M. Priede
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Este joven todavía no se ha enterado de para quién trabaja. No es que utilizaran a Anonymous, es que utilizan a hackers inteligentes pero ingenuos. Y por ingenuo le van a meter en chirona, como a Manning
Un 'hacker' acusa a EE.UU. de utilizar a Anonymous para su ciberguerra "ilegal"
Lo de Anonymous es tan descarado que ni siquiera se cortan a la hora de usar la máscara de Guy Fawkes, un católico hispanófilo al que le atribuyeron el atentado de falsa bandera más rentable de la historia. Tan fue así que Gran Bretaña consolidó de una vez por todas el poder anglicano sobre una población católica, parece ser que todavía mayoritaria a pesar de Isabel I, y donde lo mismo que en el mundo de la religión del amor, tanto la autoridad política como religiosa quedaría unida, pasando en Inglaterra a manos del poder político, de la monarquía. No sin antes expoliar a la Iglesia, y a los campesinos de sus bienes comunales, dejando miles de muertos y millones de indigentes. Esa labor que empezó Enrique VIII se remató con ese atentado de falsa bandera,y de ahí que actualmente el 75% del territorio de Gran Bretaña esté en manos del 1% de la población, siendo la Casa Real la mayor terrateniente. De ese falso atentado les viene la riqueza a la aristocracia, que luego pactaría con la burguesía el control de la política. De ahí viene la famosa estabilidad del Reino Unido: del robo y de despreciar como nadie a las clases populares, incluso hoy en día, no hay más que ver la cantidad de hooligans que han estado exportando. Más o menos lo que ocurrió aquí en el XIX, solo que aquí no hubo persecución religiosa ni tanta concentración de poder.
Lo cuenta Pedro Jota (luego les pongo un enlace a una entrevista con Webster Tarpley, un gran historiador norteamericano)
Por Pedro J. Ramírez. Director de El Mundo (EL MUNDO, 05/03/06):
«Remember, remember, the fifth of November». En un tono parecido y a esa misma edad a la que en otros lugares les hablan del Hombre del Saco, a los escolares británicos les cuentan con este pareado, impregnado de terror y misterio, la llamada Conspiración de la Pólvora, cuyo cuarto centenario se conmemoraba hoy hace cuatro meses. Con este motivo, y en un lugar tan apropiado como la Torre de Londres, se han desplegado sendas exposiciones sobre los hechos concretos de 1605 y sobre la historia del terrorismo desde entonces hasta ahora, con referencia incluida a nuestro 11-M.
Lo que con tanta insistencia se insta a recordar es el momento providencial en que durante la noche de aquel 5 de noviembre la tenebrosa Gunpowder Plot fue desbaratada en los sótanos de la Cámara de los Lores. Se trataba de un plan para hacer volar por los aires al Rey Jaime I, a su esposa y a la mayor parte de su familia cuando, pocas horas después, asistieran a la inauguración del Parlamento. Y, de hecho, ese plan tenía su propio Hombre del Saco: un soldado de fortuna, de religión católica y vinculaciones proespañolas, llamado Guy Fawkes, a quien se había sorprendido ultimando la disposición de los barriles de pólvora y de la mecha que habría de consumar tan diabólico propósito.
Pero si él era su brazo armado, la conspiración también tenía su cerebro -un brillante y carismático personaje llamado Robert Catesby-, sus coordinadores e incluso su conexión con las altas esferas, a través de Thomas Percy, pariente de Lord Northumberland.Todos ellos sumaban a su catolicismo e hispanofilia la circunstancia de haber tenido relaciones con los jesuitas que, clandestinamente, seguían manteniendo la causa del papado en los círculos de la nobleza británica que no había seguido ni a Enrique VIII ni a Isabel I al nuevo redil de la Iglesia de Inglaterra.
Según la versión oficial, la Conspiración de la Pólvora fue desarticulada gracias a que pocos días antes, en un suburbio de Londres, un misterioso hombre corpulento había entregado una carta a un criado de Lord Monteagle -aristócrata considerado como tibio en la cuestión religiosa- en la que se le aconsejaba no acudir al Parlamento porque «Dios y el hombre se han conjurado para castigar la maldad de nuestro tiempo» y le convenía «retirarse al campo a esperar a salvo el acontecimiento».
