Hilo de grandes marinos de España

Yo no tengo ni idea...

44) Iñigo de Artieta, el corsario vasco

Iñigo de Artieta, nace a mediados del siglo XV. Nuestro protagonista fue marinero/armador, comerciante, militar y corsario español en el periodo que se estaba forjando el "imperio donde no se ponía el sol".

tww2V5bD_400x400.jpg


Procedía de una familia de mercaderes del siglo XV de la villa de Lequeitio, Vizcaya, País Vasco. Era hijo de Nicolás Ibáñez de Artieta, marino, armador y comerciante. Fueron sus hermanos, Juan Nicolás de Artieta, alcalde de Lequeitio, Francisco de Artieta, preboste de la villa de Tabira de Durango, y María de Meceta, esposa de Juan Pérez de Landa, propietario de una torre, en la actualidad el Palacio Uriarte. Casado con Marina de Arriaga, tuvo al menos un hijo llamado Juan Nicolás de Artieta.

Armador

En 1476 preparó una flota militar, capitaneada por Charles de Valera, para luchar contra los barcos portugueses que traían oro y esclavos de sus posesiones en la Guinea. Para ello se fletaron 12 embarcaciones (3 naves vizcainas y 9 carabelas andaluzas), una carabela vizcaina era propiedad de Iñigo de Artieta e iba comandada por Antón Martínez Nieto.La actuación de ésta flota contra los intereses de Portugal en África fue decisiva a la hora de firmar el "Tratado de Alcaçovas" en 1479, por lo cual se ponía fin a la guerra de sucesión al trono de Castilla y se reparten los territorios del Atlántico entre los dos países (para Portugal la posesiones de Guinea, Maderia, Azores, Cabo Verde y para Castilla la soberanía sobre las Islas Canarias).

Estos enfrentamientos entre Castilla y Portugal se debían a varias causas, una de ellas era la sucesión al trono de Castilla, y otra, la pugna que mantenían ambas partes por el comercio de Guinea, por la monopolización que de la ruta de África.

En 1477, Iñigo participó como armador con su carabela Santa Maria Magdalena en una nueva flota militar con destino a Guinea para la guerra de Portugal, la nave fue fletada por el doctor Rodriguez Lilo, del Consejo de su Majestad, cumpliendo órdenes del militar Alonso Fernández de Lugo.

Comerciante y corsario

Entre los años 1477 y 1498 sus barcos actuaron en el Mediterráneo, uniendo comercialmente la Península Ibérica con las islas Baleares y estas con Italia y Sicilia.

Durante estos viajes por el Mediterráneo se dedico también al corso e hizo varios apresamientos de naves.

En este periodo Génova era enemiga de España, pero ni siquiera entonces los vizcainos dejaban de negociar con los genoveses. En una ocasión, en 1482, Iñigo de Artieta cargaba su nao ( en castellano durante los siglos XIV-XV-XVI y XVII se utiliza esta acepción generica de nave o barco, sobre todo las embarcaciones dotadas de cubierta y velas pero sin remos) en el puerto de Palermo con paños de comerciantes genoveses, cuando tuvo que enfrentarse a Luis de Pexo (Luis Pejón) que trataba de impedir la transacción por comerciar con enemigos de la Corona Española. En la pelea Artieta se apoderó del barco de Pexo, pero fue juzgado por ello y obligado a pagar 1.000 ducados a Luis de Pexo.

Hacia 1487 Artieta recibió una carta de los Reyes Católicos acusándole de haber asaltado y robado en un barco propiedad del Rey de Nápoles en el puerto de Otranto, le reclamaban 60.000 ducados, Iñigo se defendió diciendo que el suceso había sido en la costa de Tarento, y el barco era propieda del de la religión del amor Cide Amed. Por este suceso sus bienes,incluida su nao, fueron embargados por los hombres buenos del Concejo de Lekeitio. Casos como este se pueden encontrar varios entre los corsarios y piratas de la época.

Se concedió a Iñigo de Artieta, en 1491, un permiso para construir una carraca (eran navíos de vela redonda de alto bordo especializados en el transporte de grandes cargas en travesías largas durante el siglo XII hasta el siglo XVI), para lo cual sus Majestades despacharon una carta por la que se instaba al Corregidor a que no se le cobrase ningún impuesto ni sufriese ningún daño por la construcción de la mencionada carraca en Laida. Los Reyes Católicos daban estas facilidades a los armadores para incentivar la construcción de barcos que, cuando fuese necesario formar una armada, pondrían los armadores a su disposición. Los reyes venían otorgando privilegios a los armadores que construyeran naves cada vez más grandes. Así, en 1436 premiaban los barcos de más de 600 toneles de capacidad; de hecho un documento atestigua esta ayuda de los Reyes a Iñigo de Artieta, dada el 1 de julio de 1503, por una nave de 900 toneles construida en Lequeitio.

La Armada de Vizcaya

Tras el descubrimiento de América, la rivalidad entre España y Portugal es mayor. Ante una posible acción hostil del monarca Juan II de Portugal, los Reyes Católicos encargaron que se organizase una armada oceánica, cuya misión principal era proteger la navegación castellana, tanto en el Estrecho como en las costas atlánticas, así como frenar a los navíos portugueses en la pugna por el control de la ruta al nuevo mundo descubierto que mantenían ambas coronas. Era la denominada ARMADA DE VIZCAYA.

A finales de junio, Iñigo de Artieta fue nombrado por los Reyes Católicos Capitán General de esta armada, que fue reunida en Bermeo, partiría el 22 de julio de 1493 hacia Cádiz, llegando antes del 4 de agosto. La flota estaba compuesta por una carraca propiedad de Iñigo de Artieta, una nao mayor, dos naos medianas y una nao menor. A ellas hay que sumar una pequeña carabela (es una embarcación a vela ligera usada en viajes oceánicos entre los siglos XV y XVI en Portugal y España), proporcionada por Iñigo de Artieta, mandada por Sancho López de Ugarte, para ayuda de la carraca en tareas de enlace y exploración, con aforo de 50 toneles.

La carraca estaba tasada en 1.000 toneles (el tonel era la medida generalizada entre los vizcaínos y su equivalencia de 10 toneles igual a 12 toneladas) y contaba con una tripulación de 300 hombres que en su mayoría procedían de Lequeitio, de los cuales 100 eran marineros y 200 hombres de armas (entre los que se contarían un piloto, un capellán, un cirujano, 14 grumetes entre los marineros, 21 pajes entre los hombres de armas y 4 trompetas), así como más de 100 piezas de artillería.

Se consideraba que la misión de esta armada sería dar escolta a las naves de Cristóbal Colón desde su salida de Cádiz hasta que estuviesen bien adentradas en el océano, para protegerlas de ataques portugueses, y estuvieran preparadas para dirigirse hacia las tierras descubiertas. Sin embargo, en agosto de 1493, al conocer los reyes por Colón que las naves portuguesas no iban a hacerse a la mar, fue enviada para trasladar al rey Boabdil y su corte de Adra hacia las costas africanas. Granada había caído tras ocho meses de asedio, los Reyes Católicos entraron en la ciudad el 2 de enero de 1492.

A su regreso una Carta Real, del 29 de diciembre de 1493, ordena al Capitán General de la Armada de Vizcaya, don Iñigo de Artieta, organizar el transporte del ejército expedicionario para la "conquista de Tenerife".

Encontraremos a la Armada en el Estrecho en junio de 1494, donde aprovechaban el paso de embarcaciones para asaltarlas, ésto motivo la intervención de la Corona. Se ordenó a las tripulaciones permanecer en Cádiz y respetar a los navíos portugueses.

Tordesillas.png

Reparto del Mundo tras el Tratado de Tordesillas

Portugal y España firmaran el "Tratado de Tordesillas" (7 de junio de 1494), como consecuencia, se decide licenciar a la Armada de Vizcaya, recibirán su paga al no ser necesarios ya sus servicios a la Corona. Se volverá a contratar a la Armada debido a los ataques turcos en Sicilia y Nápoles, ese mismo año partira rumbo a Sicilia. La nueva expedición de Iñigo de Artieta, al mando de la Armada de Vizcaya, debia unirse a otras 20 naves atracadas en Sicilia, bajo las órdenes de Garcerán de Requesens, Capitan General de la Armada de Sicilia. Participaran en el "Bloqueo de Gaeta" logrando que sus enemigos no pudiesen recibir alimentos por mar.

Por estos servicios, la Corona concederá a Iñigo de Artieta una "merced real para cuatro lanzas mareantes". Este tipo de privilegios o merced la recibían las personas que habían realizado un trabajo provechoso para los reyes o el estado. El lugar de procedencia de Iñigo de Artieta, el Señorio de Vizcaya, suponía la exclusiva finalidad servia al Estado con armamento en proporción a la cuantía de la concesión, es decir, el beneficiario de dicha merced pagaba con ella un número establecido de lanzas o ballesteros que eran los que se encargaban de combatir por él cuando el rey convocaba a las armas. Todas las lanzas y ballesteros que se concedían en Vizcaya eran mareantes (marineros), cuya obligación era servir a la Armada.

Tras este hecho no conocemos más del capitán y corsario Iñigo de Artieta, excepto que en 1503, contrato con las monjas dominicas de Lekeitio, la cesión de 8.600 maravedies que dijo recibir de los Reyes Católicos, destinando 6000 para una capellanía (se celebraría una misa diaria por su alma) y los otros 2.600 para que la comunidad religiosa construyese una capilla, para que él y sus sucesores fueran sepultados en ella. Murió alrededor de 1510 y fue enterrado en dicha capilla.

El Reto del Bardo: Iñigo de Artieta: un corsario español
 
Última edición:
45) Juan Sebastián Elcano, "Primus circumdedisti me"

Juan Sebastián Elcano (Guetaria, c. 1476-Océano Pacífico, 4 de agosto de 1526) fue un marino español que completó la primera vuelta a la Tierra en la expedición de Magallanes-Elcano, quedando al frente de la expedición tras la fin de Fernando de Magallanes.

elcano.jpg


Orígenes

Juan Sebastián Elcano nació en una fecha desconocida, probablemente hacia 1476, en la villa de Guetaria, provincia de Guipúzcoa (en aquella época territorio de la Corona de Castilla). No hay grandes dudas sobre la localidad de nacimiento del famoso marino, ya que el propio Juan Sebastián Elcano hizo mención en su testamento a su localidad natal. La tradición local dice que nació en una casa-torre ya desaparecida que se ubicaba en un solar de la calle de San Roque del Casco Viejo de esta localidad. Una placa cerca del lugar conmemora este supuesto hecho.

Sus padres fueron Domingo Sebastián de Elcano y Catalina del Puerto. Se cree que Juan Sebastián pertenecía a una familia de pescadores y marinos acomodados, que contaban con casa y embarcación propia. Primogénito de nueve hermanos, se conocen datos biográficos de algunos de ellos. Domingo, llamado como el padre, fue sacerdote y párroco de Guetaria. Martín Pérez, Antón Martín y Ochoa Martín fueron marineros como Juan Sebastián y tomaron parte con él en la expedición de García Jofre de Loaísa. Martín Pérez fue piloto de una de las naves de esta expedición. Tuvo también una media hermana, María, hija ilegítima de su padre. Su progenitora Catalina sobreviviría a la fin de Juan Sebastián, ya que este la mencionó como heredera en su testamento.

Sobre su apellido, este ha sido transcrito de diversas formas; como «Elcano», «de Elcano», «de El Cano» o «del Cano». En muchos documentos antiguos se le nombró como «Juan Sebastián del Cano», lo que ha dado lugar a dudas sobre su apellido real. Sin embargo, la versión más extendida es la que debido a su lugar de nacimiento considera que si no el propio Juan Sebastián, sí al menos su familia paterna era oriunda de Elcano, un lugar cercano a Guetaria, de donde provendría el apellido. Elcano (Elkano en euskera) es un modesto barrio de caseríos que en la actualidad está dividido entre los municipios de Zarauz y Aya, situado en el límite de ambos junto con Guetaria, del que se encuentra a tan solo ocho kilómetros. «Del Cano» sería un error de transcripción o una castellanización de su apellido original al añadirle la preposición «de» como era usual en aquella época y confundirlo con el mucho más habitual apellido Cano. En tiempos contemporáneos se ha extendido también la grafía «Elkano», según la ortografía moderna del euskera. Sobre su familia materna, parece que esta era oriunda del propio puerto de Guetaria.

