¿Llegará el mundo moderno hasta el fondo de esta pendiente fatal, o bien, como
ha ocurrido en la decadencia del mundo grecolatino, se producirá, esta vez también,
un nuevo enderezamiento antes de que haya alcanzado el fondo del abismo a donde
es arrastrado? Parece que ya no sea apenas posible una detención a mitad de camino,
y que, según todas las indicaciones proporcionadas por las doctrinas tradicionales,
hayamos entrado verdaderamente en la fase final del Kali-Yuga, en el periodo más
sombrío de esta «edad sombría», en ese estado de disolución del que no es posible
salir más que por un cataclismo, porque ya no es un simple enderezamiento el que
entonces es necesario, sino una renovación total. El desorden y la confusión reinan en
todos los dominios; han sido llevados hasta un punto que rebasa con mucho todo lo
que se había visto precedentemente, y, partiendo del Occidente, amenazan ahora con
invadir el mundo todo entero; sabemos bien que su triunfo no puede ser nunca más
que aparente y pasajero, pero, en un tal grado, parece ser el signo de la más grave de
todas las crisis que la humanidad haya atravesado en el curso de su ciclo actual. ¿No
hemos llegado a esa época temible anunciada por los Libros sagrados de la India,
«donde las castas estarán mezcladas, donde la familia ya no existirá»? Basta mirar
alrededor de sí para convencerse de que este estado es realmente el del mundo actual,
y para constatar por todas partes esa decadencia profunda que el Evangelio llama «la
abominación de la desolación». Es menester no disimular la gravedad de la situación;
conviene considerarla tal como es, sin ningún «optimismo», pero también sin ningún
«pesimismo», puesto que como lo decíamos precedentemente, el fin del antiguo
mundo será también el comienzo de un mundo nuevo.