hoy he leído el caso (secuestro) de Jaycee Lee Dugard; ya hace un poco de tiempo de eso, pero es que resulta interesante

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HISTORIASUn pedófilo la raptó, la sometió durante 18 años y tuvieron dos hijas: la terrorífica historia del secuestro más largo de los Estados Unidos
Jaycee Lee Dugard tenía 11 años y desapareció cuando caminaba hacia la parada de su transporte escolar en un apacible pueblo de California. Los autores, un matrimonio con antecedentes que durante casi dos décadas jamás fue investigado. La increíble liberación en 2009, el reencuentro con sus padres y la millonaria compensación que recibió por la negligencia de las autoridades
Carolina   Balbiani

Por
Carolina Balbiani
7 de Junio de 2021
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Jaycee Dugard en una imagen tomada poco antes de su secuestro en 1991, cuando tenía 11 años. Volvió a la casa de sus padres con 29 años y dos hijas


Terry y Carl Probyn deseaban una vida más tranquila para sus hijas, con menos exposición a la violencia y con más seguridad en las calles. Fue así como, en septiembre de 1990, dejaron Arcadia, una ciudad ubicada en las cercanías de Los Ángeles, en California, Estados Unidos, y se mudaron a un plácido pueblo rural llamado Meyer, al sur de Lake Tahoe. En ese entorno apacible creían que iban a encontrar la felicidad. Por otro lado, era el momento ideal del año para hacerlo porque Jaycee, que tenía 10 años, empezaría quinto grado allí.

La tranquilidad les duró nueve meses.



Viaje al infierno

Jaycee Lee Dugard nació el 3 de mayo de 1980
y era hija biológica de la pareja anterior de Terry, Ken Slayton, de quien se separó en 1979 después de una brevísima relación. Terry nunca le dijo a Ken que estaba embarazada.

Jaycee creció siendo muy tímida y apegada a su progenitora. Tenía una gran sonrisa que desnudaba unos simpáticos incisivos superiores separados y una cara angelical repleta de pecas, enmarcada por una cascada de pelo dorado.

Pasado un tiempo, Terry se casó con Carl Probyn con quien, en 1990, tuvo otra hija: Shayna. Convertidos en una familia de cuatro empezaron a fantasear con vivir en un sitio más amigable y terminaron por desembarcar en el idílico poblado de Meyer.

El lunes 10 de junio de 1991, Terry Dugard, que trabajaba en una imprenta, se fue temprano y apurada. Se le hacía tarde y olvidó darle a su hija mayor el clásico beso de todas las mañanas.

Jaycee salió un poco después. Tenía que caminar hasta donde la recogería el colectivo escolar. Llevaba puesto su equipo de ropa favorito, en tonos rosados. Cerró la puerta y comenzó a subir la cuesta en dirección contraria al tráfico, como le había enseñado por seguridad su progenitora, para llegar a la parada.

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Durante el tiempo en que Jaycee fue raptada, tuvo dos hijas con su captor. La primera cuando tenía apenas 14 años. La segunda nació tres años después. Las llamó Ángel y Starlet (Sacramento Bee/MCT)


Su perfecto mundo infantil se esfumaría en un par de segundos. Un auto gris, con una pareja dentro, aminoró su marcha y se le acercó. Ella creyó que estaban perdidos y que querían pedirle indicaciones. Se arrimó a la ventanilla. El hombre bajó el vidrio y, cuando Jaycee estuvo lo suficientemente cerca, sacó velozmente sus manos por la ventana y le disparó con una pistola paralizante. La descarga eléctrica la dejó aturdida. Jaycee tambaleó hacia unos pinos y cayó sobre las piñas. No entendía lo que estaba pasando y se hizo pis encima. Lo último que recuerda es que una de esas piñas se le incrustaba contra el cuerpo. Rápidamente la pareja la subió al asiento trastero del auto y la mujer se quedó atrás para ocuparse de mantenerla contra el piso. El hombre se ubicó frente al volante y se marcharon.

