Trivial pursuit

Clavisto

Será en Octubre
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10 Sep 2013
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La lámpara de pie no se encendió. Manipulé el libraco con el que dejo activado el botón averiado pero esta vez no reaccionó bajo su peso. Probé en otro enchufé y pasó lo mismo. Entonces encendí la lámpara del techo y el ventilador que invariablemente lleva asociado desde hace años, desde que una noche tiré de la cadenilla que lo activa y se rompió. No fui capaz de arreglarla entonces y tampoco lo he sido ahora. Ayer por la tarde, antes del fallo total de la de pie (ya llevaba unos días avisándome) probé a mirar. Me subí a una silla, toqueteé un poco y vi que no tenía remedio, al menos para mi: o quitaba todo el armatoste y lo desarmaba tornillo a tornillo o lo dejaba estar un poco más. Lo dejé estar, recogí el Atlas de Rand y ya tumbado en el sofá me puse a leer mirando de reojo las aspas de la lámpara. No duré mucho y pronto apagué la extraña luz y me fui a la cama sin más compañía que la del teléfono. La gata lo intentó pero no pudo conseguirlo. Y aunque hubiese traspasado la barrera de mi pie poco le habría durado el gozo: no es tan difícil atrapar a una gata en mi habitación. Me dormí pensando que hoy tendría que salir a comprar una bombilla de las obesas.

Por caminos secundarios llegué al centro comercial. Una bolsa en la mano con la bombilla averiada dentro, la máscara en la boca, las gafas de sol en los ojos, la gorra de los Bulls en la cabeza, los guantes de nitrilo en las manos y el prólogo de Zaratustra en las orejas. Sólo me crucé con un barrendero y un tío que iba muy delante y se paraba de cuando en cuando. Parado estaba cuando lo sobrepasé sin mirar qué estaba haciendo.

Cogí un carro del interior (ahora están todos allí) y pasé adentro. Había poca gente, apenas llevaba una hora abierto. Me dirigí hacia la sección donde recordaba el sitio de las bombillas, saqué la mía de la bolsa y tras comparar el tamaño de los pitorros decidí coger un pack de dos. Luego compré verdura, infusiones, arena y comida para la gata, especias y algunas cosas más. Cuando vi la cuenta creí que no iba a tener suficiente pero al final fue casi justo, menos mal. Repasé la cuenta un poco extrañado, comprobé que era correcta en su alto precio, me colgué la bolsa grande a la espalda y agarré la otra con la mano derecha y eché a andar de vuelta a casa esta vez sí por la vía normal: si me paraban no iban a jorobarme, pensé; tal era el peso que llevaba encima.

Se hizo largo el camino. No me crucé con nadie nada más que al final. Esta vez sí utilicé el ascensor. Dejé las bolsas en la puerta del piso, me quité las zapatillas, abrí, cogí las pantuflas, entré, me quité el disfraz, pillé el spray de alcohol de 96 rebajado con agua y pulvericé con él las zapatillas. Estaba muy cansado y decidí dejar la gimnasia para la tarde. Comí y llamé a mi progenitora. Pasé las bolsas de la compra, descargué un libro de Stephen King y me senté junto a la ventana a fumar. El sucio viejo del edificio de enfrente estaba sacando a su perrita por el vallado interior. Lo hace cuatro o cinco veces al día. Haga lo que haga no hace más que llamarla. Todavía no le he visto con una ropa distinta. Se agacha a recoger hierbajos del suelo que lanza a la calle o al vacío patio del colegio que hay al otro lado. "¡Simba! ¡Simba!" dice aún cuando está agachado enseñando la asquerosa raja del ojo ciego. me gusta la fruta. Guarro. La perrita anda correteando por ahí a su aire. "¡Simba! ¡Simba!"...Me eché en el sofá y dormí otra vez.

Una hora y media más tarde desperté bien empalmado. Con los ojos todavía cerrados intenté no dejar que el sueño se fuera pero se fue. La cosa no se bajaba y todavía estuve un buen rato sin incorporarme, hasta que ya las ganas de miccionar fueron tantas que tuve que hacerlo. Eran casi las tres de la tarde cuando volví a abrir los ojos. El ventanal, el cielo nublado y la lámpara del techo con su imparable ventilador.

En verdad había sido un buen tute el jugado por la mañana. Aún recién despertado de una agradable siesta estaba un poco cansado. Recordé el peso que había llevado durante el trayecto de vuelta: unos quince kilos. Más o menos es lo que levanto en uno de mis ejercicios. Tengo el palo de una escoba y un par de garrafas de agua de ocho litros. Al principio de todo esto fueron de cinco. Bueno, no tan al principio...Me costó unos días hacerme a la nueva situación. Pero una vez hecha cogí el ritmo. Y qué buenos fueron aquellos primeros días...