Monteagle habría avisado ipso facto al primer ministro Robert Cecil y la maquinaria del Estado habría conseguido el resto.Pero subrayo lo de la versión oficial porque precisamente esta misiva, que ha pasado a la Historia como la carta oscura y dudosa, ha sido el hilo que ha conducido al ovillo a quienes sostienen que, en realidad, la verdadera Conspiración de la Pólvora no fue la de aquellos fanáticos católicos, incapaces a primera vista de organizar algo tan tremendo, sino la del propio Cecil para neutralizar a su rival Northumberland e imprimir un giro copernicano a la política de tolerancia que pretendía impulsar el Rey. «Me entristecería tener que castigar en sus cuerpos los errores de sus almas», había dicho Jaime I poco después de acceder al trono.
Esa disposición a la benevolencia quedó bloqueada por la difusión de los planes de los conjurados mediante hábiles piezas de propaganda como este grabado anónimo del propio 1606 que ha inspirado la ilustración de Ricardo Martínez de hoy. Se llegó incluso a decir que se había descubierto un túnel de largas dimensiones que los conspiradores habrían excavado durante meses para acceder a los sótanos del parlamento. ¿Cabe una imagen más siniestra que la de unos topos horadando implacablemente en el subsuelo mientras los londinenses dormían? Lástima que fuera completamente falsa.
Después de que los principales acusados, incluidos varios jesuitas ajenos a los hechos, fueran pasados a cuchillo en el momento de ser detenidos, descoyuntados en el potro de tortura o ejecutados en la horca -es decir, silenciados para siempre-, se desató una escalada de medidas represivas que dejaron secuelas en la vida pública británica hasta bien entrado el siglo XIX. Así, los católicos no podían ejercer como abogados, ser oficiales en el Ejército o en la Armada, ni siquiera servir como tutores o albaceas testamentarios.Durante un tiempo se les obligó a llevar sombreros de color rojo, remedando medidas que ya se habían adoptado en otros lugares contra los judíos.
Sin terminar de tomar partido por ninguna de las dos interpretaciones, la historiadora Antonia Fraser, esposa del último Nobel, Harold Pinter, subraya en el estudio más serio publicado el año pasado sobre la trama que la carta oscura y dudosa pudo muy bien ser fruto de la mano del propio Cecil y que Percy era un «agente provocador al que se le vio a menudo salir de la casa [del primer ministro] a las dos de la madrugada».
Por su parte Francis Edwards, editor y prologuista para la prestigiosa Folio Society de las memorias de uno de los jesuitas acusados que sobrevivió al huir de Inglaterra, sostiene que el propio Catesby pertenecía también a la red de espionaje de Cecil y que todo el planteamiento de la conjura para volar el parlamento era «absurdo» porque a los católicos no les podía convenir eliminar al primer monarca predispuesto a su favor en casi todo un siglo.Y añade: «Es cierto que a veces la gente hace cosas absurdas, pero hasta en la mayor parte de las locuras existe un método y eso no aparece por ninguna parte en esta versión de la conspiración».
Todo conduce, pues, a lo que contemporáneamente conocemos como la técnica de darle hilo a la cometa. Es decir, a la probabilidad de que el complot terrorista fuera alentado desde dentro del propio aparato del Estado que lo desbarató y rentabilizó. Exactamente la misma convicción a la que han ido llegando muchos españoles a medida que han ido enterándose de que El Tunecino tenía pegado a un confidente de la policía como Cartagena, de que Zouhier informaba a la Guardia Civil de los pasos clave de El Chino, de que Trashorras se lo contaba todo al inspector Manolón y de que Lamari vivía prácticamente rodeado de confidentes del CNI, empezando por el pintoresco Pollero y terminando por su chófer Alfallah que escapó tras conducirle al piso de Leganés y al que ahora se pretende dar por oportunamente inmolado como kamikaze en Irak.
Hay, claro está, una diferencia esencial: la Gunpowder Plot, espontánea o inducida, fue abortada justo a tiempo de que las únicas víctimas fueran los propios implicados y sus amigos, mientras que el 11-M, espontáneo o inducido, dejó tras de sí 192 cadáveres y sólo en su tan apocalíptico como inexplicable epílogo del piso de la calle de Martín Gaite engulliría a sus supuestos ejecutores.¿A alguien se le fue la mano o estaba todo concebido para que efectivamente desembocara en una tragedia de esa dimensión?
