Macedonio Fernández, el hombre al que Borges plagiaba

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Ahora que la Guardería se ha vuelto un refugio literario con concursos de relatos incluídos, aprovecho para presentaros a un escritor casi desconocido en España y que yo descubrí por casualidad, mencionado de pasada en el prólogo de un libro del un pelín menos desconocido Roberto Arlt, Macedonio Fernández, íntimo amigo del padre de Borges y maestro del hijo del padre de Borges, o sea, Jorge Luis.

Biografía: Macedonio Fernández. La vida de un bohemio bonaerense | Suite101


Nació en Buenos Aires el 1 de junio de 1874, su familia pertenecía a la alta burguesía y, además del desahogo económico que tuvo desde su niñez, se añade que en su casa la reunión de escritores, intelectuales, políticos en animadas tertulias semanales lo marcaron en lo que sería un rasgo de su personalidad: su brillante oratoria y su inteligencia al hablar.

Macedonio Fernández del Mazo, su vida antes de la bohemia

Después de cursar estudios secundarios en el Colegio Nacional Central, se doctoró en leyes en 1897 con una tesis cuyo título ya dice mucho del escritor: “De las personas”, que es un reflejo de la constante de Macedonio Fernández, el conocimiento y la observación de lo que le rodea sin necesidad de ser un hombre de acción al uso. Si ya en su adolescencia se había sentido influido por las tesis de Herbert Spencer (defensa y primacía del individuo frente al Estado) e incluso en el año de su doctorado junto a sus amigos Julio Molina y Vedia, Arturo Mascarí intentaron en unas tierras propiedad de la familia del primero hacer un experimento de una comunidad anarquista spenceriana que resultó un fiasco dado que los amigos eran demasiado dandies como para aguantar los mosquitos, no es de extrañar que esta idea de romper con lo establecido lo llevara a cabo en sus libros y en el final de sus días con su despego de familia y sociedad.

Su experimento anarquista se cortó cuando en 1901 se casó con Elena de Obieta, a la que Gabriel de Mazo, primo de Macedonio Fernández y responsable de la Reforma Universitaria de 1918 que conllevó la modernización de los estudios universitarios argentinos, calificó de “muy agraciada, de hermosos ojos, muy sensible y de recio carácter”. Con ella tendría cuatro hijos y llevaría una vida rutinaria llena de proyectos literarios (en 1904 empieza el libro Museo de la novela de la eterna), colaboraciones en revistas, correspondencia con intelectuales (entre ellos con Williams James) que suponían un cambio de Macedonio Fernández en sus ideales de juventud.

Fue precisamente la fin de Elena de Obieta en 1920 la que marca la que sería una segunda etapa en la vida de Macedonio Fernández. Empieza su vida errante, su despego de familia (sus hijos se repartirían entre diferentes familiares) y su vagabundear por hoteles, pensiones, cuartos sin ventana del que su amigo Jorge Luis Borges sería testigo y, sobre todo, empieza la genial obra literaria de Macedonio Fernández.

La vida bohemia de Macedonio Fernández

A partir de 1920 empieza su “vida de hotel” como él mismo definiría. Coincide esta resurrección del escritor con el nacimiento de las vanguardias entre ellas el Ultraísmo. Por esas fechas Jorge Luis Borges, heredero de la amistad que su padre Jorge Borges tuviera con Macedonio Fernández, lo tiene como fiel amigo; juntos codirigen la revista “Proa” y Borges asiste al vagabundeo de su amigo. Macedonio Fernández es dado a las tertulias, colaboraciones en revistas, proyectos literarios,a una vida nocturna que hace que su labor se vea ensombrecida por su nocturnidad mal entendida.

A otro de sus grandes amigos, el escritor español Ramón Gómez de la Serna (padre de las greguerías y de vida similar al argentino) le confesaría en una carta cuáles eran sus preocupaciones en 1927: “Predilección por la metafísica, doctrina general de la Ciencia, biología, psicología, problemas de Arte, música (guitarra); en literatura muy atrasado de criterio y lecturas casi siempre”.

Es en esa época cuando empieza a publicar sus novelas y se empieza a conocer su ideario literario o lo que él llamaría literatura de la nada. Sus novelas marcarán un inicio en la concepción de un estilo que otros recogerían como hiciera Julio Cortázar para su mítica novela “Rayuela”.

Últimos años de Macedonio Fernández

Su “vida de hotel” la mantuvo hasta 1947 en que se va a vivir con su hijo Adolfo, frente al Jardín Botánico. Allí lo visitan Juan Ramón Jiménez, Ramón Gómez de la Serna, Luisa Sofovich.

Antes de esa fecha había creado un estilo literario único alejado de modas, vanguardias ya que Macedonio Fernández arremetía contra el arte doctrinario, realista, de mera copia y contra los escritores que buscan la fama, la gloria. Para conseguir esto se sirve de su humor, de su juegos verbales que tan bien exponía en las tertulias.

