Philippe Seguín, ministro de de Gaulle y de Chirac, sobre Maastricht (discurso de 1992).

Harold Alexander

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La Unión Europea: la tumba de la soberanía de los Estados

Pasajes del discurso de Philippe Seguin en el Parlamento francés con ocasión de la ratificación del tratado de Maastricht.
“Ninguna asamblea puede delegar un poder que no ejerce más que en nombre del pueblo. Se le pide al Parlamento (francés) algo que no tiene el derecho de hacer: que abandone su competencia legislativa a los órganos comunitarios cada vez que estos lo juzguen necesario.
Todas las garantías, precisiones, correcciones y condiciones de las que nos hablan no son más que ilusiones. Hace ya 35 años que el Tratado de Roma fue firmado y que la construcción europea se viene haciendo sin los pueblos, entre bambalinas, envuelta en el secreto de los gabinetes, en la penumbra de las comisiones, en el claroscuro de las cortes de justicia. Hace ya 35 años que una oligarquía de expertos, de jueces, de funcionarios y de gobernantes toma en nombre de los pueblos, sin haber recibido de ellos el mandato, decisiones que una formidable conspiración del silencio disimula los alcances y minimiza las consecuencias.
El conformismo ambiente, por no decir el verdadero terrorismo intelectual que reina hoy, descalifica por adelantado a todo aquél que no adhiera a la nueva creencia, y lo expone literalmente a la invectiva. Quien quiera desmarcarse del culto federal es inmediatamente tratado por los creadores de opinión de nostágico, de primario o de nacionalista furioso.
(…)
Nuestra comunidad de destino se encuentra en peligro grave por los acuerdos de Maastricht, los cuales no son ni la condición de la prosperidad ni la garantía de la paz. La lógica del engranage económico y político puesta a punto en Maastricht es la de un federalismo de saldo, fundamentalmente antidemocrático, falsamente liberal y resueltamente tecnocrático. La Europa que nos proponen no es libre, ni justa, ni eficaz. Ésta Europa entierra la soberanía nacional.
Está bien visto hoy disertar al infinito sobre el significado mismo del concepto de soberanía, de descomponerlo en trocitos, afirmar que admite numerosas excepciones… Toda esas argucias no tienen más que una finalidad: vaciar de su significado el mismo concepto de soberanía, para que no se hable ya más de ella.
Al presentar cada abandono parcelario como algo no decisivo podemos permitirnos abandonar uno a uno los atributos de la soberanía sin nunca admitir que se busca destruirla en su conjunto. A fuerza de renunciamientos acabaremos realmente por vaciar la soberanía de su contenido. Pero se trata aquí de una noción global, indivisible como un número primo. ¡Se es soberano o no se es soberano! Nunca se es soberano a medias. ¡La “soberanía dividida”, la “soberanía compartida”, la “soberanía limitada”, son expresiones que significan que no hay más soberanía!
Cuando nos dicen que los acuerdos de Maastricht organizan una unión de Estados basada en la cooperación intergubernamental, estamos travistiendo la realidad. Esos acuerdos buscan crear mecanismos que escapan totalmente al control de los Estados.
(…)
Instaurar un mercado común, después un mercado único, eso era todo a lo que Francia se había comprometido, y no tendríamos nada que añadir si no se hubiera desarrollado poco a poco, a fuerza de reglamentos, decisiones y directivas, todo un derecho comunitario derivado, sin ninguna relación con los objetivos marcados por los tratados.
(…)
Ya conocemos el argumento: tenemos que construir Europa, luego hay que ceder una parte de nuestra soberanía. Pero una cosa es delegar temporalmente un poder susceptible de ser recuperado, y otra muy distinta operar una transferencia sin retorno que pueda constreñir un Estado a aplicar una política contraria a sus intereses.
(…)
Es la primera vez que un tratado es marcado por la noción de irreversibilidad. No hay que soñar. Sin moneda, mañana sin defensa, sin diplomacia, quizás pasado mañana Francia no tenga más margen de maniobra que el que tienen hoy Ucrania y Azerbaidján. Algunos estarán de acuerdo. Pero ése no es el porvenir que yo deseo para mi país. Los defensores de la marcha hacia el federalismo no esconden sus objetivos. Quieren realmente, y lo dicen bien alto, que los progresos del federalismo no tengan vuelta atrás.
