... aunque yo los tengo
LA OKUPACIÓN URBANA
Moviéndonos a las ciudades tenemos el caso de la okupación urbana. Esto no es otra cosa que entrar en un local abandonado sin el consentimiento de su propietario. Puede ser un acto político o sin otra política que la de buscarse un techo bajo el que cobijarse. Aunque en teoría las constituciones occidentales reconocen el derecho a una vivienda digna, la realidad nos muestra a miles de personas viviendo en la calle mientras otros miles de pisos se quedan vacíos. Es completamente lógico que exista la okupación.
Haciendo un poco de historia vemos que este fenómeno no es algo nuevo. Un caso extremo de este caso fue la [huelga de alquileres] de Barcelona en 1931, cuando decenas de miles de personas se negaron a pagar sus alquileres durante meses. También ocurrió en otras ciudades de Europa ([Glasgow] en 1915) y norteamérica. La okupación a gran escala ha tenido lugar en alguna que otra ocasión. Por ejemplo en el Londres de la postguerra mundial. Cuando una gran parte de la población estaba sin casa debido a los bombardeos alemanes y había un gran número de casas deshabitadas. Se llegaron a okupar barrios enteros. En Lisboa en 1974 ocurrió otra famosa oleada de okupaciones que involucró a unas 10.000 familias.
OKUPA Y PREOKUPA
Las okupaciones de viviendas consisten en la apropiación de edificios abandonados para uso residencial, y son un exponente de las contradicciones existentes entre el derecho a la vivienda y la existencia de un potente mercado inmobiliario basado en la propiedad privada. En épocas recientes la ocupación de viviendas, conocida con el nombre anglosajón de "Squatting", fue una práctica ligada a los grupos sociales alternativos y muy extendida (desde las décadas de 1960 y 1970) en las áreas centrales de ciertas ciudades europeas, como Amsterdam y Berlín. La okupación suele producirse sobre edificios abandonados o infrautilizados, no exclusivamente residenciales, pues también afecta a locales industriales o de espectáculos; de modo preferente suele tratarse de personas con fuertes carencias residenciales o grupos de jóvenes radicales, que consideran esta actividad como una vía hacia una forma de vida alternativa y contestataria, y a los que se les denomina okupas.
En España, las primeras okupaciones de viviendas se asociaron a los movimientos vecinales de los últimos años del franquismo y afectaron de manera prioritaria a la vivienda de propiedad pública (Montjuïc en Barcelona y La Ventilla en Madrid). A partir de la década de 1980 el movimiento okupa adquiere un sesgo claramente juvenil y alternativo, suscitando reacciones muy diversas. En determinadas ocasiones y lugares se reprime con violencia, pero en otras zonas se adoptan posturas tolerantes, como es el caso de ciertos ayuntamientos vascos. Incluso algunas sentencias judiciales han relacionado el fenómeno con el derecho a la vivienda. En cualquier caso, el fenómeno se mantiene vivo y con una fuerte presencia en los medios de comunicación(Grupo Aduar, 2000).
Viviendas y centros sociales en el movimiento de okupación
La extensa experiencia de organización y proyección social del movimiento de okupación en el Estado español (aproximadamente dos décadas) no se corresponde con análisis rigurosos acerca de su génesis y desarrollo. De hecho, algunas dimensiones centrales en dicho movimiento, como las dinámicas de reestructuración urbana y las prácticas de autogestión experimentadas por sus miembros, han quedado en un segundo plano ante una imagen mediática distorsionadora y un incremento continuado de su represión por parte de las autoridades en los últimos años. Demostramos en este trabajo la importancia de esas dos dimensiones para explicar la evolución del movimiento de okupación y describimos las diferencias y diversidades que se alojan en su seno, atendiendo especialmente a lo sucedido en las modalidades de okupación de viviendas tanto como de centros sociales. Por último, se sugiere que existe evidencia suficiente como para afirmar que las localizaciones urbanas de las okupaciones se hallan ligadas, mayoritariamente, a espacios de probable reestructuración económica, aunque las excepciones a esa pauta son considerables, al mismo tiempo que ha sido el único movimiento social en abanderar la denuncia crítica de los procesos de especulación urbana y de las políticas públicas que les dan cobertura.
Para todos los analistas hay un punto de inflexión indiscutible en la evolución del movimiento okupa: el año 1996, puesto que es cuando entra en vigor el nuevo Código Penal que incrementa ostensiblemente el castigo a la okupación y, al mismo tiempo, porque es el año en el que se inaugura la mayor visibilidad mediática del movimiento, con la okupación del Cine Princesa en Barcelona y las intensas protestas y coaliciones desatadas a raíz de su desalojo.
