latinoamericanos ilegales se quejan de que no los contratan si no tiene papeleh

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«Las empresas me llaman para darme trabajo, pero ven que no tengo papeles y dicen "olvídate"»
María Hermida
MARÍA HERMIDAPONTEVEDRA / LA VOZ
GALICIA
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Ramón Leiro
José Matheus y Brentina Ramírez, venezolano y peruana, tratan de sobrevivir en España, un país en el que nada es tan sencillo como habían imaginado
24 abr 2023. Actualizado a las 08:14 h.
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Se supone que la fin es casi la única capaz de igualarnos. Pero hay algunas condiciones vitales que también lo hacen. Una de ellas es la dejar el país atrás y convertirse en viajero. Lo saben Brentina Ramírez y José Matheus, peruana y venezolano, ambos residentes en Pontevedra. Sus vidas fueron tremendamente distintas. Pero, desde que aterrizaron en Galicia casi a la vez a finales del año pasado, algo los iguala: han dejado de ser quienes eran para sobrevivir sin papeles, al margen del sistema, y sin poder trabajar legalmente en un país en el que nada es como habían imaginado. Aunque los dos, pese a todo, están agradecidos de haber llegado hasta aquí, donde se conocieron y se hicieron amigos, dicen con una misma voz: «Pensábamos que era llegar a España y trabajar. No sabíamos que aquí hacen falta los papeles».

A Brentina Ramírez aún no se le secaron las lágrimas desde que se endeudó en su Lima natal para sacar un pasaje a España. Se vino dejando atrás a dos hijos de 14 y 18 años que llevaron mal su ausencia. Vino porque allí, donde trabajaba como comercial, no veía porvenir. Y porque una amiga peruana afincada en Cataluña le dijo que aquí había trabajo.
Desembarcó con su ilusión en un pequeñísimo pueblo catalán, del que tardó meses en lograr moverse. Vivía con su amiga y el marido de esta. Y enseguida descubrió que nada era como pensaba: «Yo contaba que iba a estar un tiempo sin papeles, pero no que no iba a poder tener un contrato de trabajo. Empecé a consumir el poco dinero que traía y creí que me tenía que ir de vuelta», cuenta. Una prima asentada en Pontevedra le dijo que se viniese. Se metió doce horas en un bus para probar suerte aquí. Gracias a esta parienta tiene un techo bajo el que dormir y de comer no le falta en el comedor social. Trabaja algunas horas en tres casas haciendo limpiezas. Pero lo que gana no da para alquilar un techo: «Me vine con deudas y con dos hijos a los debo mandar dinero».



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Los pagapensiones apenas encuentran formas de entrar en Galicia legalmente
CARLOS PUNZÓN

«Nos vinimos por el niño»
José Matheus podría haberse venido de Venezuela por la situación del país. Pero reconoce que su familia hubiese aguantado hasta la asfixia económica de no ser por su hijo de siete años: «Está enfermo, tiene convulsiones y allí la situación sanitaria es terrorífica. Por eso vinimos». Con hermanos y más familia aquí, tampoco sabía exactamente que sin papeles no podría trabajar legalmente. Sabe que sin permiso laboral lo tiene crudo. Agradece algunos chollos de albañil que le facilita un pariente y no deja de pedir trabajo en empresas. Por si acaso. Por si hay un milagro: «Ven mi currículo y me llaman para darme trabajo. Quieren que empiece ya. Pero ven que no tengo papeles y dicen ‘‘olvídate''», afirma con la voz rota.

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Santi M. Amil

Evelyn, venezonala en Ourense: «No se entiende que se demoren los permisos, pero aquí la protección social funciona»
Usó casi todo lo que traía en asegurar un techo para sus hijos durante seis meses