Antes de su participación en la expedición de Magallanes

Desde muy joven, se enroló en barcos pesqueros y comerciales, por lo que adquirió gran experiencia marinera. Hacia 1509 contaba con una nave de doscientas toneladas con la que tomó parte en la expedición militar contra Argel, que fue dirigida por el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros. Posteriormente tomó parte en otra campaña en Italia, esta vez a las órdenes del Gran Capitán.

Durante esta última campaña, Elcano hubo de hipotecar su nave a unos mercaderes saboyanos para poder pagar los sueldos que adeudaba a su tripulación, que había amenazado con amotinarse. El navegante vasco esperaba la llegada de la compensación económica que le debía la Corona por los servicios prestados en la campaña militar de Italia, pero esta no acabó de llegar, por lo que, viéndose incapaz de saldar su deuda en plazo, se vio obligado a entregar su nave a los saboyanos. Al hacer esto Elcano incurrió en un delito, ya que una ley vigente en la época prohibía vender embarcaciones armadas a extranjeros en tiempos de guerra. Perseguido por la justicia y arruinado Elcano se vio envuelto en una situación casi desesperada.

Primera circunnavegación del globo

Preparativos de la expedición


Hacia 1518 o 1519 se estableció en Sevilla, donde tuvo conocimiento del proyecto que estaba preparando el marino portugués Fernando de Magallanes, para descubrir una ruta a las Indias Orientales por occidente, a través de un paso o estrecho por el sur de América, que llevara a las islas de las especias (las Molucas) sin necesidad de bordear el continente africano ni atravesar dominios portugueses. La expedición de Magallanes tenía gran dificultad para reclutar tripulación por lo incierto del viaje, por lo que esta se formó en buena medida con desesperados, deudores y forajidos de la justicia como el propio Elcano.

Fue así como en 1519 Elcano se alistó en la expedición de Magallanes. Su experiencia de hombre de mar le valió un cargo relativamente importante en la expedición; fue nombrado maestre (segundo de a bordo) de la nao Concepción, una de las cinco que componían la escuadra. Su capitán era Gaspar de Quesada y el piloto, el portugués Juan López de Carvalho.

Inicio del viaje

Esta había comenzado en Sevilla el 10 de agosto de 1519, fecha en que fue anunciada la partida de la escuadra de cinco naves, capitaneada por Fernando de Magallanes (o, de acuerdo con su nombre portugués, Fernão de Magalhães), descendiendo por el Guadalquivir hasta llegar a Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), puerto que da al océano Atlántico. Durante las siguientes semanas, se acabó de avituallar la escuadra y se resolvieron otros asuntos, mientras el propio Magallanes otorgó testamento en Sevilla el 24 de agosto.

El 20 de septiembre la expedición dejó Sanlúcar de Barrameda, después de partir desde Sevilla, con la intención de encontrar el paso marítimo hacia los territorios de las Indias Orientales y buscar el camino que, recorriendo siempre mares castellanos (según el Tratado de Tordesillas), llegase a las islas de las Especias, lo que era la llamada ruta hacia el oeste, que ya había buscado Cristóbal Colón.

1200px-Magellan_Elcano_Circumnavigation-es.svg.png


Llegada a las Molucas

La expedición estuvo plagada de contratiempos y dificultades. Tras la fin de Magallanes en Filipinas, en 1521, durante una escaramuza con los indígenas, fue elegido jefe de la expedición Gonzalo Gómez de Espinosa y al frente de la nao Victoria se puso de capitán Juan Sebastián Elcano. Tras arribar a las islas Molucas, objetivo del viaje, se emprendió el regreso a España.

Elcano toma el mando de la expedición

La Trinidad navegaba mal y se quedó en el puerto de Tidore para ser reparada y volver por el Pacífico hasta Panamá. Elcano toma finalmente el mando de la expedición de regreso. Tenía el problema de volver a España con lo que quedaba de la expedición, sin conocer el camino de vuelta por el Pacífico, y parecía una locura intentarlo, por lo que eligió navegar por los mares portugueses hacia el oeste, bordeando África por rutas conocidas y con posibilidades de hacer aguadas.

Llegada a España

Tras atravesar el océano Índico y dar la vuelta a África, completó la primera circunnavegación del globo, consiguiendo llevar a término la expedición y llegar al puerto de partida, Sevilla, el 8 de septiembre de 1522 en la nao Victoria, junto con otros 17 supervivientes, lo que suponía el logro de una imponente hazaña para la época.

Elcano, deseoso de llegar a Sevilla, apenas se detuvo en Sanlúcar de Barrameda. El mismo día de la llegada tomó a su servicio un barco para remolcar la Victoria por el Guadalquivir hasta Sevilla, por el mal estado en que se encontraba la nave. Los oficiales de la Casa de la Contratación de Indias de Sevilla prepararon una lancha con 12 remos, cargada de provisiones frescas, en el muelle esperaban las autoridades de la ciudad y los miembros de la Casa de la Contratación en pleno, junto a un numeroso público que contemplaba la llegada de la desvencijada nave.

Gracias a la Providencia, el sábado 6 de septiembre de 1522 entramos en la bahía de San Lúcar... Desde que habíamos partido de la bahía de San Lúcar hasta que regresamos a ella recorrimos, según nuestra cuenta, más de catorce mil cuatrocientas sesenta leguas, y dimos la vuelta al mundo entero, ... El lunes 8 de septiembre largamos el ancla cerca del muelle de Sevilla, y descargamos toda nuestra artillería.

Antonio Pigafetta. Relación del primer viaje alrededor del mundo.

340px-Coat_of_Arms_of_Juan_Sebastián_Elcano_A-71.svg.png

Escudo de armas de Juan Sebastián Elcano.

Elcano solicitó al rey Carlos I de España por su gesta el hábito de caballero de la Orden de Santiago (el mismo que tenía Magallanes), la Capitanía Mayor de la Armada y un permiso para poder llevar armas, pero estos honores le fueron denegados a través de su secretario Francisco de los Cobos; sin embargo, el rey le concedió una renta anual de quinientos ducados, una suma realmente importante, y, como escudo, una esfera del mundo con la leyenda en latín: «PRIMUS CIRCUMDEDISTI ME»(«El primero me circundaste»).

En 2017 el Archivo Histórico de Euskadi dio a conocer una carta de Elcano a Carlos I, con las demandas por su proeza. El documento es interesante por ser el único manuscrito escrito a mano que se conoce del navegante, y que da bastante información sobre su personalidad (entre otras curiosidades, tuteó al rey). También se incluye la respuesta del rey, que poco concedió de lo pedido excepto una generosa pensión de por vida.

Segunda expedición a las Molucas

Tras otorgar testamento el 26 de julio, murió de escorbuto el 4 de agosto de 1526 a bordo de la nao Santa María de la Victoria cuando participaba en la expedición de García Jofre de Loaísa a las islas Molucas. En esos momentos, entre los testigos que firmaron su testamento estaba otro célebre marino español, Andrés de Urdaneta.

El buque escuela de la Armada Española Juan Sebastián Elcano lleva su nombre, en honor a su destacado papel en la primera circunnavegación de la Tierra.

187px-Juan_Sebastián_Elcano_%28R._Bellver%29_Guetaria_01.jpg

Estatua en Guetaria, obra del escultor Ricardo Bellver (1881).

Elcano, Juan Sebastian Biografia - Todoavante.es

Expedición de Magallanes-Elcano - Wikipedia, la enciclopedia libre

La nao Victoria de Elcano que dio la vuelta al mundo era una carraca artesanal cantábrica
 
Última edición:
46) Miguel López de Legazpi, "El Adelantado"

Miguel López de Legazpi (Zumárraga, Guipúzcoa, ¿1503?-Manila, Filipinas, 20 de agosto de 1572), conocido como «el Adelantado» y «el Viejo», fue un almirante español del siglo XVI, primer gobernador de la Capitanía General de las Filipinas y fundador de las ciudades de Cebú (1565) y Manila (1571).

266px-Miguel_López_de_Legazpi%2C_en_La_Hormiga_de_Oro.jpg


Inicios

Miguel López de Legazpi nació en la localidad guipuzcoana de Zumárraga, España, con dudas sobre el año de nacimiento, que podría ser 1502, 1503, 1504, 1505 o incluso 1510, y murió en Manila, Filipinas, el 20 de agosto de 1572. Proveniente de una familia de la pequeña nobleza guipuzcoana, con el título de hidalgo, fue el segundo hijo de Juan Martínez López de Legazpi y Elvira de Gurruchategui. Su casa natal, denominada Jauregi Haundia (el Palacio grande en euskera), pero mucho más conocida como Legazpi dorretxea (Casa-Torre Legazpi), se conserva en Zumárraga.

Su padre luchó en Italia y en Navarra con las tropas de la corona de Castilla. Legazpi realizó estudios de letrado y eso le valió para ocupar el cargo de concejal en el Ayuntamiento de Zumárraga en 1526, y al año siguiente el de escribano en la Alcaldía Mayor de Areria (Guipúzcoa), que ocupó a la fin de su padre y en la que fue confirmado por el rey el 12 de abril de 1527. El virrey de México, Luis de Velasco, lo define en una de sus cartas como hijohidalgo notorio de la casa de Lezcano.

Viaje a México

En 1545 se trasladó a México, donde vivió durante veinte años. Ocupó diversos cargos en la administración del virreinato de Nueva España; fue Escribano Mayor en 1551 y Alcalde Mayor de la ciudad de México en 1559, treinta y ocho años después de su conquista. Antes había trabajado en la Casa de la Moneda en puestos de responsabilidad.

Se casó con Isabel Garcés, hermana del obispo de Tlaxcala Julián Garcés, y de dicha unión nacieron nueve hijos (cuatro varones y cinco mujeres). En treinta y seis años de estancia en Nueva España (de 1528 a 1564) reunió una importante fortuna.

La casa de Legazpi en la capital azteca fue una de las principales y a ella acudían muchos recién llegados de España para solicitar ayuda y consejo. Su hijo Melchor define de esta manera la casa de su padre en una carta dirigida al Rey:

muchos hidalgos y caballeros pobres que iban de estos reinos iban sin conocerle a su casa por la antigua costumbre que de siempre en ella hubo y porque a las personas tales siempre en ella se les dio de comer y vestir y lo necesario. Lo cual ha sido cosa muy notoria y sabida en todo aquel reino.

Las expediciones anteriores no habían logrado realizar la ruta de vuelta por el Gran Golfo, que era como se llamaba entonces al Pacífico hasta México. Felipe II determinó que había que explorar la ruta desde México a las islas Molucas y encargó la expedición de dos naves a Luis de Velasco, segundo virrey de Nueva España, y al fraile agustino Andrés de Urdaneta, que era familiar de López de Legazpi, que ya había viajado por esos mares. La carta en la que el rey pide a Urdaneta que se sume a la expedición dice así:

El rey: Devoto Padre Fray Andrés de Urdaneta, de la orden de Sant Agustín: Yo he sido informado que vos siendo seglar fuisteis en el Armada de Loaysa y pasasteis al estrecho de Magallanes y a la Espacería, donde estuvisteis ocho años en nuestro servicio. Y porque ahora Nos hemos encargado a Don Luis de Velasco, nuestro Virrey de esa Nueva España, que envíe dos navíos al descubrimiento de las islas del Poniente, hacia los Malucos, y les ordene los que han de hacer conforme a la instrucción que es le ha enviado; y porque según de mucha noticia que diz que tenéis de las cosas de aquella tierra y entender, como entendéis bien, la navegación della y ser buen cosmógrafo, sería de gran efecto que vos fuesedes en dichos navíos, así para toca la dicha navegación como para servicio de Dios Nuestro Señor y y nuestro. Yo vos ruego y encargo que vais en dichos navíos y hagáis lo que por el dicho Virrey os fuere ordenado, que además del servicio que hareis a Nuestro Señor yo seré muy servido, y mandaré tener cuenta con ello para que recibáis merced en hobiere lugar.

