Tal como he explicado, la sentencia del Tribunal de Luxemburgo podrá ser discutida, pero no es una aberración y, en el fondo, lo que dice es muy sensato; pero también hay que reconocer que es extraordinariamente dura en las formas. Podría haber dicho lo mismo de otra manera, de una manera que tradujera cierta empatía con el Tribunal Supremo español, una empatía que está completamente ausente y que se nota, por ejemplo, en que no haya entrado para nada en una cuestión que estaba en el fondo de la cuestión planteada por el Tribunal Supremo: el fracaso de la euroorden como mecanismo que podría haber garantizado que el Sr. Junqueras pudiera haberse desplazado a otro país europeo sin el temor de que huyera y ya no pudiera volver a estar a disposición de la justicia española; un fracaso que el Tribunal Supremo conecta con su negativa a autorizar el desplazamiento del Sr. Junqueras a Estrasburdo para tomar posesión como eurodiputado. Como digo, esa empatía con el Tribunal Supremo español está completamente ausente. ¿Por qué?
Creo que es sencillo: no podemos esperar que el Tribunal de Luxemburgo trate como delincuentes a quienes son clave para la constitución del próximo gobierno de España y que están siendo permanentemente blanqueados por el partido que ha ganado las últimas elecciones.