Podemos comprender los motivos que tuvo Jesús para realizar esta acción. El sistema ritual judío del primer siglo se prestaba para la explotación económica y la usura. El templo sólo aceptaba ofrendas hechas con una moneda especial que llevaba impresos los símbolos judíos. Esta moneda del templo sustituía las monedas regulares de los distintos países que, por lo regular, llevaban imágenes de divinidades o de reyes que reclamaban status divino. Por lo tanto, el uso de una moneda especial en el templo protegía al pueblo de caer en el pecado de la idolatría, evitando que llevaran imágenes de ídolos al lugar sagrado.
Estas monedas no sólo se usaban para ofrendar, sino también para comprar los animales y las aves que se ofrecían en sacrificio. Aunque la ley permitía que los devotos llevaran sus propios animales al templo para ser sacrificados, en realidad resultaba muy incómodo hacerlo, particularmente para quienes peregrinaban hasta Jerusalén desde lugares muy lejanos. En este sentido, la venta de estos animales y aves para el sacrificio facilitaba la adoración a Dios.
El problema es que estas buenas intenciones pronto dieron lugar al pecado. Las personas dedicadas al cambio de monedas, los cambistas, comenzaron a aplicar tasas de cambio que iban en detrimento del pueblo. En vez de dar al pueblo la cantidad justa por su dinero, pagaban mucho menos de lo que correspondía.
Esto implicaba que los animales y las aves para el sacrificio se vendieran a precios exorbitantes que la mayor parte del pueblo no podía pagar. Para hacer el caso aún peor, un sacerdote corrupto podía negarse a recibir los animales y las aves traídas por los devotos, obligándolos a comprar animales o aves que se vendían en el templo. ¿Por qué? Porque los animales para el sacrificio debían ser declarados “perfectos” por un sacerdote. Esto daba ocasión al pecado, permitiendo que un sacerdote mal intencionado declarara impuro a un animal en buenas condiciones, y que declarara “perfecto” a otro animal desnutrido, ciego o con una pierna quebrada.
Es evidente que este no era un problema incidental, sino sistémico. Es decir, el esquema de corrupción abarcaba a todo el sistema sacerdotal. Podemos imaginar que las concesiones para las mesas de cambio de dinero y para la venta de animales para el sacrificio se otorgaban al mejor postor. El proceso implicaba sobornos a las familias de los sumos sacerdotes y a la guardia del templo. Y el soborno era continuo, porque los concesionarios daban regalos y donativos a las familias sacerdotales más prominentes con el propósito de mantener sus privilegios.