Von Steiner
Madmaxista
Era la crónica de una muerte anunciada. Carmen Franco supo desde octubre que se moría. No quiso que le edulcoraran la verdad. Ese cansancio que tuvo durante todo el verano intuyó que no era buen presagio. El médico detectó en su último chequeo un tumor. Quince años atrás tuvo un cáncer del que no quiso volver a acordarse una vez superado. Carmen ha muerto como quería, en su casa y en su cama. Se ha ido sin operaciones, sin tratamientos tortuosos. Ha fallecido en paz despidiéndose paulatinamente de todo y de todos. Estaba preparada. A punto de terminar nuestros encuentros para realizar la novela que acaba de publicarse sobre su vida confesó: "Aquí estoy dispuesta a recibir aquello que venga. Sin lágrimas. No tengo miedo a nada, ni tan siquiera a la muerte. La he visto de cerca muchas veces y la conozco perfectamente. No le tengo miedo".
Ha fallecido en su domicilio de Hermanos Bécquer, en Madrid. No quería hospitales. Todavía tenía en la memoria la forma artificial en la que se prolongó la vida de su padre, Francisco Franco. No deseaba lo mismo para ella. Cuando Franco murió siempre le echó en cara a su marido, Cristóbal Martínez-Bordiú, la forma innecesaria en la que se intentó prolongar lo inevitable. "A las personas hay que dejarlas morir en paz", fue su repetida petición al marqués de Villaverde que decidió trasladar a Franco del palacio de El Pardo al hospital La Paz de Madrid. "Mi padre deseaba morir en casa", me comentó. Eso lo tenía grabado a fuego. No quería lo mismo para ella. Finalmente, se fue como quería, rodeada de sus personas de confianza y sus seres queridos.