Violencia Hembrista: Carlos, victima de dos denuncias falsas por violación

burbujero.23

Madmaxista
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Venimos de aqui:
Sociedad: - Charo se queja de que ABC publique la historia de un hombre denunciado falsamente por violacion

Ya he encontrado el articulo que mosqueo a la charo de turno. De recomendable lectura. Y muestra de lo facil que una mujerA lo tiene para jorobarle la vida a un hombre.

Carlos, el falso culpable: las 34 horas de un español inocente en una prisión de Estados Unidos


Por cierto, dos denuncias falsas que no cuentan para la estadistica, ya que la justicia no se ha hecho cargo de sus responsabilidades y no han juzgado a la mujerA



En septiembre de 2019 una decena de policías arrestan al estudiante Carlos Peña Cifuentes en su casa de la Universidad Loyola, en Nueva Orleans (Luisiana). Le detienen por un delito de abusos sensuales y le consideran sospechoso de dos violaciones. En ese momento empieza una carrera en dos tiempos por demostrar su inocencia. Durante varios meses un fantasma sobrevuela su mente: cadena perpetua en una guandoca norteamericana. Es inocente, pero lo tendrá que demostrar. ABC reconstruye su historia.
Cuatro de la tarde de un sábado cualquiera. Seis estudiantes españoles pasan la resaca en el salón de uno de ellos, en una vivienda en el campus de la Universidad de Loyola (Luisiana, Estados Unidos). Es la casa de Carlos, que está sentado de espaldas a la ventana principal: pantalón largo, camiseta y zapatillas. También lleva unos calcetines blancos.
Hay un policía frente a tu casa -advierte uno de los amigos.
Ni te preocupes, siempre hay mazo de policía en el campus -responde Carlos.
Está entrando en el porche -insiste su amigo.
Carlos se levanta y abre la puerta: No es un agente, sino diez, y no son los de seguridad del campus. Uno de ellos le inmoviliza y le pone las esposas. Carlos empieza a temblar y sus amigos no paran de preguntar qué sucede. Todo transcurre muy rápido, y Carlos no se resiste ni un segundo mientras le meten en el coche. Pide a los agentes que le dejen entrar en casa para coger el pasaporte. Negativo. Al menos, sus amigos le dan su cartera y también su móvil, que es requisado por la autoridad. En medio de la fría contundencia del procedimiento de detención de un sospechoso, los agentes tienen un detalle: piden a los amigos que apunten sus números en un papel por si el detenido quiere llamarles más tarde. Atemorizados, apuntan sus números españoles. Error.
Hay un policía frente a tu casa -advierte uno de los amigos. Ni te preocupes, siempre hay mazo de policía en el campus -responde Carlos. Está entrando en el porche -insiste su amigo.

¿Quieres hacer una declaración? -pregunta la detective a cargo del operativo.
Yo quiero ayudar, pero no quiero meter la pata -responde Carlos.
Ella le lee sus derechos. Él insiste:
Quiero ayudar. ¿Debería hablar?
De modo automático ella le vuelve a leer sus derechos.
Creo que no me está entendiendo -le espeta ella.
Te entiendo perfectamente, te pregunto qué debo hacer.
Ella le da entender que debería esperar a su abogado, y añade:
Nos vamos a la guandoca.
A Carlos le da un vuelco el corazón –«guandoca»-, pero el operativo continúa sin atender a emociones. La detective le pide la clave de desbloqueo del móvil. Él se la da. No tiene nada que ocultar, y desde el primer momento quiere que quede claro. Carlos se agarra a que en cualquier momento alguien vaya a deshacer el malentendido. Tiene que ser una equivocación y se va a resolver. El detenido pregunta a la detective si debe avisar a sus padres y ella le dice la verdad: «Esto va a ir para largo». La pesadilla acaba de empezar. En dos tiempos, o quizá tres.
El primer tiempo: 34 horas
La angustia empieza durante el traslado a comisaría. En el trayecto en coche Carlos tiene un momento para ordenar sus pensamientos. No sabe por qué está ahí, esposado, como un delincuente. Recuerda que, en los últimos días, en la universidad se ha comentado que anteriormente en el bar al que va con todos sus amigos ha habido dos denuncias por violación. Es un tema serio: en el campus hay postes para que quien se sienta intimidado pueda contactar rápidamente con Seguridad. Y en 2019 el mundo vive hipersensibilizado con la violencia contra la mujer. Poca broma. ¿Pero todo eso qué tiene que ver con él?

