Terrorífica historia de abuso sensual en la ICAR

Clavisto

Será en Octubre
Desde
10 Sep 2013
Mensajes
32.799
Reputación
75.782
Pero antes de ir a ella voy a colgaros el artículo de hoy en un blog católico "conservador" radicado en Argentina del cual no suelo perderme ni un sólo artículo: el nivel, tanto de articulistas como de comentaristas, es bastante alto y por ello está muy altamente considerado en el mundo católico más formado.

Helo aquí (el enlace al mismo con los comentarios y las diferentes referencias de entre las que he sacado la entrevista que da título al hilo lo pondré al final del mismo):


Nos estamos ya acostumbrando a lo monstruoso o, al menos, estamos perdiendo la sensibilidad a la horrenda antiestéticaldad de ese pecado. Quedaron muy lejos los días en que la sociedad argentina se conmovía por las revelaciones sobre los depravados escarceos del mediático P. Grassi con algunos de los menores alojados en su orfanato. Ahora, la publicación de escarceos clericales es cosa de todos los días, literaliter. Y no hace falta recordar casos pasados. Al horror de lo sucedido en los hogares para niños sordomudos regenteados por los padres del Instituto Próvolo tanto en Verona como en Mendoza, se sigue sumando un caso tras otro. En los últimos diez días nos hemos enterado de lo que hace ya tiempo se conocía en varios ámbitos: los prolongados abusos que varios miembros de la congregación de los Hermanos Maristas cometieron contra alumnos de sus colegio de Santiago de Chile. Los detalles de algunos hechos son escalofriantes.

Y la semana pasada, el Vaticano decidió prohibir el ejercicio público del ministerio al cardenal Theodore McCarrick, arzobispo emérito de Washington, después que resultaran creíbles acusaciones de abuso sensual contra un menor, lo cual ha dado pie a ventilar papeles viejos y que aparecieran varias denuncias más de conducta sensual inapropiada con unos cuantos mayores, entre ellos sacerdotes y seminaristas (Ver aquí, aquí y aquí). Este purpurado tiene una relación especial con Argentina, país al que viajó en reiteradas oportunidad para ordenar sacerdotes del Instituto del Verbo Encarnado durante las épocas en que los obispos argentinos se negaban a hacerlo (ver, por ejemplo, aquí y aquí). Los padres de este instituto religioso eran muy cercanos al cardenal McCarrick, a quien asistían en sus desvelos pastorales proveyéndole de secretarios y, a cambio, contaron con su protección durante la época en que eran duramente cuestionados por su carácter conservador. Cuando McCarrick se retiró, eligió hacerlo al seminario que el Instituto del Verbo Encarnado tiene en la capital americana y residió allí hasta hace pocos meses.

Lo que resulta no sólo llamativo sino también indignante es que el entonces Padre McCarrick haya sido nombrado obispo por Pablo VI cuando ya estas denuncias circulaban y, peor aún, elegido por Juan Pablo II para una de las sedes más importantes de Estados Unidos y creado cardenal por el mismo pontífice.

Todos estas revelaciones cotidianas dan la impresión que se está levantando tan solo una esquina de la alfombra que esconde una cantidad enorme de mugre clerical que jamás nos hubiésemos imaginado. Hemos caído en la cuenta que, entre nuestras filas, se pasean hienas con risas sensuales llenas de lascivia en busca de víctimas. Y lo hacen en ambos bandos, tanto el progresista como el conservador.

Esta situación tendrá consecuencias muy serias. Últimamente he debido oír fortuitamente conversaciones de personas “normales”, es decir, argentinos que seguramente están bautizados, que probablemente concurrieron a colegios católicos, que de vez en cuando van a misa y que mandan a catecismo a sus hijos. Decían: “Al final, la Iglesia no era más que una red de gayses”. “La iglesia católica debería desaparecer. Ya hemos visto a lo que se dedica”. “Iba a misa todos los domingos. No voy más y tampoco va mi familia. La iglesia era una mafia de abusadores”. Y otras cosas más por el estilo e igualmente de dolorosas.

