En esto del referéndum hay dos fases.
La primera es negarlo porque no existe derecho de secesión y por tanto la pregunta no se puede -ni debe- admitir a trámite. Si se admitiera se ha perdido la primera batalla, la de la legitimidad del estado como lo conocemos todavía a hacer cumplir sus leyes. El solo hecho de permitirlo oficialmente, con todas las garantías, es el reconocimiento explícito de que entramos en una nueva era política en la que se ha lesionado un principio fundamental de la Constitución como es la unidad territorial y en consecuencia la igualdad entre todos los españoles, salvo que aplique este último fundamento a los "españoles remanentes", que pueden seguir siendo iguales ante la ley pero dentro de un estado menguante en territorio y potencia, lo que supondrá una igualdad a la baja salvo en los índices de frustración y cabreo.
La segunda fase es consecuencia de la eliminación de todas las líneas rojas que garantizaba la primera. Se admite la "enfermedad política" que precede a la cirugía. Se admite entonces que estamos en una fase que debe dejar atrás aquellas líneas rojas que lo enfermaron y se venderá como un éxito derrotar a la gangrena con la amputación. Si se ha llegado a esta situación, la pregunta ya no tendrá sentido en el resto de España sino en las regiones que quieren desvincularse de ella: unos pocos millones de españoles podrán decidir sobre el conjunto por más que insistan que solo les interesa lo suyo y no mentirían. El problema es cómo se lo va a tomar el electorado que ha quedado fuera de esa participación "porque no le compete" formalmente pero sabrá para entonces que le compete absolutamente porque se está decidiendo sobre el futuro económico y social que sin duda alguna les afectará y pensar que sea de manera positiva sólo entra en cabezas huecas y en traidores que con su mejor rostro seducen para engañar.
La amnistía equivale a reconocer que el golpe de estado no fue importante y que debe perdonar y olvidar a sus líderes como quien perdona a los que no saben lo que hacen. Están tratando de dar esa sensación de magnanimidad bajo el tremendo disparate de que los secesionistas estarán comprendiendo el extraordinario talante del estado español, pero lo cierto es que será un espaldarazo a sus pretensiones porque ese paso, en las condiciones de precariedad política que se ha dado, demuestran una enorme debilidad. Debilidad y magnanimidad no caben en el mismo relato referido a un solo sujeto.
Este paso es importantísimo porque está creando "un momentum" político frente al que toda retórica continuista se estrellará, no para erosionarlo sino para alimentarlo. El poder de la novedad y la ansiedad que le es propia, disparará en muchos el deseo de salir de la rutina mientras para los continuistas será una flagrante derrota. A calzón quitado, las fuerzas progresistas habrán entendido que pueden gobernar ad infinitum si controla su ansiedad y consecuentes desencuentros o rupturas llevando al país a una dictadura que silencia aritméticamente cualquier oposición.
Momentum es aquel periodo en el que confluyen todas las fuerzas orientadas hacia el mismo objetivo, se trate de personas, circunstancias políticas y económicas. Es la persona adecuada en el momento y el lugar adecuados.