Carlos abandona la celda. Atraviesa un pasillo y en una garita con un cajón hermético, como los de las gasolineras cuando vas de madrugada, le entregan sus pertenencias plastificadas: la cartera, los cordones y la medalla de la Santina. El móvil sigue en poder de la autoridad competente. En la puerta están sus cinco amigos, sus amigas y el novio de una de sus hermanas mayores. Entre todos han puesto el dinero para juntar la fianza, a la espera de que los padres de Carlos aterricen en Luisiana. Se funden en un abrazo y Carlos rompe a llorar. Demasiada tensión en los dos últimos días. 34 horas en las que no ha comido nada, no ha bebido nada, y no ha hecho pis. 34 horas de miedo absoluto. Sólo respirar.
Carlos está en libertad bajo fianza, pero se le investiga por un delito grave. La juez le ha retirado el pasaporte y no puede salir de Estados Unidos. Además, en la universidad han tomado la decisión de suspenderle de modo interino, hasta que resuelva el asunto. Aunque él se sabe inocente, en ese momento es presunto culpable. La pesadilla acaba de empezar. El segundo tiempo no se resolverá en 34 horas, será cuestión de meses.
Los amigos le advierten: has salido en las noticias
¿Qué quieres hacer ahora? -le preguntan.
Maratón de Harry Potter con todos vosotros.
La piedra filosofal es un buen rollo generacional. Y a los 21 años el respaldo de los amigos puede significarlo todo.
El segundo tiempo: 150 días
Nada más salir de prisión, Carlos llama a su padre.
Papá, no he hecho nada.
Ambos rompen a llorar.
Hijo, ni me lo digas. Ni se me ha pasado por la cabeza. Ni a tu progenitora, ni a tus hermanas. Tienes que descansar.
Carlos duerme 11 horas. A la mañana siguiente se levanta y se da cuenta que no ha sido una pesadilla. Que no se ha acabado. Piensa que le están intentando colgar dos violaciones... «Todos tenemos pesadillas, ¿pero que te vaya a pasar esto? Es el peor delito posible, tengo hermanas, tengo progenitora...».
Superadas las 34 horas en prisión, el segundo tiempo de esta batalla sobrevenida es el procedimiento judicial.
Superadas las 34 horas en prisión, el segundo tiempo de esta batalla sobrevenida es el procedimiento judicial. El juzgado tiene un plazo de 150 días para decidir si desestima el caso o le acusa formalmente. Cinco meses que sitúan a Carlos en un limbo legal, pues su visa en Estados Unidos es sólo para un cuatrimestre y la universidad le ha suspendido de modo interino.
Tras el periplo por Hogwarts, Carlos se pone manos a la obra. Lo primero es reunirse con su abogado. Dan una vuelta en coche. El letrado le pide disculpas por el trato de su primer encuentro, pero la situación lo requería. Carlos es sospechoso de las dos violaciones, porque su perfil coincide con la descripción y una chica le acusa de abusos. Ella ha llegado a decir que esa noche en el Boot Carlos la había manoseado, incluso le había introducido un dedo en la vagina y en el ano, y que ella al defenderse le había golpeado en el cuello.
Tienes que decirme toda la verdad. Yo te voy a defender igual. A tus padres cuéntales lo que quieras, pero a mí no.
Todo es mentira. Había bebido, pero era consciente y lo recuerdo todo perfectamente. Nada de eso es verdad.
Tiene claro que todo eso no pasó: primero porque no lo hizo, segundo porque jamás lo haría, y tercero porque estaban allí todos sus amigos y nadie recuerda nada parecido. El abogado le informa de los plazos y le dice que hay que nutrirse de las pruebas que ratifiquen su versión. Manos a la obra.
Durante el primer mes, casi no sale a la calle. Cuando lo hace, siempre oculto tras una gorra, descubre el rechazo social a través de la mirada incriminatoria de quienes le reconocen. Su imagen ha salido en los periódicos y en las televisiones. Aquella foto nada más llegar a la guandoca, pálido, despeinado, asustado. El juicio paralelo, la pena de telediario: un camarero se niega a servirle una cerveza el día que su padre invita a todos los amigos a cenar como gesto de agradecimiento por su apoyo ; un taxista le saca el tema y le pregunta si cree que el chaval al que acusan es culpable; una dependienta de hotel se solidariza con su progenitora, pero no con él, por el sufrimiento que le está causando su hijo. No le ven a él, ven a un violador, y eso no es fácil de digerir. Carlos teme no poder controlarse el día en que alguien se le espete a la cara: «violador».
Él cree que las cosas se aclararán, pero la situación le supera y a sus 21 años no alcanza a comprender las consecuencias que tendrá sobre su vida.

