Liberalismo 2.0, Alexander Dugin habla de la consecuencia final de la modernidad.

gundemarus

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En este momento de la historia estamos siendo testigos de un fenómeno muy importante: la transformación de la ideología liberal. El liberalismo, como cualquier otra ideología política, se encuentra en constante cambio. Sin embargo, como sucede con cualquier otra cosa, existen momentos donde somos capaces de decir que han acontecido cambios fundamentales dentro de un paradigma y esto nos da derecho a argumentar que algo se ha acabado y que ahora comienza otra cosa distinta. Podemos decir que ha nacido algo nuevo. Muy a menudo, estos procesos van acompañados del colapso de un sistema político o de un nuevo equilibrio de poder, después de que el anterior se ha desmoronado. Por ejemplo, esto sucedió con las guerras mundiales, etc. Pero también sucede que estos cambios pasan desapercibidos y acontecen a un nivel subliminal que se mantiene dentro de un estado latente. De todos modos, siempre seremos capaces de distinguir algunos de los síntomas que han producido estos cambios. No obstante, el decir que estos cambios son tan profundos como para haber llegado hasta un punto de no retorno siempre serán una cuestión abierta y que será parte de una serie de discusiones.

Por mi parte, sostengo que ahora estamos siendo testigos de un cambio bastante dramático al interior de la ideología política del liberalismo. Se trata del paso del liberalismo 1.0 al liberalismo 2.0, e igual a como siempre ocurre cuando se produce una transición hacia otra cosa, podemos decir que esto va acompañado de toda una serie de “rituales de paso”.

Estos “rituales de paso” han sido cumplidos gracias al derrocamiento del presidente Donald Trump a manos de la élite globalista, la cual está personificada por Joe Biden y su nueva administración neo-conservadora. Ahora bien, este “rito de paso” va acompañado por distintas manifestaciones: desfiles del orgullo lgtb, insurgencias de BLM, ataques imperialistas patrocinados por los LGBT+, revueltas feministas que suceden bajo el signo del globalismo, sin hablar del espectacular advenimiento de un mundo post-humano y el surgimiento de una nueva tecnocracia. Detrás de todos estos acontecimientos podemos encontrar que están sucediendo procesos mucho más profundos que son de un orden intelectual y filosófico, y que vamos a examinar a continuación.

LA VICTORIA DEL LIBERALISMO
Antes de comenzar, diré que este análisis está basado en una perspectiva estructural fundamentada en la Cuarta Teoría Política. Con esto quiero decir que la ideología liberal (o la Primera Teoría Política) es la culminación histórica del paradigma de la Modernidad Occidental: el liberalismo se enfrascó en una batalla épica en contra de sus principales rivales, los comunistas (la Segunda Teoría Política) y los fascistas (la Tercera Teoría Política), a lo largo del siglo XX. Estos últimos desafiaron a los liberales sosteniendo que ellos eran los herederos de la Modernidad y por lo tanto declararon ser muchísimo más modernos que los mismos liberales. Esta idea fue formulada de forma explícita por el futurismo marxista, pero también la podemos encontrar en la forma de pensar fascista.

Según esto, podemos decir que el liberalismo como ideología – política, económica, cultural, social, etc. – ganó durante el siglo XX no solo de forma táctica, sino también estratégica, y de alguna manera se convirtió en la única ideología política existente después de la década de 1990: esto fue llamado el “momento unipolar” (Charles Krauthammer), aunque también fue denominado prematuramente por Francis Fukuyama, o al menos así lo vemos ahora, como “el fin de la historia”. La victoria ideológica del liberalismo, sin llegar a entrar en todos los detalles o cuestiones que esto pueda implicar ahora, fue durante este período de tiempo completamente irrefutable. Tampoco podemos decir que el comunismo chino sea una alternativa al capitalismo liberal, especialmente si tenemos en cuenta que desde el gobierno de Deng Xiaoping China ha terminado por incrustarse dentro de la economía política global, con tal de utilizar los beneficios obtenidos por la globalización en un intento de fortalecer su país. Sin embargo, esto llevó a China a aceptar las principales reglas impuestas por el liberalismo y los principios mismos del libre mercado.