(…)
Así como nos lo ha anunciado el sr. Delors, por lo menos el 80% de nuestro derecho será de origen comunitario, y el juez no le dejará más elección al legislador que el todo o nada: o someterse totalmente o denunciar unilateralmente y en bloque unos tratados cada día más exigentes. Cuando, por efecto de la aplicación de los acuerdos de Maastricht, el coste de la denuncia se haya vuelto exorbitante, la trampa se habrá cerrado. Mañana, ninguna mayoría parlamentaria, sean cuales sean las circunstancias, podrá dar marcha atrás sobre lo que se habrá consumado.
Tenemos que esperar que, a fuerza de ser ahogados, los sentimientos nacionales se exacerben hasta transformarse en nacionalismo y conduzcan a Europa, una vez más, al borde de graves dificultades. Nada hay más peligroso que una nación demasiado tiempo frustrada de la soberanía a través de la que expresa su libertad, es decir su imprescriptible derecho a elegir su destino.
No se juega impúnemente con los pueblos y su historia. Todas las quimeras políticas están destinadas un día u otro a romperse sobre las realidades históricas. Rusia ha acabado por absorber el comunismo como un papel secante porque Rusia tenía más consistencia histórica que el comunismo. ¿Pero a qué precio?
Organicemos Europa a partir de las realidades. Y las realidades, en Europa, son todas las nacionalidades que la componen. Este debate no empieza realmente. Nos contentamos con hacer conjuros: “¡Maastricht es hermoso, es grande, es generoso!” También se oyen amenazas apenas veladas: “Maastricht o el caos!”
Es hora de mostrar a los francese que hay varias vías posibles y que tienen donde elegir. Es hora de mostrarles que los están llevando a un callejón sin salida y que la esperanza está en otra parte, del lado de la nación que es la suya.
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Lo que cuenta en un tratado, es su espíritu, son los mecanismos que pone en marcha. Y usted mismo, sr. Dumas, lo habéis reconocido aquí mismo: esta Europa tiene una finalidad federal. Lo que nos proponen hoy no es el federalismo en el sentido que se entiende cuando se habla de los EEUU o de Canadá. Es mucho peor, porque es un federalismo rebajado, ya que, en efecto, no comporta las garantías del federalismo.
El poder que se le quita al pueblo, ningún otro pueblo o reuníon de pueblos lo hereda. Son tecnócratas designados y controlados incluso menos democráticamente que antes que se ven beneficiados. Y el déficit democrático, tara original de la construcción europea, se ve agravado.
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No hay sitio para naciones verdaderamente libres en un Estado federal. Nunca ha habido sitio para naciones realmente distintas en ningún Estado federal.
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Como es necesario tranquilizarnos, nos prometen que se respetarán las identidades nacionales. Unas concesiones nos será otrogadas concerniendo, ¿quién sabe? tal vez los quesos y algunas de nuestras costumbres ya que el fólclore no molesa a nadie. Nos dejarán La Marsellesa, con la condición de cambiar la letra de nuestro himno, pues sus algunas de sus fieras estrofas comportan unos peligros y recuerdan a nuestro pueblo su historia y su libertad. Nos dejarán nuestro idioma, que sin duda nos esforzaremos en envilecer, mientras que para tantos pueblos, el francés sigue siendo sinónimo de libertad.
(…)
Es por otra parte muy significativo haber elegido la palabra identidad para designar aquello que consienten en dejarnos. Esta garantía que se sienten obligados a darnos es ya el indicio de un riesgo mayor. No se habla de identidad más que cuando ésta se encuentra en peligro, cuando la experiencia ha cedido el lugar a la angustia. ¡Se habla de ello cuando se han perdido las referencias! La búsqueda identitaria no es una afirmación de sí mismo: es el reflejo defensivo de los que sienten que ya han cedido demasiado. Al no dejarnos más que la identidad, no nos conceden gran cosa, ¡a la espera sin duda de no concedernos nada de nada! ¿Qué vamos a colocar en lugar de lo que se va a borrar? ¿A qué nos querrán hacer adherir cuando hayan obtenido de nosotros un renunciamiento nacional? ¿Sobre qué bases se va a fundar ese “Gobierno Europeo” al cual quieren someternos?
