Nuestra positiva trayectoria de estos últimos años contrasta, lamentablemente, con este clima tan negativo que afecta a la situación política, social y económica de nuestro país. Analizando las posibles causas, encontramos muchos factores que nos han llevado hasta aquí, pero hay dos que, en mi opinión, son responsables directos de esta mala situación de ahora.
El primero es la mentira. Estoy seguro de que todos los presentes están de acuerdo en considerar que el respeto a la verdad es una norma de conducta esencial.
Pero a mí me parece que el desprecio con que tratamos la verdad, o la benevolencia que dispensamos a la mentira, me da igual, es el primero en importancia de las causas del desbarajuste que ahora nos toca vivir.
¿Qué podemos esperar de un país que tolera las mentiras piadosas o que da por buenas las verdades a medias? ¿Qué seriedad demostramos al mundo para que se nos tenga en cuenta en las organizaciones internacionales? Hay países en los que mentir tiene graves consecuencias, incluso penales, y si no que se lo pregunten al presidente Nixon. Pero aquí la mentira forma parte de la realidad más cotidiana. El dicho dice que "Nada es verdad y nada es mentira. Todo Depende del tonalidad del cristal con que se mira "... Y así nos va, y con una impunidad increíble, hay que incluso pavonean de no pagar el IVA o de disfrazar el valor de los pisos, por citar sólo dos prácticas bastante conocidas entre nosotros.
Faltar a la verdad no es un rasgo característico y exclusivo nuestro, claro que no, pero sí lo es tolerarla y disfrazarla. Seamos serios: basta de decir y
de aceptar mentiras. Esto tiene que cambiar. No será nada fácil, pero hay que hacerlo.
El segundo factor que me parece responsable del mal momento que ahora pasamos es que la democracia conseguida con tanto esfuerzo se ha convertido en una especie de partitocracia. Con todos los respetos por los presentes, creo que los partidos políticos han cambiado los términos "país" y "partido", dos conceptos que, por su naturaleza y su alcance, son casi antagónicos. Como en todo, hay honrosas excepciones, naturalmente, pero no creo que sea exagerado generalizar y decir que los políticos están antes al servicio de su partido que no de su país, y lo demuestran a menudo en el Parlamento: ¿ustedes creen de verdad que cuando un partido presenta un proyecto de ley o una propuesta, el 100% de sus diputados está de acuerdo de manera monolítica e incondicional? ¿No les parece que puede haber entre sus filas algún parlamentario con suficiente formación técnica para considerar que ese proyecto no es viable?
Del mismo modo, invierto la pregunta y la aplico a los partidos que se oponen en bloque y por sistema a las propuestas de sus adversarios: ¿nadie entre sus filas no tiene razones para estar a favor? ... Tanto es que se hable de corredores ferroviarios como de trasvases de ríos o de recaudación de impuestos, no importa ..., el dictado del partido es más importante que las convicciones personales o profesionales de sus miembros.
Qué envidia hace ver cómo, en los Estando Unidos, gracias al voto de un reconocido conservador, han sacado adelante la reforma sanitaria impulsada por
demócratas con el presidente Obama a la cabeza. Esto, aquí, es impensable.
Aquí, lo que dictan los aparatos de los partidos los militantes lo deben acatar disciplinadamente. Lo del pensamiento único, que parecía cosa del pasado, en el seno de los partidos políticos parece todavía muy vigente. Ya he dicho antes que hay
honrosas excepciones, también en este triste panorama, claro que sí, pero, por desgracia, sólo son eso: excepciones.
Desde que empecé a preparar mi intervención de hoy, los medios de comunicación han recogido un montón de casos que pueden servir de ejemplo de lo que acabo de decir. Ojalá que esto propicie un debate intenso encaminado a poner remedio.
En conclusión, yo creo que deberíamos aspirar a tener unas instituciones formadas a partir de listas abiertas, donde cada diputado tenga que ganarse la confianza y el voto de los ciudadanos que quiere representar. Una vez constituidas, las instituciones deberían emprender serias reformas para que la mentira y las malas prácticas se castiguen con la contundencia necesaria para que no queden en la impunidad de ahora. Debemos sacar de encima este tipo de estigma, esa sensación que, por grande que la hagas, aquí no pasa nada. Debemos ser un país serio y fiable.
Pero mientras todo esto no llegue, y me parece que tardará, estamos donde estamos y con unas dificultades tan grandes como las cifras que nos abruman. Tenemos la autoestima a ras de tierra, y el prestigio alcanzado en las décadas precedentes nos ha escapado de las manos en proyectos faraónicos o insostenibles, o ambas cosas a la vez. Tenemos más kilómetros de vía de alta velocidad y aeropuertos que nadie, pero no tenemos pasajeros que viajen y, en cambio, las infraestructuras necesarias para activar la economía productiva aún están por hacer.
No sé ustedes, pero a mí, muchas veces, me da la sensación de que estamos esperando no se sabe muy bien qué para salir de esta crisis. Los problemas son los que son y no es sencillo resolverlos, lo sé, pero necesitamos cambiar la actitud. Siempre he dicho que, en la economía, la psicología juega un papel muy importante, y me parece que la actualidad nos lo confirma. Es necesario que nos ilusionamos con proyectos que nos importen y nos motiven. Es necesario que todos los que componemos esta sociedad nos movilizamos al servicio de una idea que nos seduzca. Necesitamos ilusión, y mucha!; Aquella ilusión motivadora que nos empujó a construir una democracia casi de la nada oa proyectar el nombre de Barcelona a todos los rincones del mundo.
Somos muchos y muy bien preparados, cada uno en su trabajo, pero necesitamos alguien que nos señale el camino a emprender. Alguien que tenga el país en la cabeza y un buen proyecto para hacerlo crecer y para que sea un país justo, moderno y
próspero, que anime todos estos estudiantes a formarse en profundidad para servir al país con profesionalidad y generosidad y que estime el país y lo quiera servir por delante de todo. Hace unas décadas, Konrad Adenauer se salió: se puso al frente de un país avergonzado, derrotado y humillado que, cincuenta años después, es el líder de Europa.
Ahora nos toca a nosotros. Los economistas, los ingenieros, los obreros, los estudiantes o los empresarios haremos nuestro trabajo lo mejor que sepamos, pero necesitamos saber por qué camino debemos andar todos juntos otra vez, y este camino sólo lo pueden trazar los políticos. A la sociedad civil nos toca trabajar más, quejarnos menos y exigir mucho más a nuestros políticos y, sobre todo, a nuestros parlamentarios.