Sin lugar a dudas podemos decir que este es el punto de inflexión, que simbólicamente separa al viejo liberalismo del nuevo liberalismo: fue aquí cuando se pasó del liberalismo 1.0 al liberalismo 2.0. Pero durante la década de 1990 fuimos testigos de una transformación semántica al interior de la Primera Teoría Política. La estridente victoria del liberalismo a finales del siglo XX llevó a que sucedieran dos cambios ideológicos muy importantes:

  • El primero fue el surgimiento de alianzas roji-pardas o “nacional-bolcheviques”, las cuales estaban fundamentadas en un profundo entendimiento de que tanto el comunismo histórico como el fascismo habían sido derrotados definitivamente por el liberalismo y que era necesario crear un frente antiliberal común que uniera a la derecha y a la izquierda (pero esta tendencia política siguió siendo muy marginal y demasiado pequeña, en comparación con la gravedad y el peligro que representaba la dominación liberal como proyecto ideológico);
  • El hecho de que el liberalismo quedara solo significó que ya no existían sus otros dos enemigos ideológicos, lo cual es, como enseñaba Carl Schmitt al enfatizar la importancia que tiene la distinción amigo/enemigo como definición de la identidad política e ideológica, un elemento muy importante para que el liberalismo fuera capaz de autoafirmarse.
Ya que el antiliberalismo propugnado por el nacional-bolchevismo nunca llegó a representar una amenaza política real, el problema que sufría el liberalismo al encontrarse completamente solo siguió siendo un grave dilema para él mismo.

El nacional-bolchevismo como concepto surgido de la victoria del liberalismo

Desde un punto de vista filosófico, el nacional-bolchevismo surgió como resultado del cambio de paradigma acontecido debido al nacimiento de la Posmodernidad. Los autores posmodernos, casi todos ellos provenientes de los círculos de la extrema izquierda, se hicieron muy críticos del comunismo de estilo soviético y parcialmente del comunismo chino, por lo que decidieron aliarse estratégica e ideológicamente con los liberales de izquierda – lo que llevo a que se hicieran cada vez más “antifascistas” y también enemigos del nacional-bolchevismo –. Esto llevó a que el Posmodernismo se convirtiera en la plataforma común donde los excomunistas se hicieron cada vez más liberales (individualistas, hedonistas, etc.) y donde los liberales de izquierda terminaron por adoptar las teorías y prácticas más extremas promovidas por la epistemología vanguardista de los pensadores más radicales, que buscaban liberar al hombre de todas las cosas: de las leyes, las normas, las identidades establecidas, las jerarquías, las fronteras, etc. Este es el origen del liberalismo 2.0. Sin embargo, se necesitaron más de 30 años para que esta nueva ideología política liberal pudiera por fin convertirse en una ideología explicita que determinaría la cultura política. El fenómeno del trumpismo condujo a la galvanización final del liberalismo 2.0 y por fin hizo que adquiriera una estructura coherente.

La principal característica del liberalismo 2.0 es que reconoce la existencia de un enemigo interno, una especie de quinta columna dentro del liberalismo. Debido a la ausencia de un enemigo ideológico cohesionado como lo eran los comunistas y los fascistas, los liberales, que se habían quedado solos, se vieron obligados a reconsiderar el mismo mapa político: un mapa que demostraba que el alcance de su domino se había hecho global. Desde una perspectiva ideológica, la débil tendencia roji-parda fue considerada como una amenaza mucho más importante de lo que podría juzgarse por su apariencia: se trataba en realidad de un movimiento que tenía un impacto muy insignificante.

Sin embargo, si consideramos el nacional-bolchevismo desde una perspectiva mucho más amplia, podemos decir que el panorama político ha cambiado drásticamente. El resurgimiento de Rusia bajo el mandato de pilinguin puede ser visto como una mezcla entre la estrategia política antioccidental de estilo soviético unida al tradicional nacionalismo ruso. De otro modo resulta imposible explicar a pilinguin. Algunas veces su comportamiento ha sido equiparado con una especie de tendencia “nacional-bolchevique”, lo cual corroboraría en cierto sentido que esta tendencia ideológica es una especie de resistencia contra el mundo unipolar-liberal. Podríamos usar este mismo marco para interpretar lo que sucede con China. Resulta realmente muy difícil o simplemente imposible explicar la política de China y, sobre todo, la línea adoptada por Xi Jinping, desde otra perspectiva. En China somos testigos, una vez más, de como una forma muy particular de comunismo chino se ha terminado por mezclar con el nacionalismo. Podemos decir lo mismo del cada vez más poderoso populismo europeo y dentro del cual las divisiones entre la izquierda y la derecha tienden a desvanecerse: todo esto ha culminado la simbólica alianza amarillo-verde que unió a la Lega di Nord (populismo de derecha) con el Movimiento 5 estrellas (populismo de izquierda) para formar un gobierno en Italia. Una convergencia análoga a esta última parece estar pre-configurándose al interior de la revuelta populista de los chalecos amarillos en contra de Macron en Francia. En esta revuelta los seguidores de Marine Le Pen y los seguidores de Jean-Luc Mélenchon se unieron para atacar conjuntamente al liberalismo centrista francés.

