Origenes del pensamiento progre. Parte III.

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ARIEL BOLUDOVSKY

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El secuestro de la sociedad civil: Herbert Marcuse

Por Pablo Molina

A comienzos de los años 20 del siglo pasado Lucaks, junto con otros
compañeros del Partido Comunista Alemán, creó el Instituto de
Investigación Social, ligado académicamente a la Universidad de
Francfort. En su seno, los sucesores de Gramsci recogerían su legado
intelectual para producir una escolástica marxista con la que emprender
“el largo camino a través de las instituciones”.

Las figuras más importantes de la Escuela de Francfort fueron Max
Horkheimer, bajo cuya dirección se consolidó su prestigio internacional
como centro de pensamiento avanzado, el crítico musical Theodor Adorno,
el psicólogo Erich Fromm y un joven talento nacido de la propia escuela
llamado Herbert Marcuse. Todos ellos arribaron a los Estados Unidos de
Norteamérica huyendo del nazismo, encontrando acogida en la Universidad
de Columbia, en el Estado de Nueva York.

A los efectos de este breve estudio, el hito más importante de la escuela
de Francfort es el desarrollo de lo que se llamó “La Teoría Crítica”. La
crítica a la que hace referencia su denominación se dirigía, obviamente,
hacia la sociedad occidental capitalista, que estos pensadores marxistas
declaran férreamente oprimida por una mentalidad tradicional
****ocristiana, a la vez que manipulada por las estructuras
burocratizadas de los grandes medios de comunicación, que producen una
falsa cultura con el objeto de apaciguar, reprimir y entontecer a las
masas mediante la imposición de aberraciones conceptuales como el
cristianismo, la autoridad, la familia, el capitalismo, la jerarquía, la
jovenlandesalidad, el patriotismo, la tradición, la lealtad, el conservadurismo o
la continencia sensual.

Bajo la teoría crítica, el sistema occidental es acusado de cometer toda
clase de genocidios contra el resto de las civilizaciones (el mito
rousseauniano del buen salvaje), de mantener sojuzgados a sectores
enteros de la población (mujeres, minorías étnicas, gayses, etc.) o
de fomentar el nacimiento y desarrollo de todo tipo de conductas de
carácter fascista. Se trata de un marco filosófico que pretende inculcar
un pesimismo constitutivo en el alma occidental, a pesar de ser la
sociedad más próspera y libre del planeta. Sin embargo, como escribió
Aron, «todo régimen conocido es torpe y culpable si uno lo compara con un
ideal abstracto de igualdad o libertad». A grandes rasgos esta fue la
estrategia psicológica para que la generación occidental de los 60, la
más privilegiada de la Historia, se convenciera a sí misma de vivir en un
infierno insufrible.

Pero quizás el hito más importante de la Escuela de Francfort fue la
publicación del libro de Herbert Marcuse "La tolerancia represiva", que
muy pronto se convertiría en lectura de culto en los ambientes
académicos. Marcuse, como ya se ha apuntado, llegó a los EEUU junto con
los demás integrantes de la escuela aunque, a diferencia de la mayoría de
sus compañeros, no volvió junto a ellos a Alemania en los 50. Cuando los
campus universitarios norteamericanos ardían en las oleadas violentas de
los 60, Marcuse era una figura venerada entre los sectores más radicales.
Sus alocuciones a los estudiantes llamándolos a la rebelión le
convirtieron en un icono intelectual. Suya es la consigna «haz el amor y
no la guerra».

En “La tolerancia represiva”, Marcuse construye su acta de acusación
formal contra la burguesía, considerándola no como un crisol de conductas
arcaicas o pasadas de moda, sino como la causa directa de la opresión
fascista que soporta la sociedad. Así como el marxismo clásico
criminalizó a la clase capitalista, la Escuela de Francfort, a través de
Marcuse, declaró culpable de los mismos delitos al sector sociológico
formado por las clases medias. El desarrollo teórico posterior de esta
idea seminal llevó a sus estudiosos a concluir que los individuos que
crecían en familias tradicionales eran incipientes fascistas, nazis
potenciales, al igual que los que hacen gala de algún síntoma de
patriotismo, los practicantes de religiones tradicionales o, en general,
los autotitulados conservadores.