Porque como dijera Borges el 5 de agosto de 1925 en la revista “Martín Fierro”: “Sé de dos héroes que son de antemano inmortales: el “Don Segundo Sombra” de Ricardo (Güiraldes) (toda la pampa en un varón) y el Reciénvenido de Macedonio: toda Buenos Aires hecha alegría”.

El 10 de febrero de 1952 muere Macedonio, Borges ante su tumba diría: “Las mejores posibilidades de lo argentino: la lucidez, la modestia, la cortesía, la íntima pasión, la amistad genial se realizaron en Macedonio Fernández acaso con mayor plenitud que en otros contemporáneos famosos”.

Monográfico de la revista mexicana "La Jornada Semanal": La Jornada Semanal

Presentación

Abogado, director de biblioteca, fiscal de juzgado que fue despedido por no haber condenado nunca a nadie:roto2:, fundador de una colonia anarquista... pero sobre todas las cosas, el argentino Macedonio Fernández es el autor de una obra literaria de la que han abrevado, algunos de ellos quizá sin saberlo bien a bien, escritores que van de García Márquez a Clarice Lispector y de Calvino a Quiroga. “Venerado hasta el plagio”, como apunta Esther Andradi, Macedonio también ha sido ninguneado, de lo cual da cuenta el desconocimiento que, de su obra excelsa y por momentos desconcertante, priva no sólo en su país natal sino en todo el ámbito literario. Con una breve antología de textos, así como dos ensayos en torno a su vida y su obra, conmemoramos los sesenta años de la fin del autor de Museo de la novela la eterna, ante cuya tumba Borges dijera: “por aquellos años lo imité, hasta la transcripción, hasta el apasionado y devoto plagio”.

De la escritura como ausentamiento. Julio Prieto

En un cuaderno inédito, hacia 1939, Macedonio Fernández anota: “Artistas: el inventor de colmos de Importunación –El extremador de redondeces.” En arte, según esto, habría dos posibilidades: a) importunar, perturbar inventando algo nuevo; b) agradar perfeccionando lo ya inventado. Dos extremos, dos programas para el arte: la ética de la invención, la estética del pulir y redondear. Claro que esos extremos –inventar, redondear– en cierto modo se dan en toda obra de arte. Por un extremo, la obra de arte se aproxima a lo “ilegible”, corre el riesgo de inventar hasta el punto de hacerse invisible, al diferir al futuro sus condiciones de inteligibilidad; por el otro, se expone a la redundancia, a agotarse en la nitidez de lo que meramente agrada en el presente. En las letras latinoamericanas (y más allá de ellas) pocos se entregaron al extremo de la invención de manera tan colmada de futuro como Macedonio Fernández.

Es sabido que en el siglo XX hubo un modo relativamente codificado de hacerse visible “importunando”: es lo que suele llamarse arte “vanguardista” –o bien eso que Octavio Paz denominara la “tradición de la ruptura”. La obra de Macedonio Fernández no es por cierto ajena a una voluntad de “importunar y perturbar” asociable a las vanguardias históricas, y de hecho tiene vínculos específicos con los movimientos de vanguardia que surgen en Buenos Aires hacia 1920. Pero no es menos cierto que su escritura pone en juego un arte de la invisibilización que no acaba de concordar con ciertas inercias –ciertas estridencias en el “hacerse visible”– típicas de los movimientos de vanguardia. Macedonio es, si se quiere, un vanguardista “ex-céntrico”: un irónico caballero porteño propenso a inventar “colmos de importunación”, así como a lo que en una de sus humorísticas semblanzas autobiográficas llama “una asiduidad de faltar casi enternecedora”. Como el personaje homónimo de su Museo de la novela de la eterna, Macedonio tiene algo de “inexistente caballero”: en él llaman la atención el ingenio y radicalidad inventiva de sus “artefactos de importunación” no menos que la sutileza con que pone en juego un arte del ausentamiento –cuestión no baladí en quien concibe la escritura como una suerte de disappearing act. Parafraseando a otro excéntrico escritor rioplatense, el Vizconde de Lascano Tegui, autor de una narración deliciosamente peregrina, De la elegancia mientras se duerme (1925), en Macedonio habría que hablar de “la elegancia mientras se importuna”.


Artefactos de importunación: la “novela que no comienza” –en sus varias versiones: la novela diferida por un interminable sucesión de prólogos (el Museo de la novela de la eterna), la novela que sólo comienza (Una novela que comienza–; el “título-texto” (es decir, el título que prescinde de un texto subsiguiente) o el “paréntesis de un solo palito” –recurso coherente con el programa de “escribir mal y pobre”–; la narración que aspira a “propinar un chichón en la frente del leer”, propósito inseparable de la drástica reducción (¿o ilimitada expansión?) de la literatura al logro de un momento de Conmoción Conciencial que desvanezca en el lector la ilusión del yo –punto en que la “ex-ficción” macedoniana se confunde con su escritura filosófica, y en particular con su tesis del “almismo ayoico”.