Las semanas transcurren y su jovenlandesal se va minando, hasta el punto que un día llama a su abogado y le pide una nueva cita. El letrado cree que su cliente le va a informar de un detalle oculto, pero no: Carlos se ratifica en el mismo relato, pero ya se lo cuestiona todo. Ha perdido toda seguridad en sí mismo. ¿Y si estaba más borracho de lo que pienso y no recuerda algo?. «Lo que te he contado es 99 por ciento seguro, pero me da un miedo tremendo verme en el vídeo y estar cayéndome por los suelos. Me lo cuestiono todo, mi cerebro me la está jugando». El abogado le tranquiliza: en la mayoría de los casos los hechos coinciden con los recuerdos.
Carlos hace acopio de pruebas que demuestren dónde estaba los días en que fueron denunciadas las violaciones. Afortunadamente, su sentido del humor es objetivo fácil para las cámaras. Cuando empieza a hacer el simple, los amigos desenfundan rápido los móviles. Gracias a esas inocentes grabaciones es fácil reconstruir los hechos. Una de las dos noches sí que fue a la discoteca: «Gracias a Dios yo estaba gracioso esa noche y a todo el mundo le dio por grabarme». En la segunda noche estuvo en casa. En ambos casos, hay pruebas que demuestran que no es el violador del que habla la prensa.
Descartados los días de las dos violaciones, la clave de la investigación pasa por el lugar de los hechos. Según la declaración de la chica, todo sucedió en el interior del Boot, y afortunadamente el bar tiene cámaras de seguridad. Cuando el abogado de Carlos se las pide, el gerente le dice que no se las puede dar, pero sí a la policía. Aún así, les dice que él las ha visto y que no hay nada:
Yo no puedo darte el vídeo, pero lo he visto. Lo que dice la chica es mentira. Pobre chico.
Un rayo de esperanza para Carlos que se ve solapado por un nuevo intento de retirarle el visado, dado que formalmente no es un estudiante universitario: de madrugada, la pesadilla vuelve a hacerse realidad. A las seis de la mañana, la Policía acude a su casa en el campus con orden de detenerle. La suspensión de la universidad pone su visa en peligro y le convierte en objetivo de la policía de inmi gración porque puede tratarse de un ilegal. La escena es similar, con el agravante de que es su progenitora quien grita en pijama a los policías que no se lleven a su hijo. Pero Carlos ya tiene experiencia, se pone unos calcetines y una camiseta blanca y se dispone a volver a prisión frustrado por una situación administrativa que le convierte en un ilegal a la fuerza. No puede irse del país, pero tampoco puede quedarse, y no puede ir a la universidad hasta que no se aclare su situación. Presunto culpable. Falso culpable.
Después de 34 horas en prisión y los 150 días de instrucción judicial, toca disputar el tercer tiempo: la gestión de esta crisis sobrevenida y su efecto en el resto de su existencia.
Para Carlos Peña y su abogado, el momento clave es cuando visionan juntos por primera vez las imágenes de la noche de autos. Son frames sin sonido, en blanco y neցro, pero de suficiente calidad para percibir bien los detalles: el bar no está muy lleno y la cámara está encima de donde ellos bailan. Es un plano contrapicado muy elocuente: se ve a Carlos llamando la atención de la chica. Primero baila para hacerla reír, luego más pegados, pero no van más allá. Se le ve a él sacar el móvil y apuntar el número que ella le dicta. El relato tal y como Carlos se lo contó a sus abogados. Pero hay más. Otra cámara capta un segundo encuentro entre ambos, esta vez en presencia de su amigo: es ella la que se acerca y quien reclama su atención. Le toca y le abraza cariñosamente. Ahí es cuando Carlos mete la pata, ella se enfada y se va. Punto y final.
«Gracias a Dios: no soy el tío que están diciendo que soy, no he hecho lo que dicen que he hecho», exclama Carlos en presencia de sus abogados. Es la prueba que necesita. Las imágenes confirman punto por punto su relato y desmienten todo lo afirmado por ella. El letrado es concluyente:
Hay un 90 por ciento de posibilidades de que el juzgado desestime el caso. No vas a ir a juicio.
¿Y el procedimiento abierto en la universidad?
Hay un 90 por ciento de posibilidades de que te consideren culpable.
Pero, ¿por qué? Si el juez desestima el caso…
En lo penal, para ser condenado los hechos tienen que quedar probados, más allá de la duda razonable. En la universidad todo está montado para que la balanza se decante a favor del denunciante.