El fundamentalismo islámico es percibido en la España actual de modo equivalente a como se contemplaba el catolicismo militante en la Inglaterra isabelina que heredaba el primer Estuardo: un enemigo de motivaciones irracionales capaz de encontrar en su interpretación de la fe la coartada para las mayores atrocidades.En ese orden de cosas, la siempre misteriosa Al Qaeda vendría a desempeñar el mismo papel de vanguardia de choque que se le atribuía a la Compañía de Jesús a partir de su voto de obediencia al papado y de la justificación del tiranicidio por parte del padre Mariana, frente a la tradición erasmista que decía que el César debía ser respetado «aunque nos gobierne, no lo quiera el Cielo, el mismo Turco». Homologar a partir de ahí a Allekema Lamari con Guy Fawkes -el hombre de acción cuya presencia en el lugar de los hechos da credibilidad a la capacidad operativa de los terroristas- o a El Chino y El Tunecino con el captador de conspiradores Robert Catesby resulta bastante sencillo.
Quien te ha visto y quien te ve, Perico. De rodillas te has puesto cuando lo de Libia y ahora con lo de Siria.
La Conspiración de la Pólvora « Tribuna Libre
Transcripción y traducción de una entrevista a Webster Tarpley sobre La conspiración de la pólvora
He quitado el enlace porque lo han infectado de malware. Bueno, lo vuelvo a poner, quizá no pase nada si no descargáis la página
cons-polv
Edito, enero 2022.
Ya no es posible, tampoco ahí. Aquí tenéis qué fue ese falso atentado, tan falso que ni se produjo, bastó con la acusación, pruebas absurdas, un día de juicio y posterior ahorcamiento y descuartizamiento. Siglos celebrando la efeméride de persecución a los católicos, incluso hasta 1959 era delito no celebrarlo :
Un 'hacker' acusa a EE.UU. de utilizar a Anonymous para su ciberguerra "ilegal"
Lo de Anonymous es tan descarado que ni siquiera se cortan a la hora de usar la máscara de Guy Fawkes, un católico hispanófilo al que le atribuyeron el atentado de falsa bandera más rentable de la historia. Tan fue así que Gran Bretaña consolidó de una vez por todas el poder anglicano sobre una población católica, parece ser que todavía mayoritaria a pesar de Isabel I, y donde lo mismo que en el mundo de la religión del amor, tanto la autoridad política como religiosa quedaría unida, pasando en Inglaterra a manos del poder político, de la monarquía. No sin antes expoliar a la Iglesia, y a los campesinos de sus bienes comunales, dejando miles de muertos y millones de indigentes. Esa labor que empezó Enrique VIII se remató con ese atentado de falsa bandera,y de ahí que actualmente el 75% del territorio de Gran Bretaña esté en manos del 1% de la población, siendo la Casa Real la mayor terrateniente. De ese falso atentado les viene la riqueza a la aristocracia, que luego pactaría con la burguesía el control de la política. De ahí viene la famosa estabilidad del Reino Unido: del robo y de despreciar como nadie a las clases populares, incluso hoy en día, no hay más que ver la cantidad de hooligans que han estado exportando. Más o menos lo que ocurrió aquí en el XIX, solo que aquí no hubo persecución religiosa ni tanta concentración de poder.
Lo cuenta Pedro Jota (luego les pongo un enlace a una entrevista con Webster Tarpley, un gran historiador norteamericano)
Por Pedro J. Ramírez. Director de El Mundo (EL MUNDO, 05/03/06):
«Remember, remember, the fifth of November». En un tono parecido y a esa misma edad a la que en otros lugares les hablan del Hombre del Saco, a los escolares británicos les cuentan con este pareado, impregnado de terror y misterio, la llamada Conspiración de la Pólvora, cuyo cuarto centenario se conmemoraba hoy hace cuatro meses. Con este motivo, y en un lugar tan apropiado como la Torre de Londres, se han desplegado sendas exposiciones sobre los hechos concretos de 1605 y sobre la historia del terrorismo desde entonces hasta ahora, con referencia incluida a nuestro 11-M.