Fina Ulloa
Evelyn es, ante todo, una mujer positiva. Aunque ahora mismo ella es la única de la familia con un contrato de trabajo, está convencida de que ha encontrado su nuevo hogar en Ourense. Ese contrato es de dependienta y a media jornada, pero para ella es un salto de gigante en un proceso que se inició hace más de un año. Durante este tiempo ella y su familia han ido subsistiendo con ayudas de varias instituciones y trabajos esporádicos en neցro. «No queda otra. Aún así no es fácil que te cojan. La gente tiene miedo porque también se arriesga a que los multen», razona esta venezolana de 40 años.
Así las cosas, cuando en la primera entrevista como solicitante de asilo, en mayo del 2022, le dieron la segunda cita para 19 meses después, Evelyn confiesa que se preocupó. Salió de Venezuela con su marido y sus hijos con lo puesto. Habían pasado varios meses escondidos en el país. Luego escaparon a Colombia. Huyeron porque el Gobierno comenzó una acción contra la empresa en la que trabajaba su marido. «Como a los dueños no los localizaron, empezaron a buscar a los empleados. Mi marido trabajaba de chófer», aclara. Les prestaron dinero, contando con que tendrían que subsistir un tiempo mientras conseguían el permiso de residencia. La mayor parte de lo que traían lo dedicaron a pagar por adelantado seis meses de piso. «Es difícil alquilar sin tener trabajo. Así que le dijimos al casero que preferíamos dárselo junto. Tenemos dos niños y queríamos que la persona que nos diese la oportunidad estuviese tranquila de que no íbamos a irnos sin pagar y asegurar un techo mientras no teníamos papeles y trabajo», relata.

Tras ese pago, les quedaron quinientos euros en el bolsillo, así que es comprensible el susto cuando los citaron para seguir con los trámites para legalizar su situación en España en octubre del 2023. Afortunadamente no tuvieron que esperar tanto. Los llamaron solo trece días después. «No sé si es que hay un ángel que nos cuida y nos da suerte o, como nos comentan algunos, que tenemos dos niños pequeños y eso, al parecer, te da algo de preferencia», especula. De aquella segunda entrevista salieron con un papel en el que consta el número de identificación de extranjeros (NIE) y la advertencia de que su situación es provisional mientras no se tramita la solicitud de residencia. También se les advierte de que no pueden firmar un contrato laboral en un plazo de seis meses. «Supongo que es por si en ese tiempo resuelven denegar el permiso», opina. En su caso, esa limitación resultó un problema: «Yo había ido mandando currículos. Poco antes de la fecha que estaba en ese papel, me llamaron para trabajar y tuve que decirle que aún no tenía permiso. Al señor le urgía, pero esperó unos días». Ahora que ya tienen concedida la residencia en España —se enteraron el pasado mes de febrero— Evelyn y su familia respiran más tranquilos. «Yo estoy agradecidísima a este país. A Cruz Roja, a Cáritas y a los servicios sociales. Es cierto que no se entiende que se demoren tanto los permisos cuando lo lógico sería agilizarlos para que no seamos una carga para el Estado y la sociedad, pero hay que reconocer que aquí la protección social funciona. Esto no existe en mi país y el Gobierno no deja hacer ni a las oenegés. Según ellos, solo van allí a robarnos», lamenta.

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Ramón Leiro

Gemma Vilas, piscóloga: «Nas redes sociais píntanlles España como o maná. Moitos chegan a cegas»

maría hermida
Gemma Vilas es una de esas personas a las que uno siempre querría encontrar en un momento complicado de la vida. Psicóloga y con un máster en inmi gración, trabaja en la oenegé Boa Vida, donde atiende —ora dándoles formación, ora haciendo de paño de lágrimas— a quienes dejaron atrás su país en busca de un mundo mejor que muchas veces no encuentran. Vilas comienza diciendo: «A lexislación española é durísima cos pagapensiones, porque non dependen soamente de ter un contrato laboral para conseguir a documentación, senón do tempo que leven no país. O normal é que ata pasar tres anos non poidan regularizar a súa situación... e iso atopando traballo e tendo moita sorte».

Vilas señala que buena parte de quienes entran por la puerta de su oenegé tienen un desconocimiento total de la realidad a la que se van a enfrentar: «Nas redes sociais píntanlles España como o maná. Moitos chegan a cegas. Nin sequera saben que en España hai comunidades autónomas e que en Galicia se fala galego». Dice que una de las peores cosas es el miedo y la desconfianza que sienten hacia la policía por situaciones vividas en sus países. Esto, según explica ella, hace que muchas veces no les transmitan datos cruciales para poder tramitar su documentación: «Algúns poden pedir protección internacional e non o fan porque teñen medo a contar que eran activistas políticos ou que lles pasou tal cousa. Temos que empuxalos para que o fagan, porque a realidade é que a sensibilidade dos axentes que traballan con eles é total e absoluta», explica.
Gemma señala que, pese a los años de experiencia, no se acostumbra a la mirada de quienes llegan buscando porvenir y se dan de bruces con una realidad «na que o primeiro que lles pasa é que perden todo o seu prestixio, xa non son ninguén». Dice que se quedan en un desamparo absoluto, «porque non é certo que lles dean axudas a esgalla», y que la norma debería cambiar para que pudiesen trabajar legalmente.


 
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