Mención aparte entre los colmos de importunación macedonianos merece el proyecto de histerización del espacio público que Macedonio pone en juego en los años veinte en su humorística campaña presidencial: proyecto de política-ficción en que la campaña electoral se solapa con la ejecución de una “novela salida a la calle” (una novela fugada del libro que es también el Museo de la novela, cuyo elenco de personajes “inexistentes” es encabezado por un “Presidente”, indisimulado alter ego del autor). En el capítulo 6 del Museo de la novela se enumeran algunas estrategias de “histerización”: diseminación aleatoria de objetos irritantes (escaleras de peldaños desiguales, peines con púas por ambos lados, cucharillas de café pesadas como armarios roperos, armarios roperos livianos como plumas), distribución municipal de “pelmazos”, rellenitos y cojos que entorpezcan el tráfico por las calles hasta un punto insoportable –todo lo cual haría inevitable el advenimiento de un Presidente redentor de tantas ignominias...:XX::XX::XX:

En cuanto al arte del ausentamiento, sería difícil no ver cómo la elusiva peripecia biográfica de Macedonio se confabula con su singular concepción de la escritura. De un lado, Macedonio pone en juego una figura autorial nomádica que se construye por así decir “en esfumato”, a partir de una peculiar dinámica de apariciones y desapariciones. Es una figura que hasta hoy forma parte de la mitología urbana de Buenos Aires y que empieza a esbozarse en 1920, cuando tras la fin de su esposa, Elena de Obieta, Macedonio pasa de provecto ciudadano y pater familias a una vida de escritor vagabundo –una vida de pensamiento y escritura itinerante que transcurre entre oscuras pensiones y casas de amigos, entre la capital porteña y distintas localidades de provincia. Es la época en que entra en contacto con los círculos vanguardistas de Buenos Aires –la época en que comparte proyectos con Oliverio Girondo, Norah Lange, Xul Solar, Gómez de la Serna– y, crucialmente, la época en que inicia un intenso diálogo con Borges –momento decisivo que marca el punto de un cruce de ideas y visiones artísticas de largas consecuencias en las letras del siglo XX.


De otro lado (o por otra vertiente del mismo lado), Macedonio practica una suerte de escritura “en fuga”. En la visión macedoniana, la literatura interesa menos como técnica de representación que como una suerte de arte del desaparecer: lo que Macedonio llama Prosa de Belarte es algo en que se solapan un cierto ethos de la discreción criolla –“‘Cuanto menos bulto más claridad’ debe ser criollo, tiene gracia, disimulo”, anota en uno de sus cuadernos– y un ejercicio del humor como pensamiento del no-lugar. Es una práctica que continuamente pone a la deriva los lugares establecidos y que aplica un principio de descarrilamiento discursivo. En el Museo de la novela, Macedonio razona: “Todo en arte debe jugar, derogar”. Consecuente con esa idea, su escritura se especializa en el abandono del lugar y en el arte de trenzar “el hilo del tema con tema de otro hilo”: en ella continuamente estamos pasando de la ficción a la metafísica, de la metafísica al humor, del humor al desgarrón lírico o a la visión mística… Es decir, es una escritura que ostenta en alto grado la cualidad de umbralidad: una querencia por los pasajes y zonas de transición entre los discursos –por las zonas de penumbra cultural e institucional. De ahí su tendencia al cultivo de la escritura en forma de “inframínimos”, para tomar prestada la noción de Marcel Duchamp, otro notorio inventor de “importunaciones” que en 1918 vivió ocho meses en Buenos Aires sin que al parecer sus pasos se cruzaran con los de Macedonio (aunque sus visiones artísticas se crucen en tantos sentidos: desde la investigación de lo inframince a la propuesta de un arte “no retiniano” o lo que Macedonio llama “el etcétera en pintura”). Un arte de lo infratextual y lo paratextual (formas mínimas o marginales como el brindis, el chiste, el prólogo, la nota a pie de página) que Macedonio opone a la tradición de la “Tonelada Estética.” De ahí, también, la alacridad en la invención de microdisciplinas y formas discursivas “desaparecientes”: la Astronomía de Balcón o Astronomía Poca, la Estética de la Siesta, la Metafísica del Impensador, la Novelística “por fuera” del texto o la Sombrología, que define así en una nota publicada en 1948 en la revista cubana Orígenes: “Investigación del carácter por el perfil de sombra de la persona en las paredes.”

La elegancia del “importunar” y la escritura “en desaparición” son indisociables de una concepción del humor cuya sutileza y capacidad inventiva tal vez no tenga otro parangón en las letras modernas que el humor cervantino. Más allá del cultivo del chiste, el humor en Macedonio es un modo de pensar el lado de ausencia de las cosas, los continuos y paradójicos entrelazamientos del ser y el no ser. Un ejemplo clásico: “Fueron tantos los ausentes que si llega a faltar uno más no cabe.” Otro, que rescato de uno de sus cuadernos:

–Me parece que lo he conocido a Ud. antes.
–Por mi parte, no recuerdo.
–¿No sería en Tucumán, el año pasado?
–No, no puede ser porque allí no he estado nunca.
Queda reflexionando el otro; luego responde:
–¡Ah! Entonces, como yo tampoco he estado en Tucumán, deben haber sido otros dos.


