En el Protocolo I se puede leer...
"¿Qué es, pues, lo que ha reprimido hasta ahora a esa bestia feroz que se llama hombre? ¿Qué es lo que ha podido dirigirle hasta el presente? Al iniciarse el orden social, el hombre se ha sometido a la fuerza bruta y ciega; más tarde, a la Ley, que no es más que esa misma fuerza, pero disfrazada. De donde yo saco la conclusión que, según la Ley Natural, el derecho radica en la fuerza. La Libertad Política es una idea y no un hecho. Se necesita saber aplicar esta idea cuando es necesario atraer las masas populares a un partido con el cebo de una idea, si ese partido ha resuelto aplastar al contrario que se halla en el poder.
Este problema resulta de fácil solución si el adversario se mantiene en el poder en virtud de la idea de libertad, de eso que se llama Liberalismo, y sacrifica un poco de su fuerza en obsequio de esa idea: Libertad. Y he aquí por dónde ha de llegar el triunfo de nuestra teoría: una vez que se aflojan las riendas del poder, inmediatamente son recogidas por otras manos, en virtud del instinto de conservación, porque la fuerza ciega del pueblo no puede quedar un solo día sin tener quien la dirija, y el nuevo poder no hace otra cosa sino reemplazar al anterior debilitado por el Liberalismo.
En nuestros días, el poder del oro ha reemplazado al poder de los gobiernos liberales. Hubo un tiempo en que la fe gobernaba. La idea de libertad es irrealizable, porque nadie hay que sepa usar de ella en su justa medida. Basta dejar al pueblo que por algún tiempo se gobierne a sí mismo, para que inmediatamente esta autonomía degenere en libertinaje. Surgen al punto las discusiones, que se transforman luego en luchas sociales, en las que los Estados se destruyen, quedando su grandeza reducida a cenizas.
Sea que el Estado se debilite en virtud de sus propios trastornos, sea que sus disensiones interiores lo ponen a merced de sus enemigos de fuera, desde ese momento, ya puede considerarse como irremediablemente perdido; ha caído bajo nuestro poder. El despotismo del Capital, tal como está en nuestras manos, se le presenta como una tabla de salvación y a la que, de grado o por fuerza, tiene que asirse, si no quiere naufragar.
A quien su alma noble y generosa induzca a considerar estos discursos como inmorales, yo le preguntaría: Si todo Estado tiene dos enemigos y contra el enemigo exterior le es permitido, sin tacharlo de inmoral, usar todos los ardides de guerra, como ocultarle sus planes, tanto de ataque como de defensa; sorprenderlo de noche o con fuerzas superiores, ¿por qué estos mismos ardides empleados contra un enemigo más peligroso que arruinaría el orden social y la propiedad, han de reputarse como ilícitos e inmorales? ¿Puede un espíritu equilibrado esperar dirigir con éxito las turbas por medio de prudentes exhortaciones o por la persuasión, cuando el camino queda expedito a la réplica, aun la más irracional, si se tiene en cuenta que ésta parece reducir al pueblo que todo lo entiende superficialmente?
Los hombres, sean de la plebe o no, se guían casi exclusivamente por sus pasiones, por sus supersticiones, por sus costumbres, sus tradiciones y sus teorías sentimentales; son esclavos de la división de partidos que se oponen aun a la más razonable avenencia. Toda decisión de las multitudes depende, en su mayor parte, de la casualidad, y cualquier resolución suya es superficial y adoptada con ligereza.
En su ignorancia de los secretos políticos, las multitudes toman resoluciones absurdas y la anarquía arruina a los gobiernos.
La política nada tiene que ver con la moral. El gobierno que toma por guía la moral no es político, y en consecuencia es débil. El que quiera dominar debe recurrir a la astucia y a la hipocresía. Esas grandes cualidades populares, franqueza y honradez, son vicios en política, porque derriban de sus tronos a los reyes mejor que el más poderoso enemigo. Estas virtudes deben ser atributos de los príncipes Gentiles; pero nunca debemos tomarlas por guías de nuestra política.
Nuestro objeto es apoderarse de la fuerza. La palabra Derecho es un concepto abstracto, al que nada corresponde en el orden real y con nada se justifica. Esta palabra simplemente significa: Dame esto que yo quiero, para probar que yo soy más fuerte que tú... ¿Dónde empieza y dónde acaba el derecho?
En un estado en el que el poder está mal organizado, en el que las leyes y el gobierno se han convertido en algo impersonal, como efectivamente sucede con los innumerables derechos que el Liberalismo ha creado, yo veo un nuevo derecho: el de echarme en virtud de la ley del más fuerte, sobre el orden, sobre todos los reglamentos y leyes establecidos, y trastornarlos; el de poner mano sobre la ley, el de reconstruir a mi antojo todas las instituciones y constituirme amo y señor de los que nos abandonan los derechos que su propia fuerza les había dado, y a los que han renunciado voluntariamente, liberalmente...
Gracias a la debilidad actual de todos los gobiernos, el nuestro será más duradero que cualquier otro, porque será invencible hasta el último momento, y quedará tan profundamente arraigado que no habrá astucia que pueda causar su ruina...
De todos los males más o menos transitorios que hasta hoy nos hemos visto obligados a causar, nacerá el bien de un gobierno inconmovible que restablecerá la marcha normal del mecanismo de la existencia nacional, perturbada por el Liberalismo. El éxito justifica los medios. Pongamos la atención en nuestros proyectos, pero fijándonos menos en lo bueno y lo moral que en lo necesario y en lo útil."
