Vidas "explotadas"

El_Presi

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Vidas apretadas
Cinco jóvenes que ganan menos de 1.000 euros al mes relatan sus experiencias y la incertidumbre que les genera su escaso salario y la inestabilidad laboral

JESÚS L. MORÁN/C. LECIÑANA/BILBAO/VITORIA

Son consumados equilibristas, expertos en manejarse en el alambre de un mínimo presupuesto sin precipitarse al vacío de los bolsillos. Jóvenes que, con salarios inferiores a los 1.000 euros, afrontan el futuro con vértigo y el presente con apretones económicos para llegar a fin de mes. Y, aunque sea un milagro, lo consiguen. Porque todavía viven con sus padres. Porque les ayuda la familia. Porque no tienen que pagar una hipoteca. Porque aún no tienen hijos... Por lo que sea. Si no mejora de forma sustancial su sueldo ni su eventualidad en el empleo en un periodo prudencial, el problema -admiten- se planteará cuando desaparezca esa red que ahora les protege o, en su caso, deseen emanciparse. Cinco trabajadores en esa situación explican sus experiencias.

IBAN FERNÁNDEZ

Auxiliar de mantenimiento en un centro comercial. 24 años. Ciclo medio de FP, rama de electricidad. 830 euros

«Me apaño bien porque vivo con mis aitas»

Iban Fernández, de 24 años, es auxiliar de mantenimiento en una gran superficie comercial ubicada en la Margen Izquierda, donde cubre una baja por excedencia de dos años. Gana 830 euros al mes, por 14 pagas, por una jornada semanal de 40 horas, repartidas de lunes a sábado en turnos alternos de mañana y tarde. «Vivo con mis aitas, así que me apaño bien con el sueldo, aunque es algo justito», asegura este joven de Barakaldo, que estudió un ciclo medio de FP especializado en electricidad.

«Algo más de 200 euros» de su salario los destina al pago aplazado de un ordenador, la factura del móvil y de la conexión a Internet, el alquiler de una lonja compartida con varios amigos y la cuota del gimnasio. Además, de manera voluntaria procura aportar «una pequeña ayuda económica» en casa.

Al margen de esos gastos, dispone de «unos 500 euros» al mes, de los que intenta «ahorrar al menos la mitad» porque se está sacando el carné de conducir. Lo de comprarse un coche es «otro cantar». Por ahora lo ve «un poco difícil». «Menos mal que vivo cerca del 'curro' y puedo ir andando a trabajar», señala.

Iban cree que no gasta demasiado en sí mismo y que no se concede muchos lujos. Los únicos 'homenajes' que se da, «de vez en cuando», son salir de copas con los amigos e «ir a sufrir un poco a San Mamés». A ello añade un «capricho» que se ha permitido recientemente: un teléfono móvil de última generación.

En su actual situación, el sueldo no le limita «demasiado», reconoce, aunque se ve obligado a realizar algunas renuncias. «Me gustaría estudiar euskera y viajar, pero el coste de la vida ha subido mucho y los salarios no lo han hecho en la misma proporción", explica.

De momento, no se plantea independizarse y «mucho menos» comprarse un piso. «Para eso hacen falta dos sueldos», apunta. «Si fuera a pedir una hipoteca, cualquier banco se reiría de mi nómina».El acceso a la vivienda y la temporalidad laboral son, a su juicio, los principales obstáculos a los que se enfrenta la juventud.

A Iban le gustaría seguir en su empresa actual, pero «con contrato indefinido y, a ser posible, con un sueldo mayor». De no ser así, «en cuanto me independice empezaré a tener problemas realmente».

NEREA

Encargada de un establecimiento hostelero. 27 años. Estudios de Derecho y Diseño Gráfico. 1.000 euros

«Con renuncias, es posible vivir independiente con 1.000 euros al mes»

Nerea es encargada en un local de hostelería de Bilbao. Estudió dos años de Derecho, el tiempo que tardó en comprobar que esa carrera no le «llenaba». «Desde los 20 años tenía claro que quería independizarme cuanto antes. Y, con una carrera larga, mi proyecto iba a retrasarse demasiado», explica. Ahora, con 27, gana en torno a mil euros mensuales, con las dos pagas extras prorrateadas. Una cifra que no le permite excesivas alegrías, pero que si se sabe administrar -subraya- da para vivir por su cuenta, «aunque implica renuncias».

Debutó en el mercado laboral en 1999 con un contrato de 15 horas semanales en el mismo local en el que ahora trabaja, que compatibilizó durante un año con la Universidad. Se lo planteó como «un empleo para una temporada». «Pero luego te acostumbras a ganar tu propio dinero y es difícil dejarlo».

Tras abandonar Derecho se matriculó en Diseño Gráfico en un centro de Formación Profesional, que abandonó al ser nombrada encargada ya que el nuevo puesto requiere dedicación exclusiva. «Tengo que trabajar fines de semana, muchas noches y a turnos, así que no puedo organizar nada estable en torno a mi vida».