Macedonio es entonces un vanguardista peregrino: un anacrónico caballero criollo y quijotesco –un humorístico pensador de inexistencias cuyo ingenio “importunador” (cuya capacidad de conmover e inquietar), como el de aquel famoso y no menos “inexistente” caballero andante, radicaría en la fuerza perturbadora del anacronismo. El anacronismo tiene múltiples dimensiones en Macedonio, empezando por el hecho de iniciar su andanza literaria con una generación de retraso. Contemporáneo de Darío y Lugones (nacido en 1874, de hecho es un mes mayor que Lugones), Macedonio dejó pasar la brillante oleada del modernismo escribiendo oscuros ensayos de metafísica, y sólo iniciará lo que llama su “aventura de arte” una vez cumplidos los cincuenta años, estimulado por las propuestas de los jóvenes ultraístas. (El desinterés de Macedonio por el programa estético del modernismo no es de extrañar en quien se propusiera explorar en arte el “descompás” –un descompás acorde con lo “arrítmico” de la vida. La visión artística de Macedonio estaría resumida en la pregunta que le hace en cierta ocasión al musicólogo Carlos Paz: “¿Sería posible una música sin ritmo?”) Ese “destiempo” de la escritura es un elemento insoslayable de la invención macedoniana –en cierto modo podríamos hablar de un arte del retardo, así como Duchamp llama a una de sus obras: “retardo en vidrio”. Crucial en el anacronismo macedoniano es la dimensión prospectiva y utópica del destiempo que emerge en el proyecto de la “novela a venir”. Lo que llega con retardo está ligado a lo que se adelanta a su tiempo: la novela que no acaba de empezar, que se escribe en el modo de la promesa, en una serie de anuncios, fragmentos y primicias que conforman el mito de la novela macedoniana (de suerte que cuando en 1967, quince años después de la fin de su autor, finalmente se publicó el Museo de la novela, no fueron pocos los que expresaron su sorpresa de que Macedonio, más allá de prometer la “Primera Novela Buena”, se hubiera tomado el trabajo de escribirla). Novela cuyo retardo no es ajeno al hecho de que en cierto modo sea una obra necesariamente póstuma: una obra de conclusión “imposible” que más allá de que su composición, como el Gran vidrio duchampiano o el Work in Progress, de Joyce, se extienda a lo largo de varias décadas (los primeros esbozos del Museo de la novela son de los años veinte, las últimas versiones de los años inmediatos a la fin de su autor, en 1952), encontraría su realización en las distintas reescrituras de esa “novela a venir” que Macedonio deja abierta a las generaciones futuras –“la dejo libro abierto”, propone en uno de sus provisorios finales, en la esperanza de que futuros lectores sabrán escribirla mejor. Predicción que en más de un sentido corrobora la historia de la literatura argentina (si no buena parte de la latinoamericana), entre cuyas líneas más inventivas se encuentra la diversa actualización de la “novela a venir” macedoniana. Otro modo de decir que Macedonio, el “inexistente” caballero, sigue escribiendo en ausencia, sigue saliendo a aventuras de lectura y escritura –y a buen seguro seguirá extraviándose y extraviándonos por los invisibles caminos de la invención.

Un precursor de genios. Esther Andradi

Algunos prefieren llamar “secreta” a la literatura que por diversas razones no alcanza la gloria de la popularidad. Secretas sí, para el gran público, pero no para esos lectores voraces que suelen ser los colegas escritores. Así, hay obras cuyo destino parece ser el de nutrir literaturas y crear linajes, arriesgando nuevas formas de narrar y pensar, aun a costa de su propia posteridad. Son literaturas “madres”. A diferencia de los padres literarios, las “literaturas madres” son abiertas, pródigas, inconclusas. Sus descendientes, los escritores-lectores que tuvieron el privilegio de acceder a esa obra “secreta” se alimentarán de su genialidad, con la convicción que habría sido negligencia no imitar esa senda. Las palabras no son mías, sino del escritor Jorge Luis Borges, pronunciadas frente a la tumba de su colega Macedonio Fernández hace sesenta años, en febrero de 1952.

Escritor fuera de serie, Macedonio Fernández nació en Buenos Aires en 1874. Estudió abogacía, simpatizó con las ideas revolucionarias del fin del siglo XIX, y en 1897 fundó con otros intelectuales una colonia anarquista en la selva paraguaya que terminó poco después de comenzar. Por entonces creía en la capacidad del socialismo para responder “muy satisfactoriamente a la pregunta económica del problema social”, aunque advertía también que el “drama del mundo” contiene “muchas otras interrogaciones”. En 1901 se casó con Elena de Obieta, con quien tuvo cuatro hijos. En 1905 inició una correspondencia con el filósofo y psicólogo estadunidense William James, hermano del escritor Henry James, relación epistolar que se mantuvo hasta la fin de James en 1910. En ese año fue nombrado fiscal en el Juzgado Letrado de Posadas, en el noreste del país, donde también fue director de la biblioteca y conoció al escritor Horacio Quiroga. Se cuenta que lo despidieron porque nunca condenó a nadie.