De Valladolid a 24 de septiembre de 1559 años.

Yo el Rey


Las Filipinas, que habían sido descubiertas en el viaje, el primero, alrededor del mundo que realizaron Magallanes y Elcano, caían dentro de la demarcación portuguesa según el Tratado de Tordesillas de 1494, pero aun así Felipe II quería rescatar a los supervivientes de la expedición anterior de Villalobos (1542–1544), que fue quien bautizó al archipiélago con el nombre de Filipinas en honor al, entonces príncipe, Felipe, el próximo rey Felipe II.

Velasco hizo los preparativos en 1564 y López de Legazpi, ya viudo, fue puesto al mando de dicha expedición a propuesta de Urdaneta, siendo nombrado por el rey «Almirante, General y Gobernador de todas las tierras que conquistase», aun cuando no era marino. La expedición la componían cinco embarcaciones y Urdaneta participaba en ella como piloto. Legazpi vendió todos los bienes, a excepción de la casa de México, para hacer frente a la expedición, que sufrió retrasos debido a la atracción que la Florida empezó a tener entre los colonos mexicanos. Enroló en la expedición a su nieto Felipe de Salcedo, así como a Martín de Goiti en calidad de capitán de artillería.

El 1 de septiembre de 1564, el presidente y oidores de la Real Audiencia de México dan a Legazpi el documento donde especifican las instrucciones y órdenes que llevaba la expedición. El extenso documento, que ocupaba más de veinticuatro páginas, detallaba todo un código de normas de control, comportamiento y organización, así como la recomendación de dar buen trato a los naturales, que llegaba hasta a indicar cómo se debían de repartir las raciones y evitar que existieran bocas inútiles;

... que no haya en la dicha Armada, criados ni mozos de servicio superfluos... y si más gente fuera, en especial de la inútil...

Aunque hace una salvedad en cuanto al servicio, al conceder una docena de personas destinadas a esas labores prohibiendo cualquier subida a bordo de otro tipo, dice el documento en este punto:

Otrosi: no consentiréis que por vía ni manera alguna se embarquen ni vayan los dichos navíos, indios o indias, neցros o negras, ni mujeres algunas, casadas ni solteras de cualquier calidad y condición que sea, salvo hasta una docena de neցros y negras de servicio, los cuales repartiréis en todos los navíos, como os pareciese.

Con las cinco naves y unos 350 hombres, la expedición que encabezaba López de Legazpi partió del puerto de Barra de Navidad, Jalisco, el 21 de noviembre de 1564 después de que el 19 de noviembre se bendijeran la bandera y los estandartes.

De la isla de Guam a Filipinas

La expedición atravesó el Pacífico en 93 días y pasó por el archipiélago de las Marianas. El 22 de enero desembarcaron en la isla de Guam, conocida por isla de los Ladrones, que identifican por el tipo de velamen de sus embarcaciones y canoas que ven. Legazpi ordena lo siguiente:

que ninguna persona de la Armada fuese osado de saltar a tierra sin su licencia y los que en ella saltasen no hicieran fuerza, agravio ni daño alguno a los naturales ni de ellos tomasen cosa ninguna, así en sus bastimentas como de otras cosas, y que no les tocasen en sus sementeras, ni labranzas, ni cortasen palma ni otro árbol alguno, y que no diesen ni contratasen con los naturales cosa ninguna de ningún género que fuese, sino fuese por mano de los Oficiales de Su Majestad, que tenían cargo de ello, so graves penas, y a los Capitanes que lo consintieran, so pena de suspensión de sus oficios.

Compraron alimentos a los nativos y tomó posesión de la isla para la Corona española. El 5 de febrero salen rumbo hacia las llamadas Islas de Poniente, las Filipinas. El día 15 tocan tierra en la isla de Samar, en donde el Alférez Mayor, Andrés de Ibarra, tomó posesión de la misma previo acuerdo con el dirigente local. El 20 del mismo mes se hacen de nuevo a la mar y llegan a Leite, en donde Legazpi levanta el acta de rigor de toma de posesión, aún con la hostilidad de sus habitantes. El 5 de marzo llegan al puerto de Carvallán.

260px-Itinerario_legazpi.jpg

Itinerario seguido por la expedición de Miguel López de Legazpi en el archipiélago filipino.

La escasez de alimentos impulsó la búsqueda de nuevas bases, para lo que se fueron extendiendo los dominios españoles sobre las diferentes islas, llegando a dominar gran parte del archipiélago, a excepción de Mindanao y las islas de Sulú. Esta expansión se realizó con relativa facilidad, al estar los diferentes pueblos que ocupaban las islas enfrentados los unos a los otros, y al establecer Legazpi relaciones amistosas con algunos de ellos, por ejemplo, con los nativos de Bohol mediante la firma de un «pacto de sangre» con el jefe Sikatuna. Los abusos que en el pasado habían cometido los navegantes portugueses en algunos puntos del archipiélago motivaron que algunos pueblos opusieran a Legazpi una fuerte resistencia.

En una reunión deciden establecer un campamento para pasar el invierno en la isla de Cebú, que estaba muy habitada y tenía mucha provisión de alimentos, a la que llegan de nuevo el 27 de abril. Estiman que...

si no quisieren los naturales de la tierra dalles bastimentos por precios justos y usados y ser amigos nuestros, como el general pretendía, se les podrá hacer guerra justamente.

Sus ansias de paz toparon con los recelos del gobernador local, el Rajah Tupas, que era hijo del que años antes había liquidado a 30 hombres de la expedición de Magallanes en un banquete trampa. Legazpi intentó negociar un acuerdo de paz, pero Tupas mandó a una fuerza de 2.500 hombres contra las naves de los españoles. Después de la batalla, Legazpi volvió a intentar acordar su establecimiento pacífico y de nuevo fue rechazado.

Las tropas españolas desembarcaron en tres bateles al mando de Goiti y Juan de la Isla, y los navíos dispararon sus cañones contra el poblado, destruyendo algunas casas y haciendo huir a los habitantes. Los españoles, que tenían una necesidad imperiosa de abastecimiento, registraron la población sin encontrar nada que pudiera servirles.

En el registro, un bermeano encuentra en una choza la imagen del Niño Jesús (al que llamarían Invención del Niño Jesús y que actualmente está en la iglesia que posteriormente construyeron los Agustinos en Cebú) y que debía de proceder de alguna expedición anterior. Legazpi manda iniciar los trabajos del fuerte, que comienzan con el trazado del mismo el 8 de mayo. Ante estos hechos, el rey Tupas acompañado por Tamuñán se presentó a Legazpi, que los recibió en su barco La Capitana, para acordar la paz. Se realiza el juramento de sangre, que consistió en que

el gobernador se sangró el pecho en una taza y lo mismo el Tupas y Tamuñán, y se sacara la sangre de todos tres se revolvió con un poco de vino, el cual se echó en tres vasos, tantos el uno como el otro lo bebieron todos los tres, á la par, cada uno su parte

y funda allí los primeros asentamientos españoles: la Villa del Santísimo Nombre de Jesús, nombrando a Pedro Briceño de Oseguera, regidor de la misma; y la Villa de San Miguel, hoy Ciudad de Cebú, que se convertiría en la capital de las Filipinas y en base de la conquista de las mismas.

Legazpi envía a su nieto Felipe de Salcedo de vuelta a México y lleva de cosmógrafo a Urdaneta, que informó del descubrimiento de la ruta de navegación por el norte del Pacífico hacia el este y se opuso a su conquista al caer dentro de los dominios asignados a los portugueses. Estos mandaron una escuadra a la conquista de la recién fundada Villa de San Miguel, pero fue rechazada en dos ocasiones, en 1568 y 1569.

Como respuesta a la expulsión española de las Molucas, Felipe II decidió mantener el control sobre las Filipinas. Para ello nombró a Legazpi gobernador y capitán general de Filipinas y envió tropas de refuerzo.

En Cebú, Legazpi tuvo que hacer frente a un levantamiento de algunos de los gentilhombres, que acaban derrotados y en la horca. En 1566 llega el galeón San Gerónimo desde México, con lo que queda definitivamente confirmada la ruta. En 1567, 2.100 españoles, los soldados y los trabajadores llegaron a Cebú por órdenes del rey. Fundan una ciudad y construyen el puerto de Fortaleza de San Pedro, que se convirtió en su puesto avanzado para el comercio con México y la protección contra rebeliones nativas hostiles y los ataques de los portugueses, que fueron definitivamente rechazados. Las nuevas posesiones fueron organizadas bajo el nombre de islas Filipinas.

Legazpi destacó como administrador de los nuevos dominios, en donde introdujo las encomiendas, tal como se hacía en América, y activó el comercio con los países vecinos, en especial con China, para lo que aprovechó la colonia de comerciantes chinos establecidos en Luzón desde antes de su llegada. La cuestión religiosa quedó en manos de los Agustinos dirigidos por fray Andrés de Urdaneta.

La conquista siguió por las islas restantes, Panay (donde estableció su nueva base), Masbate, Mindoro y, finalmente, Luzón, donde encontró la gran resistencia de los tagalos.

Fundación de Manila

La prosperidad del asentamiento de Maynilad atrajo la atención de Legazpi en cuanto este tuvo noticias de su existencia en 1568. Para su conquista mandó a dos de sus hombres, Martín de Goiti y Juan de Salcedo, en expedición al mando de unos 300 soldados. Maynilad era un enclave de la religión del amor, situado al norte de la isla de Luzón, dedicado al comercio.

Salcedo y Goiti llegaron a la bahía de Manila el 8 de mayo de 1570, después de haber librado varias batallas por el norte de la isla contra piratas chinos. Los españoles quedan sorprendidos por el tamaño del puerto y son recibidos amistosamente, acampando por algún tiempo en las proximidades del enclave. Al poco tiempo se desataron incidentes entre los nativos y los españoles y se produjeron dos batallas, siendo derrotados los nativos en la segunda de ellas, con lo que el control de la zona pasó a manos españolas después de los correspondientes protocolos y ceremonias de paz, que duraron tres días. Fue el Rajah Matanda quien entregó Maynilad a López de Legazpi.

Legazpi llegó a un acuerdo con los gobernantes locales Rajahs Suliman, Matanda y Lakandula. En el mismo se acordaba fundar una ciudad que tendría dos alcaldes, doce concejales y un secretario. La ciudad sería doble, la intramuros, española, y la extramuros indígena.

Con la conquista de Maynilad se completó el control sobre la isla de Luzón, a la que Legazpi llamó Nuevo reino de Castilla. Reconociendo el valor estratégico y comercial del enclave, el 24 de junio de 1571 Legazpi fundaba la Siempre Leal y Distinguida Ciudad de España en el Oriente de Manila y la convirtió en la sede del gobierno del archipiélago y de los dominios españoles del Lejano Oriente.

La edificación de la ciudad —dividida en dos zonas, la de intramuros y la de extramuros— se debió a la real orden que Felipe II emitió desde el Monasterio de San Lorenzo del Escorial el 3 de julio de 1573, y en la que se planificaba la zona de intramuros al estilo español de la época, con carácter defensivo según planos de Herrera, arquitecto de El Escorial, y dejando extramuros para las aldeas indígenas que más tarde darían lugar a nuevos pueblos y acabarían, con el tiempo, integrando la urbe de Manila.

Cuatro años después de su fundación, Manila sufrió un ataque a manos del pirata chino Lima-Hong. El gobernador Guido de Lavezares y el maestre de campo Juan de Salcedo, al mando de 500 españoles, expulsaron a la flota mercenaria chino-japonesa.

Fallecimiento

250px-SanAgustinManilajf4977_08.JPG

Tumba de Miguel López de Legazpi en la iglesia de San Agustín, Intramuros, Manila.

Después de proclamar a Manila capital del archipiélago de las Filipinas y de los dominios españoles del Lejano Oriente, López de Legazpi trasladó allí su residencia. Permaneció en Manila hasta su fin el 20 de agosto de 1572. Miguel López de Legazpi falleció de un ataque cerebrovascular y en una situación económica precaria, sin saber que el rey Felipe II había firmado una Real Cédula por la que le nombraba Gobernador vitalicio y Capitán General de Filipinas y le destinaba una paga de 2000 ducados. Fue enterrado en la iglesia de San Agustín, Intramuros, en Manila.

