Hoy volviendo a casa daba ganas de echarse a llorar. Vivo en Gracia, un barrio de Barcelona tipo Malasaña de Madrid, con mucho bar y restaurante y siempre de moda. Ver que un sábado por la noche está casi todo cerrado, sin ni siquiera ofrecer servicio para llevar, y los pocos negocios que se atreven a subir persiana están a verlas venir, con sus propietarios mirando a la calle con cara de susto, a la espera de que alguien entre a pedir algo... Se te parte el corazón. Yo he pedido cena en un restaurante al que me gusta ir a hacer vermut los domingos y casi era como si le salvara la vida al dueño, hasta sabía mal pedir tan poco.
Y hablo de un barrio medio pijo con un poder adquisitivo decente: el panorama en otras zonas de Barcelona tiene que ser absolutamente dantesco. Me temo que se nos viene una ola de miseria que no la podemos ni concebir. Si finalmente volvemos al confinamiento domiciliario no sé si salvaremos la Navidad como pretenden, pero 2021 apesta ya a cementerio.
Y sí, es verdad que la hostelería en general ha hecho mal muchas cosas, presionando para mantener los aforos más altos de lo recomendado y hasta saltándoselos, pero también habrá gente honrada y pensar que cuando pase esto muchos de esos bares y restaurantes a los que íbamos ya no sobrevivirán... No sé, da mucha pena.
Hoy estoy optimista como veis.