Así las cosas, la Iglesia católica ha quedado mucho más expuesta que antes a la persecución. Una de las murallas de defensa, quizás de las más fuertes, ha caído. Era la que estaba constituida por la inmunidad relativa que le daban sus innegables obras de caridad. Ahora resulta -piensa buena parte de la población atea o católica, o lo que fuera-, que los asilos de huérfanos o de minusválidos, que las escuelas y colegios, no eran más que la ocasión para congregar víctimas indefensas para saciar los apetitos depravados de los curas y las monjas.

Ante esto, según mi entender, el Papa Benedicto cometió un error por exceso. Llamó a los lobos para que nos libraran de las hienas. Es decir, exigió que ante cualquier denuncia eclesiástica de abuso sensual, se diera parte de forma inmediata a la justicia civil, y con ella necesariamente a los medios de comunicación. ¿Qué más quieren éstos y aquellos para hacer daño en el redil? Estos lobos matarán probablemente a las hienas, para también se llevarán consigo a muchos corderos.

Todo esto viene de perillas al malo. Sería muy difícil que se emprendiera hoy una persecución a la Iglesia debido a que proclama que Jesús de Nazareth es el Hijo de Dios hecho hombre entre los hombres y redentor del género humano. A nadie le importa. En última instancia -dirán-, es un mito o una leyenda en la que cualquiera puede creer si así le place. Pero sí que se puede perseguir a la Iglesia por considerarla una institución dedicada a producir y encubrir abusadores sensuales de menores y mayores, a esquilmar a la gente pidiendo limosnas para mantener sus obras de caridad que no son más que nuevos gulags donde los pervertidos se pasean a sus anchas, a frenar los progresos necesarios y saludables de la sociedad, a ejercer sistemáticamente la violencia contra la mujer, a pregonar y afirmar como palabra revelada que la gaysidad es una perversión y un pecado que debe ser condenado, a insistir que la sexualidad se ordena a la procreación y no al placer, y muchos disparates más que son totalmente inaceptables para la sociedad contemporánea.

Estos motivos son suficientes hoy para desencadenar una persecución que, por lo demás, ya se está produciendo tímidamente. Hace pocos días una región de Australia aprobó la ley por la cual los sacerdotes están obligados a romper el secreto de confesión cuando se trata de abusos sensuales. Es decir, cualquier cura puede ir preso si no delata cualquier tipo de abuso sensual del que se entere bajo sigilo sacramental. En Irlanda, por otro lado, se han comenzado a levantar voces advirtiendo que bautizar infantes es una violación de los derechos humanos.

Quizás esa última persecución de la que han hablado los profetas y exégetas esté provocada por la misma Iglesia. Ni siquiera existirá el consuelo de saberse perseguidos porque se guarda la verdadera fe o porque se rehúsan a quemar incienso delante de los dioses. No. Será una persecución más sutil y desconcertante. Los católicos serán perseguidos por afirmar y adherir a una institución divinamente fundada, progenitora nutricia a través de la cual reciben la salvación que, a los ojos del mundo, se revela no más que como una perversa organización reaccionaria que en el fondo no es más que un juntadero de pervertidos.



The Wanderer: Hienas y lobos



Y aquí la entrevista a una de las víctimas (la pongo en spoiler para no hacerlo demasiado largo):


Jaime Concha es un médico de familia de 54 años que se ha convertido en el portavoz de los exalumnos que han sufrido abusos sensuales en colegios maristas de Chile. Estuvo callado durante 40 años y ahora acaba de empezar a hablar. En el relato de su infancia está resumida la soledad que sintieron los menores que vivieron lo mismo que él. Todo comenzó en el curso escolar de 1973-74. Él tenía 10 años y faltaban pocos meses para que Augusto Pinochet diera un golpe de Estado que cambiaría la historia de Chile. Su vida también estaba a punto de cambiar, porque en el instituto Alonso Ercilla de Santiago iba a conocer al hermano Abel Pérez. Aunque este profesor de matemáticas, el principal acusado en este escándalo, no fue el primero que abusó de él. Ni el último.

-¿Quién fue el primero que abusó de usted? José Monasterio, uno de los hermanos con más prestigio dentro del colegio, encargado de la ornamentación de la capilla y un experto en caligrafía. Yo estaba sentado en la mesa de su despacho porque quería aprender a escribir letras góticas. Él cerró la puerta y se colocó, de pie, a mi espalda. Se recostó sobre mí, y su respiración se alteró. Me abrazó como si quisiera levantarme, muy nervioso, y trató de besarme mientras agarraba con fuerza mis genitales.