"¿Qué es, pues, lo que ha reprimido hasta ahora a esa bestia feroz que se llama hombre? ¿Qué es lo que ha podido dirigirle hasta el presente? Al iniciarse el orden social, el hombre se ha sometido a la fuerza bruta y ciega; más tarde, a la Ley, que no es más que esa misma fuerza, pero disfrazada. De donde yo saco la conclusión que, según la Ley Natural, el derecho radica en la fuerza. La Libertad Política es una idea y no un hecho. Se necesita saber aplicar esta idea cuando es necesario atraer las masas populares a un partido con el cebo de una idea, si ese partido ha resuelto aplastar al contrario que se halla en el poder.
Este problema resulta de fácil solución si el adversario se mantiene en el poder en virtud de la idea de libertad, de eso que se llama Liberalismo, y sacrifica un poco de su fuerza en obsequio de esa idea: Libertad. Y he aquí por dónde ha de llegar el triunfo de nuestra teoría: una vez que se aflojan las riendas del poder, inmediatamente son recogidas por otras manos, en virtud del instinto de conservación, porque la fuerza ciega del pueblo no puede quedar un solo día sin tener quien la dirija, y el nuevo poder no hace otra cosa sino reemplazar al anterior debilitado por el Liberalismo.
En nuestros días, el poder del oro ha reemplazado al poder de los gobiernos liberales. Hubo un tiempo en que la fe gobernaba. La idea de libertad es irrealizable, porque nadie hay que sepa usar de ella en su justa medida. Basta dejar al pueblo que por algún tiempo se gobierne a sí mismo, para que inmediatamente esta autonomía degenere en libertinaje. Surgen al punto las discusiones, que se transforman luego en luchas sociales, en las que los Estados se destruyen, quedando su grandeza reducida a cenizas.
Sea que el Estado se debilite en virtud de sus propios trastornos, sea que sus disensiones interiores lo ponen a merced de sus enemigos de fuera, desde ese momento, ya puede considerarse como irremediablemente perdido; ha caído bajo nuestro poder. El despotismo del Capital, tal como está en nuestras manos, se le presenta como una tabla de salvación y a la que, de grado o por fuerza, tiene que asirse, si no quiere naufragar.
A quien su alma noble y generosa induzca a considerar estos discursos como inmorales, yo le preguntaría: Si todo Estado tiene dos enemigos y contra el enemigo exterior le es permitido, sin tacharlo de inmoral, usar todos los ardides de guerra, como ocultarle sus planes, tanto de ataque como de defensa; sorprenderlo de noche o con fuerzas superiores, ¿por qué estos mismos ardides empleados contra un enemigo más peligroso que arruinaría el orden social y la propiedad, han de reputarse como ilícitos e inmorales? ¿Puede un espíritu equilibrado esperar dirigir con éxito las turbas por medio de prudentes exhortaciones o por la persuasión, cuando el camino queda expedito a la réplica, aun la más irracional, si se tiene en cuenta que ésta parece reducir al pueblo que todo lo entiende superficialmente?
Los hombres, sean de la plebe o no, se guían casi exclusivamente por sus pasiones, por sus supersticiones, por sus costumbres, sus tradiciones y sus teorías sentimentales; son esclavos de la división de partidos que se oponen aun a la más razonable avenencia. Toda decisión de las multitudes depende, en su mayor parte, de la casualidad, y cualquier resolución suya es superficial y adoptada con ligereza.
En su ignorancia de los secretos políticos, las multitudes toman resoluciones absurdas y la anarquía arruina a los gobiernos.
La política nada tiene que ver con la moral. El gobierno que toma por guía la moral no es político, y en consecuencia es débil. El que quiera dominar debe recurrir a la astucia y a la hipocresía. Esas grandes cualidades populares, franqueza y honradez, son vicios en política, porque derriban de sus tronos a los reyes mejor que el más poderoso enemigo. Estas virtudes deben ser atributos de los príncipes Gentiles; pero nunca debemos tomarlas por guías de nuestra política.
Nuestro objeto es apoderarse de la fuerza. La palabra Derecho es un concepto abstracto, al que nada corresponde en el orden real y con nada se justifica. Esta palabra simplemente significa: Dame esto que yo quiero, para probar que yo soy más fuerte que tú... ¿Dónde empieza y dónde acaba el derecho?
En un estado en el que el poder está mal organizado, en el que las leyes y el gobierno se han convertido en algo impersonal, como efectivamente sucede con los innumerables derechos que el Liberalismo ha creado, yo veo un nuevo derecho: el de echarme en virtud de la ley del más fuerte, sobre el orden, sobre todos los reglamentos y leyes establecidos, y trastornarlos; el de poner mano sobre la ley, el de reconstruir a mi antojo todas las instituciones y constituirme amo y señor de los que nos abandonan los derechos que su propia fuerza les había dado, y a los que han renunciado voluntariamente, liberalmente...
Gracias a la debilidad actual de todos los gobiernos, el nuestro será más duradero que cualquier otro, porque será invencible hasta el último momento, y quedará tan profundamente arraigado que no habrá astucia que pueda causar su ruina...
De todos los males más o menos transitorios que hasta hoy nos hemos visto obligados a causar, nacerá el bien de un gobierno inconmovible que restablecerá la marcha normal del mecanismo de la existencia nacional, perturbada por el Liberalismo. El éxito justifica los medios. Pongamos la atención en nuestros proyectos, pero fijándonos menos en lo bueno y lo moral que en lo necesario y en lo útil."