Pero debido a la creación de un orden mundial unipolar los liberales se vieron de cierta manera obligados a aceptar la existencia de una seria amenaza nacional-bolchevique, al menos si concebimos a esta última en un sentido amplio del término. Precisamente esa fue la principal razón por la que los liberales comenzaron a luchar contra tal convergencia y han intentado socavar, dondequiera que aparezcan, las estructuras y organizaciones de carácter nacional-bolcheviques. No obstante, las élites mundiales, con tal de evitar que esta alternativa efectiva en contra del dominio del liberalismo globalista llegara a hacerse mucho más famosa, intentaron presentar a este fenómeno como algo meramente superficial, mientras que en la práctica luchan por todos los medios disponibles en contra del nacional-bolchevismo. Si bien desde un punto de vista ideológico tanto pilinguin como Xi Jinping, los populistas europeos y los movimientos islámicos anti-occidentales (que no son ni comunistas ni nacionalistas), además de las tendencias anticapitalistas de América Latina y África, pudieran darse cuenta de que todos ellos se oponen al liberalismo de alguna manera, y llegaran a aceptar la necesidad de la aparición de un populismo de izquierda/derecha integral como forma explícita de esta lucha, entonces su capacidad de resistencia se vería fuertemente reforzada y se multiplicaría grandemente su potencial de combatividad. Los liberales, con tal de evitar que tal cosa sucediera, han utilizado todos los medios disponibles, incluso la quinta y la sexta columnas (es decir, los liberales que se encuentran al interior de las estructuras gubernamentales y que son formalmente leales a los líderes soberanos de sus respectivos regímenes), con tal de eliminar los procesos ideológicos que llevaran a la formación de estas organizaciones en sus respectivos países.

EL ENEMIGO INTERNO
No obstante, ha sido precisamente el éxito que han tenido los liberales en su capacidad para evitar el surgimiento potencial de una ideología nacional-bolchevique – iliberal – lo que ha llevado a la ausencia de un enemigo formal y a que el liberalismo se encuentre cada vez más solo. El liberalismo consiguió evitar la aparición de un enemigo formal, pero ello conllevó a que se empezara a hablar de un enemigo interno. Fue en ese momento en que nació el liberalismo 2.0.

Ninguna ideología política puede existir una vez que se ha borrado el par amigo/enemigo. Esta pérdida conduce a una crisis de identidad y conlleva la pérdida de cualquier clase de eficacia ideológica. Por lo tanto, la ausencia de un enemigo lleva al suicidio. La existencia de un enemigo externo, que es poco claro e indefinido, resulta ser insuficiente a la hora de justificar la existencia del liberalismo. Los liberales, que ahora simplemente se dedicaban a la demonización de la Rusia de pilinguin y la China de Xi Jinping, dejaron de ser convincentes. Más aún: el aceptar la existencia de un enemigo ideológico formal y estructurado que existe más allá del liberalismo (es decir, más allá de la democracia, la economía de mercado, los derechos humanos, el universalismo tecnológico, los sistemas de redes, etc.), una vez que había iniciado el momento unipolar en el que supuestamente se había llegado a un alcance global, habría equivalido a reconocer abiertamente que algo ha salido mal. Tal forma de pensar, lógicamente, llevaría a la aparición de un enemigo interno. Este desarrollo ideológico era necesario desde un punto de vista teórico después de la década de 1990. Y este enemigo interno apareció justamente cuando más se lo necesitaba. Y tenía un nombre: Donald Trump.

Donald Trump fue etiquetado desde el mismo momento de su aparición, durante las elecciones estadounidenses de 2016, como un enemigo y a partir de ahí comenzó a jugar un papel sumamente importante. En cierta forma, Donald Trump significó el punto de ruptura entre el liberalismo 1.0 y el liberalismo 2.0, por lo que podemos decir que Trump fue el catalizador que ayudó a que finalmente naciera el liberalismo 2.0. Al principio, muchos intentaron sostener el débil argumento de que existía un tenue vinculo roji-pardo que unía Trump con pilinguin. Tales ideas causaron un verdadero daño a la presidencia de Trump, pero, desde una perspectiva ideológica, su mandato fue bastante inconsistente. No solo por el hecho de que nunca se establecieron relaciones reales entre Trump y pilinguin, o el hecho de que Trump actuaba por puro oportunismo ideológico, sino también porque el propio pilinguin, que parecía ser un “nacional-bolchevique” opuesto conscientemente al liberalismo global, resultó ser en realidad un realista pragmático. Al igual que Trump, pilinguin es un populista que esta ceñido a las encuestas y, al igual que Trump, es más bien un oportunista que no tiene ningún interés en los aspectos ideológicos.