Fray Andrés de Urdaneta definía a Miguel López de Legazpi el 1 de enero de 1561, en una carta dirigida al rey Felipe II de la siguiente forma:

El virrey don Luis de Velasco ha nombrado por general para esta jornada a Miguel López de Legazpi, natural de la provincia de Guipúzcoa e veçino desta çiudad donde ha seido casado y al presente está viudo, e tiene hijos ya hombres e hijas casadas que tienen ya hijos, tiene otras hijas ya mugeres para podellas casar; es de edad de más de çinquenta años, es hijodalgo conocido, onrrado e virtuoso e de buenas costumbres y exemplo, de muy buen juicio e natural, cuerdo y reportado, e ombre que ha dado siempre buena quenta de las cosas que se le han encomendado del serviçio de V.M. Espero en Dios que ha de ser muy açeptado en quél vaya por caudillo de la jornada.

Durante la conquista, escribió al rey varias cartas, las cuales están guardadas bajo el título de Cartas al Rey Don Felipe II sobre la expedición, conquistas y progresos de las islas Filipinas en el Archivo de Indias en Sevilla.

Lopez de Legazpi Gurruchategui, Miguel Biografia - Todoavante.es

Las Filipinas Legazpi (1564-65) | Sociedad Geográfica Española

¿Quién fue Legazpi?

Miguel López de Legazpi, «el Adelantado» | Historia de Iberia VIeja
 
Última edición:
47) Octavio de Aragón, el capitán que turcos, jovenlandeses, pechelingues, y todos los corsarios, tiemblan de solo oír su nombre

Octavio de Aragón, un hombre de armas que primero luchó en Flandes, donde fue nombrado Capitán, y luego en el Mar Meditérraneo contra el turco. Fue nombrado General de las Galeras de Nápoles y Sicilia. Participó en numerosas batallas, como la Batalla del Cabo Corvo o el Bombardeo de Constantinopla.

Vino al mundo en Palermo por 1565, era hijo de don Carlos de Aragón, y desde muy niño a su hijo lo dedico a la carrera de las armas.

batalla-galeras.jpg


Capitán de las tropas de Flandes

Sabemos que al ser nombrado Gobernador de Flandes don Alejandro Farnesio en 1576 por fallecimiento de don Luis de Requesens, pasó a su servicio de su propio peculio, allí mantuvo sus primeras armas contra los insurrectos flamencos, permaneciendo en sus obligaciones hasta 1587 cuando se encontraba al mando de una compañía de lanzas, participando en la empresa de la Esclusa, así mismo pasó a territorio francés donde también dejó muy alto su nombre, pasando posteriormente al socorro de París, continuando la campaña sobre Legni y Corbiel, donde al finalizar regresó a Flandes, por no contar con suficientes años se le honró con puesto en el Consejo de guerra.

Un nuevo destino, para ello viajo a la Lombardia formando parte de la famosa caballería de Milán (entonces considera la mejor del mundo) donde permaneció tres años, tomando parte en la guerra de Saboya, donde en una casi temeridad cargó con su escuadrón rompiendo la línea enemiga en el combate de Briquerasco, y algo parecido en los posteriores de Val de Moyra y Chilo, en el último él sólo con sus hombres tomo diez banderas enemigas.

Fue nombrado gobernador de Flandes el archiduque Alberto, quien requirió sus servicios al Rey y se lo concedió, por ello paso de nuevo a los países bajos, donde participo al mando de la caballería en cuentas ocasiones se dieron, en la última que tomó parte recibió un arcabuzazo en la cabeza, por ello cuando se recuperó pasó a tomar el mando de una compañía de lanzas en Sicilia, con una renta de 25.000 escudos pasando a las órdenes del Virrey el duque de Osuna, pero no conforme con su mando demandó se le entregara el de las galeras del Reino, por estar ausente su general don Pedro de Leiva.

Incursiones sobre Territorio Otomano

En 1611 se reúnen las escuadras de Nápoles (II marqués de Santa Cruz) con sus doce galeras, Génova, con diez, Sicilia con siete y Malta con cinco, con un gran ejército a bordo de ellas, con destino a atacar la fortaleza de Querquenes el 28 de septiembre, en ella los turcos se defendieron como era su costumbre, pero tras largo y porfiado combate fueron vencidos y la fortaleza conquistada, hundiendo once velas turcas y berberiscas, capturando quinientos turcos puestos al remo y llevándose a todo animal vacuno que cupo en las galeras. En esta acción don Octavio formaba parte de la escolta personal del II Marqués de Santa Cruz, demostrando gran valía y arrojo personal en cuantas acciones fueron necesarias.

Salió de Palermo con rumbo a Cartagena, en la derrota combatió en diferentes ocasiones con los jovenlandeses a los que venció siempre sin perder bajel, devolviendo la libertad a cientos de cristianos y aumentando su escuadra con los vasos apresados, granjeándose una gran fama de invicto general, así mismo tomó parte muy activa en la expulsión de los moriscos de la península.

Llegado a Cádiz el general marqués de San Germán le requirió para tomar el mando como maestre de campo, participando en la jornada de Larache, la cual fue tomada ganando nuevos laureles, pero el general don Pedro de Leiva quien participo al mando de su escuadra, se quedó en Cádiz, pasando de nuevo a tomar el mando de la escuadra de galeras de Sicilia, donde llegó después de otros varios encuentros con naves berberiscas y siempre venciéndoles sufriendo ninguna o pocas pérdidas.

Habiendo recibido el Duque aviso de la presencia de galeras turcas en la isla de Cerdeña, ordenó a don Octavio se hiciera a la mar con su escuadra de ocho bajeles, siendo la Concepción, Capitana, Patrona, Milicia, San Pedro, Escalona, Fortuna, Osuna y Peñafiel, saliendo inmediatamente de Palermo, al llegar a la isla la bojearon en busca de enemigos, pero no hallándolos pasó a las costas de Argel, en esos momentos en poder de fiel a la religión del amores, corría el mes de julio de 1613, al llegar a la cercanías de Chicheri puso rumbo a ella y desembarcó las tropas, se formaron dos grupos, uno volante para atacar y otro firme como reserva y refuerzo en caso de verse obligados a retirarse, el primer grupo fue tan efectivo que a pesar de la resistencia tomaron el terreno y el castillo.

La facilidad de todo ello nos vino dada, pues los jovenlandeses pretendieron parar la infantería con un sólo cañón, el cual para situarlo abrieron la puerta de la fortaleza, de esta forma sólo hizo un disparo dado que no les dio tiempo a efectuar otro por ser desbordados por las tropas, al entrar la venganza fue la propia, pues pasaron por las armas a trescientos enemigos y se libró el gobernador por ser persona de rescate, y estar herido en un brazo, pasando al saqueo de la fortaleza, de donde apresaron doscientos mosquetes, cincuenta arcabuces y cien picas, esto en cuanto a armas, pero también se sacaron sedas y otras telas, así como gran cantidad de aljófares mientras el segundo grupo les cubría la espalda, pues de los poblados cercanos acudieron a defender a los suyos en número de unos seis mil, viendo que era mucha gente don Octavio dio orden de regresar a los buques, lo que se hizo sin sufrir pérdida alguna a pesar del mucho fuego, fueron capturados unos pocos jovenlandeses y en total fueron muertos unos quinientos, de los nuestros un soldado y un capitán, más otros treinta heridos, antes de salir pegaron fuego a cuatro bajeles enemigos pequeños que en el puerto se encontraban.

De nuevo el Duque recibió otro aviso (dejando muy claro que el espionaje funcionaba a la perfección), por ello al llegar don Octavio le comunicó que debía salir de nuevo a aguas de Grecia, en previsión Osuna ordeno reforzar las galera capitana con ciento sesenta mosquetes, y cien en las restantes, a su vez se cambió la gente por estar en tierra fresca, por ello en poco tiempo se revisó toda el velamen y palos, diciéndole que al parecer eran como doce las enemigas al mando de Mahomet-Bajá.

Batalla del Cabo Corvo

Saliendo de Palermo el 12 de agosto, en su derrota se encontró un buque de griegos, estos le comunicaron la presencia en la isla de Samos de dos galeras turcas, para no perderse en el laberinto de isla la insignia de don Octavio fue abordada por dos griegos conocedores de ellas, quienes le guiaron al cabo del Cuervo por ser paso obligado para los otomanos, por ello el 29 de agosto se divisaron velas, eran diez, formadas cinco en vanguardia, dos en la batalla y tres en retaguardia, pero todas ellas de fanal (signo de ser importantes sus arráeces) don Octavio no se lo pensó a pesar de estar en inferioridad numérica, pasaron al ataque y abordaron a siete enemigas, el ataque fue tan virulento que en menos de una hora la enemigas estaban rendidas, las tres restantes sin combatir se dieron a la fuga sin prestar ningún apoyo a las suyas, las maltratadas enemigas pusieron rumbo a tierra donde embarrancaron, por esta razón sólo se pudieron liberar a los cristianos al remo, y ver los destrozos sufridos, porque el resto se lo llevaron refugiándose en tierra, aunque en las turcas las bajas fueron muy elevadas, esto facilitó que los vasos fueran puestos a flote y dándoles remolque fueran llevados a su puerto de partida.

De regreso a treinta millas de Palermo avistaron un bergantín que fue capturado, apresando a diecisiete turcos, encontrándose a diez millas del puerto el viento roló y el mar aumento su fuerza, con un duro temporal de viento, truenos y sus relámpagos, gracias a uno de ellos pudieron advertir la capitana y tres más iban de proa contra el muelle, comenzaron a darse órdenes y evitaron entrar en tan difícil situación, pues de no ser por la destello se hubieran perdido, al amanecer se encontraban a salvo a tres millas de distancia, se aguantaron hasta que el viento de tramontana cedió y se levantó un levante que calmo las aguas, de esta forma a la una del mediodía consiguieron entrar todos; de los vasos dos de ellos sufrieron durante el temporal embarrancamiento, una con pocos daños y la otra algo más maltratada, pero todos a salvo y sin bajas que lamentar.

De las apresadas una era de 28 bancos y las restantes de 26, y todas con su fanal, el gran recuerdo guardado de cualquier combate victorioso de la época.

Se liberaron mil doscientos cristianos y se capturaron seiscientos turcos, fue encarcelado Mahomet-Bajá, quien era Bey de Alejandría, e hijo de Piali-Bajá con dos de sus mujeres, dos arráeces, porque los otros cinco murieron en el combate, así como mucha pólvora, balas y cuerda, por parte española sólo perdieron la vida el capitán don Martín de Arrés, caballero de San Juan, nacido en Antequera y cinco soldados, sufriendo treinta heridos de ellos todos sanaron por completo. Una gran victoria sin duda ninguna.

A los pocos días de descanso por nuevas noticias el virrey le dio orden de salir con su escuadra de Sicilia formada por las ocho galeras (por continuar ausente su general iba como teniente general al mando) con rumbo a levante en busca de bajeles turcos, por saberse estaban maltratando ciertas costas de la zona, enarbolaba su insignia en la galera La Concepción de treinta remos, al mes siguiente se encontró con otra escuadra turca de la misma cantidad de velas que la suya, no dudo un segundo lanzándose a por ellas, como era normal la insignia española contra la igual jovenlandesa al mando Sinan-Bajá, la cual al recibir el golpe quedo maltrecha, al mismo tiempo que comenzaban a saltar los soldados, tras pertinaz defensa la vencieron, realizando cada una de las restantes lo propio, logrando en unas horas terminar con todas las enemigas, bien hundidas o apresadas, librando a varios centenares de cristianos al remo y entrar en Palermo con cuatro apresadas y más de un millar de prisioneros, que inmediatamente fueron puestos al remo, de ellos 60 de rescate. Lo casi más importante es que entró en Palermo seguido de una escuadra turca compuesta por 30 velas, las cuales en ningún momento intentaron cortarle el paso.