Lo que con tanta insistencia se insta a recordar es el momento providencial en que durante la noche de aquel 5 de noviembre la tenebrosa Gunpowder Plot fue desbaratada en los sótanos de la Cámara de los Lores. Se trataba de un plan para hacer volar por los aires al Rey Jaime I, a su esposa y a la mayor parte de su familia cuando, pocas horas después, asistieran a la inauguración del Parlamento. Y, de hecho, ese plan tenía su propio Hombre del Saco: un soldado de fortuna, de religión católica y vinculaciones proespañolas, llamado Guy Fawkes, a quien se había sorprendido ultimando la disposición de los barriles de pólvora y de la mecha que habría de consumar tan diabólico propósito.
Pero si él era su brazo armado, la conspiración también tenía su cerebro -un brillante y carismático personaje llamado Robert Catesby-, sus coordinadores e incluso su conexión con las altas esferas, a través de Thomas Percy, pariente de Lord Northumberland.Todos ellos sumaban a su catolicismo e hispanofilia la circunstancia de haber tenido relaciones con los jesuitas que, clandestinamente, seguían manteniendo la causa del papado en los círculos de la nobleza británica que no había seguido ni a Enrique VIII ni a Isabel I al nuevo redil de la Iglesia de Inglaterra.
Según la versión oficial, la Conspiración de la Pólvora fue desarticulada gracias a que pocos días antes, en un suburbio de Londres, un misterioso hombre corpulento había entregado una carta a un criado de Lord Monteagle -aristócrata considerado como tibio en la cuestión religiosa- en la que se le aconsejaba no acudir al Parlamento porque «Dios y el hombre se han conjurado para castigar la maldad de nuestro tiempo» y le convenía «retirarse al campo a esperar a salvo el acontecimiento».
Monteagle habría avisado ipso facto al primer ministro Robert Cecil y la maquinaria del Estado habría conseguido el resto.Pero subrayo lo de la versión oficial porque precisamente esta misiva, que ha pasado a la Historia como la carta oscura y dudosa, ha sido el hilo que ha conducido al ovillo a quienes sostienen que, en realidad, la verdadera Conspiración de la Pólvora no fue la de aquellos fanáticos católicos, incapaces a primera vista de organizar algo tan tremendo, sino la del propio Cecil para neutralizar a su rival Northumberland e imprimir un giro copernicano a la política de tolerancia que pretendía impulsar el Rey. «Me entristecería tener que castigar en sus cuerpos los errores de sus almas», había dicho Jaime I poco después de acceder al trono.
Esa disposición a la benevolencia quedó bloqueada por la difusión de los planes de los conjurados mediante hábiles piezas de propaganda como este grabado anónimo del propio 1606 que ha inspirado la ilustración de Ricardo Martínez de hoy. Se llegó incluso a decir que se había descubierto un túnel de largas dimensiones que los conspiradores habrían excavado durante meses para acceder a los sótanos del parlamento. ¿Cabe una imagen más siniestra que la de unos topos horadando implacablemente en el subsuelo mientras los londinenses dormían? Lástima que fuera completamente falsa.
Después de que los principales acusados, incluidos varios jesuitas ajenos a los hechos, fueran pasados a cuchillo en el momento de ser detenidos, descoyuntados en el potro de tortura o ejecutados en la horca -es decir, silenciados para siempre-, se desató una escalada de medidas represivas que dejaron secuelas en la vida pública británica hasta bien entrado el siglo XIX. Así, los católicos no podían ejercer como abogados, ser oficiales en el Ejército o en la Armada, ni siquiera servir como tutores o albaceas testamentarios.Durante un tiempo se les obligó a llevar sombreros de color rojo, remedando medidas que ya se habían adoptado en otros lugares contra los judíos.
Sin terminar de tomar partido por ninguna de las dos interpretaciones, la historiadora Antonia Fraser, esposa del último Nobel, Harold Pinter, subraya en el estudio más serio publicado el año pasado sobre la trama que la carta oscura y dudosa pudo muy bien ser fruto de la mano del propio Cecil y que Percy era un «agente provocador al que se le vio a menudo salir de la casa [del primer ministro] a las dos de la madrugada».
