Viendo que el texto no conmueve o interesa, me decido a escribir una segunda versión.
EL HOMBRE QUE SE DEJÓ LLEVAR POR LA CODICIA
Voy a narraros una pequeña historia de terror, pero no temáis, la sangre no os va a salpicar. Érase una vez que se era la Península del Derroche, donde la codicia es la más alta virtud. Y aquí os presento al hombre que se dejó llevar por la codicia. Este hombre hace un pacto con el malo, digo, con el banco. El hombre que se dejó llevar por la codicia pide pasta y el banquero cuando introduce su nombre en el ordenador saltan todas las alarmas. No en vano, este hombre ha sido el destinatario de cientos de correos en los que las expresiones ejecución de bienes, un embargo de toda la vida, y jovenlandesesidad aparecen una y otra vez. Pero este hombre vivía, recordad, en la Península del Derroche. Así que el banquero le da una tercera parte de lo que pide al hombre que se dejó llevar por la codicia. Este hombre quiere esa pequeña fortuna para invocar al Dios Gran Dinero. En la Península del Derroche corre la leyenda de que para llamar al Gran Dios Dinero hay que rezarle la siguiente plegaria: “Sobre este ladrillo edificaré tu iglesia.” Hecha la plegaria, manos a la obra. El banquero había prometido al hombre que se dejó llevar por la codicia ir dándole más vil metal según se alzasen las torres de ladrillo construidas para ganarse el favor del Gran Dios Dinero. Pero el hombre no había reparado en que fiar en la palabra de un banquero es como creer en una promesa de cortesana profesional, que se trata de embaucar y de atrapar. Imaginad, ahora, que un buen día el Mercado del Mundo donde está la Península del Derroche, no se sabe cómo, está a punto de desbaratarse. La confianza se diluye como hielo al sol. Entonces los banqueros de la Península del Derroche deciden que ya han derrochado bastante y cierran el grifo para no rozar el escándalo, para no invocar a la antagonista del bienestar. El hombre que se dejó llevar por la codicia se ve en medio de todo eso. Él no sabe mucho, no sabe cómo funcionan las cosas en la Península del Derroche ni en el Mercado del Mundo ni por qué ahora se ve con una promoción de viviendas a medio construir que nadie quiere ni maldita la hora en que se dejó embaucar. Que el banquero hubiera cerrado el grifo y le fuese imposible terminar las viviendas ni nadie las comprase no significa que eso fuera una excusa para dejar de cumplir su deuda con él banco. Le dieron 120.000€, al año tenía que devolver 146.000€. Como no se pudo, el banquero le dijo:
—No te preocupes, si no puedes pagarnos ya, vamos a “refinanciar” el crédito y vas a pagarnos poco a poco en veinticinco años.
Poco a poco en boca de un banquero significa mucho a mucho y como el hombre se acercaba a los cincuenta y cinco, veinticinco años significa el resto de su vida. A estas alturas del cuento el hombre que se dejó llevar por la codicia está abatido. Por otra parte intentó seguir construyendo sin el banco y los materiales eran caros. Ahora está cercado por un ejército de acreedores y abogados y procuradores y jueces. En la reunión antes citada con el banquero se hallaba presente la cónyuge de este hombre abatido. El banquero le dijo a la mujer en las narices de este hombre que no se preocupara, que en caso de ocurrirle algo a él, ella quedaría libre del pago de la deuda con el banco. Entonces el hombre que se dejó llevar por la codicia se transforma en el hombre que se deja llevar por la muerte. Se suicida de manera cruel el veinte de diciembre de 2008. Acaecida la tragedia el asunto no queda ahí, porque el banquero, al cual ahora añadiré el merecido adjetivo de bocazas, había metido la pata y el seguro del banco no se hace cargo de la deuda porque figuraba en una cláusula de dicho seguro que en el supuesto de suicidio el seguro sólo cubre si ha transcurrido un año desde la firma del contrato. Como el crédito se había refinanciado, se alega que se trataba de un segundo contrato, distinto del primero y que, sencillamente, se lavan las manos. Y aquí estamos ahora, acosados por el banco y por acreedores y abogados y procuradores y jueces. Porque ese hombre era mi padre y ahora o se paga religiosamente lo convenido con el banco o se quedan con la casa de mi madre.
Acabo, con un poema de Boris Maruna, croata. Para darle otro sabor a las palabras.
DEFENDERE LA CASA DE MI PADRE
Leyendo a un poeta vasco
*
*
Defenderé la casa de mi padre de los lobos
de los malos tiempos la defenderé
de los impuestos de la ideología
de las conjuras.
*
Defenderé la casa de mi padre de los criminales
de las injusticias
perderé el ganado perderé los viñedos
la plaga arruinará las cepas
pero defenderé la casa de mi padre
cuando me arranquen las armas
la defenderé con las manos desnudas
la defenderé con los dientes y salvajemente
pero defenderé la casa de mi padre
cuando quede sin manos y sin hombros
con el pecho desgarrado la defenderé con el corazón
ensangrentado
la defenderé con mi alma
la defenderé con la mirada de mi padre así defenderé
la casa de mi padre
cuando muera cuando se pierda mi alma
cuando mi corazón se transforme en tierra
cuando ya nada quede de mí
la casa de mi padre permanecerá de pie.