Hasta esos sucesos se habían producido okupaciones en numerosas ciudades españolas desde los primeros años de la década de 1980. Hablamos de okupaciones dadas a conocer públicamente, algo siempre más tímido en los casos iniciales en los que el destino de la edificación rehabilitada era un uso exclusivo de vivienda y, desde luego, algo imprescindible en cuanto se pretendía iniciar un centro social. Esta progresión creciente en la creación de centros sociales okupados, a veces de forma también exclusiva e independiente de los usos residenciales, habría sido, a nuestro entender, uno de los factores que más abrieron la práctica de la okupación a otros sectores juveniles y políticos. Pero los orígenes del movimiento, como se ha argumentado ya suficientemente en los textos referenciados, hay que buscarlos en experiencias similares europeas y del movimiento vecinal del tardofranquismo. Imitaciones o recreaciones simbólicas, muchas veces, más que aprendizajes o réplicas precisas de aquellas estrategias.
La jurisdicción civil que persigue la okupación hasta 1996 de forma "suave" e irregular y los "palos de ciego" que dan las autoridades municipales a sus okupaciones locales ante la manifiesta legitimación pública de soluciones autónomas al problema de la vivienda, contribuyeron también al crecimiento de estas prácticas, aún con deficiente invisibilidad pública (es decir, sin suponer amenazas o retos dignos de tener en cuenta para las autoridades) y con una notable consideración de marginalidad urbana (aún cuando esta connotación podía variar mucho de un lugar a otro).
Después de 1996 vamos a encontrar al movimiento de okupación también volcado en nuevas olas de protesta anticapitalista, ahora más masivas y denominadas "antiglobalizadoras" (con manifestaciones extraordinarias en Barcelona, Madrid y Sevilla en los últimos tres años, además de la cada vez mayor vinculación con redes sociales más amplias y con las "contra-cumbres" organizadas en otras ciudades europeas). Sin embargo, eso no significa subsunción o disolución. El movimiento de okupación ha seguido extendiendo su experiencia de autoorganización social, de reokupaciones y de transmutación de muchos de sus proyectos de intervención social, pero los costes han aumentado y han mudado el contexto de legitimación y las capacidades de incidencia social (para consolidar las okupaciones y para ganar simpatías, apoyos y coordinación entre quienes apuestan por este tipo de desobediencia urbana). Los desalojos preventivos y las numerosas ilegalidades o arbitrariedades legales (judiciales, policiales o políticas) que se han producido en estos últimos años (por citar un caso, el desalojo del CSO 190 en Granada), han ido acompañadas de las primeras fuertes condenas a personas acusadas de okupar y de delitos asociados a la defensa de tales okupaciones (daños materiales al mobiliario urbano, resistencia a la autoridad, etc.) o ligados a acciones que han encontrado en los centros sociales su mejor espacio de desarrollo (las manifestaciones antifascistas o la lucha contra las prisiones, por ejemplo).
Las campañas de prensa, policiales y judiciales criminalizando irresponsablemente a todo el movimiento de okupación al ligarlo con grupos armados (e.t.a. -independentismo vasco-, g.r.a.p.o. -comunismo extraparlamentario- y distintas cédulas de anarquismo insurrecionalista) se han intensificado y continúan hasta la actualidad, con casi una docena de personas detenidas que residían o dinamizaban casas okupadas (por ejemplo, cuatro jóvenes de Valencia que dinamizaban el Centro Social Malas Pulgas fueron acusados inicialmente de organización terrorista y detenidos al día siguiente del desalojo -15 de octubre de 2002-, permaneciendo tres de ellos en prisión preventiva hasta el 11 de marzo de 2003, ya que la Audiencia Nacional desestimó los cargos de terrorismo, devolvió el sumario a la Audiencia Provincial de la que partió y los jóvenes fueron puestos en libertad bajo fianza aguardando la celebración del juicio por desórdenes públicos, daños y asociación ilícita: a partir de informaciones publicadas en
http://nodo50.org/cartelera_libertaria).
En conclusión, existen suficientes pruebas como para afirmar la constitución de un movimiento social con progresivo crecimiento en el número de okupaciones, especialmente notable a partir del incremento de su represión penal (desde 1996 en adelante). La práctica de la okupación, tanto de viviendas como de centros sociales, es central en este movimiento, aunque han sido los centros sociales los espacios que más atracción contracultural y conflicto político han generado, al mismo tiempo que, de forma a menudo paradójica, se tendía a infravalorar la prioridad reivindicativa de las necesidades de alojamiento, desde el propio seno del movimiento. No obstante, hay un vínculo estrecho entre ambas modalidades de okupación (ver Fig. 9 y 10) y desde finales de la década de 1980 se ha ido tejiendo un red densa de relaciones sociales de cooperación y auto-organización, presente en todos los momentos críticos de estas formas de desobediencia civil legítima (la entrada en el edificio, el desarrollo de actividades sociales en el mismo, las acciones públicas de protesta y la defensa ante los desalojos, fundamentalmente) (ver Cuadro 2). De forma semejante a lo sucedido en otros países: "No todos los participantes en el movimiento precisan residir en casas okupadas. Existe una ética del hazlo-tú-mismo y una ideología de la auto-determinación. Obviamente, los participantes no suelen tener muchos recursos, pero algunos de ellos son ricos en capital social y cultural, como los artistas y los estudiantes." (Pruijt, 2002). Y, en coherencia con las múltiples diferencias que han existido entre unas okupaciones y otras (incluso en una misma ciudad), entre los distintos proyectos (o, incluso, la ausencia de ellos) y entre los distintos grados de informalidad de las organizaciones y colectivos que han protagonizado las okupaciones, se ha suscitado una clara autoimagen de movimiento difuso, plural, inasible y hasta fantasmático que no debemos menospreciar:
Resulta significativo el hecho de que en varias ciudades españolas que tuvieron experiencias de okupación, algunos de sus activistas o colaboradores eventuales dieran el salto a constituir centros sociales autogestionados pero sin okupar, especialmente en los últimos cuatro años (Xaloc en Valencia, Espai Obert y Arrán en Barcelona, La Màquia en Girona, Ateneu Candela en Terrassa, La Trama y La Revuelta en Zaragoza, A Cova dos Ratos en Vigo, Mil Lúas en A Coruña, Likiniano en Bilbao, etc.).
OKUPANTES EVENTUALES
En Udondo (gaztetxe de Leioa), en La Kelo (gaztetxe de Santutxi) o en el Laboratorio 03 (de Madrid) se han admitido residentes eventuales sobrevenidos de otros desalojos y que participaban activamente en dichos centros sociales. Pero cuando el número de residentes es elevado (como aconteció, por ejemplo, en el Laboratorio 2 de Cabestreros, o en La Hamsa, en Barcelona) suele hacerse necesaria la independencia entre la asamblea de la "casa" y la del centro social, aunque se reclame a representantes de la vivienda a la última asamblea cuando advienen circunstancias que afectan a todos (necesidades de mejoras en las infraestructuras del edificio, amenazas de desalojo, agresiones externas, robos internos, etc.). No obstante, la propia disposición del edificio puede indicar la mayor o menor dependencia entre ambas modalidades de okupación: el aislamiento físico en distintos pisos, la clausura con puertas y cerraduras sólo en posesión de los residentes, la separación en distintas estancias o construcciones dentro del mismo solar, etc. contribuyen a evitar el principal problema de intromisión del conjunto de la vida social en la vida particular de los residentes (teniendo que abrir las puertas del centro social a cualquier hora y a cualquiera, soportando los ruidos del bar o la música no deseada de conciertos, encontrándose con perros o personas desconocidas que pasan por sus habitaciones, etc.).
OKUPACIONES
Cada edificación okupada, no obstante, posee su particular expediente administrativo, habitualmente lleno de vericuetos. Resulta singular, por ejemplo, el caso de los antiguos colegios que quedaron obsoletos por su inadaptación física a las exigencias de la nueva legislación educativa (es el caso del edificio okupada por el centro social S’Eskola en Palma de Mallorca y, tal vez, el de la calle San Agustín en Zaragoza y La Kelo en Santutxi), o que, simplemente, pasaron a integrarse en planes de remodelación urbana que les instaban a desaparecer (como el previsto acondicionamiento de la ribera del Ebro en Zaragoza, afectando a la okupación conocida como Casa del Río). En otras ocasiones se trata de instalaciones públicas con una privilegiada localización central en la ciudad pero cuyas funciones y personal han sido desplazados a otras más modernas: estos serían los casos, por ejemplo, de los cuarteles militares donde se encuentra La Kasa de la Muntanya en Barcelona, de los laboratorios del Ministerio de Agricultura abandonados en el barrio histórico de Lavapiés en Madrid, okupadas por el primer Laboratorio como centro social, del edificio de la Bolsa de Bilbao en pleno casco viejo que albergó la primera iniciativa de centro social en aquella ciudad…
Los antiguos cuarteles de Barreiro en Vigo o la fábrica La Maret (provincia de Girona) serían paradigmáticos, por el contrario, de localizaciones periféricas con respecto a los núcleos poblacionales y con muy desiguales resultados en cuanto a duración (unas semanas en el primer caso y unos 5 años en el segundo). El aumento progresivo de viviendas okupadas en zonas periurbanas de Barcelona, por ejemplo en torno al parque de Col.Serola (La Santa, Can Pi, etc.), ha propiciado también un nuevo modelo de asentamiento okupa que mantiene constantes vínculos con las okupaciones más céntricas de la ciudad al mismo tiempo que comienza a generar actividades de socialización y de intervención local propias. Vetustas instalaciones ferroviarias, modestas y deterioradas construcciones universitarias, propiedades eclesiásticas acumulando mugre o edificios de viviendas que no consiguieron su correspondiente licencia de primera ocupación por irregularidades constructivas, constituyen otras tantas categorías de la abultada casuística de okupaciones a lo largo de todo el territorio estatal.
Afirmamos, en todo caso, que si bien todas las casas okupadas aprovechan de una manera u otras las especiales condiciones jurídicas, arquitectónicas y urbanas de los inmuebles objeto de reapropiación, la mayoría de los centros sociales okupados han tendido a ubicarse en zonas especialmente retrasadas en su incorporación a la reestructuración urbana y económica de mayor calado. Los centros históricos de grandes ciudades como Madrid (tanto Lavapiés como Tetuán), Valencia (el barrio del Carmen y, con sus peculiaridades, Ruzafa o Zaidía), Sevilla (la Alameda de San Luis y el entorno del Pumarejo en La Macarena), Barcelona (tanto el Raval o Ciutat Vella en general, como, con sus peculiaridades, Sants o Gràcia) o Málaga (donde radica la Casa de las Iniciativas) o, simplemente, los espacios centrales de poblaciones más pequeñas (Palma de Mallorca, Vigo, Vitoria-Gastéiz, Pamplona-Iruña, Santiago de Compostela, Gijón, Terrassa, Móstoles, etc.) han conocido casas okupadas incluso años antes de que comenzasen las operaciones más ambiciosas de rehabilitación, en aquellos lugares donde se han producido las ocupaciones.
En definitiva, parece existir evidencia suficiente para afirmar que se trata de un movimiento que entra de lleno en las problemáticas urbanísticas: tanto en las escalas micro como en las macro, tanto en una vertiente constructiva como en otra crítica, tanto por la apropiación y mantenimiento de los espacios okupados como por la denuncia de la especulación y de la reestructuración urbanas. Es decir, un movimiento que plantea alternativas de vida urbana desde la diferencia y diversidad de movimientos sociales que se cruzan en las casas okupadas. En ese sentido creo que una buena caracterización de este tipo de movimientos sociales se encuentra en un elocuente texto de Michel Foucault que los concebiría como luchas anárquicas, transversales e inmediatas, que “critican las instancias de poder que les son más próximas”, que “no creen que la solución a su problema pueda radicar en un futuro”, que afirman el derecho a la diferencia individual a la vez que “se enfrentan a todo lo que pueda aislar al individuo”, que “se oponen al gobierno por la individualización” y, por lo tanto, a un orden urbano esencialmente policial y mercantil (Foucault, 1982).
La mayor parte de estos espacios se engloban dentro de la cultura denominada DiY (Do it Yourself), traducido al castellano como Háztelo tu mismo/a, que se fundamenta en las teorías y realidades anarquistas; otros se basan en la cultura neomarxista, según objetivos ligados al reformismo y a la transformación del Estado y la sociedad capitalista. No obstante, la mayoría de estos espacios y especialmente aquellos que tienen una trayectoria más dilatada y que cuentan con un significativo número de residentes y desarrollan acciones que se incrustan en el tejido urbano se localizan en el centro norte europeo y en particular en el Reino Unido (Martinez, 2002).
En el Estado español, este tipo de espacios se localizan en casi todas las Comunidades Autónomas, generalmente en sus capitales de provincia, aunque la mayoría se asientan en ciudades con un cierto nivel de vida como Madrid, Barcelona, Valencia, Vitoria, Bilbao, Zaragoza, Vigo, A Coruña, Palma de Mallorca o Pamplona, aunque también se ubican en ciudades como Granada, Córdoba, Sevilla…