales, religiosas o sensuales.

Una cosa es combatir la desdicha de la violencia machista y otra desatar una guerra de sexos, azuzada por el resentimiento. Como si muchas mujeres no fueran, a la vez, esposas y madres de hijos sometidos al infierno que desata una denuncia falsa o si los hombres, además de cónyuges, no pudieran ser igualmente padres de hijas víctimas de perversoss sin escrúpulos o hermanos de mujeres maltratadas. Claro que si -como dejó escrito Friedrich Schiller- “contra la estupidez incluso los dioses luchan en vano”, cómo no ha de cundir el desánimo entre quienes pugnan por introducir algo de racionalidad en un mundo en el que reina una brutalidad petulante.

Tales verdades incómodas sacan de sus casillas a quienes han hecho un negocio político de esa “ideología de género”. En vez de reconocer su fracaso en la extirpación del execrable maltrato a la mujer y de cómo prosigue esa espiral de barbarie, se empecinan en el remedio fallido. Einstein, que no ocultaba los fiascos que le llevaron al éxito, sostenía sin ambages que, si se buscan resultados distintos, “no hagáis siempre lo mismo”. Pero, en vez de atender esa máxima del gran genio del siglo XX, persisten no sólo en el sostenella y no enmendalla, sino combaten con arrebato a quienes aperciben sobre lo errado del camino.

A lo que se ve, hay que perder toda esperanza de enmienda cuando “vale más fracasar honradamente que triunfar debido a un fraude”, según Sófocles. No hay peor negacionismo que el de la realidad. Cual avestruz que entierra su cabeza disponiendo de atléticas extremidades para ponerse a salvo. En esas encrucijadas, como advirtió el bufón de El rey Lear, es cuando los ciegos encomiendan su guía a los locos (y a los aventureros, añadiríamos).

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Abascal y su primer reto como líder nacional

Federico J. Losantos en Libertad Digital, 060119

Siendo importantísimo el resultado de VOX en Andalucía, tanto que, si no cae en la trampa que, como cree Emilio Campmany, le ha tendido Rivera, permitiría echar a la izquierda de su eterno cortijo electoral, aún lo es más haber demostrado que la batalla cultural contra la izquierda, si se da, tiene base social suficiente para ganarse. Dentro de muchos años, claro. No hay milagros en estratos de opinión fraguados durante muchas décadas.

Lo absurdo y suicida es elegir entre las dos bazas que tiene el partido de Abascal: ser decisivo en la investidura de Moreno y luego en la legislatura que dependerá de sus votos, o desmontar el inmenso tinglado con el que la izquierda sustituye al marxismo: la “ideología de género” y la “memoria histórica”. Condenarse a elegir solamente una baza, la investidura o las reformas, supondría perder, por principio, la batalla de los principios.

El frente mediático: el gran tapado del debate andaluz

Hay cuatro frentes de batalla en los que se libra la guerra cultural en España: el de la legitimidad de la nación española y su lengua común, que es inseparable de la defensa del orden constitucional; la política feminista o de género, que lo vulnera frontalmente; la de Memoria Histórica, nacida para destruirlo; y el que apenas se debate, pero que, tratándose de una guerra de opinión, y por tanto, de medios para promoverla, es clave: el desequilibrio mediático en favor de la izquierda y/o el separatismo.

Pues bien, ni VOX, ni Ciudadanos ni, por supuesto, el PP, han planteado siquiera la necesidad y la fórmula legal de romper la aplastante dictadura mediática audiovisual (radio y TV) de extrema izquierda que padece España, y que es la razón por la que hay batallas que se dan por perdidas sin entablarlas siquiera en el Parlamento.

Se ha recordado estos días el cambiazo descarado de Cs, sobre todo por la cara dura de Rivera enarbolando la bandera que antes combatía, con respecto a la Ley de Violencia de Género. Pero antes ya lo había hecho el PP; y ambos cambiaron también su posición contraria a la Ley de Memoria Histórica: por eso votaron a favor de la profanación de la tumba de Franco. ¿Y por qué cambiaron? Para no enfrentarse con La Sexta y la todopoderosa izquierda mediática.

Recuérdese el caso de Juana Rivas, inseparable del de La Manada: Rajoy y Rivera compitieron en indignidad, en desprecio a los jueces y en sometimiento a la demagogia ambiental creada mediáticamente. Y los dos lo hicieron exclusivamente por temor a la demagogia ambiental, creada por los medios, sobre todo audiovisuales, que son los que les molan.

El asunto parece complejo, pero el fondo del problema es sencillo: mientras no haya propiedad privada en el ámbito audiovisual, y en España está, como manda la Constitución en su artículo 20, permitida en la prensa pero secuestrada por los partidos en radio y televisión, nada cambiará. Los medios serán concesiones político-administrativas que deberán presionar a partidos, jueces y parlamentos para mantenerlas o para conseguirlas. Rara vez, si alguna, un dirigente de un partido de derechas querrá compensar la abrumadora mayoría de medios de izquierdas y le dará alguna concesión a una empresa ideológicamente liberal-conservadora.