¡Pero eso no tiene sentido!
En estos casos, en la universidad sólo hace falta una denuncia más el peso de una pluma. En toda mi carrera sólo he ganado un caso en la universidad.
Finalmente, el 24 de enero de 2020, cuando el plazo de 150 días está cerca de vencer, el juzgado desestima el caso. Las pruebas son contundentes y ni siquiera se abre juicio. Queda probado que la chica mintió. La pesadilla se ha acabado: Carlos es inocente, incluso podrá entrar en Estados Unidos en el futuro. Del procedimiento abierto por la universidad Carlos nunca tendrá noticias, porque es una investigación privada y porque tiene decidido que jamás volverá a pisar sus aulas. El procedimiento dormirá el sueño de los injustos.
El tercer tiempo
Superadas las 34 horas en prisión y los 150 días de instrucción judicial, toca disputar el tercer tiempo: la gestión de esta crisis sobrevenida y su efecto en el resto de su existencia. El futuro. Carlos no tarda en recuperar su vida en Madrid. A diferencia de la universidad Loyola, Icade ha respetado su presunción de inocencia. Las cosas vuelven a ser como eran: su familia, su novia, sus amigos y su vida universitaria. Pero las heridas son profundas y tardarán en cicatrizar. Él es hijo de su tiempo: la generación del «mee too». Como sus amigos, y como sus amigas, tiene muy presentes las reivindicaciones feministas, y es firme en la condena de toda posibilidad de trato discriminatorio hacia la mujer. No es un tema que le sea indiferente, entre otras cosas porque es la sociedad la que establece el marco mental. El problema es que él no ha sido.
«Me parece perfecto que la ley dote de los medios a la mujer que está siendo maltratada. Pero ¿y si él acusado es inocente? A mí me metieron en la guandoca y me expulsaron de la universidad, y mucha gente me juzgó. Me acabaron quitando la visa y estuve a punto de irme a una guandoca de pagapensiones. No habría pensado que me iba a pasar algo parecido ni en un millón de años. No voy a sacar a bailar nunca más a una chica que no sea mi amiga en una discoteca, y jamás me voy a subir a un ascensor sólo con una mujer. Y lo que más me preocupa: sin ver el vídeo o sin conocerme, habrá quien seguirá albergando una duda, por pequeña que sea. Y eso no puede ser. Que me vaya a perseguir toda la vida algo que no he hecho me reconcome por dentro. Por eso quiero que se sepa la verdad»
 
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Ya he encontrado el articulo que mosqueo a la charo de turno. De recomendable lectura. Y muestra de lo facil que una mujerA lo tiene para jorobarle la vida a un hombre.

