Termur
Madmaxista
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Llevar la mascarilla al aire libre es absolutamente absurdo e innecesario, no va a ayudar a evitar un solo contagio, y no responde a ningún criterio sanitario o de protección de la salud pública.
Si mañana las mascaras, por la razón que sea, vuelven a agotarse, todos estos epidemiólogos, "expertos", políticos y periodistas que ahora apelan a la responsabilidad y al civismo, y se burlan de los que no las llevan, y hacen vídeos en Twitter poniéndose diez mascaras y midiéndose el nivel de saturación de oxígeno en sangre, saldrán por televisión e Internet diciendo que hay nuevas evidencias que indican que al fin y al cabo las mascaras al aire libre no son necesarias, que sólo en lugares cerrados, y sólo si tienes síntomas, no si estás sano, y que lo importante es respirar aire puro y que te dé el sol.
Y lo sabemos perfectamente.
Así que yo llevo la mascarilla en lugares cerrados, siguiendo las instrucciones de los propietarios o gerentes de los locales respectivos, y si no estoy de acuerdo, no entro. Pero en la calle, NO. Ni paseando, ni andando por el monte, ni en la playa. NO. Y punto. No por razones médicas, simplemente porque NO ME SALE DE LOS narices. Y punto, no tengo por qué dar explicaciones. Y si me multan (lo que supongo que sucederá más temprano que tarde), no voy a discutir ni a pelearme con ningún policía. Cogeré la multa, le diré "muchas gracias, agente, tenga un buen servicio y un buen día", y cuando llegue a casa procederé a limpiarme el ojo ciego con la multa. Y si el día de mañana me encuentro con un embargo por vía ejecutiva, con recargo e intereses de demora, no pasará nada. No soy Amancio Ortega, pero puedo permitirme unas cuantas multas de cosa.
El honor, la satisfacción y el placer de desobedecer una norma injusta, arbitraria y absurda, supera con mucho cualquier palo a la cuenta bancaria. Hemos tragado mucha cosa, y lo que nos queda, pero llega un momento en que uno tiene que poner pie en pared y decir: "hasta aquí hemos llegado". Y por lo que a mí respecta, hasta aquí hemos llegado. Desafiar a políticos y periodistas embarcados en la psicopatía más extrema, y a una población aborregada, sumisa y poco equilibrada, se ha convertido en un imperativo jovenlandesal. Aunque sea en algo tan nimio e insignificante como no llevar un puñetero trapo al aire libre.
¿100 pavos? Como estos.
Si mañana las mascaras, por la razón que sea, vuelven a agotarse, todos estos epidemiólogos, "expertos", políticos y periodistas que ahora apelan a la responsabilidad y al civismo, y se burlan de los que no las llevan, y hacen vídeos en Twitter poniéndose diez mascaras y midiéndose el nivel de saturación de oxígeno en sangre, saldrán por televisión e Internet diciendo que hay nuevas evidencias que indican que al fin y al cabo las mascaras al aire libre no son necesarias, que sólo en lugares cerrados, y sólo si tienes síntomas, no si estás sano, y que lo importante es respirar aire puro y que te dé el sol.
Y lo sabemos perfectamente.
Así que yo llevo la mascarilla en lugares cerrados, siguiendo las instrucciones de los propietarios o gerentes de los locales respectivos, y si no estoy de acuerdo, no entro. Pero en la calle, NO. Ni paseando, ni andando por el monte, ni en la playa. NO. Y punto. No por razones médicas, simplemente porque NO ME SALE DE LOS narices. Y punto, no tengo por qué dar explicaciones. Y si me multan (lo que supongo que sucederá más temprano que tarde), no voy a discutir ni a pelearme con ningún policía. Cogeré la multa, le diré "muchas gracias, agente, tenga un buen servicio y un buen día", y cuando llegue a casa procederé a limpiarme el ojo ciego con la multa. Y si el día de mañana me encuentro con un embargo por vía ejecutiva, con recargo e intereses de demora, no pasará nada. No soy Amancio Ortega, pero puedo permitirme unas cuantas multas de cosa.
El honor, la satisfacción y el placer de desobedecer una norma injusta, arbitraria y absurda, supera con mucho cualquier palo a la cuenta bancaria. Hemos tragado mucha cosa, y lo que nos queda, pero llega un momento en que uno tiene que poner pie en pared y decir: "hasta aquí hemos llegado". Y por lo que a mí respecta, hasta aquí hemos llegado. Desafiar a políticos y periodistas embarcados en la psicopatía más extrema, y a una población aborregada, sumisa y poco equilibrada, se ha convertido en un imperativo jovenlandesal. Aunque sea en algo tan nimio e insignificante como no llevar un puñetero trapo al aire libre.
¿100 pavos? Como estos.