La mitad de su sueldo se lo lleva la hipoteca del pequeño apartamento que compró en 2004 y que paga en solitario. Con la otra mitad debe afrontar los gastos fijos, la cesta de la compra y el escaso ocio que le permiten sus horarios y sus ingresos. Pese a todo, Nerea se considera «afortunada» por haber contado con el aval de su progenitora para acceder a una vivienda en propiedad, porque se siente «a gusto» en su trabajo y porque, según subraya, hace la vida que quiere hacer, la que ella ha elegido.

«Rara vez consigo ahorrar algo», confiesa la joven. Es más: se ve obligada a hacer «equilibrios» para estirar al máximo su salario. Por ejemplo, no puede instalar calefacción en su casa y se «apaña» con unos radiadores eléctricos «que consumen muchísima luz». Tampoco le llega para sacarse el carné de conducir; y de comprar un coche, «ni pensar». Le gustaría retomar sus estudios de Diseño Gráfico. «Pero con mis horarios no puedo sacar tiempo y tampoco trabajar menos horas porque entonces no podría llegar a fin de mes».

La independencia «es muy difícil para una persona sola», lamenta. «Parece que todo está establecido para vivir en pareja con dos sueldos». Aún así, con sacrificios resulta posible y merece la pena, concluye.

BÁRBARA

Dependienta de una tienda de modas. 27 años. A punto de licenciarse en Bellas Artes. 900 euros

«Sin una buena nómina, los bancos no quieren saber nada de ti»

Bárbara -prefiere dar su segundo nombre de pila para no ser identificada en su entorno- tiene 27 años y trabaja como dependienta a jornada completa en una tienda de moda. Tiene un contrato temporal, pero «con vistas a ser indefinido». Gana 900 euros al mes con las pagas extras prorrateadas. Aunque comenzó a estudiar Filología Hispánica, decidió pasarse a Bellas Artes, carrera de la que está a punto de licenciarse.

Esta joven bilbaína se independizó de sus padres en 2002 y desde entonces ha vivido compartiendo pisos de alquiler. «Mientras estudiaba, trabajaba en tiendas o poniendo copas para costearme mis gastos», relata. «La vivienda está imposible. Yo he llegado a pagar hasta 190 euros al mes por una casa vieja compartida con otras tres personas sin calefacción ni ascensor y durmiendo en una habitación sin ventana».

Bárbara se casó el pasado verano. Su idea era seguir de alquiler al carecer de recursos para comprar un piso. «Nuestra única esperanza era que nos tocara uno de Etxebide». Para su sorpresa, sus padres, que acababan de adquirir una casa nueva, cedieron temporalmente al matrimonio su antigua vivienda, situada en Getxo, hasta que les vaya mejor. Aceptaron con condiciones: no sólo pagarían los gastos, sino también «un alquiler simbólico». «Así nos sentimos mejor».

«Ahora estamos más desahogados y por primera vez en cuatro años podemos permitirnos pequeños lujos, como comprar yogures de marca o productos frescos», explica la joven.

Bárbara y su marido, que tiene «un sueldo similar» al suyo, destinan la mayor parte de su presupuesto al pago de facturas, alimentación, gasolina y peajes. Él trabaja en Vitoria y necesita el coche a diario. También han dedicado un buen 'pellizco' a cambiar la decoración de la vivienda que ocupan. «Es la casa en la que crecí y necesito cambiar cosas para no sufrir una regresión brutal a la infancia», explica ella.

La joven reconoce haber pasado por momentos duros ocasionados por las estrecheces económicas. «Hace un año intentamos pedir un crédito para pagar una intervención dental y nos ofrecieron unas condiciones inasumibles», rememora. «Si no tienes una nómina potente, los bancos no quieren saber nada de ti».

«Vivir con menos de 1.000 euros al mes implica hacer muchas renuncias», subraya. «En mi caso, me gustaría tener más tiempo libre para acabar la carrera y desarrollar mis proyectos artísticos porque es para lo que he estudiado, pero tengo que 'currar' muchas horas en la tienda». Además, «tal y como están las cosas, en cuanto pillas un trabajo mínimamente decente no lo puedes soltar porque no sabes si vas a ir a peor».

CARMEN AVILÉS

Enfermera. 22 años. Gana 840 euros al mes

«Sin la ayuda de mi familia, no podría sobrevivir»

Carmen Avilés, una cordobesa de 22 años, es enfermera interna residente -el equivalente al MIR de los médicos- en un hospital psiquiátrico de Vizcaya. Se trata de una plaza de formación de un año. Finalizado ese periodo, obtendrá la titulación de especialista en salud mental. Trabaja 35 horas semanales por un salario de 840 euros al mes, en 14 pagas. De ellos, 700 van a parar al alquiler de un piso en Bilbao, en el que vive sola. «Mis padres y yo decidimos que era preferible así», explica. El resto se lo 'funde' con creces en los gastos corrientes (luz, agua...). Su familia le envía 300 euros mensuales para «manutención». Sin esa ayuda le resultaría «imposible sobrevivir», admite.