Carlos, el falso culpable: las 34 horas de un español inocente en una prisión de Estados Unidos


Por cierto, dos denuncias falsas que no cuentan para la estadistica, ya que la justicia no se ha hecho cargo de sus responsabilidades y no han juzgado a la mujerA



En septiembre de 2019 una decena de policías arrestan al estudiante Carlos Peña Cifuentes en su casa de la Universidad Loyola, en Nueva Orleans (Luisiana). Le detienen por un delito de abusos sensuales y le consideran sospechoso de dos violaciones. En ese momento empieza una carrera en dos tiempos por demostrar su inocencia. Durante varios meses un fantasma sobrevuela su mente: cadena perpetua en una guandoca norteamericana. Es inocente, pero lo tendrá que demostrar. ABC reconstruye su historia.
Cuatro de la tarde de un sábado cualquiera. Seis estudiantes españoles pasan la resaca en el salón de uno de ellos, en una vivienda en el campus de la Universidad de Loyola (Luisiana, Estados Unidos). Es la casa de Carlos, que está sentado de espaldas a la ventana principal: pantalón largo, camiseta y zapatillas. También lleva unos calcetines blancos.
Hay un policía frente a tu casa -advierte uno de los amigos.
Ni te preocupes, siempre hay mazo de policía en el campus -responde Carlos.
Está entrando en el porche -insiste su amigo.
Carlos se levanta y abre la puerta: No es un agente, sino diez, y no son los de seguridad del campus. Uno de ellos le inmoviliza y le pone las esposas. Carlos empieza a temblar y sus amigos no paran de preguntar qué sucede. Todo transcurre muy rápido, y Carlos no se resiste ni un segundo mientras le meten en el coche. Pide a los agentes que le dejen entrar en casa para coger el pasaporte. Negativo. Al menos, sus amigos le dan su cartera y también su móvil, que es requisado por la autoridad. En medio de la fría contundencia del procedimiento de detención de un sospechoso, los agentes tienen un detalle: piden a los amigos que apunten sus números en un papel por si el detenido quiere llamarles más tarde. Atemorizados, apuntan sus números españoles. Error.
Hay un policía frente a tu casa -advierte uno de los amigos. Ni te preocupes, siempre hay mazo de policía en el campus -responde Carlos. Está entrando en el porche -insiste su amigo.

¿Quieres hacer una declaración? -pregunta la detective a cargo del operativo.
Yo quiero ayudar, pero no quiero meter la pata -responde Carlos.
Ella le lee sus derechos. Él insiste:
Quiero ayudar. ¿Debería hablar?
De modo automático ella le vuelve a leer sus derechos.
Creo que no me está entendiendo -le espeta ella.
Te entiendo perfectamente, te pregunto qué debo hacer.
Ella le da entender que debería esperar a su abogado, y añade:
Nos vamos a la guandoca.
A Carlos le da un vuelco el corazón –«guandoca»-, pero el operativo continúa sin atender a emociones. La detective le pide la clave de desbloqueo del móvil. Él se la da. No tiene nada que ocultar, y desde el primer momento quiere que quede claro. Carlos se agarra a que en cualquier momento alguien vaya a deshacer el malentendido. Tiene que ser una equivocación y se va a resolver. El detenido pregunta a la detective si debe avisar a sus padres y ella le dice la verdad: «Esto va a ir para largo». La pesadilla acaba de empezar. En dos tiempos, o quizá tres.
El primer tiempo: 34 horas
La angustia empieza durante el traslado a comisaría. En el trayecto en coche Carlos tiene un momento para ordenar sus pensamientos. No sabe por qué está ahí, esposado, como un delincuente. Recuerda que, en los últimos días, en la universidad se ha comentado que anteriormente en el bar al que va con todos sus amigos ha habido dos denuncias por violación. Es un tema serio: en el campus hay postes para que quien se sienta intimidado pueda contactar rápidamente con Seguridad. Y en 2019 el mundo vive hipersensibilizado con la violencia contra la mujer. Poca broma. ¿Pero todo eso qué tiene que ver con él?

Carlos abandona la celda. Atraviesa un pasillo y en una garita con un cajón hermético, como los de las gasolineras cuando vas de madrugada, le entregan sus pertenencias plastificadas: la cartera, los cordones y la medalla de la Santina. El móvil sigue en poder de la autoridad competente. En la puerta están sus cinco amigos, sus amigas y el novio de una de sus hermanas mayores. Entre todos han puesto el dinero para juntar la fianza, a la espera de que los padres de Carlos aterricen en Luisiana. Se funden en un abrazo y Carlos rompe a llorar. Demasiada tensión en los dos últimos días. 34 horas en las que no ha comido nada, no ha bebido nada, y no ha hecho pis. 34 horas de miedo absoluto. Sólo respirar.
Carlos está en libertad bajo fianza, pero se le investiga por un delito grave. La juez le ha retirado el pasaporte y no puede salir de Estados Unidos. Además, en la universidad han tomado la decisión de suspenderle de modo interino, hasta que resuelva el asunto. Aunque él se sabe inocente, en ese momento es presunto culpable. La pesadilla acaba de empezar. El segundo tiempo no se resolverá en 34 horas, será cuestión de meses.
Los amigos le advierten: has salido en las noticias
¿Qué quieres hacer ahora? -le preguntan.
Maratón de Harry Potter con todos vosotros.
La piedra filosofal es un buen rollo generacional. Y a los 21 años el respaldo de los amigos puede significarlo todo.
El segundo tiempo: 150 días
Nada más salir de prisión, Carlos llama a su padre.
Papá, no he hecho nada.
Ambos rompen a llorar.
Hijo, ni me lo digas. Ni se me ha pasado por la cabeza. Ni a tu progenitora, ni a tus hermanas. Tienes que descansar.
Carlos duerme 11 horas. A la mañana siguiente se levanta y se da cuenta que no ha sido una pesadilla. Que no se ha acabado. Piensa que le están intentando colgar dos violaciones... «Todos tenemos pesadillas, ¿pero que te vaya a pasar esto? Es el peor delito posible, tengo hermanas, tengo progenitora...».
Superadas las 34 horas en prisión, el segundo tiempo de esta batalla sobrevenida es el procedimiento judicial.
Superadas las 34 horas en prisión, el segundo tiempo de esta batalla sobrevenida es el procedimiento judicial. El juzgado tiene un plazo de 150 días para decidir si desestima el caso o le acusa formalmente. Cinco meses que sitúan a Carlos en un limbo legal, pues su visa en Estados Unidos es sólo para un cuatrimestre y la universidad le ha suspendido de modo interino.
Tras el periplo por Hogwarts, Carlos se pone manos a la obra. Lo primero es reunirse con su abogado. Dan una vuelta en coche. El letrado le pide disculpas por el trato de su primer encuentro, pero la situación lo requería. Carlos es sospechoso de las dos violaciones, porque su perfil coincide con la descripción y una chica le acusa de abusos. Ella ha llegado a decir que esa noche en el Boot Carlos la había manoseado, incluso le había introducido un dedo en la vagina y en el ano, y que ella al defenderse le había golpeado en el cuello.
Tienes que decirme toda la verdad. Yo te voy a defender igual. A tus padres cuéntales lo que quieras, pero a mí no.
Todo es mentira. Había bebido, pero era consciente y lo recuerdo todo perfectamente. Nada de eso es verdad.
Tiene claro que todo eso no pasó: primero porque no lo hizo, segundo porque jamás lo haría, y tercero porque estaban allí todos sus amigos y nadie recuerda nada parecido. El abogado le informa de los plazos y le dice que hay que nutrirse de las pruebas que ratifiquen su versión. Manos a la obra.
Durante el primer mes, casi no sale a la calle. Cuando lo hace, siempre oculto tras una gorra, descubre el rechazo social a través de la mirada incriminatoria de quienes le reconocen. Su imagen ha salido en los periódicos y en las televisiones. Aquella foto nada más llegar a la guandoca, pálido, despeinado, asustado. El juicio paralelo, la pena de telediario: un camarero se niega a servirle una cerveza el día que su padre invita a todos los amigos a cenar como gesto de agradecimiento por su apoyo ; un taxista le saca el tema y le pregunta si cree que el chaval al que acusan es culpable; una dependienta de hotel se solidariza con su progenitora, pero no con él, por el sufrimiento que le está causando su hijo. No le ven a él, ven a un violador, y eso no es fácil de digerir. Carlos teme no poder controlarse el día en que alguien se le espete a la cara: «violador».
Él cree que las cosas se aclararán, pero la situación le supera y a sus 21 años no alcanza a comprender las consecuencias que tendrá sobre su vida.

Las semanas transcurren y su jovenlandesal se va minando, hasta el punto que un día llama a su abogado y le pide una nueva cita. El letrado cree que su cliente le va a informar de un detalle oculto, pero no: Carlos se ratifica en el mismo relato, pero ya se lo cuestiona todo. Ha perdido toda seguridad en sí mismo. ¿Y si estaba más borracho de lo que pienso y no recuerda algo?. «Lo que te he contado es 99 por ciento seguro, pero me da un miedo tremendo verme en el vídeo y estar cayéndome por los suelos. Me lo cuestiono todo, mi cerebro me la está jugando». El abogado le tranquiliza: en la mayoría de los casos los hechos coinciden con los recuerdos.
Carlos hace acopio de pruebas que demuestren dónde estaba los días en que fueron denunciadas las violaciones. Afortunadamente, su sentido del humor es objetivo fácil para las cámaras. Cuando empieza a hacer el simple, los amigos desenfundan rápido los móviles. Gracias a esas inocentes grabaciones es fácil reconstruir los hechos. Una de las dos noches sí que fue a la discoteca: «Gracias a Dios yo estaba gracioso esa noche y a todo el mundo le dio por grabarme». En la segunda noche estuvo en casa. En ambos casos, hay pruebas que demuestran que no es el violador del que habla la prensa.
Descartados los días de las dos violaciones, la clave de la investigación pasa por el lugar de los hechos. Según la declaración de la chica, todo sucedió en el interior del Boot, y afortunadamente el bar tiene cámaras de seguridad. Cuando el abogado de Carlos se las pide, el gerente le dice que no se las puede dar, pero sí a la policía. Aún así, les dice que él las ha visto y que no hay nada:
Yo no puedo darte el vídeo, pero lo he visto. Lo que dice la chica es mentira. Pobre chico.
Un rayo de esperanza para Carlos que se ve solapado por un nuevo intento de retirarle el visado, dado que formalmente no es un estudiante universitario: de madrugada, la pesadilla vuelve a hacerse realidad. A las seis de la mañana, la Policía acude a su casa en el campus con orden de detenerle. La suspensión de la universidad pone su visa en peligro y le convierte en objetivo de la policía de inmi gración porque puede tratarse de un ilegal. La escena es similar, con el agravante de que es su progenitora quien grita en pijama a los policías que no se lleven a su hijo. Pero Carlos ya tiene experiencia, se pone unos calcetines y una camiseta blanca y se dispone a volver a prisión frustrado por una situación administrativa que le convierte en un ilegal a la fuerza. No puede irse del país, pero tampoco puede quedarse, y no puede ir a la universidad hasta que no se aclare su situación. Presunto culpable. Falso culpable.
Después de 34 horas en prisión y los 150 días de instrucción judicial, toca disputar el tercer tiempo: la gestión de esta crisis sobrevenida y su efecto en el resto de su existencia.
Para Carlos Peña y su abogado, el momento clave es cuando visionan juntos por primera vez las imágenes de la noche de autos. Son frames sin sonido, en blanco y neցro, pero de suficiente calidad para percibir bien los detalles: el bar no está muy lleno y la cámara está encima de donde ellos bailan. Es un plano contrapicado muy elocuente: se ve a Carlos llamando la atención de la chica. Primero baila para hacerla reír, luego más pegados, pero no van más allá. Se le ve a él sacar el móvil y apuntar el número que ella le dicta. El relato tal y como Carlos se lo contó a sus abogados. Pero hay más. Otra cámara capta un segundo encuentro entre ambos, esta vez en presencia de su amigo: es ella la que se acerca y quien reclama su atención. Le toca y le abraza cariñosamente. Ahí es cuando Carlos mete la pata, ella se enfada y se va. Punto y final.
«Gracias a Dios: no soy el tío que están diciendo que soy, no he hecho lo que dicen que he hecho», exclama Carlos en presencia de sus abogados. Es la prueba que necesita. Las imágenes confirman punto por punto su relato y desmienten todo lo afirmado por ella. El letrado es concluyente:
Hay un 90 por ciento de posibilidades de que el juzgado desestime el caso. No vas a ir a juicio.
¿Y el procedimiento abierto en la universidad?
Hay un 90 por ciento de posibilidades de que te consideren culpable.
Pero, ¿por qué? Si el juez desestima el caso…
En lo penal, para ser condenado los hechos tienen que quedar probados, más allá de la duda razonable. En la universidad todo está montado para que la balanza se decante a favor del denunciante.

