GreenBack
Será en Octubre
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Con el relato de estos hechos espero no hacer “crítica antisemita” que dicen en Amigos de Israel, la organización que lidera José María Aznar; en todo caso que me perdonen los semitas palestinos porque a los sionistas (si es que son semitas) no les voy a pedir disculpas.
Poco más tarde de las seis de la mañana salí de la “estación de autobuses” de Ramallah en un taxi colectivo – una furgoneta Ford Transit (como casi todas) de tonalidad naranja – con dirección a Jerusalén. Como el tráfico era muy escaso, en poco más de 10 minutos llegué al checkpoint de Kalandia. Siniestro lugar donde soldados y policías israelíes, con armas automáticas y chalecos antibalas, controlan la entrada y, sobre todo, la salida, de los Territorios Palestinos Ocupados (TPO), es una de las puertas, y “terminal”, del muro de Cisjordania; como es sabido, declarado ilegal por la Corte Internacional de Justicia (2004).
Como mi taxi tenía matrícula palestina no pudo entrar en Israel, los vehículos de matrícula israelí (por el contrario) sí pueden entrar en los TPO, una de las singularidades del apartheid. De este modo se me presentó la oportunidad de pasar el checkpoint por la “terminal” del mismo nombre, como hacen los palestinos, aquéllos afortunados que tienen un permiso para entrar en Israel.
Lo de “terminal” es un eufemismo para designar un circuito de jaulas con tornillos (puertas) que se abren y se cierran por control remoto, DONDE TE SOMETEN A CONTROL POR RAYOS X, rodeado por muros de hormigón y alambradas de cuchillas que, vigilado por cámaras de seguridad y personal con armas automáticas, acaba en un habitáculo donde un grupo de jóvenes soldados israelíes te dice, por detrás de un cristal blindado, lo que tienes que hacer; normalmente que le enseñes la documentación, por esta o aquélla página. Obviamente el trato de estos jóvenes, que parecen divertirse con su ocupación, está al nivel de lo ya dispensado a lo que es un verdadero ganado humano.
...
Como era muy temprano, sólo había trabajadores (la mayoría hombres), aquéllos con la fortuna de tener un empleo en Israel o en Jerusalén Este (también ocupada, y anexionada a Israel). Nunca había visto nada igual, personas que se agolpan y hacen largas colas para recibir un trato entre infrahumano y degradante.
A la entrada de la nave donde empieza el circuito había un puesto de té (los palestinos son muy emprendedores y los puestos, sobre todo de comida y bebidas, florecen en los checkpoints). El vendedor, uno de los pocos que hablaban algo de inglés, me dice que el acceso está cerrado y que lo mejor es que coja un taxi (que él mismo lo llama) para llegar a tiempo a Jerusalén; preguntado por el precio me responde que entre 60 y 70 shekels (unos 15 euros), mucho dinero tratándose de Palestina, así que le dije que iba a hacer cola (como los palestinos).
Creo que era el único extranjero en ese desagradable y dantesco lugar.
Pronto te das cuenta de que uno de los fines más importantes (si no el que más) de todas estas “medidas de seguridad” es hacerte perder la autoestima, dañarte psicológicamente y, a nivel colectivo, acabar con un pueblo. Ante da repelúsnte trato es difícil no experimentar el deseo de abandonar el país (si es que aún se puede llamar así a lo queda de Palestina) y perder de vista a los opresores; aquellos europeos (y sus descendientes) que durante el siglo XX decidieron colonizar un país que, al parecer, su Dios les había prometido.
En los casos más dramáticos, ha habido quienes han preferido inmolarse atacando al agresor, abandonando así un mundo de sufrimiento y humillaciones.
Lo más normal es que acabes pagándolo con quienes tienes más cerca o que, como hacen muchos en Cisjordania, acabes integrándote en el sistema; colaborando con la ocupación y el apartheid. Si no puedes con tu enemigo únete a él, me explicaba un policía de la Autoridad Palestina el día anterior, “los países extranjeros están con el más fuerte [Israel] y Palestina es como Holanda o Bélgica ante la Alemania hitleriana; no cabe el enfrentamiento, ellos tienen aviones F-16 y nosotros nada”. Una opción que ya tomaran los judíos de Salónica que, bajo la ocupación alemana en 1941, trabajaron en la policía colaboracionista judía. Ésta prestaría unos valiosos servicios a las fuerzas de ocupación organizando la deportación de judíos a los campos de exterminio en Polonia, todos sus agentes serían finalmente fusilados.
Israel, sin embargo, es la única democracia en la zona, quizá por ello quienes viven bajo la ocupación militar desde 1967, al no ser judíos, no tienen ciudadanía, estando sometidos a las leyes y la jurisdicción militar; obviamente tampoco tienen derecho al voto, si es que de eso se trata la democracia, la “democracia” única israelí.