Fue tan importante victoria que poco tiempo después de su llegada se celebró una procesión y misa para no olvidar nadie el acontecimiento. Por orden del duque de Osuna a cada cristiano liberado se le entregó un escudo de oro, para que pudieran de momento comer y resarcirse de los padecimientos sufridos. El 27 de octubre como era costumbre se realizó para festejar el acontecimiento una procesión con misa dando gracias al Altísimo. La fiesta duro tres días con grandes hogueras y fuegos artificiales, con gran jolgorio del pueblo y alegría de los participantes en tan magna ocasión.

Más incursiones sobre Territorio Otomano. Bombardeo de Constantinopla

Pasados unos días ya en 1614 llegó don Pedro de Leiva tomando el mando de la escuadra, el Duque de Osuna recomendó al Rey que don Octavio se quedará en su virreinato y para ello se le concedió el mando de la caballería.

Hubo un problema que se tuvo que dilucidar por los jueces, pues don Octavio reclamó a don Pedro de Leiva (a nuestro juicio con mucha razón) le fueran abonados los beneficios de los apresamientos efectuados mientras él estuvo al mando de las galeras, esto se prolongó en el tiempo y prácticamente no se llegó nunca a un acuerdo, de ahí que don Octavio a veces actuara un poco por su cuenta, lo que le llevó a su vez a enfrentarse con el duque de Osuna don Pedro Téllez Girón.

Una de sus salidas con la pequeña fuerza a su disposición fue por octubre de 1616, para no tergiversar la historia transcribimos la carta de Osuna al Rey:

«Señor. — Don Octavio de Aragón ha vuelto de Levante: tomó tres caramuzales, un bergantín y cien esclavos; trae de la Armada del Turco los avisos que he enviado a V.M. de cuán malparada la dejó el capitán Rivera. También la he tenido de haber dado garrote en Constantinopla a un fraile francisco con quien me correspondía, harto hombre de bien. El Bayle de Venecia ha hecho en esto lo que V.M. puede esperar siempre de los negocios que cayeren en sus manos: están presos los padres Jesuinos: he escrito al embajador de Francia y algunos esclavos míos que allí pueden, para que les ayuden, poniéndoles en algún temor de que si se hace justicia de ellos, la haré de otros tantos esclavos que tengo de Constantinopla, y de consideración. De lo que sucediere daré cuenta a V. M. En Nápoles, 9 de noviembre de 1616. – Biblioteca Nacional. Manuscrito H 16. Folio 26 v.»

« Victoria felicísima De España contra cuarenta navíos de enemigos que andaban en la playa y costa de la ciudad de Valencia a cuatro de abril. Daré cuenta de cómo cuatro galeras de Nápoles pelearon con siete navíos, matando y castigando, más de cuatro mil personas, y dieron libertad a un obispo, y a tres clérigos, y a unos frailes franciscos que viniendo de Roma a Salamanca al Capítulo, los habían capturado. Y de las fiestas que Don Octavio de Aragón hizo a la limpia Concepción en hacimiento de gracias. Y del castigo que los muchachos dieron a ciento y treinta moriscos andaluces que venían entre los turcos, entre los cuales murió Gabriel de los Santos panadero morisco que vivía en las caba vieja de Triana.»

Impreso con licencia en Sevilla, y por fe original, y con licencia del excelentísimo Príncipe de Esquilache. Año de 1618.

«Habiendo recibido el excelentísimo Duque de Osuna, virrey y Capitán General del reino de Nápoles, una cédula real de su Majestad, en la cual le mandaba directa orden de hacer pasar al reino de Nápoles los soldados que estaban apercibidos y entretenidos en el reino de Valencia y otras partes de España, como persona tan cuidadosa del servicio de su Majestad. Hizo tomar muestra a los soldados, y dar pagas y municiones, entre los cuales escogió los que le parecieron bastantes para la guarnición de las galeras en tal viaje, las cuales mandó despalmar y proveer de pólvora, balas, y de todo género de armas y bastimentos. Hecho esto, el mismo señor Duque virrey entró a visitarlas en persona, y en lo cuanto falta lo hizo proveer, y todo bien dispuesto nombró por Cabo de ellas a Don Octavio de Aragón, entregándole las galeras, y mandóle viniese a la ciudad de Valencia a poner en ejecución la orden que le diese el señor Duque de Feria, virrey del reino de Valencia.

Partió Don Octavio de Nápoles para Valencia, con el cuidado que en otras ocasiones, y aunque de paso no dejó de tomar lengua donde andaban enemigos, reconociendo barcos y navíos, y entrando por las partes por donde podrían estar escondidos.

Llegó Don Octavio a Valencia sin tener encuentro en el camino con enemigos, y saltando en su esquife fue a la ciudad a besar las manos al señor Duque de Feria y tomar orden de lo que había de hacer. Mandóle quedarse en Valencia con cuatro galeras, las mejores y más bien pertrechadas, porque tenían nuevas que andaban en aquellas costas más de cuarenta navíos de enemigos, y sería menester vivir con cuidado por lo que se ofreciese, y que las demás fuesen a Alicante y Cartagena a cosas que le ofrecían del servicio de su Majestad. Hízose así quedándose Don Octavio con la capitana y otras tres galeras, y nombró por Cabo de las demás a Juan de Lezcano el cual se partió para Alicante a 3 de abril y Don Octavio no se quiso alojar en la ciudad (aunque el virrey y otros caballeros se lo rogaron), dando por excusa que cuando le envían a semejantes empresas no era lícito holgar en tierra, sino estar en centinela día y noche, y que no había regalo para él, como pasear por la crujía y ver lo que pasaba en la mar, porque de una hora a otra se ofrecían ocasiones. Es este caballero tan esforzado, que turcos, jovenlandeses, pechelingues, y todos los corsarios, tiemblan de solo oír su nombre.

Miercoles 4 de abril, estando Don Octavio comiendo con los camaradas, y algunos caballeros de la ciudad, a medio día vio de la popa pasar siete navíos gruesos a vista y cerca de la ciudad con tanto desenfado que todos tuvieron por cierto que eran amigos mercaderes que irían a Barcelona: pero Don Octavio no le satisfizo y determinó ir a reconocerlos, y mandó disparar pieza de leva, poniendo bandera, y tocando trompetas en tierra por que los soldados que estaban en tierra se recogiesen a las galeras.

Hízose tan aprisa que caminando a pasaboga y trinquete dieron alcance a los navíos. Disparó nuestra galera capitana, una pieza sin bala, y la capitana de los navíos respondió con otra pieza con una muy gruesa bala. Poniéndose en orden de guerra a la trinca, formando media luna y mostrando tanta arrogancia, que no solo pretendía defenderse, sino que mostraban tener la victoria cierta. Así como salieron las galeras a reconocer fue Don Octavio previniendo lo necesario para pelear y apercibidos los soldados y artillería, y como vio la respuesta, y conoció ser enemigos los embistió de romania, y de la primera ruziada echó dos navíos a fondo.

No por esto desmayaron los enemigos, antes pelearon con gran ánimo, dando bien en que entender a los nuestros que con ánimo invencible peleaban, haciendo cada cual por señalarse, así los soldados como los caballeros ciudadanos estos del Grao como de Valencia, que de su voluntad y por su gasto fueron a ayudar en esta empresa, que según el ánimo con que peleaban era poco toda Turquía para sus manos, lo cual se vio en lo que hacían, pues después de haber muerto las balas de arcabuces, mosquetes, y culebrinas con balas encadenadas, y los pedreros con cabezas de clavos, y eslabones de cadena, y echado mancas, y bombas de alquitrán y fuego, en cinco horas que duró el combate, más de dos mil enemigos que cubría el agua, pareciendo a la vista otra Naval.

Viendo Don Octavio el destrozo que habían hecho en los navíos, y que estando tan destrozados se defendían fuertemente, mandó entrar a la galera capitana, y encargó al artillero que con el cañón de crujía embistiese por la popa a la capitana del enemigo, el cual fue tan diestro que con la bala llevó el timón y timoneto, desbaratando la popa, y matando mucha gente, y rompiendo el árbol mayor, que aunque no cayó luego quedó recostado a un lado sin poder ser de provecho, y caminando la galera adelante metió el espolón en el navío y llegó la arrumbada al portillo por donde el capitán Don Francisco, y Don Octavio que lo seguía, y otros, saltaron dentro con espadas y rodelas, matando turcos y jovenlandeses con tal valor que habiendo muerto en breve tiempo las cinco parte, las cuatro se rindieron, saltando Don Octavio y los demás soldados de navío en navío, hasta que en una hora los rindieron todos, donde hallaron gran cantidad de armas y pertrechos de guerra y cuarenta cristianos que habían capturado, entre los cuales estaban un obispo de Italia, y tres sacerdotes sus criados, y algunos religiosos frailes de San Francisco que venían de Roma al Capítulo que hace la Orden de San Francisco en Salamanca, la Pascua de Espíritu Santo de este año. Había entre estos navíos dos de pechelingues.

Con esta presa volvió Don Octavio a Valencia, muy contento, en cuya playa estaba el virrey con más de dos mil hombres de guerra para embarcarse con algunos navíos que con mucha presteza estaban aprestando para con ellos socorrer a Don Octavio, por entender vendrían a socorrer a los enemigos algunos otros navíos de los que allí cerca se habían visto. El percibimiento fue tan acertado, que después se supo les había estorbado el viento milagrosamente su llegada, pero con todo si vinieran les sucediera lo que a los siete navíos, por ser animosa gente y descansada la que le quería embarcar.

Todos los vasos que estaban en aquella playa hicieron alegre salva a Don Octavio, disparando mucha artillería y mosquetes y encendían luminarias. Desembarcó con sus capitanes y algunos soldados, llevando consigo al cautivo obispo, clérigos, frailes, y demás cautivos, y recibiéndole con mucho amor y cortesía, dándole el parabién el señor duque de Feria, juntos partieron de allí para Valencia, acompañándolos muchos caballeros y ciudadanos, y los soldados que con su excelencia habían venido, y los de Don Octavio, y entrando por el Grao lugar de la playa, un cuarto de legua de la ciudad.

Todas las calles estaban llenas de luminarias dispararon la artillería del baluarte y repicaron las campanas, pasaron sin detenerse por ser tarde, y ya se sabía en Valencia la venturosa nueva, y así cuando llegaron les hizo alegre salva la artillería de los baluartes, a cuyo estruendo acompañaban las campanas de todas las iglesias de la ciudad, cuyas torres y calles estaban llenas de luminarias, saliendo a recibirlos nobles y plebeyos, dando mil parabienes a los vencedores, con cuyo acompañamiento llegaron a la Seo, que es la iglesia mayor, donde había estado toda la tarde y estaba descubierto el Santísimo Sacramento, y en todas las parroquias y conventos de la ciudad, haciendo general oración a nuestro Señor diese la victoria a los nuestros.

Salió su Señoría, Canónigos, y clerecía con Cruz alta en procesión al patio fuera de la puerta de la iglesia a recibir al virrey y a Don Octavio, a los cuales abrazó, y echó su bendición, y cantando: Te Deum laudamus, fueron a hacer oración, y habiéndola hecho con mucha música encerraron el Santísimo Sacramento, haciendo lo mismo las demás iglesias. Hecho esto, despidiéndose del señor Arzobispo, se fueron con el mismo aplauso hasta el Real, que así se llama el palacio, donde descansaron hasta la mañana, que era día de San Vicente Ferrer, y fueron a la iglesia mayor, donde además de la solemne procesión que aquella tarde se hace en honra de su natural santo, se hizo por la mañana otra solemnísima por la victoria, llevando en ella las banderas ganadas, y los esclavos, y también los cristianos que libraron.

Al siguiente día hizo Don Octavio una solemne fiesta a la Limpia Concepción de la que es muy devoto.

Sábado siete de abril por la mañana, dieron bien en que entender a los muchachos ciento treinta moriscos andaluces que les entregaron, por ser costumbre en esta ciudad remitirles el castigo de los moriscos que no quieren morir confesando la fe de Cristo, entre los cuales conocí a Gabriel de los Santos panadero de Triana, que vivía en la Caba Vieja, los cuales después de muertos a pedradas, fueron quemados en la Rambla, con leña abundante que compraron los muchachos de lo que juntaron pidiendo limosna para hacerles tal entierro.»


Lo que sigue, es otro documento donde se entremezclan los hechos de don Octavio de Aragón, con los anteriormente relacionados pero que no son los mismos.

