Realidad fluida

Mateo77

Laico católico
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Génesis 3,6-7
“Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que igualmente comió. Entonces a ambos se les abrieron los ojos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos; y cosiendo hojas de higuera se hicieron unos ceñidores.”​

En nuestra experiencia nos encontramos con cosas visibles y cosas invisibles, y es el conocimiento de las cosas invisibles el que nos separa de los animales. Un animal percibe el mundo a través de sus sentidos, y aprende (en la medida en que le sea posible) en base a esta información que se une a los instintos codificados en su código genético. El ser humano es diferente. Además de lo percibido por sus sentidos es capaz de buscar realidades invisibles subyacentes así como crearlas por si mismo. A la cosa tangible se le asocian etiquetas invisibles que condicionan la manera en que interactuamos con esta. Designamos un trozo de pastel como destinado a la cena y nos abstenemos de consumirlo en el almuerzo. Nos enfadamos si otro ser humano que haya sido advertido incumple este propósito, pero no si lo hace un animal porque sabemos que no le es posible comprender esta distinción. Para el animal la comida es comida.

El ser humano dispone de todo tipo de herramientas invisibles para comprender el mundo y organizar su vida en común. Una sociedad es tanto más compleja cuanto más sofisticadas son sus instituciones y más alto el respeto de los miembros de la sociedad por estas normas comunes. Esta red de instituciones compartidas idealmente aporta a la sociedad una mayor capacidad de resistencia ante las adversidades. Sin embargo, y hay muchos ejemplos de ello en la historia, esta sofisticación institucional puede derivar en barroquismo y decadencia que llevan al colapso. Esto ocurre cuando la complejidad deja de servir a la vida para comenzar a servir a la muerte. Ocurre cuando deja de buscarse el profundizar en la verdad que subyace la realidad que nos rodea para comenzar a crear rituales vacíos de significado. Burocratización y entretenimiento son dos caras de la misma moneda: excusas para que el hombre desorientado pueda llenar su tiempo, pero excusas que tienen un alto precio.

En la revelación divina vemos al menos cuatro grandes etapas hasta la fecha. El judaismo sirvió para introducir la justicia divina en medio del caos que se había apoderado de la Creación caída. En la etapa del imperio romano es derrotada la pretensión de divinidad de los gobernantes humanos. En la edad media cae la visión mágica de la realidad y comienza la ciencia. En la edad moderna (que está concluyendo) se está dirimiendo la cuestión de la libertad individual. La siguiente etapa quizá lleve al desarrollo espiritual del ser humano, que implicaría una relación más estrecha con esta región de la realidad, alejado ya de superstición, magia y espiritismo. Cada etapa desarrolla las victorias alcanzadas en las anteriores al tiempo que se enfrenta a los nuevos desafíos.

El tema central de la presente edad es el de la libertad individual. Esto ha tenido consecuencias significativas, como pueden ser la declaración de los derechos humanos, la reestructuración del poder temporal (caída del gobierno por derecho divino, implantación de la soberanía popular) así como la aparición de las ideologías que compiten por encauzar la expresión de la libertad del individuo. La libre competencia en la naturaleza o en la economía puede generar situaciones perversas: dos ejemplos del despilfarro de recursos son el de las plumas de los pavos reales macho y el de la producción en masa de productos de baja calidad. Del mismo modo, la libre competencia de las ideologías lleva a un creciente desligamiento respecto a la realidad. En la búsqueda incesante de prosélitos se perfeccionan técnicas de seducción (que nos llevan a la cita del Génesis con que comienza este texto) de modo que el pack ideológico se ancle con mayor fuerza en los más profundos deseos del individuo (sean o no desordenados). Esto nos lleva a una concepción fluida de la realidad, que es una forma de locura colectiva. Lo permanente y lo verdadero es rechazado por miedo y hastío, y se cambia por una permanente búsqueda intelectual y espiritual para alcanzar el prometido edén personal. Ya no se trata del destino sino del camino. No es la obra sino el proceso. El cambio permanente es el objetivo de la vida. Y bajo el signo del cambio permanente las instituciones de la sociedad son destruidas o castradas mediante una decadente sofisticación. Esto nos lleva al colapso.

El triunfo de la ciencia que caracteriza la presente edad está enraizado en las conquistas de la Edad Media, y sus frutos han servido para enmascarar durante mucho tiempo el mal de esta época. Se afirman los avances científicos que profundizan en la comprensión y dominación de lo material al tiempo que se cuestionan todas las certidumbres respecto a lo moral y espiritual enarbolando la bandera de la libertad del individuo. Una vez el trabajo de destrucción está tan avanzado comienza a cuestionarse también la propia autoridad de la ciencia sobre lo material. La ideología impregna lo científico y prostituye sus resultados, y todo desemboca en el creciente caos actual.

Pienso que la siguiente edad tendrá el signo de la exploración de lo espiritual a la luz de las Escrituras y bajo la guía del Espíritu Santo. Un nuevo Pentecostés esbozado ya en el IICV y que comenzará en un pequeño resto preservado de la Iglesia para extenderse después sobre una humanidad en ruinas, enferma, famélica y amedrentada.
 
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