Trabajó como abogado hasta que la fin de su esposa, en 1920, provocó una ruptura radical en la vida de Macedonio. Los niños pasaron al cuidado de familiares mientras él abandonó para siempre su profesión y se dedicó a escribir como un loco, viviendo en modestas pensiones. Sus únicas propiedades eran una sartén, un calentador, una pava para el mate, una guitarra y una fotografía de William James.

Desde esas pensiones oscuras Macedonio se convirtió en el referente de la vanguardia intelectual rioplatense de los años veinte, con jóvenes promesas como Jorge Luis Borges, Leopoldo Marechal o Raúl Scalabrini Ortiz.

En un mundo de apariencias y escalafones, de premios y homenajes, Macedonio eligió la austeridad, el aislamiento y el desdén de lo mundano. Aunque no dejó de interesarse por su tiempo. En 1927 se postuló a la Presidencia. Inventó su propia candidatura como un golpe de humor, a fin evidenciar las debilidades del escenario político argentino. En los años treinta apoyó a su amigo Scalabrini Ortiz en sus postulados de un “nacionalismo popular anticolonialista”. Por la misma época le escribió a Alfonso Reyes declarándole su interés por su carrera de “artista y de obrero de la iberoamericana identidad”.

La pasión de este nómade urbano fue el pensar; mejor dicho el pensarescribiendo. Y escribió como ninguno antes que él. Inventó artefactos literarios de todo tipo para expresar el caoscosmos. Cultivó el arte de los brindis, de los saludos, de los prólogos, de los comienzos. Y de hecho se convirtió en maestro de la vanguardia, del humor, del ultraísmo, de lo real maravilloso. Su obra es, pues, progenitora de literaturas. Hay trazos de Macedonio en Ricardo Piglia y en Gabriel García Márquez, en Clarice Lispector y en Italo Calvino (Si una noche de invierno un viajero parece inspirada en El museo de la novela la eterna), en el absurdo que derrocha María Elena Walsh, y en la historieta argentina, desde Fontanarrosa hasta Quino. La macedónica frase “Buenos días Mundo, siempre fenomeneando” (de Cuadernos de todo y nada) parece salida de la boca de Mafalda... cincuenta años antes que Quino le diera vida. Y Jorge Luis Borges, más que dilecto heredero, admitió frente a su tumba “Yo, por aquellos años lo imité, hasta la transcripción, hasta el apasionado y devoto plagio.” Macedonio narra esta relación con su particular estilo en su autobiografía escrita para la revista Sur (ver Macedonio Mix).

En un texto de 1948 Ramón Gómez de la Serna escribió acerca del mundillo intelectual rioplatense:

Entre esa mezcla que tiene todos los matices, hay un literato singular, el que más admiro yo, porque ha reunido la arquitectura del pensamiento y la lengua española a la arquitectura criolla: Macedonio Fernández, que lleva sesenta años sin ser visto, cuando es el precursor de todos
.

Pero no solamente fue venerado hasta el plagio. También fue ninguneado. Manuel Mujica Láinez lo trató de “loco y espantapájaros, sólo digno de ser escuchado”, y Adolfo Bioy Casares confesó en 1976 su perplejidad ante los escritos de Macedonio, cuya fama consideraba un invento de Borges.

El museo de la novela la eterna se publicó en 1967, quince años después de su fin. Escrita en tres momentos de su vida, a los treinta, continuada a los cincuenta y a los setenta y seis. Correcciones, críticas, borradores: ese es su argumento, el hilo desesperadamente difícil de encontrar. Macedonio es el teórico de la novela, la novela buena y la novela mala, el que desarma los géneros tradicionales apenas ingresado el siglo XX: zurcidos, remiendos, comienzos y retrocesos, recomendaciones... es la novela ilegible de Macedonio: “He logrado en toda mi obra escrita ocho o diez momentos en que, creo, dos o tres renglones conmueven la estabilidad, la unidad de alguien.” Su argumento es el lenguaje. La novela de Macedonio es el desmontaje de la novela.

“Filósofo de un país sin filosofía”, Macedonio Fernández se propuso abrazar la fin del yo como forma superior de la vida. Casi un imposible para un argentino. Y, sin embargo, parece haberlo conseguido. Su obra permaneció invisible durante décadas, camuflada en la trama de las literaturas que lo sucedieron.

Murió el 10 de febrero de 1952, a los setenta y ocho años.


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Obituario de Borges

(Palabras de Borges ante la tumba de Macedonio Fernández)

Un filósofo, un poeta y un novelista mueren en Macedonio Fernández, y esos términos, aplicados a él, recobran un sentido que no suelen tener en esta república.

