Las 12 cartas que Primo de Rivera escribió la noche antes de ser ejecutado por la República

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Las 12 cartas que Primo de Rivera escribió la noche antes de ser ejecutado por la República
En sus últimos momentos en la guandoca de Alicante, el fundador de Falange se acordó de algunos amigos, familiares y camaradas políticos y decidió enviarles un último mensaje
Testimonios inéditos para destruir las mentiras mil veces repetidas de la Guerra Civil

José Antonio Primo de Rivera, durante la Segunda República

José Antonio Primo de Rivera, durante la Segunda República ABC
Israel Viana

ISRAEL VIANA
Madrid

27/07/2023
Actualizado 28/07/2023 a las 12:30h.
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Tan solo dos días después de que la edición madrileña y republicana de ABC publicara la noticia de su sentencia –«ha sido condenado a fin»–, José Antonio Primo de Rivera era ejecutado en la guandoca de Alicante. Concretamente, a primera hora del 20 de noviembre de 1936. Tras la Guerra Civil, el sargento Juan José González Vázquez, encargado de dirigir el pelotón, declaró: «Colocaron a las víctimas a una distancia de tres metros. Nadie dio la voz de fuego... A José Antonio le situaron en la esquina de la pared, quedando a su izquierda los otros cuatro jóvenes que murieron con él. Dispararon sobre ellos unos cuarenta o sesenta disparos».
El fundador de Falange había sido detenido el 14 de marzo, durante la Segunda República, por hacer uso de un centro que, según explicó la prensa, había sido cerrado por la Policía tras hallar en su interior «algún olvidado pistolón, algún cargador y alguna porra». Es decir, por posesión ilícita de armas. De la calle pasó a las dependencias de la Dirección General de Seguridad para ser interrogado y, poco después, ya ocupaba una celda de la guandoca Modelo de Madrid. Desde allí fue trasladado a la prisión de Alicante.
En su nuevo destino vivió el golpe de Estado y fue juzgado por segunda y última vez, aunque en esta ocasión por apoyar la rebelión militar. Algunos testigos aseguraron que Primo de Rivera afrontó el momento con dignidad y serenidad. Contaba que, incluso, dejó caer el abrigo en los primeros pasos mientras caminaba hacia el paredón al lado de dos falangistas y dos requetés alicantinos. Unos dicen que animó a los autores de los disparos con un «¡Venga!» y otros con un «Arriba España».
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De lo que sí dejó constancia el mismo fundador de Falange fue de lo que hizo en sus últimas horas, que fue escribir a una serie de amigos, familiares y camaradas políticos. En total, 12 cartas que envió todas juntas a su cuñada Margot Larios, recluida en el reformatorio para adultos de Alicante, con el objetivo de que pudieran sortear la censura de la República y que esta pudiera repartirlas a sus destinatarios. «Ahí van unos documentos que os harán falta si se cumple mi sentencia [...] Para mi tranquilidad, te ruego me pongas dos letras diciéndome que has recibido los papeles que te mando», le advertía a esta, aunque obviamente no hubo tiempo para ello. Todas están fechadas el 19 de noviembre de 1936, el día anterior a su ejecución, y dicen así:
Primo de Rivera, preso en la cárcel de Alicante en noviembre de 1936

Primo de Rivera, preso en la guandoca de Alicante en noviembre de 1936 ABC
Carta a Carmen Werner
«Querida Carmen:
Tengo sobre la mesa, como última compañía, la Biblia que tuviste el acierto de enviarme a la guandoca de Madrid. De ella leo trozos de los Evangelios en estas, quizá, últimas horas de mi vida. Nuestra amistad es demasiado seria y sólida para que yo escriba una carta de condenado a fin. Sólo quiero reiterarte las gracias por el libro y decirte que tu amistad es una de las cosas buenas que han alimentado mi vida. Si te vuelvo a ver (lo que Dios haga), ya te contaré todo. Y si no, recibe por la última vez mi más verdadero afecto.
Postdata: Ayer hice una buena confesión».
Carta a sus hermanos
«Queridos hermanos Carmen, Pilar y Fernando:
¿Para qué os voy a decir que me acuerdo de vosotros? El irme sin daros un abrazo es el mayor sacrificio, tal vez, entre todos los que van envueltos en el de la vida. No me lloréis demasiado, aunque temo que esta recomendación sirva de poco, porque sé cómo me queréis y lo buenos que sois. Pero podéis creerme: en medio de la tristeza de morir joven me consuela, y os debe consolar a vosotros, el tener en cuenta que tal vez en otra ocasión me cogiera peor preparado para la eternidad y que, respecto a esta vida, acaso me reservara pruebas próximas de inmensa responsabilidad, en las que nadie sabe si sabría sostener el crédito que me ha abierto hasta ahora la generosa lealtad de tantos camaradas. Con todo, si Dios me concede el seguir viviendo, me alegraré mucho, sobre todo, por dos motivos: para evitaros la tristeza de perderme y para tener ocasión de mejorar mi vida, tan profundamente necesitada de enmienda. Pero ya os digo: lo dejo resignadamente en manos de Dios, con una completa calma de la que hasta ahora no ha querido privarme y que le tengo que agradecer infinito.
Perdonarme todo lo que habéis tenido que aguantarme en injusticias, egoísmos e irritabilidad. Que vuestros hijos sean buenos y muy felices. Y que vosotros, de vez en cuando, penséis que se fue del mundo queriéndoos con toda el alma vuestro hermano que os abraza».
Carta a Rafael Sánchez Mazas
«Querido Rafael:
Voy a escribir muy pocas cartas, pero una ha de ser para ti. Desde que nos separamos, quedó cortada nuestra comunicación, ya que, aunque recibí cartas tuyas, creo que no logré hacer llegar a tus manos ninguna de las dos que te escribí. Sirva esta para anudar ese cabo suelto y para dejarlo ya anudado hasta la eternidad. Perdóname lo insufrible de mi carácter. Ahora lo repaso en mi memoria con tan clara serenidad que, te lo aseguro, creo que si aún Dios me evitara el morir sería en adelante bien distinto. ¡Qué razón la tuya al reprender con inteligente acierto mi dura actitud irónica ante casi todo lo de la vida!
Para purgarme quizá se me haya destinado esta fin en la que no cabe la ironía. La fanfarronada sí, pero en esa no caeré. Te confieso que me horripila morir fulminado por el trallazo de las balas, bajo el sol triste de los fusilamientos, frente a caras desconocidas y haciendo una macabra pirueta. Quisiera haber muerto despacio, en casa y cama propias, rodeado de caras familiares y respirando un aroma religioso de sacramentos y recomendaciones de alma, es decir, con todo el rito y la ternura de la fin tradicional. Pero ésta no se elige: Dios, quizá, quiera que acabe en otro modo.
Que Él acoja mi alma, que ayer preparé con una buena confesión, y que me sostenga para que la decorosa resignación con que muera, no desdiga junto al sacrificio de tantas muertes frescas y generosas como tú y yo hemos conmemorado juntos. Abraza a nuestros amigos de las largas tertulias de la Ballena, empezando por el tan querido canciller don Pedro Mourlane. Dos abrazos especiales para José María Ayaro y Eugenio Montes, a quienes no sé si podré escribir, pero a quienes recuerdo de todo corazón. Y que a ti, a Liliana y a tus hijos os dé Dios las mejores cosas.
Un fuerte abrazo, Rafael».
Carta a Garcerán, Cuerda y Sarrión
«Queridos Garcerán, Cuerda y Sarrión, mis pacientes compañeros de trabajo:
En estos momentos que, si Dios no lo remedia, son mis últimos días, me consuela del descontento profundo de mi vida y de mi carácter el recordar que he conseguido cosechar algunos efectos de inusitada calidad, y que ello tal vez revele dentro de mí alguna buena condición atractiva que a mí mismo me cuesta descubrir. Entre los primeros de esos afectos están los de vosotros tres, mis leales, infatigables, generosos e inteligentísimos compañeros de trabajo. Mil gracias por este consuelo que me proporciona el pensar que me queréis un poco, y mil veces más mil perdones por lo muchísimo que os he dado que aguantar y por lo que he complicado vuestras vidas con los azares de la mía propia. Como, por otra parte, yo también os tengo un afecto que no hay que ponderar ahora, confío en que me recordaréis sin verdadero fastidio, que me echaréis algo de menos.
A todos los demás remeros de nuestro despacho profesional más o menos asiduos, a Matilla, a Power, García Conde, etc., sin olvidar a la admirable Encarnita, mi despedida de verdadero y agradecido amigo. Y para vosotros tres, fuertes abrazos».
Carta a Julio Ruiz de Alda, cuya fin en la guandoca modelo ignoraba José Antonio
«Querido Julio:
Por si se ejecuta la sentencia que anteayer dictaron contra mí, haz el favor de aceptar el encargo de decir adiós en mi nombre a todos los camaradas. A aquellos a los que he estado personalmente unido, por haber estado juntos en prisión, por los cargos o por cualquier circunstancia, diles de manera especial cómo los recuerdo y cómo los entresaca el hecho de recordarlos tú. Y para ti, quédate con un fuerte abrazo.
Espero la fin sin desesperación, pero ya te figurarás que sin gusto. Creo que aún podría ser útil mi vida y pido a Dios que me la conserve. Si Él lo dispone de otra manera, moriré confortado con el ejemplo de tantos que cayeron más jóvenes y más humildes que yo y silenciosamente.
Perdonadme todos, y tú de manera especial, lo que a veces os haya podido herir con las espinas de mi carácter. Mis hermanos te explicarán el laconismo de esta carta y se consolarán recordándome en tu compañía y en la de tantos con quienes nuestras vidas han corrido en los últimos años mezcladas. Dios os ilumine a todos y os mantenga unidos.
Para Amelia y tu chico, mis mejores deseos. Y para ti, de nuevo, un abrazo».
Carta a Manuel Valdés
«Querido Manolo:
He encargado a Julio que me despida de todos los camaradas; pero a ti, mi profesor de cultura física y mi compañero solterón de por las tardes, tengo que enviarte un abrazo especial.
Da parte de él a los otros nadadores: Luis Aguilar, Agustín Aznar y al pequeño y valeroso Gaceo. A todos os recuerdo mucho y aún confío en veros.
Si Dios, sin embargo, lo dispone de otro modo, mi resignación, y hasta el final os acompañará mi afecto.
Tú conoces también a muchos amigos y amigas mías. Diles adiós de mi parte, seguro que los que elijas estaban presentes en mi memoria.
Otra vez un fuerte abrazo».
Carta a su prima y ahijada, Dolores Primo de Rivera
«Querida Lola:
Como eres mi ahijada, vas a ser la transmisora de mi despedida a tu progenitora y a tus hermanos, de quienes me acuerdo con muchísimo cariño. Da un abrazo especial a Fernando [Primo de Rivera, fusilado, como su hermano Federico, en Madrid, por las milicias marxistas], que podrá explicaros bien la etapa en que me encuentro. Quiera Dios, todavía, que yo también pueda explicárosla. Y a cierto magnífico rellenito [Agustín Aznar, jefe de Milicias y prometido de Dolores] que, con pesar mucho, vale bastante más de lo que pesa, dile que para que yo lo tenga en la memoria como si fuera de mi familia le sobra con lo que ha hecho hasta ahora.
No os digo nada más porque nos queremos lo bastante para entender sin palabras todo lo que tienen de emocionante estos momentos. Que Dios os dé las mejores cosas y recibid cada uno un abrazo fuerte de vuestro primo».
Carta a su tía Carmen Primo de Rivera
«Queridísima tía Carmen:
