Portugal es España y sólo los avatares históricos, y sobre todo, la intervención de potencias enemigas, han impedido la reunificación, que es una tendencia obligada, transversal y centenaria desde los tiempos de la Reconquista, la política matrimonial de los Reyes Católicos, de los Austrias, de los Borbones (a finales del XVIII se seguía insistiendo en la posibilidad de unidad de ambas coronas por la vía matrimonial), llegando al iberismo izquierdista decimonónico; una fuerte cooperación lusoespañola se ha defendido siempre también por pensadores de derecha monárquica como António Sardinha.
A los fulastres que dicen que con la UE basta, les propongo que metan a veintiséis desconocidos a vivir en su casa, seguro que la relación con su mujer se mantiene plenamente funcional y productiva.
Una unidad peninsular posiciona a España en el rango de los 60 millones de habitantes, el de Francia e Italia, además de que se produce el cierre geoestratégico de la Península en toda su fachada oeste (quedaría únicamente la definitiva expulsión de los anglos de Gibraltar) y permite la unidad de toda la Macaronesia -codiciada por potencias extranjeras desde siempre- bajo un mando coordinado, la cual permite el control de medio océano. Provincias pobres españolas como las de Galicia, Extremadura, León, Zamora o la Andalucía fronteriza vivirían una oportunidad en los nuevos flujos este-oeste. Una conexión Lisboa-Madrid permite el lanzamiento de la villa y corte al Atlántico por un nuevo eje de desarrollo por explorar, aún virgen, el de la cuenca del Tajo.
Que estén agitando ese nombre ridículo de Iberolux, o que lo estén haciendo politicuchos de tres al cuarto, no quita la verdad de todo lo anterior.