Carl Probyn, que estaba monitoreando a Jaycee desde la ventana del garaje, fue testigo del hecho. A la distancia vio a dos personas en un auto de mediano, posiblemente un Mercury Monarch, que se acercaron a Jaycee y llegó a ver que una mujer bajaba y la subía al vehículo que luego salió disparado haciendo un giro en U. Todo ocurrió muy cerca de la parada de ómnibus y ante la mirada atónita de otros chicos. Carl no lo pensó: se subió a su bicicleta e intentó perseguir al auto. Pedaleó con fuerza, pero le fue imposible alcanzarlo.

Cuando los pedófilos no son monitoreados

Apenas comenzada la investigación, como Jaycee no era muy cercana afectivamente a su padrastro, la policía puso a Carl Probyn en la mira. En la lista estaba, también, aquel padre biológico, Ken Slayton, quien no la había siquiera conocido. Probyn pasó todos los detectores de mentiras que le pusieron delante y Slayton rápidamente quedó descartado. A pesar de que la escena había sido presenciada por varios compañeros de Jaycee, que la policía tenía el modelo de auto y conocían con detalle la ropa que llevaba puesta la víctima, estaban con las manos vacías. No sabían por dónde empezar.

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Ken Slayton es el padre biológico de Jaycee. Cuando la secuestraron, desconocía ese vínculo. Y la policía, al enterarse del parentesco, lo tuvo como uno de los primeros sospechosos (David Livingston/Getty Images)


Se imprimieron carteles con la cara de la pequeña y la ciudad se llenó de cintas rosas, el tonalidad favorito de Jaycee. Sin embargo, el caso parecía estancado.

No intuían que el verdadero responsable estaba a poco más de dos horas de distancia y tenía frondosos antecedentes policiales por violación y secuestro. Las autoridades no fueron lo suficientemente agresivas con sus pesquisas.

En 1972, Phillip Greg Garrido (nacido en 1951) con solo 21 años abusó de una chica de 14. Tuvo la suerte de que la menor, muy asustada, no quisiera declarar en el juicio y terminó absuelto. Al año siguiente, Garrido se casó con Christine Murphy, una amiga de la universidad. Todo terminó cuando ella lo acusó de maltratarla. La mujer contó que cuando le planteó el divorcio, él optó por mantenerla secuestrada.

Sus agresiones continuaron. En 1976 se lo detuvo por el secuestro y violación de Katherine Callaway, una joven de 25 años que paró a recogerlo cuando él hacía dedo en la ruta. La obligó a dirigirse hasta un depósito en Reno, Nevada. En un galpón abandonado la violó durante ocho horas. Un oficial de policía notó el auto estacionado afuera del depósito y le llamó la atención ver que el candado de la puerta estaba roto. Bajó de su móvil y golpeó el portón. Le abrió, sorprendido, Phillip Garrido. Katherine reaccionó con rapidez y gritó desesperada pidiendo ayuda.

Garrido fue detenido.

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Foto del 27 de agosto de 2009 sacadas por policiales del Condado de El Dorado en California. Son Phillip y Nancy Garrido, quienes mantuvieron cautiva a una joven durante casi dos décadas (AFP PHOTO)


En 1976 la corte ordenó su evaluación psiquiátrica. Fue diagnosticado con “conducta sensual desviada y adicción a las drojas”. En la corte Garrido reconoció que solía ir a la puerta de colegios primarios y secundarios para querersese en su auto mientras miraba a las chicas llegar o salir de los establecimientos educativos.

En 1977 fue declarado culpable y enviado a la guandoca de Leavenworth, en Kansas. Su sentencia fue a 50 años, pero cumpliría menos de un cuarto de la condena. En la guandoca conoció a Nancy Bocanegra, que era la sobrina de otro convicto. En una de las visitas de Nancy a su tío terminaron coqueteando y poniéndose de novios. Se casaron el 5 de octubre de 1981 en la misma prisión.