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Se remplazarán las fronteras nacionales existentes por una multitud de fronteras locales invisible pero muy reales. Se formarán pequeñas provincias ahí donde había grandes Estados, con otras tantas comunidades encerradas en sus egoismos locales.
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Será entonces el gran día de las feodalidades, el cual ya ha comenzado hace tiempo. Será entonces esa Europa de las tribus que a la simula temer el sr. Presidente de la República. Llegará entonces la regla del cada cual para si mismo y Dios para nadie. Se establecerán relaciones de región a región por encima de los Estados: ¡eso ya ha empezado!
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¿Las cosas van a seguir deshaciéndose sin que en ningún momento el pueblo francés sea consultado?
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Nos aseguran que Maastricht será la garantía de la paz y la prosperidad, lo que significaría entonces que su fracaso equivaldría a la regresión y hasta a la guerra, me imagino. Es uno de los tópicos del momento: las naciones estarían condenadas a la decadencia por el progreso de la civilización material. Su soberanía sería incompatible con el refuerzo ineluctable de las interdependencias económicas y técnicas. La evolución de las cosas conduciría necesariamente hacia un mundo sin fronteras, que significarían un obstáculo a la eficacia, una zancadilla a la racionalidad, una traba a la prosperidad.
Estas son afirmaciones que debemos verificar con cuidado ya que lo que se nos pide abandonar, para alcanzar la prosperidad, no es únicamente el derecho de acuñar moneda, sino la posibilidad de conducir nuestra propia política económica.
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Nos dicen que la moneda única es la clave del empleo. Nos anuncian triufalmente que creará millones de nuevos empleo. ¿Pero qué vale este tip0 de predicción cuando desde hace años el paro aumenta al mismo tiempo que se acelera la construcción de la Europa tecnocrática? ¿Mediante qué milagro la moneda única podría invertir esa tendencia?
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También se dice que la moneda única entre las manos de un banco central independiente permitirá luchar mejor contra la inflación. ¡Pero nadie podrá garantizar que los dirigentes de este banco, que no deberán rendir cuentas a nadie, hagan siempre la mejor política posible! ¿Acaso debemos considerar la irresponsabilidad como la prenda más segura de la eficacidad? Recordemos esta evidencia: cuando, en un territorio concreto, no existe más que una única moneda, las diferencias de nivel de vida entre las regiones que la componen se vuelven pronto insoportables.
En cualquier caso, la moneda única es la Europa de dos velocidades.
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Algunos teóricos de la Europa federal nos garantizan que la humanidad entra ahora en una era nueva, en que la nación no tiene ya lugar porque en el progreso de las civilizaciones ésta no era más que una etapa histórica, una especie de enfermedad infantil, una fase necesaria, y el tiempo ha llegado de superar esa etapa.
Estas son las viejas obsesiones post-hegelianas que nos anuncian siempre para mañana el “fin de la Historia”. Por otra parte, se trata más de una ideología que de una filosofía de la Historia, y de una ideología que, como todas las demás ideologías, le da la espalda a la observación de la realidad.
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No paran de repetirnos que la juventud ya ha elegido lo que quiere, que está contra las fronteras, por el derecho de voto de los extrenjeros, afavor de la supranacionalidad, por la disolución de Francia en el seno de la Europa federal. ¿Pero qué Francia es la que le proponen? ¿Cuál es el futuro que les dibujan a su propio país? ¿Cuál es esa política que renuncia a hcer vivir la esperanza nacional y se contenta de tentar a la juventud con el atractivo de los grandes espacios siendo al mismo tiempo incapaz de darle su oportunidad?
En lugar de seguir desesperando a la juventud de este país conviene por fin hacerle la pregunta crucial que todos eluden cuidadosamente: ¿Acaso se garantizará más fácilmente la paz, la democracia, la felicidad, las condiciones más favorables a la realización personal y a los grandes impulsos colectivos renunciando a nuestra soberanía o bien preservándola? ​”​
La verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero.