La convivencia en la mayor parte de los rincones del Imperio donde jamás se ponía el Sol era, en general, excelente: blancos, indios, personas de color, mestizos, mulatos, zambos... se relacionaban en paz y en pie de igualdad. Claro que compartían una misma lengua y una misma fe, y eso era fundamental.
Actualmente, en un contexto en el que toda noción de identidad firme y sólida se ha perdido o es criminalizada por los medios, el multiculturalismo se revela como un experimento fallido. En vez de convivir únicamente con personas de distinta tez pero con un imaginario y un terreno comunes, hay que tragar también con vecinos que son fieles a la religión del amor, hablan árabe, no saben nada de nuestro pasado imperial... y con los chinos, que hablan en mandarín, viven en su gueto y no saben apenas nada de la nación que les da cobijo. Con este panorama, no hay elementos comunes para construir un sentimiento identitario fuerte. El panhispanismo puede servir, y de hecho sirve, para cohesionarnos con nuestros hermanos latinoamericanos, filipinos, ecuatoguineanos... pero nada puede hacer con el resto de inmi gración, ajena al español y a toda idea de España. ¿Por qué creen ustedes que al separatista le gusta tanto el inmigrante afroasiático, mayoritario en Cataluña?