Somos los primeros de Europa en número de intervenciones en cirugía estética, en ventas de revistas del corazón, en consumo de cocaína y alcohol, en violencia doméstica, en agresiones hacia los sanitarios, en cifras de paro por la crisis, en deserción laboral, en intención de jovenlandesesidad, en horas de trabajo con un menor rendimiento laboral, uno de los países dónde más están aumentando las tasas de obesidad, los primeros en número de inmobiliarias, en precios de los pisos más caros y en corrupción urbanística y burocratización de la administración. El país preferido por la mafia italiana para invertir, el de más suciedad en la calle, menor recogida selectiva de la basura y menos adopciones de mascotas. Donde hay más visitadores médicos y la banda ancha es más cara pero el acceso a las nuevas tecnologías es menor. De los que más fuman en locales públicos y el país con el mejor equipo de fútbol del mundo y con la mayor venta de diarios deportivos, pero con las tasas más altas de fracaso escolar durante la secundaria. Barcelona es el lugar donde el acceso al alcohol de los jóvenes menores de 18 años es más fácil y Catalunya lidera la destrucción de autónomos al año.
Por contraposición, somos los últimos de la Europa de los 15 en medidas de prevención de riesgos laborales, en inversión en salud mental, en dimitir en política, en aceptar nuevas culturas y razas y los penúltimos (detrás sólo está Portugal) en sueldo medio interprofesional. De los peores en rendimiento académico, en conocimiento del inglés, en puntualidad, en respetar las colas, de los que menos horas dedican al ejercicio físico, de los más demorados en exportaciones y en desarrollo tecnológico y científico, de los últimos en aplicar medidas ecológicas, con las peores carreteras y medios de transporte, de los que menos duermen, de los que más vacaciones escolares tienen, los últimos en igualdad entre sexos, en número de jardines de infancia, y en meses de baja postparto. Ni de lejos tenemos la mejor televisión, ni los mejores diarios, ni revistas económicas ni científicas. Las ayudas a artistas, los incentivos culturales y los locales para la música en vivo están 'por los suelos'. Y encima casi ni aprobamos en frecuencia de relaciones sensuales. ¡Qué desastre!