Filósofo es, entre nosotros, el hombre versado en la historia de la filosofía, en la cronología de los debates y en las bifurcaciones de las escuelas; poeta es el hombre que ha aprendido las reglas de la métrica (o que las infringe, ostentosamente) y que sabe, también, que puede versificar su melancolía, pero no su envidia o su gula, aunque tales pasiones sean fundamentales en él; novelista es el artesano que nos propone cuatro o cinco personas (cuatro o cinco nombres) y los hace convivir, dormir, despertarse, almorzar y tomar el té hasta llenar el número exigido de páginas. A Macedonio, en cambio, como a los hindúes, las circunstancias y las fechas de la filosofía: no le importaron, pero si la filosofía. Fue filósofo, porque anhelaba saber quiénes somos (si es que alguien somos) y qué o quién es el universo. Fue poeta, porque sintió que la poesía es el procedimiento más fiel para transcribir la realidad. Macedonio, pienso, pudo haber escrito un Quijote cuyo protagonista diera con aventuras reales más portentosas que las que le prometieron sus libros. Fue novelista, porque sintió que cada yo es único, como lo es cada rostro, aunque razones metafísicas lo indujeron a negar el yo. Metafísicas o de índole emocional, porque he sospechado que negó el yo para ocultarlo de la fin, para que, no existiendo, fuera inaccesible a la fin.

Toda su vida, Macedonio, por amor de la vida, fue temeroso de la fin, salvo (me dicen) en las últimas horas, en que halló su coraje y la esperó con tranquila curiosidad.

Intimos amigos de Macedonio fueron José Ingenieros, Ignacio del Mazo, Carlos Mendiondo, Julio Molina Vedia, Arturo Múscari y mi padre; hacia 1921, de vuelta de Suiza y de España, heredé esa amistad. La República Argentina me pareció un territorio insípido, que no era, ya, la pintoresca barbarie y que aún no era la cultura, pero hablé un par de veces con Macedonio y comprendí que ese hombre gris que, en una mediocre pensión del barrio de los Tribunales, descubría los problemas eternos como si fuera Tales de Mileto o Parménides, podía reemplazar infinitamente los siglos y los reinos de Europa. Yo pasaba los días leyendo a Mauthner o elaborando áridos y avaros poemas de la secta, de la equivocación, ultraísta; la certidumbre de que el sábado, en una confitería del Once, oiríamos a Macedonio explicar qué ausencia o qué ilusión es el yo, bastaba, lo recuerdo muy bien, para justificar las semanas. En el decurso de una vida ya larga, no hubo conversación que me impresionara como la de Macedonio Fernández, y he conocido a Alberto Gerchunoff y a Rafael Cansinos Assens. Se habla de la irreverencia de Macedonio. Este pensaba que la plenitud del ser esta aquí, ahora, en cada individuo, venerar lo lejano le parecía desdeñar o ignorar la divinidad inmediata; de ese recelo procedieron sus burlas contra viejas cosas ilustres.

Los historiadores de la mística judía hablan de un tipo de maestro, el Zaddik, cuya doctrina de la Ley es menos importante que el hecho de que él mismo es la Ley. Algo de Zaddik hubo en Macedonio. Yo por aquellos años lo imité, hasta la transcripción, hasta el apasionado y devoto plagio. Yo sentía: Macedonio es la metafísica, es la literatura. Quienes lo precedieron pueden resplandecer en la historia, pero eran borradores de Macedonio, versiones imperfectas y previas.:8::8: No imitar ese canon hubiera sido una negligencia increíble.

Las mejores posibilidades de lo argentino —la lucidez, la modestia, la cortesía, la íntima pasión, la amistad genial— se realizaron en Macedonio Fernández, acaso con mayor plenitud que en otros contemporáneos famosos. Macedonio era criollo, con naturalidad y aun con inocencia, y precisamente por serlo, pudo bromear (como Estanislao del Campo, a quien tanto quería) sobre el gaucho y decir que éste era un entretenimiento para los caballos de las estancias.

Antes de ser escritas, las bromas y las especulaciones de Macedonio fueron orales. Yo he conocido la dicha de verlas surgir, al azar del diálogo, con una espontaneidad que acaso no guardan en la página escrita.

Definir a Macedonio Fernández parece una empresa imposible; es como definir el rojo en términos de otro tonalidad; entiendo que el epíteto genial, por lo que afirma y lo que excluye, es quizá el más preciso que puede hallarse. Macedonio perdurara en su obra y como centro de una cariñosa mitología. Una de las felicidades de mi vida es haber sido amigo de Macedonio, es haberlo visto vivir.

Cuentos

Artificios: Artificios - Macedonio Fernndez - Ciudad Seva

-Mujer, ¿cuánto te ha costado esta espumadera?
-1,90.

-¿Cómo, tanto? ¡Pero es una barbaridad!

-Sí; es que los agujeros están carísimos. Con esto de la guerra se aprovechan de todo.

-¡Pues la hubieras comprado sin ellos!

-Pero entonces sería un cucharón y ya no serviría para espumar.

-No importa; no hay que pagar de más. Son artificios del mercado de agujeros.