Del blog
Palestina Ocupada | Un andaluz en Palestina
Poco más tarde de las seis de la mañana salí de la “estación de autobuses” de Ramallah en un taxi colectivo – una furgoneta Ford Transit (como casi todas) de tonalidad naranja – con dirección a Jerusalén. Como el tráfico era muy escaso, en poco más de 10 minutos llegué al checkpoint de Kalandia. Siniestro lugar donde soldados y policías israelíes, con armas automáticas y chalecos antibalas, controlan la entrada y, sobre todo, la salida, de los Territorios Palestinos Ocupados (TPO), es una de las puertas, y “terminal”, del muro de Cisjordania; como es sabido, declarado ilegal por la Corte Internacional de Justicia (2004).
Como mi taxi tenía matrícula palestina no pudo entrar en Israel, los vehículos de matrícula israelí (por el contrario) sí pueden entrar en los TPO, una de las singularidades del apartheid. De este modo se me presentó la oportunidad de pasar el checkpoint por la “terminal” del mismo nombre, como hacen los palestinos, aquéllos afortunados que tienen un permiso para entrar en Israel.
Lo de “terminal” es un eufemismo para designar un circuito de jaulas con tornillos (puertas) que se abren y se cierran por control remoto, DONDE TE SOMETEN A CONTROL POR RAYOS X, rodeado por muros de hormigón y alambradas de cuchillas que, vigilado por cámaras de seguridad y personal con armas automáticas, acaba en un habitáculo donde un grupo de jóvenes soldados israelíes te dice, por detrás de un cristal blindado, lo que tienes que hacer; normalmente que le enseñes la documentación, por esta o aquélla página. Obviamente el trato de estos jóvenes, que parecen divertirse con su ocupación, está al nivel de lo ya dispensado a lo que es un verdadero ganado humano.
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Como era muy temprano, sólo había trabajadores (la mayoría hombres), aquéllos con la fortuna de tener un empleo en Israel o en Jerusalén Este (también ocupada, y anexionada a Israel). Nunca había visto nada igual, personas que se agolpan y hacen largas colas para recibir un trato entre infrahumano y degradante.
A la entrada de la nave donde empieza el circuito había un puesto de té (los palestinos son muy emprendedores y los puestos, sobre todo de comida y bebidas, florecen en los checkpoints). El vendedor, uno de los pocos que hablaban algo de inglés, me dice que el acceso está cerrado y que lo mejor es que coja un taxi (que él mismo lo llama) para llegar a tiempo a Jerusalén; preguntado por el precio me responde que entre 60 y 70 shekels (unos 15 euros), mucho dinero tratándose de Palestina, así que le dije que iba a hacer cola (como los palestinos).
Creo que era el único extranjero en ese desagradable y dantesco lugar.
Pronto te das cuenta de que uno de los fines más importantes (si no el que más) de todas estas “medidas de seguridad” es hacerte perder la autoestima, dañarte psicológicamente y, a nivel colectivo, acabar con un pueblo. Ante da repelúsnte trato es difícil no experimentar el deseo de abandonar el país (si es que aún se puede llamar así a lo queda de Palestina) y perder de vista a los opresores; aquellos europeos (y sus descendientes) que durante el siglo XX decidieron colonizar un país que, al parecer, su Dios les había prometido.
En los casos más dramáticos, ha habido quienes han preferido inmolarse atacando al agresor, abandonando así un mundo de sufrimiento y humillaciones.
Lo más normal es que acabes pagándolo con quienes tienes más cerca o que, como hacen muchos en Cisjordania, acabes integrándote en el sistema; colaborando con la ocupación y el apartheid. Si no puedes con tu enemigo únete a él, me explicaba un policía de la Autoridad Palestina el día anterior, “los países extranjeros están con el más fuerte [Israel] y Palestina es como Holanda o Bélgica ante la Alemania hitleriana; no cabe el enfrentamiento, ellos tienen aviones F-16 y nosotros nada”. Una opción que ya tomaran los judíos de Salónica que, bajo la ocupación alemana en 1941, trabajaron en la policía colaboracionista judía. Ésta prestaría unos valiosos servicios a las fuerzas de ocupación organizando la deportación de judíos a los campos de exterminio en Polonia, todos sus agentes serían finalmente fusilados.
Israel, sin embargo, es la única democracia en la zona, quizá por ello quienes viven bajo la ocupación militar desde 1967, al no ser judíos, no tienen ciudadanía, estando sometidos a las leyes y la jurisdicción militar; obviamente tampoco tienen derecho al voto, si es que de eso se trata la democracia, la “democracia” única israelí.
Del blog
Palestina Ocupada | Un andaluz en Palestina