Pero Marcuse es también el responsable de otras herramientas dialécticas
del arsenal progre como el concepto de «tolerancia represiva», según el
cual aceptar la existencia de una amplia variedad de puntos de vista
(otros lo llamamos simplemente «libertad de expresión») es, en realidad,
una forma escogida de represión. Marcuse definió su particular concepto
de la tolerancia como la comprensión condescendiente para todos los
movimientos de izquierda, conjugada con la intransigencia más absoluta
respecto a las manifestaciones de matiz conservador. Un ejemplo claro de
esta táctica totalitaria se pudo ver en el tratamiento informativo de los
sucesos acaecidos en la manifestación de la Asociación de Víctimas del
Terrorismo, en la que José Bono fue objeto de una agresión inexistente.
Las protestas airadas de un grupo de ciudadanos contra la presencia en la
misma de un ministro del Partido Socialista Obrero Español, fueron
calificadas como un acto injustificable de exaltación fascista. Por el
contrario, las violencias que en los últimos años ha padecido el sector
conservador de la sociedad –éstas sí muy reales y, en algunos casos, con
riesgo físico más que evidente para los que las padecieron–, el destrozo
de las sedes del partido de la derecha o las pancartas con gravísimos
insultos a sus representantes políticos (con fotografías incluidas, para
que no hubiera duda) sólo merecieron –más daño hacen las bombas de Irak–
comprensión y argumentos exculpatorios por parte de estos mismos
custodios de la ortodoxia democrática. La circunstancia de que el autor
de la palinodia más agresiva sobre el resurgimiento del fascismo ibérico,
publicada a raíz del suceso, acumulara en sus manos las carteras de
Interior y Justicia, suceso inédito en las democracias avanzadas y, en
cambio, algo muy habitual en los regímenes fascistas, sólo añade el
tradicional toque esperpéntico de la izquierda cuando se pone a
pontificar.

En realidad, Marcuse no hacía sino actualizar las directrices de órganos
comunistas como el Comité Central del PCUS, que ya en 1943 instruía a sus
cuadros con la siguiente consigna: «Nuestros camaradas y los miembros de
las organizaciones amigas deben continuamente avergonzar, desacreditar y
degradar a nuestros críticos. Cuando los obstruccionistas se vuelvan
demasiado irritantes hay que etiquetarlos como fascistas o nazis. Esta
asociación de ideas, después de las suficientes repeticiones, acabará
siendo una realidad en la conciencia de la gente».

Esta técnica dialéctica ha sido adoptada por la progresía contemporánea
(cualquier discusión en la que los argumentos conservadores se hacen
difíciles de refutar, es zanjada por el progre de turno tachando de
fascista a su contradictor) y sigue plenamente vigente sesenta años
después. Este y no otro es el origen de lo que se ha dado en llamar “lo
políticamente correcto” –marxismo cultural sería la definición más
apropiada en términos históricos–, especie de estricnina intelectual
adoptada por el progresismo dominante como elemento constitutivo de su
particular cosmovisión, que desemboca con éxito en la imposición de los
tópicos prefabricados en defensa de la agenda cultural, intelectual y
jovenlandesal de la izquierda. Basta con asomarse a los medios de comunicación
para constatar la magnitud de la dictadura de este marxismo cultural, que
obliga a la aceptación de estos principios bajo pena de excomunión
democrática. La gaysidad, la infidelidad, el aborto, la
promiscuidad exacerbada y en general cualquier conducta contraria a la
esencia de la familia tradicional, es ofrecida a través de programas de
testimonio, tertulias o teleseries como expresiones altamente
enriquecedoras del ser humano. El menoscabo de la propiedad privada en
beneficio de un “interés público”, la masiva intervención estatal en
asuntos privados como la enseñanza o el llamado Estado del Bienestar, son
considerados también elementos imprescindibles para el progreso de las
sociedades. Por el contrario, la religión –cómo cocinar un Cristo para
dos personas–, la defensa de la propiedad privada y el capitalismo como
elementos imprescindibles para el progreso económico, la familia como
forma de organización social o la observancia de un código jovenlandesal
transmitido durante generaciones, son elementos situados en el punto de
mira de los acorazados del progreso con carácter permanente. Cualquiera
que se atreva a disentir del dictado del marxismo cultural configurado a
través de estas consignas, es tachado inmediatamente de reaccionario,
fanático o, si persiste en su empeño, de fascista.

