¿Sabes por qué hace unos años no nos sangraban las encías? Porque comíamos palodú, o paloduz, o como se llame en la tierra de cada uno.
Ojo, solo extraído con una cuidadosa selección del tío de la vara en un procedimiento controlado ISO 9001 que traía
lo mejó de lo mejó...
Ayudaban a fortalecer las encías y nuestras defensas. El caldillo dulce, adictivo como un like para un cenutrio con red social hoy en día, hacía con que acabásemos mordiendo la corteza... hasta acabar con una bola de hebras amarillentas con chispas oscuras mezcladas con tierra, usagre del abuelo que los vendía y humo de la Vespino con la que llegaba al colegio a vendernos la droja:
Entre sus muchas propiedades, antiinflamatorio; problema de encías moñas resuelto.
Aparte, combate la papaya y otras afecciones respiratorias como faringitis, anginas, laringitis asma y resfriados. Nadie andaba deprimido en aquella época, ya que su aporte en calcio, magnesio y vitamina C la atacaban directamente; y quien lo estaba recibía la zurra de su vida en el patio de la escuela para que se le pasase. Aporta vitalidad y combate los síntomas de la fatiga crónica.
Al final en España todos los males se resuelven con un palo.
¿O no?