Tenía el Kindle comprado desde mucho antes de Navidad pero yo seguía con los libros. La verdad es que no fue difícil: hice una pequeña intentona y no supe hacer nada con él. Más bien había sido un regalo que una compra.

- ¿Qué quieres? -me preguntó mi hermano. Había un dinero del bar que había que gastar a través de Internet y se me ocurrió eso. O puede que se le ocurriera a él, no me acuerdo. Y yo pedí eso.

Ya en la cuarentena, creo que apenas un día después, cuando me dí cuenta que jamás en la vida iba a leerme los dos libracos que en previsión había sacado de la biblioteca municipal, y bajo el influjo que su aburrida lectura iba dejando en mis maltrechas muñecas, abrí un hilo de opinión en un foro preguntando qué hacer con el Kindle y alguien me dio las claves necesarias en un lenguaje que yo pudiera entender. Y lo conseguí. Me bajé todas las novelas de Agatha Christie que me faltaban por leer (unas veinte) y aquellas dos primeras semanas fueron deliciosas. Todo casi acababa de empezar, estaba claro que iba para largo y por primera vez en veintitantos años podría disponer de mi tiempo a voluntad. ¿Encerrado en casa solo con mi gata? Encerrado en casa solo con mi gata, o poco más o menos; pero para alguien como yo, para un camarero como yo, eso representaba algo parecido a lo que a muchos otros les representa el paraíso que esperan en compañía de otros como ellos.

Terminé con Agatha. Vinieron más libros, no había límite. Tiré por algunos que me faltaban por leer de mis autores favoritos; luego probé por otros que algunos de ellos recomendaban; encontré auténticas joyas como Huysmans, aunque muy parcas de material: la biblioteca virtual es libre y grande pero no infinita. Faltan cosas. Y Borges es tan bueno que no puedo leerle más allá de media hora.

Y así fue como poco a poco me vi sin saber qué leer. Miré listas en Internet, enlaces de Wikipedia a mis autores favoritos, hurgué en foros extraños, probé con literaturas que jamás hubiera leído, ¡lo intenté otra vez con Proust, tan cercano en el tiempo con el gran Huysmans!...no. No. La Biblioteca es infinita pero yo no lo soy.

Hará un par de semanas que empecé a leer cosas. Quizá no tanto, semana y media, semana...no sé. Una de las buenas cosas que tenía esto era que el tiempo carecía de importancia. La última fue la de un italiano, no recuerdo su nombre, "El desierto de los tártaros" Me bajé otra ya escrita en su vejez, una que fue un best-seller de los sesenta y la dejé estar a las tres páginas.

La noche cae. Son las nueve y ocho minutos. Ha pasado una hora y pico desde que dieron las palmas. Parece mentira.

Eran las tres de la tarde cuando me senté en el sillón del ventanal para leer en mi Kindle a Stephen King. Pulsé su parte superior con mi dedo índice y vi que el libro tenía mil quinientas páginas. No suelo hacerlo, me gusta ver la información conforme empiezo a pasarla: "un dos por cien" dice abajo a la derecha. Entonces hago el cálculo con la página señalada abajo a la izquierda y calculo su extensión. La cosa iba a ritmo con Huysmans. Pero con este...jorobar: mil quinientas páginas.

Cuando leí Atlas por primera vez tuve que dejar un par de semanas para hacerme a la idea. Era en un solo tomo y tampoco hace tanto tiempo de eso, pero me enganchó. King no ha podido hacerlo ni con un Kindle en mis manos. Es un estulto.

Dejé su puñetero libro de cosa y me puse a hacer mi tabla de gimnasia. En uno de los ejercicios, en la segunda repetición, me hice daño en la pierna derecha. Seguí adelante con todos los demás pero me olvidé de él en la tercera. Luego me di una ducha y utilicé un peine por primera vez en diez años. Lo compré esta mañana. Me miré en el espejo. Sonreí.

Recogí a Atlas de donde lo había dejado anoche cuando me falló la lámpara de pie. Esta es una de las cosas mejores de Kindle: tú no te acuerdas pero él sí. Sea el libro que sea. "Ahí lo tienes, donde lo dejaste"

La gata dormida apoyaba la cabeza sobre mi antebrazo izquierdo. Era raro, era la primera vez. Normalmente se duerme sin necesidad de apoyo alguno. Hoy lo buscó.

Atlas está bien pero no tanto como para no acordarte de Huysmans. También lo dejé. Y entonces eché mano al teléfono y accioné los datos. Una lluvia de mensajes vinieron a él: el presidente acababa de decir que los bares podrían abrirse en un par de semanas.

Miré en la Red y vi que la cosa no era tan así.


Pero acto seguido abrí una cerveza y empecé a escribir otra vez.
 
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