Bajo el régimen despótico de lo políticamente correcto, las únicas
expresiones religiosas admisibles son las que ponen el acento en
conceptos típicos de la agenda progre como la justicia social, la
redistribución de la riqueza o el tercermundismo anticapitalista. Por
otra parte, tras varias décadas de marxismo educativo, nuestros alumnos
son los menos capacitados en las áreas clásicas de conocimiento (en
algunos casos rayando en el puro analfabetismo), pero en cambio conforman
las generaciones más hipersensibilizadas con los tópicos promovidos por
la izquierda como los riesgos del medio ambiente, la lucha contra la
opresión capitalista, la tolerancia sin límites, el pacifismo sin
condiciones, el multiculturalismo o el relativismo ético.

El éxito del programa intelectual gramsciano queda atestiguado con
ejemplos como el de Michael Walzer, quien en el número de invierno de
1996 del órgano marxista Dissent citaba las siguientes conquistas: «el
visible impacto del feminismo, los efectos de la discriminación positiva,
la emergencia de los derechos políticos de los gays y la atención que se
les presta en los medios de comunicación, la aceptación del
multiculturalismo, la transformación de la vida familiar incluyendo el
incesante crecimiento de las tasas de divorcio, cambio de roles sensuales,
nuevas formas de concebir la familia y, de nuevo, su representación
favorable en los medios, el progreso de la secularización, la expulsión
de la religión en general, y el cristianismo en particular, de la esfera
pública (aulas, libros de texto, códigos legales, periodos vacacionales,
etc.), la virtual abolición de la pena capital, la legalización del
aborto o los éxitos iniciales en el esfuerzo para regular y limitar la
posesión de armas de fuego». Pero lo más destacable de todo es, como
admite el propio Walzer, que todas esas conquistas han sido impuestas por
las élites progresistas, sin que respondan a la presión de movimientos de
masas.

Todo este proceso histórico ha desembocado finalmente en la aceptación
generalizada de la agenda política de la izquierda –hasta los partidos de
la derecha conjugan con total despreocupación términos como desarrollo
sostenible, cambio climático, equilibrio norte-sur, justicia social,
defienden la educación pública, el estado del bienestar, etc.–, en lo que
quizás es la última fase de esta larga marcha a través de las
instituciones diseñada en su día por Gramsci con dimensiones proféticas y
que Aldous Huxley concretó admirablemente cuando escribió que “un estado
totalitario realmente eficiente, es aquel en el que las élites controlan
a una población de esclavos que no necesita ser coaccionada, porque en
realidad ama esta servidumbre.”


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ARIK TOV L'YEHUDIM
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"Sociologos en Red" <sociologosenred@yahoo.com> escribió en el mensaje
news:1124641710.386935.220610@f14g2000cwb.googlegroups.com...
> HOLA

**
Hola
**
SOMOS UN GRUPO DE ESTUDIANTES DE SOCIOLOGIA
**
Un grupo de ¿cuántas personas, hay animales también en el grupo?,¿pagan
impuestos?
**
Y NOS GUSTARIA
> INTERCAMBIAR EXPERIENCIAS CON LOS MIEMBROS DE SU GRUPO

**
Ah, no no no no, soy una señora seria yo, nada de intercambios y
experiencias como excusa che. Para eso lo buscan a Edmundo que hasta anduvo
de intercambio cultural con los marcianitos.
**
ASI COMO
> INTERCAMBIAR CONOCIMIENTOS

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¿A cuánto el kilogramo de conocimientos?¿en euros?
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PUDIENDO CREAR GRUPOS DE DIALOGO
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¿Diálogo dialogado?
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CON EL FIN
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¿el Apocalipsis?
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> DE ENRIQUECER MUTUAMENTE NUESTRA VISION DE LA REALIDAD

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¿Y cuál es la visión de "su" realidad?
Claudia
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