«Relación de las famosas presas que por orden del Excelentísimo Duque de Osuna, virrey de Nápoles, tuvo D. Octavio de Aragón en fin de mes de abril y principios de mayo del presente año en el canal de Constantinopla, Levante, costas de Berberia y de Valencia, en las cuales dichas partes tuvo reñidas batallas y tomó veinte vasos, galeras, galeotas, fragatas, saetías, barcos y navíos, con gran número de turcos y moriscos valencianos. Documento impreso en Sevilla por Juan Serrano de Vargas, año 1618, en folio.

Teniendo noticia el Excmo. Sr. Duque de Osuna de la gran cantidad de jovenlandeses que andaban en corso en las costas de España, y en particular de que junto a Valencia andaban muchos navíos de ladrones moriscos españoles (cuyo capitán era Ali-Zayde, llamado Antonio Quartanet en Zaragoza de donde era natural, valiente por extremo, y que había jurado hacer cuanto mal pudiese en aquellas tres reinos) envió a D. Octavio de Aragón con seis galeras bien armadas, con orden que primero fuesen al canal de Constantinopla en busca de las galeras del Turco, que había de entrar por el dicho canal.

Partió de Nápoles D. Octavio y en llegado al dicho canal se escondió y aguardó. Salió don Octavio a ellas con presteza, cañoneándolas, y se trabó una cruel batalla, que duró largo tiempo, con fin de muchos turcos, y no más de catorce de los nuestros y algunos heridos. Al fin rindió la Capitana, y la otra en tanto quiso huir; pero tirándole un tiro y rompiéndole el árbol mayor, rindióse, y entrando los nuestros dentro, pasaron los turcos a nuestras galeras, y mucha cantidad de paños finos y otras cosas de precio, y se fueron a Sicilia, donde dejaron las galeras turcas y la presa, que montó muchos ducados.

De Sicilia vino D. Octavio a Valencia, y en el camino, en diferentes parajes, tomó una galeota, dos saetías, tres barcos grandes de bastimentos y cuatro fragatas de jovenlandeses. En la galeota se hallaron veinticinco cristianos que los jovenlandeses cautivaron, que iban a Roma; entre los cuales había un canónigo de Orense, y dos frailes de San Francisco, el uno guardián de Santiago de Galicia y el otro conventual de San Francisco de Salamanca, y más otro religioso descalzo de Nuestra Señora del Carmen, y un clérigo criado del obispo de Astorga y un viejo de ochenta y cuatro años, ermitaño, jovenlandesador en la ermita de San Juan del Viso, media legua de Alcalá de Henares, que iba a visitar aquella ciudad y sus santos lugares y a pedir a Su Santidad le concediese un jubileo para la dicha ermita; y asimismo a Jorge Demetrio Paleólogo, obispo griego, con dos niños hermanos suyos y ochenta y tres mil ducados en oro que Su Majestad le había dado, y otros caballeros españoles, para rescatar los ornamentos, cálices, patenas, cruces, relicarios de plata y otras cosas del servicio de su iglesia, y ocho monjes de San Basilio, que estaba todo en rehenes en poder del Turco, hasta que le pagasen esta cantidad que le debían, del tributo que cada año le pagaban, de algunos años que había que no le pagaban, el cual dicho dinero había juntado en España en cuatro años; y a otro caballero romano con su mujer y dos hijas, doncellas grandes; y las demás personas eran de Barcelona y Valencia; a todos los cuales puso en libertad y dio lo que los jovenlandeses les habían quitado, y modo como hiciesen su viaje más sin peligro, que además de ser gran soldado, D. Octavio de Aragón es muy caritativo.

Llegó, pues D. Octavio a Valencia, donde estuvo dos días, y de allí envió al capitán Lezcano con dos galeras a reconocer aquella costa, el cual peleó con un navío de jovenlandeses corsarios y le rindió, y dio libertad a nueve cristianos que habían cautivado en un barco, gente principal de Valencia, que iban a Denia; y tan en tanto que él andaba reconociendo las costas, tuvo D. Octavio, de un navío genovés, que venía huyendo de jovenlandeses, que andaban allí cerca doce velas gruesas de enemigos, y que ellos se habían escapado, que les venían dando caza, porque cuando amaneció se hallaron sin pensar cerca de ellos.

Envió luego un patache a reconocerlos, y volvió de allí a dos horas con nueva que se venían acercando ocho navíos gruesos, con buena orden y forma de batalla y dispuestos, a lo que mostraban, para pelear. Cuando llegó el patache con esta nueva, estaba comiendo D. Octavio con muchos caballeros que de Valencia le habían venido a visitar, y en las demás galeras estaban muchos ciudadanos, a los cuales despidió luego, y mandó echar la gente ciudadana fuera de las demás galeras; pero ninguno de los caballeros quiso salir, y aunque D. Octavio replicó y pidió con insistencia se fuesen a tierra, no fue posible lo hiciesen, antes dijeron habían peleado en otras ocasiones, y en ésta querían hacer lo mismo y servir a Su Majestad, y así luego tomaron espadas y rodelas. De los ciudadanos, por ser muchos, echaron algunos, otros se quedaron, los más mozos y alentados. Andaba D. Octavio con gran prisa y vigilancia, dando órdenes y puestos, y previniendo lo necesario, y estando todo a punto, pareció el enemigo, que en la forma dicha venia hacía las galeras con bandera de guerra. (Tuvo lugar el combate el 17 de diciembre de 1618.)

Don Octavio los aguardó y teniéndolos cerca disparó la artillería, con que les hizo mucho daño, y echó a fondo un navío: ellos dispararon la suya, y fue Dios servido no recibiesen daño alguno los nuestros considerable; nuestra Capitana volvió a disparar, y a la del contrario le hizo un gran portillo, y se juntó y aferró con ella, y por el dicho portillo entraron los nuestros siguiendo a D. Octavio, que con espada y rodela se arrojó de los primeros; pero cuando él puso, con valor de gran soldado, el pie en el navío, ya estaba Juan de Ariño, valenciano, que se arrojó al agua con la rodela a las espaldas y la espada en la boca, y entró por las espaldas de la batalla en la Capitana del enemigo, y dio de improviso en los jovenlandeses, de los cuales tenía muertos a sus pies un buen palenque; el cual fue causa que desmayasen, viendo lo que Ariño hacía, y por otra parte D. Octavio y los suyos. Opúsose Quartanet, o Ali-Zayde, a D. García Lope, caballero del hábito de San Juan, natural de Valencia, de los que habían venido a visitar a D. Octavio, y aunque era valiente el morisco, más lo es cualquiera que con semejante señal adorna su pecho: vencióle a pocos lances, y viendo los demás rendido a su capitán, se rindieron. A este tiempo se rindió la Almiranta a manos de D. Juan de Solís, natural de Salamanca, y de Pedro Jorge de Cárdenas y Sebastián Vicente Tafalla, ciudadanos de Valencia.

De los cinco que quedaban dieron a huir dos, y los alcanzó y rindió el capitán Diego de Soria; cargaron todos sobre los tres, que hacían mucha resistencia, respeto de gobernarlos un morisco andaluz, gran soldado y muy ladino, que algún tiempo sirvió en Flandes con diferente nombre y patria, natural de Motril; pero al fin se rindieron, habiendo durado la batalla nueve horas. Poco antes de la noche había apercibido el Virrey de Valencia unos vasos que estaban en la playa para ir a socorrer a los nuestros, y cuando partían para allá, ya los nuestros venían victoriosos, a los cuales hicieron salva y acompañaron hasta el Grao, donde desembarcaron con la presa, dejando bastante guarnición en galeras y navíos. Hizo salva el Grao, y acompañado del Virrey y caballeros llegó D. Octavio a Valencia, donde le hicieron salva los baluartes, y había muchas luminarias. Fueron a la iglesia mayor e hicieron oración ante el Santísimo Sacramento, que estuvo descubierto, y en todas las parroquias y conventos, con muchas luces, mientras duró la batalla, de donde el día siguiente salió D. Octavio en busca de muchos perros de agua, que el capitán Lezcano trajo aquella mañana que andaban en aquellos mares. Dios sea loado.»


General de las galeras de Nápoles y Sicilia

No obstante al ser nombrado don Pedro virrey de Nápoles ordenó le acompañara a su nuevo virreinato, donde se encontró que don Pedro de Leiva no se presentó a tomar el mando de la nueva escuadra, por ello y como a tal virrey el duque de Osuna le nombro en su lugar a don Octavio al mando de las galeras de Sicilia y de Nápoles por Real cédula del 27 de mayo de 1618.

En el mismo 1618 el virrey Duque de Osuna recibió noticias de nueva salida de escuadra turca con rumo a su virreinato, dio orden a don Octavio de hacerse a la mar con la escuadra, enarbolando su insignia en La Negra, más cinco galeras, junto a un patache, un galeón y tres naves, con rumbo a la Goleta, por continuar en manos de turcos y darles un escarmiento, al llegar atacaron dando al fuego a diez naves de alto bordo y saqueando la ciudad, volviendo a la mar donde pasados once días se encontraron con una escuadra compuesta por doce galeras turcas, inmediatamente forzaron de boga y la capitana embistió a la contraria, el resto eligió a su contrincante, tras duro enfrentamiento lograron capturar siete de ellas, en la capitana otomana iba su jefe el bajá de Saloní quien fue capturado, éste pidió al Duque que para poder pagar su rescate le permitiera regresar a Constantinopla, dando por buena su palabra se lo permitió, acompañándole 14 de sus cercanos, pasado un tiempo el Duque recibió como compensación varios regalos muy valiosos y entre ellos uno muy curioso, siendo un juego de vasos contra ponzoña, pues si en ellos se vertía algún veneno se cuarteaban.

La escuadra volvió a hacerse a la mar, en su navegar encontrándose sobre la Fosa de San Juan divisaron una galeota de 22 bancos, arrumbando a ella y capturándola, con todo lo que transportaba, mercancías, municiones y pólvora, así como una doncella con sus dos esclavos calabreses, a quienes se les dio la libertad al regresar a Nápoles.

Pocos días después repuesto todo lo necesario e incluso cambiado muchos de los bogantes por los más descansados recién aprendidos, regresaron a mar abierto, sólo que esta vez la escuadra estaba compuesta por dos galeras, todo por haberse recibido el aviso de haber salido un cuñado del bajá en una galera de 22 bancos, transportando mucho dinero y joyas, así como una valioso ajuar, al ser divisada se lanzaron a por ella y tras dura pelea la rindieron, el bajá fue hecho prisionero, pero los cristianos a bordo hablaron mucho y bien de él y su agradable comportamiento para con ellos, llegándose a pensar quería ser cristiano, contaba con doce años de edad; el botín consistió en un cajón con monedas, seda en cantidad, todo el servicio de plata, un raro por hermoso alfanje perfectamente guarnecido con empuñadura de oro y piedras preciosas.

Regresaron a puerto y permanecieron unos días de descanso, hasta que el Virrey dio la orden a don Octavio de hacerse a la mar, la escuadra la componían tres galeras y un patache con la intención de asestar unos golpes que pusieran en fuga a los turcos de la zona; de nuevo sobre la Fosa de San Juan divisaron cinco galeras, pero empezando a anochecer no considero era el mejor momento, por ello las siguieron de lejos y sin fanales encendidos, en espera del orto, maniobró en consecuencia ganado barlovento, por ello sobre las 10 de la mañana les dieron alcance, llegado el momento los turcos formaron la media luna y toda su gente en las cubiertas, pensando que así no les harían daño, no contaban con la presteza y dureza de quienes tenían enfrente, como era normal acometieron con rapidez sin pensar, el combate se prolongó hasta las cinco de la tarde, cuando los turcos se vieron sobrepasados y sin poder oponerse a los cristianos, en el combate dos galeras turcas se fueron al fondo, las tres restantes se rindieron, al ser abordadas sólo encontraron lo normal en buques corsarios, pólvora y proyectiles, escaso botín para tan largo enfrentamiento. Se liberaron más de 140 cristianos al remo, siendo cautivados unos 80 turcos puestos al remo, con todo ello regresaron a puerto.