FIN

Tres cocineros y un huevo frito: Dos cuentos de Macedonio Fernández

TRES COCINEROS Y UN HUEVO FRITO


Hay tres cocineros en un hotel; el primero llama al segundo y le dice: "Atiéndeme ese huevo frito; debe ser así: no muy pasado, regular sal, sin vinagre"; pero a este segundo viene su mujer a decir que le han robado la cartera, por lo que se dirige al tercero: "Por favor, atiéndeme este huevo frito que me encargó Nicolás y debe ser así y así" y parte a ver cómo le habían robado a su mujer.

Como el primer cocinero no llega, el huevo está hecho y no se sabe a quién servirlo; se le encarga entonces al mensajero llevarlo al mozo que lo pidió, previa averiguación del caso; pero el mozo no aparece y el huevo en tanto se enfría y marchita. Después de molestar con preguntas a todos los clientes del hotel se da con el que había pedido el huevo frito. El cliente mira detenidamente, saborea, compara con sus recuerdos y dice que en su vida ha comido un huevo frito más delicioso, más perfectamente hecho.

Como el gran jefe de fiscalización de los procedimientos culinarios llega a saber todo lo que había pasado y conoce los encomios, resuelve: cambiar el nombre del hotel (pues el cliente se había retirado haciéndole gran propaganda) llamándolo Hotel de los 3 Cocineros y 1 Huevo Frito, y estatuye en las reglas culinarias que todo huevo frito debe ser en una tercera parte trabajado por un diferente cocinero.

Colaboración de las cosas Dos cuentos de Macedonio Fernández

COLABORACIÓN DE LAS COSAS


Empieza una discusión cualquiera en una casa cualquiera pues llega un esposo cualquiera y busca la sartén ya que él es quien sabe hacer las comidas de sartén y ésta no aparece. Crece la discusión; llegan parientes. Se oye un ruido. Sigue la discusión. Se busca una segunda sartén que acaso existió alguna vez. El ruido aumenta. Tac, tac, tac. No se concluye de esclarecer qué ha pasado con la sartén, que además no era vieja; se escuchan imputaciones recíprocas, se intercambian hipótesis; se examinan rincones de la cocina por donde no suele andar la escoba. Tac, tac, tac. Al fin, se aclara el misterio: lo que venía cayendo escalón por escalón era la sartén. Ahora sólo falta la explicación del misterio: el niño, de cinco años, la había llevado hasta la azotea, sin pensar que correspondiera restituirla a la cocina; al alejarse por ser llamado de pronto por la progenitora, después de haber estado sentado en el primer escalón de la escalera, la sartén quedó allí. Cuando trascendió el clima agrio de la discusión conyugal, la sartén para hacer quedar bien al niño, culpable de todo el ingrato episodio, se desliza escalones abajo y su insólita presencia a la entrada de la cocina calma la discordia.

Nadie supo que no fue la casualidad, sino la sartén. Y si es verdad que puede haberle costado poco por haber sido dejada muy al borde del escalón, no debe menospreciarse su mérito.

El zapallo que se hizo cosmos Macedonio Fernández – El zapallo que se hizo Cosmos | Tarde Croaste

El zapallo que se hizo Cosmos (Cuento del Crecimiento)

Dedicado al señor Decano de una Facultad de Agronomía. ¿Le pondré “doctor”, o “distinguido colega”? A lo mejor es abogado…

Érase un Zapallo creciendo solitario en ricas tierras del Chaco. Favorecido por una zona excepcional que le daba de todo, criado con libertad y sin remedios fue desarrollándose con el agua natural y la luz solar en condiciones óptimas, como una verdadera esperanza de la Vida. Su historia íntima nos cuenta que iba alimentándose a expensas de las plantas más débiles de su contorno, darwinianamente; siento tener que decirlo, haciéndolo antipático. Pero la historia externa es la que nos interesa, ésa que sólo podrían relatar los azorados habitantes del Chaco que iban a verse envueltos en la pulpa zapallar, absorbidos por sus poderosas raíces.

La primera noticia que se tuvo de su existencia fue la de los sonoros crujidos del simple natural crecimiento. Los primeros colonos que lo vieron habrían de espantarse, pues ya entonces pesaría varias toneladas y aumentaba de volumen instante a instante. Ya medía una legua de diámetro cuando llegaron los primeros hacheros mandados por las autoridades para seccionarle el tronco, ya de doscientos metros de circunferencia; los obreros desistían más que por la fatiga de la labor por los ruidos espeluznantes de ciertos movimientos de equilibración, impuestos por la inestabilidad de su volumen que crecía por saltos.

Cundía el pavor. Es imposible ahora aproximársele porque se hace el vacío en su entorno, mientras las raíces imposibles de cortar siguen creciendo. En la desesperación de vérselo venir encima, se piensa en sujetarlo con cables. En vano. Comienza a divisarse desde Montevideo, desde donde se divisa pronto lo irregular nuestro, como nosotros desde aquí observamos lo inestable de Europa. Ya se apresta a sorberse el Río de la Plata.