Dos letras para confirmarte la buena noticia, la agradable noticia, de que estoy preparado para morir bien, si Dios quiere que muera, y para vivir mejor que hasta ahora, si Dios dispone que viva. Como cualquiera de los dos resultados se ha de deber mucho a tus oraciones, te mando muchísimas gracias con este mi último y cariñoso abrazo. No te digo que pidas por mí, porque sé que lo harás sin descanso, y que moverás a hacerlo a tus hermanas en religión, cuya inagotable caridad tal vez algunas veces abra paso al deseo retrospectivo de no haber tenido en la comunidad una monja perteneciente a familia tan agitada.
Dentro de pocos momentos ya estaré ante el Divino Juez, que me ha de mirar con ojos sonrientes.
Te abraza otra vez y te quiere mucho tu sobrino
Posdata: Como no eres joven, pronto nos veremos en el cielo».
Carta a Antón Sáenz de Heredia
«Querido tío Antón:
Me despido de ti con mucho cariño, de toda la familia de mi progenitora. Hazme el favor de decírselo a todos sin olvidar a ninguno: a tío Cesáreo y a tía María; a tía Carmen; a tío Ángel y a tía Nieves; a tío Goyo y a tía María, heroicamente probados también por la dureza de estos tiempos y en cuya entereza tanto tengo que aprender. No dejes fuera a ninguno de los primos y primas y a sus maridos y mujeres. De mis sobrinos, hijos de ellos, no te digo nada porque son tan chicos que iban a oír la noticia como quien oye llover. No escribo a ninguno, porque tendría que hacerlo a todos, y no quiero dedicar a cartas mucho tiempo del limitado que me queda de vida, salvo que Dios haga todavía que se me prorrogue. Créeme que me alegraría que así fuese, pero, por si no es así, trato de disponerme lo mejor posible para el juicio de Dios. Ayer confesé con un sacerdote viejecito y simpático que está preso aquí y hoy estoy lleno de paz. Todavía, en gran parte, porque me ilusiona la esperanza de vivir. Si esta esperanza se pierde, confío en que la sustituya una conformidad cristiana con lo que venga.
En fin, perdonadme en lo que os haya podido molestar y reciban todos por medio tuyo fuertes abrazos de tu sobrino que mucho te quiere».
Carta a Raimundo Fernández Cuesta y Ramón Serrano Suñer
«Queridos Raimundo y Ramón:
Estoy muy tranquilo, pero no quiero presumir. No es por indiferencia ante la fin, sino porque, gracias a Dios, aún tengo esperanza de que la evite. Pero, por si llega el trance (en el que Dios haga también que no me falte una decente entereza), aprovecho estos minutos de tranquilidad para despedirme de vosotros.
No es este el momento de ponderar mi amistad. Las amistades como la vuestra se han acreditado en toda una vida y no aumentan ni disminuyen con la fin. Os uno en la misma carta, a pesar de que no seáis uno con otro viejos amigos, porque juntos me he permitido nombraros albaceas de un testamento ológrafo que redacté ayer y que espero hagan llegar a tiempo a vuestras manos. Mil gracias por el trabajo que el albaceazgo os dé y por el afecto con que habéis contribuido, como pocos, a dar apoyos sólidos a mi vida.
Dios os dé, como a vuestras mujeres y a vuestros hijos, lo mejor que podáis desear, y que perdonéis los muchos defectos de vuestro amigo que quizá por última vez os abraza».
Carta a Sancho Dávila
«Querido Sancho:
Pocas palabras, porque quizá no disponga de mucho tiempo: mil gracias por tu lealtad y por tus magníficas condiciones, y un abrazo muy fuerte.
Que a ti, a tu mujer y a los hijos que os mande Dios, las mejores cosas. Os lo desea de corazón tu primo y camarada».
Carta a Julián Pemartín
«Querido Julián:
Esta es casi la última carta que voy a escribir, salvo que Dios tenga dispuesto que se me alargue la vida como de todo corazón le pido. No apetezco la fin, aunque confío en recibirla con decente conformidad si no hay más remedio. Viva o muera, ya conoces de muchísimos años mi amistad, para la que no puede faltar un recuerdo muy hondo en estas horas.
Que a Nena, a ti y a vuestros hijos os de Dios lo que más podéis desear. Y recibe un fuerte abrazo».
 
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