Lo de "lo país" no tiene nombre, arranca el año con el plan Kalergi. Articulo vomitivo sobre el hombre blanco heterosexual.

alas97

La Victoire est a Nous
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vengo de Ered Lindon.

Hasta lo ponen de pago, porque a las otras razas sino saben leer más allá de tres dibujitos no van a pagar por semejante cosa.

a los que les interese este nuevo vomito defecado por el comite de limpieza racial lo pongo en spoiler para que no sufran una explosión en los surcos neuronales.

Ben Lerner: “El hombre blanco vive con el terror de que se descubra que es débil”
El autor de ‘Saliendo de la estación de Atocha’ novela la historia de su familia en ‘El instituto Topeka’, donde busca el origen de la misoginia y el extremismo actuales en la década de los noventa


De pequeño, Ben Lerner se presentó en el dormitorio de sus padres con los genitales cubiertos de chicle. Siendo reputados psicólogos clínicos, ambos supieron reaccionar con humor y empatía, mientras procedían a retirar la goma de mascar que le cubría la uretra con una mezcla de vaselina, aceite de oliva y mantequilla de cacahuete. Pero su progenitora, por deformación profesional, no pudo evitar preocuparse. Tal vez ese incidente nocturno no era un chiste, sino un intento inconsciente de no convertirse en niño y luego en un adulto varón. “En uno de los Hombres”, afirma la doble literaria de su progenitora, Jane relleniton, en El instituto Topeka (Literatura Random House). Así, con una hache mayúscula entre irónica y temerosa, denomina a los acosadores que, desde que sus libros de psicología se convirtieron en inesperados superventas escritos desde una perspectiva feminista, la llaman cada noche para insultarla y desearle que alguien la viole en un callejón oscuro. Jane sospecha que su hijo ha estado escuchando esas voces anónimas y que su psique se ha visto lastimada por su nefasta influencia.

La escena llega a media novela, pero resulta clave para entender las múltiples aspiraciones que encierra esta novela de una complejidad y una ambición infrecuentes, con la que Lerner fue finalista al premio Pulitzer en 2020. “Quería trazar una prehistoria política del presente y luego crear una correspondencia con una dimensión más personal. La encontré en los noventa, esa década en la que triunfaron Bill Clinton y el liberalismo de los baby boomers, la ilusión de una sociedad posracial donde los niños blancos escuchaban hip hop y el fin de la historia que teorizó Francis Fukuyama”, resume Lerner desde un garaje convertido en oficina en su casa de Brooklyn, donde vive con su mujer, una etnógrafa especializada en la inmi gración latina, y sus dos hijas, Lucía y Marcela. “Todas esas fantasías de la élite blanca, convencida de que todos nuestros problemas se habían terminado, se vinieron abajo y prefiguran la situación actual”, apunta el autor, que se dio a conocer en 2011 con Saliendo de la estación de Atocha, una autoficción inspirada en el año que pasó en Madrid gracias a una beca Fulbright, deambulando por las salas del Prado, intentado escribir un poema épico sobre la Guerra Civil y esforzándose en comprender la tormenta política que sucedió a los atentados del 11-M.

El instituto Topeka es muchas cosas a la vez. Por encima de todo, relata las dificultades de Adam relleniton, alter ego de Lerner en el libro, a la hora de convertirse en un hombre de bien en una cultura más retrógrada y misógina de lo que aparenta. Igual que Adam, el autor nació hace 42 años en la ciudad de Kansas que da título al libro, a la que sus padres se mudaron en los setenta para terminar sus estudios en una prestigiosa fundación psiquiátrica. Pero su libro también refleja las tribulaciones de una familia que procura mantenerse unida cuando salen a la luz abusos e infidelidades, y esa protohistoria del presente a la que alude Lerner, que disecciona con especial atención los primeros síntomas de una furia masculina que terminará de estallar años después con la invención de las redes sociales, el auge de la Nueva Derecha y la crisis del hombre blanco como telón de fondo.