Como no hay tiempo de reunir una conferencia panamericana -Ginebra y las cancillerías europeas está advertidas- cada uno discurre y propone lo eficaz. ¿Lucha, conciliación, suscitación de un sentimiento piadoso en el Zapallo, súplica, armisticio? Se piensa en hacer crecer otro Zapallo en el Japón, mimándolo para apresurar al máximo su prosperación, hasta que se encuentren y se entredestruyan, sin que, empero, ninguno sobrezapalle al otro. ¿Y el ejército?

Opiniones de los científicos; qué pensaron los niños, encantados seguramente; emociones de las señoras; indignación de un procurador; entusiasmo de un agrimensor y de un toma-medidas de sastrería; indumentaria para el zapallo; una cocinera que se le planta delante y lo examina, retirándose una legua por día; un serrucho que siente su nada; ¿y Einstein?; frente a la facultad de medicina alguien que insinúa: ¿purgarlo? Todas esas primeras chanzas habían cesado. Llegaba demasiado urgente el momento en que lo que más convenía era mudarse adentro. Bastante ridículo y humillante es el meterse en él con precipitación, aunque se olvide el reloj o el sombrero en alguna parte y apagando previamente el cigarrillo, porque ya no va quedando mundo fuera del Zapallo.

A medida que crece es más rápido su ritmo de dilatación; no bien es una cosa ya es otra: no ha alcanzado la figura de un buque que ya parece una isla. Sus poros ya tienen cinco metros de diámetro, ya veinte, ya cincuenta. Parece presentir que todavía el Cosmos podría producir un cataclismo para perderlo, un maremoto o una hendidura de América. ¿No preferirá, por amor propio, estallar, astillarse, antes de ser metido dentro de un Zapallo? Para verlo crecer volamos en avión; es una cordillera flotando sobre el mar. Los hombres son absorbidos como moscas; los coreanos, en la antípoda, se santiguan y saben que su suerte es cuestión de horas.

El Cosmos desata, en el paroxismo, el combate final. Despeña formidables tempestades, radiaciones insospechadas, temblores de tierra quizá reservados desde su origen por si tuviera que luchar con otro mundo.

“¡Cuidaos de toda célula que ande cerca de vosotros! ¡Basta que una de ellas encuentre su todocomodidad de vivir!” ¿Por qué no se nos advirtió? El alma de cada célula dice despacito: “yo quiero apoderarme de todo el ‘stock’, de toda la ‘existencia en plaza’ de Materia, llenar el espacio y, tal vez, los espacios siderales; yo puedo ser el Individuo-Universo, la Persona Inmortal del Mundo, el latido único”. Nosotros no la escuchamos ¡y nos hallamos en la inminencia de un Mundo de Zapallo, con los hombres, ciudades y las almas dentro!

¿Qué puede herirlo ya? Es cuestión de que el Zapallo se sirva sus últimos apetitos, para su sosiego final. Apenas le falta Australia y Polinesia.

Perros que no vivían más de quince años, zapallos que apenas resistían uno y hombres que rara vez llegaban a los cien… ¡Así es la sorpresa! Decíamos: es un monstruo que no puede durar. Y aquí nos tenéis adentro. ¿Nacer y morir para nacer y morir…? se habrá dicho el Zapallo: ¡oh, ya no! El escorpión, que cuando se siente inhábil o en inferioridad se pica a sí mismo y se aniquila, parte al instante al depósito de uniformes de la vida escorpiónica para su nueva esperanza de perduración; se envenena sólo para que le den vida nueva. ¿Por qué no configurar el Escorpión, el Pino, la Lombriz, el Hombre, la Cigüeña, el Ruiseñor, la Hiedra, inmortales? Y por sobre todos el Zapallo, Personación del Cosmos; con los jugadores de póker viviendo adentro y altercando los enamorados, todo en el espacio diáfano y unitario del Zapallo.

Practicamos sinceramente la Metafísica Cucurbitácea. Nos convencimos de que, dada la relatividad de las magnitudes todas, nadie de nosotros sabrá nunca si vive o no dentro de un zapallo y hasta dentro de un ataúd y si no seremos células del Plasma Inmortal. Tenía que suceder: Totalidad todo Interna, Limitada, Inmóvil (sin Traslación), sin Relación; por ello Sin fin. Historia externa del zapallo que sorbiéndose entero el Cosmos hizo cesar la Externalidad, de donde nos viene la fin.

Parece que en estos últimos momentos, según coincidencia de signos, el Zapallo se alista para conquistar no ya la pobre Tierra, sino la Creación. Al parecer, prepara su desafío contra la Vía Láctea. Días más, y el Zapallo será el Ser, la Realidad y su Cáscara.

(El Zapallo me ha permitido que para vosotros -queridos cofrades de la Zapallería- yo escriba mal y pobre su leyenda y su historia. Vivimos en ese mundo que todos sabíamos pero todo en cáscara ahora, con relaciones sólo internas y, así, sin fin. Esto es mejor que antes.)

Libro Papeles de Recienvenido: http://www.revistalamasmedula.com.a...e%20Macedonio%20Fern%E1ndez%20(Argentina).pdf
 
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