Casi sin descanso en mayo siguiente de 1618, por orden de S.M. el Virrey la transmitió a sus dos generales, el II marqués de Santa Cruz, al mando de la escuadra de Nápoles y don Octavio de Aragón la de Sicilia, ambos se reunieron y aproaron a la Goleta donde capturaron a la capitana y cuatro buques, obligando al resto a refugiarse en Argel, dejando por un tiempo las aguas limpias de piratas.

El Duque de Osuna escribe al Rey pidiendo permiso para tomar Túnez y Argel, pues dada la cercanía a las costas de Sicilia y Nápoles no es propio dejara a los enemigos tan cerca; en la parte que no interesa el documento dice:

«…Después que V.M. tome estas plazas ha de ocupar dos ejércitos para sustentarlas, y no por eso dejará de haber corsarios, pues los que se recogían a ellas se abrigarán en Santa Maura, Rodas y Chipre, y en Belona y Navarino, y cuando vinieran a estos mares, en Tripol de Berbería, ni osarán venecianos negarles sus puertos, así por temor suyo como por no disgustar al Turco, que con particular gusto suyo los permite, y ya han comenzado a caer en la cuenta en Constantinopla de valerse de ellos, pues ha hecho pasar a Xio ocho bajeles, los mejores de Argel. En Nápoles a 2 de junio de 1618.»

En dos ocasiones por portar documentación reservada viajó a Cartagena y de aquí a la Corte. Durante su mando siempre estuvo preparado y dispuesto para no dejar ocasión de hacer el bien para su patria. Entre otros destacados mandos, recibió la orden de ser el ayo del hijo del virrey, por ser persona muy entendida en armas y letras. Y como no, formaba parte del Consejo colateral del virreinato.

Relato de incursión o razzia de D. Octavio de Aragón, desde el 13-11 al 28-12 del 1619.

Carta del Duque de Osuna dando cuenta de la jornada hecha en Levante por D. Octavio de Aragón.

«Señor: Hallándose estas escuadras con mucha falta de gente por causa de 550 remeros que llevaron las dos galeras que se sacaron de ella para formar la de Denia, y otros tantos que el General de la mar tomó este verano para armar la galera que traía para Real y reforzar la Capitana de España y las de D. Carlos Doria, ordené a D. Octavio de Aragón que con seis galeras saliese en busca de alguna escuadra de galeras de la Armada del Turco, pues al retirarse es ordinario despedillas para que vuelvan a sus puestos, y aunque después que partió de aquí le ha hecho siempre tiempos contrarios, ha sido tanta su diligencia y cuidado, que ha cogido la Capitana de Santa Maura, armada de 140 escopeteros, con el valor que V. M. mandará ver por la relación que va con esta, y de camino limpió las costas de este reino, habiendo asimismo habido una tartana armada que no dejaba embocar ni desembocar al faro bajel ninguno de tráfico, con que se rehará en parte la esclavería de estas galeras, y tendrá V. M. una más en esta escuadra, para su Real servicio. "Dios, etc. " De Nápoles a 20 de Diciembre de 1619.»

Relación que hizo D. Octavio de Aragón al Duque de Osuna de la presa de la galera Capitana de Santa Maura.

«A los 13 de Noviembre me mandó V. E. saliese del puerto de Nápoles con seis galeras de la escuadra muy bien reforzadas y en orden y por cualquiera en guarnición dellas 100 soldados españoles, todos mosqueteros y prácticos por muchas embarcaciones en que se han hallado, así con galeras como con bajeles redondos, y con estas galeras y gente fuese a la vuelta de Levante para que con ellas hiciese algún efecto, en el mar o en tierra, conforme el tiempo que diese lugar, y la ocasión se representase.

Fui navegando hasta Mesina con mediocre tiempo: tuve necesidad de pasar allí por tres días, y a los 20, aunque el tiempo no era muy favorable, quise ir a Ríjoles (denominación en castellano antiguo de Reggio Calabria) para hacer más provisión de bizcocho considerando el tiempo que corría, y que había que pasar muchos días para ejecutar algo y volverme. Tuve noticia a los 21 por las costas cerca de Ríjoles, como por allí andaba una tartana que había armado en Berbería, e iba haciendo mucho daño por la costa de Calabria, desvalijando bajeles, y que había marinado dos cargados de trigo y castañas y enviándolos hacia allá: por hacer diligencia de hallar esta tartana y por el tiempo que era ruín, pasé hasta los 27 del mes, y a la mañana, cerca del cabo de Espartivento (cabo Spartivento 37°55'28.05"N 16° 3'46.14"E), descubrí la tartana que iba buscando, muy a la mar.

Fui dándole caza hasta la mitad del golfo de Esquilache (golfo de Squillace), y poco más que a medio día la alcancé, y tomándola supe que había armado en Tripol de Berbería, y su armamento era de 38 esclavos y dos franceses entre ellos, habiéndola hallado en el paraje que digo, que pocas horas antes había desvalijado un bajel cargado de trigo y castañas, y en la caza le afondaron y por mis ojos le vi ir a fondo. Con la presa de esta tartana llegué la noche de los 27 a Cotrón (Crotone); dejé pasar la primera guardia, y a la segunda, porque el tiempo me pareció muy bueno, me hice a la mar poniendo la proa a una cuarta de Levante al Siroco (Xaloc, jaloque); navegué todo lo restante de la noche, y el día y la noche siguiente, como se mudaron los tiempos, puse la proa por la cuarta de Levante al Griego (Gregal), y amanecí al 29 a Cabo Cucato (cabo Ducato) de Santa Maura (en italiano medieval y hasta el s. XIX Santa Maura, actual Isla Léucade o Lefkáda). Cargóme el tiempo de Mediodía y Jaloques, y como se iba alzando el sol, iba hacia el Leveche (Llebeig, Garbí), hice todo aquel día fuerza poniendo la proa por Poniente Maestro (Mestral) hasta la noche, con esperanza de tomar la isla de Pacso (isla de Paxos). Fue tan oscuro el tiempo, que acercándome a la noche, no pudiéndola descubrir, por asegurar las galeras hice la resolución de hacerme a la mar, aunque el tiempo era fresco y la mar gruesa. Pasóse con harto trabajo aquella noche, y dos horas antes de amanecer hice resolución de tomar la vuelta, poniendo la proa por Griego (gregal).

Navegué hasta el amanecer y algunas horas del día sin descubrir terreno hasta pasado mediodía, y descubrí las islas de Corfú. Fuíme acercando, y con dos horas de sol me hallé dando fondo en Nuestra Señora de Gasopoli (Casopoli, Cassopo, Kassiopi), y por el tiempo que tuve, que fue de borrasca deshecha de mar y viento, no recibí ningún daño, solo que de cuatro falucas que traía de remolco, perdí las tres, sin gente, que la tenía puesta toda dentro de las galeras.

Allí hice mi aguada y se enjugó toda la gente y ropa muy cómodamente, y el día siguiente me partí, navegando hasta la Chefalonia Piccola (isla de Ithaki). Di parte a la noche en una cala, y antes que amaneciese zarpé siguiendo mi camino hacia Castelternes (Castel Tornese veneciano, hoy castillo Chlemoutsi), que fue a los 2 de Diciembre, y navegando hacia el Prodano (isla Proti), a dos horas de noche, entre Castelternes y el Castillo Viejo (ruinas Castillo de Glarentza), cosa de 15 millas de mar, me vi por la proa de la Capitana una galera, que en descubriéndola yo, y ella a mí, volví la proa y se puso en caza, y yo dándosela.

Como la galera era buena, al principio apenas la pude volver a descubrir; con todo eso, como esta Capitana camina mucho, me iba acercando y descubriéndola más. Mandé encender fanal para que las cinco galeras me viniesen siguiendo; dile caza a la galera más de dos horas, y viéndome tan cerca, ordené diesen fuego a la artillería, y embistiéndola, entró la gente por la escala de la mano izquierda, que cuatro tiros de la artillería les atemorizó de manera que tuvo la gente fácil la entrada; mas como esta galera era la Capitana de Santa Maura, la mejor galera que el Turco tenía, por ser el Bey gran corsario, y la traía muy bien armada de soldados, pues tenía 140 bocas de fuego y gente brava, volvieron a hacer rostro, y se estuvo peleando casi tres cuartos de hora, en el cual tiempo iban llegando las demás galeras.

Llegó la galera Santa Catalina y embistió pasado el árbol a proa, con que vino a quedar la galera turquesca, Capitana de Santa Maura, rendida; el Bey que estaba en ella se echó a la mar dentro de un jaique, aunque estaba tres millas lejos de tierra, y por la carga de la gente se trabucó y se juzga que se haya ahogado, aunque sus turcos dicen que es gran nadador. Muchos han sido los muertos de esta galera y ahogados, y de los nuestros los muertos no han sido más que cuatro y tres hombres particulares heridos mortalmente, y siete u ocho heridos, entre soldados y marineros. Nuestra gente peleó con tanto valor, que se podía desear más verla de día que en una noche tan tenebrosa, que casi mezclados, con la oscuridad, pensando de dar a unos se daban a otros, hasta que yo mandé encender hachas.

Con eso se extinguieron algunas desgracias que podían suceder, y acabando todo esto di cabo a esta galera Capitana, y con bonísimo tiempo amanecí la mañana en la cala de la Chefalonia Pequeña, adonde he estado tres días reconociendo dicha galera Capitana y componiéndola para que navegue de la misma manera que las mías. En esta Capitana de Santa Maura he hallado al remo 180 cristianos, y vivos 60 turcos, que los demás quedaron muertos y ahogados.


Esta Capitana había un mes que se había despedido del bajá del Turco, que le dio licencia que se viniese a Santa Maura, habiéndose el entrado con toda la Armada en Constantinopla y dejado orden que 15 galeras de los Bais, y por cabezas de ellos el de Rodas, estuviese en guardia del Archipiélago y Morea. Se puede tener esta presa ser de importancia, porque esta Capitana era la que más daño hacía de continuo en la costa del reino de Nápoles, y el que la mandaba, gran marinero y soldado, y que en la Armada del Turco, de ninguno se hacía más caso que de su persona y galera. A los 5 en la noche me parto de esta cala de la Chefalonia Pequeña, y por haber hecho muchos días ruinísimo tiempo, hasta hoy 28 en la tarde no he podido llegar sino a Cotron, de donde es fecha ésta.»


Durante el tiempo que permaneció al mando de las escuadra de galeras, había capturado nueve galeras turcas de fanal, quince buques redondos de corsarios y veinte bergantines de diferentes tamaños, cautivando a 1.800 esclavos puestos al remo, de ellos cuatro beis y varios arráeces de rescate, así como muchas banderas y estandartes.

Enfrentamiento entre el Duque de Osuna y Octavio de Aragón

Tuvo lugar algo que es complicado de entender y a la larga resulto la caída del Duque de Osuna. Fue un viaje de don Pedro Téllez a Marsella donde fue recibido casi como un rey. Don Octavio se quedó a la espera del regreso fuera del puerto, donde al parecer por alargarse en demasía los festejos llegó a faltar la comida en la escuadra, esto le decidió abandonar a su Virrey regresando a Nápoles, eso sí enarbolando el estandarte Real en vez de el del Duque para no incurrir en falta a su Rey y con un detalle muy raro, pues entró en Cadaques desembarcando el equipaje de don Pedro.

Como es natural al intentar embarcar el Virrey su escuadra no estaba, escribió al Rey y su Consejo pidió explicaciones a don Octavio por este desaguisado, indicándole entre otras cosas: «…no alegaba causa bastante que le excusara en dejar al Duque de Osuna en Marsella; antes se advertía que en el billete decía muchas palabras indecentes, sin que fueran necesarias para su defensa, con que venía a agravar la culpa, y así era de parecer que S.M. mandara hacer con él alguna demostración que fuera de ejemplo.»