El 22 de enero de 1988 Phillip Garrido obtuvo la libertad provisional, mucho antes de lo que debería, y se le permitió vivir en la casa de su progenitora que padecía demencia senil. Se instaló en Antioch, en el área de San Francisco. Supuestamente era monitoreado con una tobillera con GPS y los oficiales tenían que pasar a verlo periódicamente.

Esa liberación anticipada y la falta de controles fueron responsables directos de lo que ocurriría con Jaycee.

Cuando tuvo lugar el secuestro, ningún detective puso a Phillip y a Nancy dentro de su radar. A pesar del auto, la descripción de los testigos y de que el convicto tenía un denso legajo de pedofilia.

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Su familia jamás bajó los brazos. Fabricaron camisetas y buzos con su cara, imprimieron sellos de correo e hicieron del rosa, el tonalidad favorito de Jaycee, un signo de representación de la causa


Una pareja de pesadilla

Phillip Garrido era adicto a las metanfetaminas y era un fanático religioso que padecía delirios. Aseguraba ser “el elegido” para escuchar las voces de dioses y demonios en el mundo y proclamaba que salvaría al planeta. Al mismo tiempo, era un peligroso pederasta. Algunas de estas características eran sabidas por los psiquiatras de la prisión que lo habían medicado.

Nancy, también tenía sus perversiones y solo quería satisfacer a su marido. Era su amante y su cómplice. Lo ayudaba a acercarse a las víctimas. Iban a los parques donde Phillip tocaba la guitarra y Nancy simulaba filmarlo, pero lo que hacía en realidad era grabar a los niños de la zona para que él se deleitara después.

Según los psiquiatras que participaron de la investigación, Jaycee habría sido un “regalo” de Nancy a su esposo. El día del secuestro fue ella quien mantuvo a la niña sometida en el piso del coche. Jaycee se despertaba y volvía a caer en la inconsciencia. En esos momentos en los que estuvo despierta lo escuchó reírse y jactarse de lo que habían hecho. El viaje en auto hasta la casa de Phillip Garrido (40 años en ese entonces) en Antioch, a 240 kilómetros de allí, duró casi tres horas. Jaycee habló solo una vez: dijo que sus padres no tenían dinero para pagar un rescate.

Cuando llegaron al lugar Garrido la hizo bajar y caminar. Jaycee sintió el pasto bajo sus pies. Garrido le tiró una manta sobre la cabeza, no quería que nadie la viera. Una vez dentro fue obligada a desnudarse (Jaycee logró esconder un anillo con la forma de una mariposa que mantuvo con ella los 18 años que duró su cautiverio). Phillip le preguntó si había visto alguna vez a algún hombre desnudo y le mostró su miembro viril. Insistió que lo sujetara con su mano. Luego, la obligó a ducharse con él.

Así, con la pequeña víctima esposada, empezaron los abusos. En la primera violación él le dijo que sería rápido y que iba a ser mejor que no se resistiera, sino se pondría agresivo. “Me abre las piernas con fuerza… siento como que me va a dividir en dos de tanto estirarme. Creo que eso me va a perforar el estómago…”, relató la víctima años después en sus memorias.

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El patio trastero de la casa del Phillip Garrido en una fotografía del 28 de agosto de 2009 en Antioch, California. Jaycee Lee Dugard se vio obligada a vivir en carpas y cobertizos con dos de sus hijos que fueron engendrados por su abusador (Justin Sullivan/Getty Images)


Phillip le advirtió que no gritara y que escapar no le serviría de nada porque afuera había varios perros Doberman, muy feroces, que la atacarían si lo intentaba.

Jaycee fue confinada en un espacio insonorizado, en el jardín trastero de la casa de los Garrido, donde había galpones, contenedores y un par de carpas. Ese primer día Jaycee sintió como Garrido cerró primero una puerta con llave y, luego, otra más. Intentó no llorar porque esposada no podría secarse las lágrimas. A lo lejos, escuchó un tren y pasar aviones. Se sentía tremendamente sola.

