Se han hecho reformas en otros ámbitos de la Administración, pero el Ejército no se ha tocado, quizá para no despertar al monstruo dormido
Mi imagen del
franquismo es la de un vejete tembloroso, embutido en un uniforme de general, entrando bajo palio en una catedral.
El Ejército y la Iglesia fueron los dos pilares que sostuvieron a
Franco, pero el Ejército daba más miedo; estaba integrado por altos mandos franquistas -es decir, fascistas-, que no habrían dudado en sacar los
tanques a la calle si el régimen hubiera estado en peligro. Pertenezco a una generación que creció asociando al Ejército español con el
fascismo y la represión. En 1981, el golpe de Tejero, Milans del Bosch y compañía no hizo sino reforzar ese temor; los altos mandos del Ejército español continuaban siendo leales al dictador.
Han pasado más de 30 años desde entonces, hemos visto a las tropas del Ejército desempeñándose en
misiones de paz en conflictos internacionales y a una ministra embarazada pasando revista. El Ejército ya es
moderno, nos han dicho nuestros gobernantes. Puede que el Ejército español disponga del
más moderno armamento, no lo pongo en duda -el presupuesto anual del Ejército, sumadas todas las partidas, como el I+D, que se esconden en los presupuestos de otros ministerios, ascendió en el 2018 a unos 20.000 millones de euros; en defensa no hay recortes-, pero ¿es
demócrata?
Los resultados de las últimas elecciones generales legitiman esa
duda: el partido más votado en acuartelamientos y bases militares ha sido
Vox, por no hablar de los
altos mandos en la reserva integrados en las filas de ese partido, o que son
miembros de la Fundación Franco.
Falta de transparencia
El Ejército español es todo menos transparente. Los ministros de Defensa, en cuanto juran el cargo, se convierten en estatuas, incluso la locuaz
Margarita Robles ha enmudecido. Sabemos muy poco del Ejército; se habló de él cuando el
accidente del Yak, un escándalo sobre el que se echó tierra, premiando al ministro de Defensa con una
embajada en Londres; se vuelve a hablar, un día o dos, cuando con una frecuencia alarmante se estrellan aviones o helicópteros militares, y mueren sus tripulantes. La investigación y el juicio de los hechos corresponde a la
justicia militar, una jurisdicción
opaca donde las haya, que siempre concluye que el fallo fue humano o, en alguna ocasión, que no se sabe qué pasó y nadie es responsable (todo menos
indemnizar a las víctimas). También nos llegan noticias del Ejército cuando una
mujer militar, amada sin consentimiento o acosada por un compañero, que osó denunciar, se ve obligada a abandonar la institución mientras su acosador es ascendido. ¿No sería más justo e imparcial que los
delitos comunes cometidos por militares fueran juzgados por la justicia ordinaria, como en otros países europeos? Solo un 12% de los militares españoles son mujeres; lo sorprendente es que haya tantas, visto cómo las tratan.
El monstruo dormido
Es un ejército desproporcionado, con poco más de 80.000 soldados y marineros y 42.000
mandos; es tal el exceso de estos, que hay coroneles al cargo de una piscina. A la mayoría de los soldados los expulsan al llegar a los 45 años; los mandos tienen un
retiro dorado. Un 65% de los 3.500 generales y coroneles del Ejército español está en
la reserva, cobrando el sueldo íntegro, situación que les permite trabajar, además, para la
industria de armamento. El español es un ejército que mima a los mandos y maltrata a la tropa, es la conclusión a la que he llegado tras ver el
programa de la televisión vasca, EITB, 'La cara B del Ejército español', un programa muy instructivo -que TV-3 no ha querido emitir-, que da voz al gran azote de la
corrupción militar, el exteniente Gonzalo Segura, a un general de Vox y a un exministro de Defensa, que ahora es
lobista de la industria militar, y que aborda escándalos como el fraude en los contratos militares (entre otros, el del submarino que no flota y que va a costarnos 4.000 millones de euros, un dinero que habría estado mejor invertido en
sanidad, educación o vivienda o, me atrevo a decir, en cultura), las frenéticas
puertas giratorias, las sentencias aberrantes en casos de
abusos sensuales… Los militares que denuncian ese estado de cosas son
acosados, vejados y, finalmente, expulsados.
Hace más 40 años que murió Franco, pero para el Ejército parece que fue ayer. Se han hecho reformas en otros ámbitos de la Administración, pero el
Ejército no se ha tocado, quizá para no despertar al
monstruo dormido. El nuevo Gobierno de izquierdas tiene la oportunidad, y la obligación, de hacerlo; es inaceptable que, a estas alturas, el Ejército español siga dándonos
miedo.
Un Ejército opaco, por Clara Usón