Por su parte Francis Edwards, editor y prologuista para la prestigiosa Folio Society de las memorias de uno de los jesuitas acusados que sobrevivió al huir de Inglaterra, sostiene que el propio Catesby pertenecía también a la red de espionaje de Cecil y que todo el planteamiento de la conjura para volar el parlamento era «absurdo» porque a los católicos no les podía convenir eliminar al primer monarca predispuesto a su favor en casi todo un siglo.Y añade: «Es cierto que a veces la gente hace cosas absurdas, pero hasta en la mayor parte de las locuras existe un método y eso no aparece por ninguna parte en esta versión de la conspiración».
Todo conduce, pues, a lo que contemporáneamente conocemos como la técnica de darle hilo a la cometa. Es decir, a la probabilidad de que el complot terrorista fuera alentado desde dentro del propio aparato del Estado que lo desbarató y rentabilizó. Exactamente la misma convicción a la que han ido llegando muchos españoles a medida que han ido enterándose de que El Tunecino tenía pegado a un confidente de la policía como Cartagena, de que Zouhier informaba a la Guardia Civil de los pasos clave de El Chino, de que Trashorras se lo contaba todo al inspector Manolón y de que Lamari vivía prácticamente rodeado de confidentes del CNI, empezando por el pintoresco Pollero y terminando por su chófer Alfallah que escapó tras conducirle al piso de Leganés y al que ahora se pretende dar por oportunamente inmolado como kamikaze en Irak.
Hay, claro está, una diferencia esencial: la Gunpowder Plot, espontánea o inducida, fue abortada justo a tiempo de que las únicas víctimas fueran los propios implicados y sus amigos, mientras que el 11-M, espontáneo o inducido, dejó tras de sí 192 cadáveres y sólo en su tan apocalíptico como inexplicable epílogo del piso de la calle de Martín Gaite engulliría a sus supuestos ejecutores.¿A alguien se le fue la mano o estaba todo concebido para que efectivamente desembocara en una tragedia de esa dimensión?
El fundamentalismo islámico es percibido en la España actual de modo equivalente a como se contemplaba el catolicismo militante en la Inglaterra isabelina que heredaba el primer Estuardo: un enemigo de motivaciones irracionales capaz de encontrar en su interpretación de la fe la coartada para las mayores atrocidades.En ese orden de cosas, la siempre misteriosa Al Qaeda vendría a desempeñar el mismo papel de vanguardia de choque que se le atribuía a la Compañía de Jesús a partir de su voto de obediencia al papado y de la justificación del tiranicidio por parte del padre Mariana, frente a la tradición erasmista que decía que el César debía ser respetado «aunque nos gobierne, no lo quiera el Cielo, el mismo Turco». Homologar a partir de ahí a Allekema Lamari con Guy Fawkes -el hombre de acción cuya presencia en el lugar de los hechos da credibilidad a la capacidad operativa de los terroristas- o a El Chino y El Tunecino con el captador de conspiradores Robert Catesby resulta bastante sencillo.
Quien te ha visto y quien te ve, Perico. De rodillas te has puesto cuando lo de Libia y ahora con lo de Siria.
La Conspiración de la Pólvora « Tribuna Libre
Transcripción y traducción de una entrevista a Webster Tarpley sobre La conspiración de la pólvora
He quitado el enlace porque lo han infectado de malware. Bueno, lo vuelvo a poner, quizá no pase nada si no descargáis la página
cons-polv
Edito, enero 2022.
Ya no es posible, tampoco ahí. Aquí tenéis qué fue ese falso atentado, tan falso que ni se produjo, bastó con la acusación, pruebas absurdas, un día de juicio y posterior ahorcamiento y descuartizamiento. Siglos celebrando la efeméride de persecución a los católicos, incluso hasta 1959 era delito no celebrarlo :
Guy Fawkes, The Gun Powder Plot & How False Flags Have Shaped History | We Are Change
Today, November 5th, is Guy Fawkes Day, also known as Gunpowder Day. In 2016 it’s the 411th anniversary of The Gunpowder Plot or Gunpowder Treason, as it was first called.
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