¡Pero eso no tiene sentido!
En estos casos, en la universidad sólo hace falta una denuncia más el peso de una pluma. En toda mi carrera sólo he ganado un caso en la universidad.
Finalmente, el 24 de enero de 2020, cuando el plazo de 150 días está cerca de vencer, el juzgado desestima el caso. Las pruebas son contundentes y ni siquiera se abre juicio. Queda probado que la chica mintió. La pesadilla se ha acabado: Carlos es inocente, incluso podrá entrar en Estados Unidos en el futuro. Del procedimiento abierto por la universidad Carlos nunca tendrá noticias, porque es una investigación privada y porque tiene decidido que jamás volverá a pisar sus aulas. El procedimiento dormirá el sueño de los injustos.
El tercer tiempo
Superadas las 34 horas en prisión y los 150 días de instrucción judicial, toca disputar el tercer tiempo: la gestión de esta crisis sobrevenida y su efecto en el resto de su existencia. El futuro. Carlos no tarda en recuperar su vida en Madrid. A diferencia de la universidad Loyola, Icade ha respetado su presunción de inocencia. Las cosas vuelven a ser como eran: su familia, su novia, sus amigos y su vida universitaria. Pero las heridas son profundas y tardarán en cicatrizar. Él es hijo de su tiempo: la generación del «mee too». Como sus amigos, y como sus amigas, tiene muy presentes las reivindicaciones feministas, y es firme en la condena de toda posibilidad de trato discriminatorio hacia la mujer. No es un tema que le sea indiferente, entre otras cosas porque es la sociedad la que establece el marco mental. El problema es que él no ha sido.
«Me parece perfecto que la ley dote de los medios a la mujer que está siendo maltratada. Pero ¿y si él acusado es inocente? A mí me metieron en la guandoca y me expulsaron de la universidad, y mucha gente me juzgó. Me acabaron quitando la visa y estuve a punto de irme a una guandoca de pagapensiones. No habría pensado que me iba a pasar algo parecido ni en un millón de años. No voy a sacar a bailar nunca más a una chica que no sea mi amiga en una discoteca, y jamás me voy a subir a un ascensor sólo con una mujer. Y lo que más me preocupa: sin ver el vídeo o sin conocerme, habrá quien seguirá albergando una duda, por pequeña que sea. Y eso no puede ser. Que me vaya a perseguir toda la vida algo que no he hecho me reconcome por dentro. Por eso quiero que se sepa la verdad»
Quiza lo mas triste de todo es:

"Como sus amigos, y como sus amigas, tiene muy presentes las reivindicaciones feministas, y es firme en la condena de toda posibilidad de trato discriminatorio hacia la mujer."

Solo cabe decir, que te den por ojo ciego, a ti, a tus amigos, y a toda la sociedad. Seguid masajeando la misma platano que os estan metiendo por el ojo ciego.
 
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