Carmen se ha adaptado «muy bien» a vivir en Bilbao, aunque «aquí todo es mucho más caro» que en su ciudad de origen: «la vivienda, el transporte, la cesta de la compra », relata. «Por ejemplo, en Córdoba es muy raro que te puedan cobrar más de un euro por tomarte un refresco en un bar y aquí puedes llegar a pagar hasta el doble». Su sueldo está «fijado a nivel estatal», de manera que si hiciera la residencia en Andalucía cobraría lo mismo, pero le «cundiría mucho más». En cambio, reconoce que «cuando ya se es enfermero especialista de la red pública, los sueldos en el País Vasco pueden ser muy superiores a los andaluces».

Su salario es «un poco bajito», reconoce. «Pero también soy consciente de que me estoy formando, así que lo veo como una inversión para sacarme una titulación y ganar más en el futuro». En estas condiciones, ahorrar es casi un milagro, aunque intenta reservar «100 euritos al mes, cuando se puede». Además procura comprarse «poca ropa», los fines de semana sale menos de lo que le gustaría y todos los días va a trabajar en el autobús de empresa «porque es gratuito».

De momento, ni se plantea adquirir un piso. «Con mis ingresos, cualquier banco me daría con la puerta en las narices». Se lo pensará cuando llegue a los 2.000 euros mensuales. Pero, aún así, como los precios de la vivienda son «una locura, tendré que apretarme mucho el cinturón por si me quedo en Bilbao y me tengo que comprar un apartamento».

SILVIA JIMÉNEZ

Historiadora. 27 años. 960 euros

«Una vez compré cinco libros y el resto del mes anduve justa»

Inmersa en la Álava del siglo XVIII, Silvia Jiménez dedica su tiempo a descifrar la correspondencia epistolar de la familia Ruiz de Apodaca cual ratón de biblioteca. Desde que en 1998 comenzase la carrera de Historia y continuase con dos cursos de doctorado, el campus universitario alavés se ha convertido en su segunda casa.

Tras seis años de intenso estudio, el Gobierno vasco le dio la oportunidad de realizar su tesis doctoral a través de una beca remunerada que, desde el año pasado, se ha convertido en un contrato renovable por cuatro años con el que cotiza a la Seguridad Social y percibe 960 euros netos al mes en 12 pagas. «Era una reivindicación de los antiguos becarios que, por fin, se ha hecho realidad y con la que se tiene en cuenta el trabajo que realizamos».

La biblioteca de Las Nieves de Vitoria es el lugar de trabajo habitual de la joven que, rigurosamente, cumple con sus 40 horas semanales distribuidas en un horario de mañana y tarde, de lunes a viernes.

A sus 27 años, Silvia debe pagar con este sueldo los casi 300 euros que le cuesta el alquiler de su habitación en el barrio de Aranbizkarra, así como las facturas del teléfono móvil, la comida, los cursos y talleres a los que asiste de vez en cuando, y el autobús, que se llevan prácticamente el resto.

La ausencia de obligaciones le permite vivir sin 'ahogos' y los 100 euros que le quedan para sus caprichos suelen ser suficientes. «Vivo sin excesivos lujos y, en la mayoría de las ocasiones, tengo que elegir. Pero tampoco tengo vicios porque no bebo ni fumo, aunque he de reconocer que la comida que compro suele ser bastante cara porque son productos ecológicos». Además, de vez en cuando, se da alguna que otra licencia. «Una vez me compré cinco libros y el resto del mes tuve que abstenerme de bastantes cosas. No se pueden hacer excesos», admite.

La joven historiadora confía en el futuro y asegura encontrarse en una etapa más de su vida. «Soy optimista y estoy convencida de que mi situación mejorará. El año que viene conseguiré algo interesante, aunque el mundo universitario está muy saturado». Añade que es injusta la desproporción que existe entre la preparación académica y el sueldo. «Quizá es porque somos poco emprendedores».
 
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Vidas "explotadas"
Tranquilos pepitos hiperestrujados, siempre podeis acudir a la ayuda de webs como estas.
http://www.divinelovespells.com/espanol/hechizos_dinero.htm

Y si sois algo más espabilaos, aprendereis a montar gwebs parecidas pa "ayudaros" y "ayudar" a otros pepitos.

Y en un nivel superior de sabiduría y brillantez, alomojó decidís intentar endosar la cipoteca a otro, antes que los precios se desplomen.

Mira que dejarse explotar en el siglo XXI, con la higiene y los estudios con los que presume hoy la gente. :rolleyes: :rolleyes: :rolleyes:
 
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