http://www.nortecastilla.es/prensa/20070217/editorial_opinion/hipoteca-amenaza_20070217.html
La hipoteca nos amenaza
FERNANDO COLINA/
EL progreso jovenlandesal -si es que existe- precisa de rebelión e inconformismo. Sin esos ingredientes la sociedad se atranca, el sentido de la historia desaparece y la entropía vuelve el entorno lánguido y mortífero. La insurrección y la desobediencia son tan importantes para la jovenlandesal como el crecimiento lo es para la economía. Tan necesarios como peligrosos, porque las revoluciones también llevan al caos y a las restauraciones absolutistas, del mismo modo que la economía boyante va dejando un reguero de pobres, una atmósfera contaminada y un mapa lleno de países tercermundistas.
Tiempos como los actuales, tan aborregados y conformistas, cuya última rebelión juvenil se remonta a mayo del 68 o a los coletazos finales de la guerra de Vietnam, son tiempos que preocupan porque los jóvenes parecen más viejos que los padres. Es cierto que nuestro país tuvo durante la Transición un entusiasmo insurrecto y rebelde, pero pronto se incorporó con desinterés a la apatía general. Por ese motivo se echa tanto de menos la proliferación de movimientos marginales y contrarios al 'sistema', capaces de inquietar a las 'estructuras' y obligar al cambio de las cosas en torno a la idea de justicia, a la reducción de barreras entre pobres y ricos o a la conversión de súbditos en ciudadanos. Se echa de menos, por lo tanto, cierto tono radical que no provenga necesariamente de las esencias del nacionalismo.
Es cierto que la nuestra es mala época para sublevarse, pues lo más patético y correoso del 'orden' actual proviene de su capacidad demostrada para absorberlo todo. Hoy en día, frases como las de Gide -«familias os repruebo»- se pierden enseguida en el ruido general. Ni siquiera la célebre apelación de Jesús a su progenitora en Canaán -«mujer, qué hay entre tú y yo»- tendría la menor relevancia social.
El 'sistema' se muestra tan potente, inteligente y victorioso que casi nos parece tan natural como las monarquías absolutas lo parecían en la Edad Media. Ninguna alternativa resulta suficientemente creíble. Además, ha encontrado una estrategia suplementaria en la hipoteca que nos esclaviza. Con ella todos nos convertimos en deudores del 'sistema' que, camuflado detrás de las entidades financieras, actúa como un acreedor invisible. La hipoteca nos amansa, nos vuelve a todos conservadores bajo el temor de que cualquier cambio nos arruine.
El miedo siempre nos vuelve obedientes, pero el miedo actual no es tanto al castigo o la condena física sino a bajar de escalón social o no ascender por la cuerda que nos corresponde. Este es el dilema del mileurista, que en realidad no representa exactamente a una generación, como se ha dicho, sino a una clase social nueva que ha venido a sustituir al proletariado en el juego capitalista. Basta una letra mensual para meternos el miedo en el cuerpo y plegarnos ante lo que hay.
La hipoteca ha desplazado a la familia para constituirse en la célula básica de la sociedad. Se nos autoriza todo tipo de liberalidad a cambio de someternos a esta ignominia. La Iglesia nos humilló durante siglos bajo la idea de que se nos había prestado la vida para devolverla al final limpia de culpas. Ahora el prestamista ha dejado de insistir en la culpa, que no necesita estímulos y sobrevive sola, para incitarnos a la modorra mental del anticipo hipotecario. Llegan a ofrecernos una hipoteca cada vez más larga para que estemos devolviendo el préstamo durante toda la existencia, hasta que, desterrados a la condición de pensionistas y aún con más miedo en el cuerpo, nos quedemos sin recursos ni fuerzas para la rebeldía.