Ayer las vi en el metro; al parecer, era el día de las antiestéticas, de las resentidas, de las envidiosas y de las amargadas; tampoco faltaban las gritonas, las maleducadas, las locas. Todas fueron a celebrar su día del repruebo. Afortunadamente, había muchas otras que no estaban allí, ni querían estar; alguna que me sé yo pasó parte del día en la cama, abrazada a un hombre que la quiere más que a su propia vida. Y este, creo yo, es el verdadero problema de estas taradas: la mayoría de estas pobres infelices, sencillamente, no tienen a un hombre que las abrace, que las haga sentirse amadas; viviendo condenadas en una suerte de pseudo-existencia sin amor, sin sesso y sin caricias . Por eso están ahí, por eso gritan, por eso sus palabras, sus eslóganes, rezuman un rencor bilioso y pestilente... Sólo alguien profundamente triste necesita eso. Las mujeres felices no necesitan gritar, ni quejarse, ni reprobar; son, simple y discretamente, felices; y no acostumbran a juntarse con estos bichos penosos.