En diez años de vida de esRadio, eso ha sucedido tan sólo una vez, en Galicia, y media, en Madrid. Autonomías clásicas del PP como Castilla-León y Murcia (antes, Valencia) llevan doce años prevaricando, sin convocar los preceptivos concursos. Es la zanahoria para que no les den palos; y les dan igual, pero se la guardan. ¡Y algunos aún se asombran de que Roures y Godó se forren con el Golpe!

En Andalucía, por ejemplo, la SER tiene más de cien frecuencias y esRadio, ninguna. Se nos oye gracias a diversos acuerdos con medios locales, pero legalmente no podemos abrir ni una sola. Por haber respaldado las denuncias sobre su corrupción, el PSOE-A de Susana y Don Angelo cerró violentísimamente varias emisora alegales, pero en trámite ante los tribunales, que daban nuestros programas, algo que nunca hizo con ninguna del triopolio radiofónico SER-COPE-Onda Cero. No pedimos nada. Tan sólo ejercer un derecho secuestrado por la partitocracia, vulnerando la libertad civil de andaluces y españoles. Pues ni una sola palabra, ni una, ha dicho sobre este asunto ninguno de los partidos.

Pero volvamos al escenario para perder una guerra que, en realidad, nadie pensaba ganar.

¿A quién favorecerían unas nuevas elecciones?

Si la negativa de Cs a ceder en algo ante VOX impidiera que hubiera cambio en Andalucía, abocándola a nuevas elecciones, ¿quiénes serían los beneficiados? Lógicamente, los perjudicados por el resultado de las últimas elecciones: socialistas y comunistas. Luego, tal vez, Ciudadanos, otra vez socio de Gobierno del PSOE en Andalucía… pensando en la Moncloa. Y tal vez después, pero muy después, VOX, que habría trocado el cambio de gobierno y de régimen en Andalucía por el mantenimiento de… ¿De qué?

¿Dejará VOX de luchar por la derogación de la VioGen porque Rivera les desprecie? ¿Sería más fácil desmontar el tinglado de las asociaciones de género desde una oposición, que caería en absoluto y justificado descrédito, que desde el mismo Gobierno de la Junta que lo montó? ¿No va a depender Moreno de los votos de VOX mientras dure la legislatura? ¿Puede asegurar VOX que eso seguiría igual con nuevas elecciones, con tres partidos que caerían en barrena por su dogmatismo, su oportunismo o su incapacidad para negociar un cambio necesario que ninguno tiene fuerza para imponer?

Ya me parece estar oyendo a Luis del Pino decir: ¿y qué cambio va a haber si antes de la investidura ya se niega un cambio tan esencial? ¿Y en qué favorecería ese cambio la derrota histórica de todas las derechas, todas, si se deja volver al PSOE al Poder, con Podemos o, más fácil, con Rivera? ¿Que quedaría claro que Cs prefiere pactar con la izquierda? ¿Pero no está quedando clarísimo que eso, justo eso, es lo que quiere Rivera? Al impedir VOX el Gobierno PP-Cs, que dependería siempre de sus votos, al que le está haciendo el gran favor es a Rivera. Y tampoco perjudicaría a Casado. El gran perjudicado, como líder nacional naciente, sería Santiago Abascal.

Yo creo que, si VOX actúa inteligentemente, puede incluso ganar las elecciones generales. Pero eso es lo de menos si se tiene en cuenta, como dicen ellos, la situación de “extrema necesidad nacional” que afronta España. Una guerra no debe jugarse a cara o cruz en una batalla que se puede ganar pero que es fácil perder. Como está de moda Franco, cabe recordar que en la guerra nunca arriesgó el grueso de sus fuerzas en batallas de prestigio, sino de eficacia.

Un gesto inteligente para mantener la jovenlandesal de los alzados como la liberación del Alcázar de Toledo no le impidió frenar el asalto a Madrid al ver que no tomaría en inferioridad numérica una gran ciudad bien defendida. Fijó el frente y avanzó por donde sus medios lo permitían. En toda guerra la jovenlandesal de victoria es necesaria. La jovenlandesal sola, no la gana.

Acuerdo el martes, guerra el miércoles

Precisamente por su debilidad estructural, el PP está haciendo lo que debe: no enfrentarse a VOX, con el que deberá pactarlo todo en el futuro, y dejar que Ciudadanos se deslice hacia la izquierda, sólo o en compañía de Borja Semper, la clásica figurita de porcelana centrista de aquel PP vasco ikebana, elegante y sumiso, con cierta lideresa intrascendente ya olvidada. Si Casado se atreviera a purgar de sorayos y marotos su partido, Abascal tendría un problema. De momento, todo lo contrario. Salvo error andaluz.

Lo normal es que este martes PP y VOX lleguen a algún acuerdo que les deje en buen lugar y deje alguna salida a Ciudadanos, que, para mí, es el que peor parado saldría de este envite. Habrá ocasión de devolvérsela, si el juicio al golpismo catalán no aconseja una tregua patriótica. Pero la batalla cultural y mediática contra el sexismo subvencionado, el guerracivilismo desmemoriado y otras aviesas formas de marxismo cultural continuará.

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Solo tienen k dejar que el psoe de mas pagas a pagapensiones y que admitan mas pagapensiones

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