Durante toda la primera semana estuvo esposada. Phillip Garrido, su único contacto, la trasladó días después a una habitación con una cama y la esposó a los barrotes de la cabecera. Luego, le llevó una televisión, pero solo podía ver el canal QVC que no pasaba noticias.

Phillip Garrido se presentaba con frecuencia para violarla y contarle disparatadas historias. También le llevaba comida rápida y milkshakes. Dependía de él incluso para ir al baño… que no era un baño precisamente sino un balde. Tampoco tenía cepillo de dientes ni de pelo.

Jaycee desconocía lo que era un abuso sensual. Jamás había escuchado hablar del tema. Ahora su vida se había convertido en violaciones, abusos, amenazas y pedidos de disculpas. Era su nueva y espantosa existencia. ¡Y no sospechaba lo larga que resultaría! Jaycee estaba sumida en una profunda confusión. A tal punto que, en un momento, comenzó a pensar que ya nadie se acordaba de ella y que su familia había dejado de buscarla. Ese pensamiento la angustió de una manera terrible.

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Vivir en cautiverio

Un tiempo después Garrido la mudó a un espacio más grande. Le decía que los demonios y ángeles lo dejaban tenerla y que ella debía ayudarlo con sus problemas sensuales porque la sociedad lo había ignorado. Le explicó que, si ella lo hacía, él no tendría que buscar a otras chicas. Jaycee estaba así salvando a esas jóvenes desconocidas. Hoy, está convencida de que fue realmente así.

Garrido tomaba anfetaminas y obligaba a Jaycee a maquillarse y a vestirse como una cortesana. Era una esclava sensual. También la obligaba a mirar revistas y películas pronográficas y le pedía que escuchara las voces que, él decía, salían de las paredes. Para que ella no intentara ninguna tontería, él solía dejar a la vista la pistola paralizante. Cuando se enojaba la amenazaba. Le gritaba que la vendería a una gente que la iba a poner dentro de una caja. Eso la aterraba. Pero luego Garrido le pedía perdón.

El escenario era enloquecedor para una chica que solo tenía 11 años y que había vivido protegida por su familia hasta el día del secuestro. Jaycee, encerrada, devoraba televisión. En el programa ¿Quién es el jefe?, descubrió a la actriz Alyssa Milano. Decidió tomar su nombre porque sus captores no le permitían usar el suyo. De ahora en más sería Alyssa.

Otra de sus series favoritas era La doctora Quinn, protagonizada por Jane Seymour. Irónicamente, fue gracias a esa serie que aprendió cómo eran los partos y la crianza de los bebés. Serían lecciones vitales para la próxima etapa de su vida.

Parir a solas

El 3 de abril de 1994, Domingo de Pascua, los Garrido le dieron por primera vez a Jaycee comida elaborada y le permitieron ver otros canales de televisión. Fue como una ceremonia para informarle que estaba embarazada. Con 13 años tenía un embarazo de cuatro meses y medio. Poco tiempo antes, Jaycee había entendido mirando televisión que el sesso y la concepción estaban interrelacionados.

Tuvo a su primera hija sin ayuda de nadie y con el único conocimiento que le había proporcionado la pantalla chica. El 18 de agosto de 1994, con 14 años entró en trabajo de parto. Fueron horas y horas de dolor. Cuando las cosas se complicaron, apareció Garrido que introdujo su mano y se las ingenió para desenrollar el cordón del cuello de la bebé en camino. Finalmente, nació y Jaycee la llamó Ángel. Por primera vez en su nueva vida, Jaycee no se sintió sola. “Era mía”, dijo llorando, en 2011, a la famosa periodista Diane Sawyer que la entrevistaba para su programa de la cadena ABC, “Sentí que, a partir de entonces, no volvería a estar sola nunca más”. La obligación de cuidar de otra persona fue lo que la mantuvo estable emocionalmente. Según Jaycee, Phillip Garrido le prometió que no le haría daño a la bebé.
 

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