“El bichito ha evidenciado que ya no compartimos la misma realidad con los demás. Hay quien cree en la banderilla y quien opina que es una conspiración judía”
Barack Obama situó la novela en la lista de sus lecturas favoritas del año y, hace unos meses, vimos a Kamala Harris comprándola en una librería de Rhode Island. “En realidad, mi libro habla de cómo los propios Obama y Harris forman parte de un barco que se hunde: el del discurso político, que ya ha perdido todo contacto con la realidad”, responde Lerner, no especialmente halagado. “Todo ese discurso está en bancarrota. Nos encontramos en un momento terrorífico, en el que ya no compartimos la misma realidad con los demás. El bichito no ha hecho más que evidenciarlo: hay quien cree en la banderilla y quien opina que es una conspiración judía urdida por George Soros. La derecha aprovecha esta situación para llevarnos hacia posiciones reaccionarias. ¿Cómo podemos crear un nuevo lenguaje en común que sea capaz de responder a eso?”.

Por su elocuencia, queda claro, en pocos minutos de conversación, que Lerner fue estrella del equipo de debate de su instituto, como relata en este libro escrito en clave de autoficción, que repasa también sus escarceos con el rap freestyle y la poesía experimental, y revisa el supuesto optimismo a prueba de bomba de los noventa. En la descripción que hace Lerner, fue una década mucho más oscura de lo que reza la versión oficial. “Lo simboliza muy bien la masacre de Columbine”, dice el autor, que decidió trasponerla en una subtrama de su novela. “Fue el mejor ejemplo de un nuevo nihilismo de clase media, precursor de ese resentimiento blanco que, con el tiempo, se ha convertido en fuerza política”. La flagrante inseguridad de sus distintos protagonistas varones, frente a la fuerza que desprende la voz literaria de su progenitora en la ficción —que merecería un libro para ella sola—, tiene un trasfondo crítico. “La identidad del hombre blanco heterosexual, del sujeto más privilegiado, está sujeta al terror de que los demás descubran que es un ser débil. Por eso tiene tanto peligro: para demostrar que no es así, recurre a comportamientos extremos, a la violencia sensual o a la de las armas”. Lerner también denuncia la hipocresía de la sociedad en la que se hizo mayor, que se creía muy abierta y progresista, pero en la que latían el racismo y la homofobia, e insinúa que tal vez la situación no haya cambiado tanto. “Hay que ir con cuidado en no confundir la apropiación y la comercialización de la cultura negra o LGTBIQ con el progreso”, advierte.

Su libro está lleno de momentos en los que el lenguaje se quiebra. Sucede cuando Adam sufre un ataque de ansiedad en un recital de poesía después de que su novia rompa con él por correo electrónico, cuando su progenitora relata un trauma infantil y cuando, en el último acto de libro, irrumpe el “tribalismo agramatical” de un nuevo presidente que se vanagloria de agarrar a las mujeres por los genitales y elogia las curvas de su propia hija. “Hablo de momentos en que el lenguaje se hunde y la identidad se disuelve, que son terroríficos, pero también esperanzadores, porque es entonces cuando todos los cambios se vuelven posibles. Es lo que vivimos hoy. Da mucho miedo ver a racistas asaltando el Capitolio y que nadie logre detenerlos, pero también demuestra que el lenguaje político y el propio poder pueden cambiar”. ¿Ha perdido su novela relevancia ahora que Donald Trump está fuera de juego? “No creo que lo esté. El aire parece más limpio, porque ha salido de la Casa Blanca y también de Twitter, pero el Partido Republicano no ha regresado a una posición más centrista, sino al revés. En cierta manera, Trump me da más miedo ahora que antes. Tendremos que reaccionar con un nuevo movimiento y con otro lenguaje político, porque a estas alturas es un poco naíf seguir teniendo fe en las instituciones”. Feliz año nuevo.

Si desean comentar, soy todo oídos.

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Otro progre cuckazo de cosa. Pero no anda del todo perdido. Porque fue en marzo de 2004 cuando descubrí que la sociedad española estaba perdida. Los jovenlandeses estaban asustados de que les iban a dar una paliza o algo. Pero no se linchó a ningún marrónido. Entonces aprendieron que podían hacer lo que querían.

Los pocos bemoles que quedaban se perdieron entre el mandato de Rajoy y el de Sanchinflas. Los jovenlandeses nunca estuvieron tan crecidos.
 
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