Hilo de la muralla, la curva espumosa de las olas balanceaba una ringla de cadáveres. Vientres inflados, livideces tumefactas. Algunos prisioneros, con grito de motín, trepaban al baluarte. Las olas mecían los cadáveres ciñéndolos al costado de la muralla, y el cielo alto, llameante, cobijaba un astroso vuelo de zopilotes, en la cruel indiferencia de su turquesa. El preso que ponía remiendos en la frazada de su camstro quebró el hilo, y con la hebra en el bezo murmuró leperón y sarcástico:
_¡Los chingados tiburones ya se aburren de tanta carne revolucionaria , y todavía no se stisface el ca brón Banderas! ¡querida progenitora!
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Nachito se aleló de espanto:
-¿Son náufragos?
El viejo de la frazada le miró despreciándole:
-Son los compañeros recién ultimados en Foso-Palmitos.
Interrogó el estudiante:
-¿No se les enterraba?
-¡Qué va! Se les tiraba al mar. Pero visto cómo a los tiburones ya les estomaga la carne revolucionaria, tendrán que darnos tierra a los que estamos esperando vez.
-¿Es de fin su sentencia, mi viejo?
-¿Pues conoce otra penalidad más clemente el Tigre de Zamalpoa? ¡De fin! ¡Yo no me arrugo ni me rajo! ¡Abajo el Tirano!
Tirano Banderas.
Ramón del Valle-Inclán.