-¿Qué hizo usted? Me paralicé. En cuanto me soltó salí corriendo para esconderme en el baño del patio. Del susto, me hice pis encima. Para disimularlo, abrí el grifo y me mojé toda la ropa. Cuando mi progenitora me recogió, poco después, estaba calado. Ella me regañó pero no se dio cuenta de nada. Funcionó. Ese fue el primer día que me callé. Por eso cuando me atrapó Abel Pérez, seguí guardando silencio.

-¿Cómo era Abel Pérez? Alto, fornido, autoritario, siempre se colocaba en una esquina del recreo mientras jugábamos. Nos observaba. Solía llevarse a niños de la mano hacia las aulas vacías. O hacia a la capilla. Desde fuera, el resto sentíamos envidia de los que elegía. Pronto averiguaría que aquello no era nada bueno.

-¿También le tocó a usted? Sí, un día me llevó a una clase vacía. Abrió la puerta y me ordenó que me sentara en un pupitre del fondo. Cerró la puerta y, cuando se dio la vuelta para acercarse, me di cuenta de que su rostro había cambiado, igual que el del hermano Monasterio. Ya no era él. En cuando llegó, se abalanzó sobre mí, me abrazó, me besó y me tocó en la entrepierna. Supongo que grité hasta que me soltó. Ese día volví a orinarme.

-¿Abel Pérez era precavido o actuaba sin ocultarse? En público era serio, cuidaba sus gestos y las palabras. Pero en privado era brusco, tomaba el control de la situación rápidamente. Recuerdo que entraba en los vestuarios y a algunos los hacía ducharse frente a él. Simulando que bromeaba, incluso podía tocarles los genitales. Yo sabía que aquello no era ninguna broma. Conmigo siempre se las arreglaba para aislarme y llevarme a un lugar en el que no aparecería ningún adulto. Abusó de mí las veces que quiso en la capilla, en una oficina, en el sótano del gimnasio, en su habitación -los hermanos disponen de residencia dentro del recinto escolar- y en los campamentos.

-¿Fuera del colegio? En verano de 1975 salí de campamentos con los Boy Scouts del colegio. Abel Pérez era uno de los profesores que tutelaban la salida. Un día enfermé y me quedé a dormir en la tienda de campaña mientras el resto de compañeros estaban de excursión. Horas más tarde, me desperté por la noche, con fiebre. Lo primero que noté fue que ya no estaba en mi tienda, estaba en otro lugar. Lo segundo fue que estaba desnudo y que había alguien que me estaba sujetando la cabeza por el cuello mientras me practicaba sesso oral. Era Abel Pérez. Creo que esa noche también llegó a penetrarme mientras estaba inconsciente. Cuando acabó, se acomodó la ropa, se colocó las gafas, se levantó y se marchó, sin decirme nada. Fue como si lo que estuviera dejando allí fueran solo mis despojos.

-¿Qué sentía? Era como si yo ya no perteneciera a mis padres, como si no fuera el dueño de mi vida. Sentía que ellos podían hacer conmigo lo que quisieran.

-¿Cree que lo que hacía con usted se sabía? Había personas que tenían que saber lo que pasaba allí. El sacerdote que confesaba a los hermanos cada domingo, por ejemplo, lo sabría seguro. El problema era que este cura, Sergio Uribe, de la orden de los capuchinos, también abusaba de los alumnos. Cuando leí lo que publicaba EL PERIÓDICO sobre lo que pasaba dentro de los Maristas en España me di cuenta de que allí había pasado lo mismo que aquí.

-¿Abel Pérez fue el que más daño le hizo? Sí. Directa e indirectamente. Porque también estoy seguro de que él planificó el golpe que lo rompió todo definitivamente.

-¿Qué pasó? Fue en 1977. Abel nos convenció, a mí y a otros dos chicos, para que asistiéramos de noche a una reunión de los Boy Scouts. El colegio tenía un sótano debajo del gimnasio. Allí había algunas habitaciones de madera con bancos que era para los scouts. Lo llamaban 'cubil'. Abel nos reunió a los tres con un grupo de chicos mayores, dos o tres años más que nosotros. Trajo chorizo y vino españoles y un termo con café y aguardiente. Bebimos un rato y pronto nos pusimos eufóricos. Él se levantó y se marchó, cerrando la puerta por fuera. Los mayores comenzaron a burlarse de nosotros. Nos insultaron y se sacaron los cinturones para pegarnos. Eran más grandes y tenían más fuerza. Al final, nos agarraron y mientras unos nos sujetaban otros nos violaron. Duró toda la noche. Lo recuerdo como si lo hubiera observado desde arriba, como si yo estuviera flotando en el techo de la habitación y mi cuerpo ya no fuera el mío...

Aquí Concha se echa a llorar.

-¿Aquello lo rompió todo? Sí, esa noche de Noviembre de 1977 los 'aprendices' de Abel Pérez terminaron de fracturar mi vida, mi infancia, mi espiritualidad, mi masculinidad... A partir de allí quedé atrapado en un estado permanente de soledad, de angustia, que me ha impedido establecer vínculos afectivos sanos y estables. No he disfrutado jamás del sesso.

-¿Por qué nunca dijo nada? Porque unos me agredieron sexualmente pero hubo otros que me manipularon para que callara. Abusaron de mí a todos los niveles. Toda la institución abusó de mí.

-¿Cómo te manipularon? El hermano Mariano Varona [durante años la persona designada por la institución marista para prevenir la pederastia y uno de los portavoces de la orden] era mi catequista. Me hablaba siempre del sexto mandamiento, explicándome que a Dios le molestaban los malos deseos y los actos impuros. Me dijo que Satanás nos tentaba a todos con los pecados de la carne, y que si eso me sucedía, tenía que entender que yo era el que me tenía que resistir y no dejarme tentar. Decía que todos éramos pecadores por naturaleza y, en consecuencia, que tenía que ser misericordioso con los que cometieran el mismo error.

-¿Misericordioso en qué sentido? En ser prudente con mis juicios porque todos teníamos la obligación de ser leales a la hermandad marista y de protegerla... Todo esto se transformó en mi experiencia de culpa.
 
Solo los usuarios registrados pueden ver el contenido de este tema, mientras tanto puedes ver el primer y el último mensaje de cada página.

Regístrate gratuitamente aquí para poder ver los mensajes y participar en el foro. No utilizaremos tu email para fines comerciales.

Únete al mayor foro de economía de España

 
Última edición:
A ver, el que escribe el articulo es un mentiroso y tendencioso que de catolico tiene mas bien poco.

Es harto sabido que el caso del Padre Grassi fue inventado, y absolutamente todos los testigos retiraron sus testimonios o fueron refutados.

EL PADRE GRASSI INOCENTE

Ya eso para empezar. El caso Grassi fue una operacion mediatica del ex-esposo de Susana Gimenez, Jorge "Corcho" Rodriguez, pues Rodriguez estaba desfalcando a la fundacion del Padre Grassi: publicamente decia donar dinero a la Fundacion de Grassi (para evadir impuestos) y hacer marketing de imagen, mientras Grassi no veia un duro. Grassi lo denuncio y la bomba le exploto en la cara a Rodriguez. Rodriguez no es trigo limpio.

Eso, por no mencionar que el juicio fue llevado a cabo en Merlo, donde el aparato judicial lo manejaba Otahece y estaba totalmente comprado por el PJ. O sea, el juicio no fue parcial ni justo. Y aun asi Grassi salio indemne.

Para seguir, no puedo mas que descojonarme de los ateillos que vienen de listillos a hablar de pederastia, cuando han sido historicamente los primeros promotores de la legalizacion de la pederastia conjuntamente con los sodomitas:

Remembering Harry Hay

The Pedophile Elephant in the lgtb Activist Closet

Ni hablar del ****mita de Foucault o de la bisexual esposa de Sastre, promotores de la derogacion de la ley de edad de consentimiento en Francia:

Michel Foucault on age of consent

Vete a decir que los gayses son pedofilos, si tienes pelotas. Y justamente los casos de abuso sensual se dan dado por parte de sacerdotes HOMBRES, sobre VARONES menores de edad.

Ala, a cascarla.
 
Última edición:
Volver