También fue bastante ridículo el intento de presentar a Trump como una especie de “fascista”. Esta afirmación, que fue excesivamente usada por los rivales políticos de Trump, sin duda causó varios problemas en su presidencia, rayando incluso en lo ridículo. Ni Trump ni sus colaboradores eran “fascistas”, tampoco eran representantes de ninguna tendencia de extrema derecha (todas las cuales se encuentran marginadas desde hace mucho dentro de la sociedad estadounidense) donde solo existen como parte de la cultura kitsch de los libertarios.

Por lo tanto, los liberales se vieron obligados a tratar a Trump de otra manera, ya que desde un punto de vista ideológico (y no desde el propagandístico, donde se acepta cualquier clase de métodos mientras funcionen) era imposible verlo de ese modo. Y es aquí donde por fin llegamos al punto más importante de todo nuestro estudio. Trump siempre fue un representante del liberalismo 1.0. Es ahora que nos damos cuenta de que el principal enemigo interno del nuevo liberalismo es su versión anterior. Una vez que dejamos de lado a cualquier régimen externo opuesto a la ideología liberal en la práctica política (ya que estos no representan ninguna amenaza real, sino que simplemente son obstáculos casuales completamente inarticulados frente al triunfo inevitable del progreso) solo queda un enemigo final que derrotar: el mismo liberalismo. Para poder seguir adelante, es necesario que el liberalismo lleve a cabo una purga interior.

Claramente fue de esta manera que apareció una escisión interna que se hizo visible y bastante definida. El nuevo liberalismo, que había convergido con el posmodernismo de izquierda, dejó de reconocerse así mismo en el viejo liberalismo. Y precisamente lo que quedaba del viejo liberalismo acabó por identificarse con la figura de Donald Trump, que fue concebido como lo totalmente Otro. Esta es la razón por la cual la campaña de Biden recurría a eslóganes como “volver a la normalidad”, “reconstruirlo todo, pero esta vez mejor”, etc. La “normalidad” de la que hablaba es en realidad una nueva normalidad: es la normalidad impuesta por el liberalismo 2.0. El liberalismo 1.0 — que era claramente nacionalista, capitalista, pragmático, individualista y, en cierto modo, libertario — es considerado ahora como algo “besugo“. La democracia como el dominio de las mayorías y expresión plena tanto de la libertad como del pensamiento, es decir, como la posibilidad de expresar abiertamente las ideas que uno desee, elegir tu propia religión, tener el derecho a formar una familia y a determinar las relaciones de género de acuerdo a los propios principios, ya sean estos religiosos o seculares, era algo que todavía era reconocido por el liberalismo 1.0, pero de ahora en adelante tal cosa es inaceptable. A partir de ahora, el liberalismo de izquierda considera que es necesario, normal y completamente justificado aplicar la corrección política, la cultura de la cancelación o imponer a todos las normas del nuevo liberalismo, aunque sea a la fuerza.

El liberalismo 2.0 poco a poco se ha convertido en un sistema totalitario. Pero el liberalismo no era explícitamente así cuando todavía luchaba contra ideologías que eran abiertamente totalitarias, como el comunismo y el fascismo. Sin embargo, una vez que el liberalismo se quedó solo, comenzó a manifestar semejantes características totalitarias. Si el liberalismo 1.0 no era totalitario, el liberalismo 2.0 sí es abiertamente totalitario. De ahora en adelante, nadie tiene el derecho a no ser liberal. El liberalismo antiguo sin duda rechazaría inmediatamente tal idea, principalmente porque se trata de una contradicción clara y directa de los fundamentos mismos de la ideología liberal, que se encuentra fundamentada en la libre elección de cada uno. Anteriormente, se respetaba el derecho de ser antiliberal del mismo modo en que se respetaba el derecho a ser un liberal. Pero de ahora en adelante, no. O al menos ya no será de ese modo. El viejo liberalismo ha desaparecido justamente ahora, en el mismo momento en que Trump dejó la Casa Blanca. Es una nueva clase de liberalismo el que reinará a partir de ahora. Y la libertad dejará de ser algo gratuito y se convertirá en un deber. La libertad ya no tiene un significado arbitrario. En cambio, será en adelante definida por las nuevas élites liberales que ahora gobiernan (2.0). Quien no esté de acuerdo, simplemente será cancelado.




Liberalismo 2.0
 
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