Prudente el Rey antes de tomar una resolución sobre el tema, ordenó que don Octavio ampliara de su puño y letra lo sucedido, por ello respondió con fecha del 6 de enero de 1621 desde Palermo, entre otras cosas diciendo:

«…probando que su conducta guiada por el mejor servicio, pues tenía empeño el Duque de Osuna en que entrara con las galeras dentro de la cadena del puerto de Marsella, y esto, que de falta militar, le estaba expresamente prohibido por el cardenal Borja. Viéndose en el aprieto; que al mismo tiempo le iban faltando las provisiones y le parecía no ser conveniente pedir a Francia lo que hubiera menester, y que la residencia del Duque se dilataba por gozar de las fiestas con que le brindaban, tomó resolución de dejarle. Anteponiendo el servicio a cualquiera otro respeto humano, ordenó arbolar el estandarte con las insignias de S.M., abatiendo el que llevaba con las armas del Duque, pues si ya había navegado antes con esta bandera, fue cuando las galeras eran suyas; más en este viaje ya no lo eran, por haberlas consignado el Duque a la Cámara de Nápoles, y éste no tenía más autoridad que el respeto que se debía a su persona…»

Agregaba una relación de sus hechos de armas como disculpa ante lo realizado, por considerar que el Duque le había faltado el respeto.

Mientras esto sucedía se cruzaron dos cartas, una de don Pedro Téllez a don Octavio, y respuesta de éste, son cartas sólo publicadas en una ocasión y que aquí por su interés transcribimos, si bien son algo largas nos facilitará situarnos en el momento y cómo se lanzaban dardos entre ambos.

«Carta de desafío del Duque de Osuna a D. Octavio de Aragón, por habello dejado en Marsella y venídose con las galeras a España sin decir nada al dicho Duque. Año de 1620.

Señor D. Octavio de Aragón. — Yo llegué a Marsella el lunes por la mañana a 27 de julio, y viernes último del mes comenzó a embarcarse ropa para seguir mi viaje; hoy sábado, por la mañana, me han venido a avisar que V.S. zarpaba con las galeras la vuelta de España, llevando en ellas toda mi ropa y de los que han quedado en tierra. Habiendo de embarcarme esta noche, mi detención en este puerto ha sido de cinco días, y sin haber hecho en todos cuatro tiempo para pasar el golfo; y aunque yo hubiera hecho la cuenta de mi detención, debo dársela a mi Rey. Ya V.S. me ha dejado en Francia y más de 200 españoles, gente tan principal como V.S. verá por esta lista, a quien de persona a persona no osara V.S. ofender, obligando a dar qué pensar y hablar a todo el mundo, y a mí, y a esta gente, a riesgo de otros mil peligros evidentes. Que V.S. se haya partido por falta de alimentos, no puede ser, pues como V.S. verá por este papel, firmado de los oficiales del sueldo, llevan en la caja de S.M. 1.500 escudos; y el capitán Pedro Lobay, de mi parte ofreció a V.S. todos los bastimentos que fueran menester, y lo propio hizo el capitán Viciguerra y el Proveedor de las galeras deste reino; ni V.S. me ha pedido bastimentos, ni dineros: dichomelo, ni por escrito, ni enviándomelo a decir la causa de su partida, de donde infiero que desacato tan grande a mi persona, en un hombre como usía no puede ser, ni atreverse a ello, sin expresa orden de S.M. en que mande a V.S. me deje en Francia, con la circunstancias que V.S. ha dicho, y cuando esto fuera así, V.S. sabía bien hasta donde se extiende la licencia que los ministros tienen de replicar a la órdenes de S.M., y del ejemplo de V.S. se puede haber aprendido de mí, en su mesma persona; pues cuando llegué a Sicilia hallé a V.S. en tan baja fortuna, que por sentencia del Consejo de Italia estaba V.S. cesado del servicio de S.M. y suspendido de todo género de oficios, y mandado restituir mucha hacienda, por los delitos que cometió en Mesina durante el oficio de Estrático; y comenzándome a servir de la persona de V.S., por compasión de sus trabajos, me llegó orden de su Majestad con D. Melchor de Borja, en que me mandaba quitase a V.S. el gobierno de la escuadra de aquel reino previamente, y lo entregase al dicho D. Melchor para la jornada de los Querquenes. No sólo repliqué a esta orden de S.M., doliéndome de la honra de V.S., por haberme echado a mis pies lastimosamente; pero embarqué 800 españoles sobre las ocho galeras de aquella escuadra, y siendo V.S. siciliano le envíe gobernándolo todo. Tuve consecutivamente en respuesta de mi carta, segunda y tercera orden de S.M. para desposeer a V.S. de aquella escuadra y entregalla al dicho D. Melchor de Borja, a que también repliqué, manteniendo a V.S. en el gobierno de ellas cuatro años. Y finalmente, todos los acrecentamientos que V.S. hoy tiene, así de puesto como de rentas y sueldos, ha venido por mi mano, que no son tan cortos, que de honores son los que S. M. tiene que dar en Sicilia y en Nápoles, en Consejos de Estado de aquellos reinos, y de sueldos y rentas, importaran 11.000 ducados al año, sin 200.000 escudos de que V.S. se ha aprovechado, que no sé que haya español que se halle en este estado en tan poco tiempo; y pues V.S. estaba ya contento cuando llegó a Sicilia, con sólo capitán de la milicia p una galera de la escuadra de aquel reino, yo he hecho en todo esto lo que piden las obligaciones de mi nacimiento, y V.S. en el estilo que ha guardado conmigo, las que piden las del suyo; y por último, aseguro a V.S. que si en esta navegación de Nápoles a España he rehusado muchas veces de ir embarcado en galeras, y navegando en salvo, no ha sido tanto por los malos tiempos y la mar, como por la vida y costumbres que V.S. tiene de ellas, teniendo el castigo que cada día se puede esperar; y aunque creo que V.S. me debe entender, todos los españoles que en mis dos galeras fueron y volvieron de España el año pasado temiendo lo mismo, y quien tuviere hoy en día alguna curiosidad, hallará en la misma amistad y desdicha a V.S. que llevaba consigo.

En todo lo que V.S. respondiere contra esto miente como muy ruin caballero, y también miente si niega que es vil e infame término el que ha usado conmigo; y aunque de la persona de V.S. a la mía hay en todo la desigualdad que el mundo sabe, sustentaré a V.S. con la espada en la mano ser ruin caballero, en cualquier lugar donde V.S. me llamare; y como ha sido pública a los ojos del mundo la injuria que V.S. ha intentado de hacerme, lo será esta carta también.»


Respuesta a esta carta de D. Octavio de Aragón al Duque de Osuna.

«Señor D. Pedro Girón, conde de Ureña y Duque de Osuna. — Yo soy D. Octavio de Aragón, que basta para cosas mayores.

Un papel me han dado que, en sólo verle, aunque viniera sin firma, conociera ser de V.S. porque ni es cartel, ni carta, imperfecto en todo para ambos efectos; para carta, viene de todo punto descomedida y desbaratada, como de V.S. se puede esperar, pues dice en ella cosas, que ni tuviera ánimo V.S. para decillas delante de mí, ni de ningún caballero ni soldado que me conoce, por no tratar palabra de verdad ni apariencia de ella; y para cartel, viene de todo punto falto de estilo puntual y honrado, muy debido en semejantes casos. Porque siendo V.S. el reo, como a vista de todo el mundo se quiere hacer ator, como si la vanidad de usía y estado, último refugio de V.S., y con que tanto se honra, bastante a quitar las manchas de casos feísimos de que V.S. tiene lleno y escandalizado el mundo.

Algunos disculpan a V.S. de estas desórdenes, pues ni por profesión de caballería, ni experiencia de armas tiene obligación de saber más de estas materias. Y aunque yo, ni ningún caballero honrado ni soldado, tenía obligación de responder a lo que no merece respuesta, para que V.S. no quede sin ella y yo satisfaga en parte a quien soy, y a la Real sangre de donde desciendo, me ha parecido satisfacer a la llamada carta o cartel de V.S., y digo lo primero:

Que en Marsella y otras partes se detuvo V.S. sin causa, con harto libres demostraciones, mucho más tiempo de lo que a su honra convenía, y yo aguardé a usía con las galeras todo el tiempo que me pareció bastar hasta no poner en peligro la mía.

Dice V.S.: Que la cusa de su detención le ha de dar cuenta a su Rey y no a otro ninguno, con que le parece a V.S. haber cerrado las puertas a todos los cargos que le podían hacer en este particular; pero no será así, porque de mi descargo, que es el más llano y verdadero, nace el desengaño, muy por entero, y cargo eficaz contra V.S.

Yo partí de Marsella con las galeras de mi Rey, que estaban a mi cargo, y mi partida fue muy considerada, y con muy grandes y honrados fundamentos, de que daré cuenta como estoy obligado, al Rey, de quien soy, no a V.S., que no le conozco por superior en ningún caso.

Dice V.S. que no me partí por falta de alimentos, pues estaban sobrados 1.500 escudos en la caja de S. M. para el sustento de las galeras, a que respondo: Que el dinero de S.M. nunca pudo V.S. disponer a su albedrio, como piensa, no a mí me estaba bien, ni me fuera bien notado gastarlo en Francia inútilmente por solo gusto de V.S., tan en perjuicio de mi Rey; y ni tampoco quise hacer caso de las palabras de V.S. que dice dijo al capitán Pedro Lobay, en razón de darme bastimentos, considerando el mucho gasto de las galeras y los cortos alimentos que le dan a V.S. de que poder dispensar, habiéndosele acabado el gobierno de Nápoles.

Dice V. S. que el desacato tan grande que un hombre como yo hice a la persona de V.S., dejándole en Francia, no pudo ser sin expresa orden de S.M., y que cuando yo la hubiera tenido, había de replicar y no dejarle así solo con tanto riesgo de su persona, sabiendo la licencia que los ministros tienen de replicar y suspender los Reales mandatos: y para ello pone V.S. por ejemplo las muchas mercedes que dice haberme hecho, con tantas y tan expresas órdenes de S.M., y sobre esto discurre V.S. muy a lo largo, persuadiendo ser muy lícito y necesario contradecir los ministros los mandatos de su rey cuando les parece, a lo cual respondo: Que mi partida de Marsella fue, como tengo dicho, muy mirada y considerada, y lo demás fuera muy en detrimento de mi honra y notorio peligro de las galeras. A mi rey he servido desde que nací en cuantas ocasiones de mar y tierra se han ofrecido, con muy gran fidelidad, como quien soy, como honrado aventajado caballero y soldado, por lo cual, y por la esclarecida memoria de mis pasados, he merecido y merezco mucho más que V.S. que S.M. me haga merced, y de sus reales manos reconozco las recibidas, y no de otro ninguno del mundo.

Y el no cumplir con puntualidad las órdenes de S.M. que V.S. tanto facilita, en ninguna manera me puede parecer bien, ni parecerá a ningún caballero que esté con atención a los puntos de honra y estado; y así yo desde luego repruebo la opinión de V.S., como muy contraria a la fidelidad que se debe al rey, y muy peligrosa al estilo y orden de caballería.

Y no piense nadie autorizar una opinión errónea con las réplicas que en Nápoles hizo V.S. al cardenal Borja, al tiempo de su partida, porque éstas han parecido tan mal, y fueron tan escandalosas y perjudiciales, que si aquel reino no estuviera conforme en la debida obediencia de su rey, fueran ocasiones de perderse. De donde infiero que los caballeros en todos estados han de obedecer a sus reyes sin réplica, y sin pedir causas, porque lo demás, por mucho que se dore, tiene especie de traición.

Dice V.S. que contra orden de S.M., y siendo yo siciliano, me entregó las escuadras de aquel reino con 800 mosqueteros españoles para la jornada de los Querquenes, a lo cual respondo, jurando como juro solemnemente, en ley de caballero, que si yo hubiese sabido que contra la voluntad de mi rey me enviaba V.S. a aquella jornada, no tan solamente no fuera a ella, pero tuviera contra V.S. el sentimiento que en lugar y ocasión me permitiera, sin detrimento de mi honra, y de suyo se ha de entender que por pensar que D. Octavio de Aragón había de servir al Duque de Osuna, es imposible tan grande, que no hay nadie que le ignore. Pero apurándose en este caso, yo confieso que fui a aquella jornada por mandato de V.S. y en ella me porté con tanto valor como el mundo sabe: imitando yo a mis pasados y V.S. a los suyos; yo al buen D. Alfonso de Aguilar y V.S. al Conde de Ureña tercero.

Dice V. S. que en todas sus acciones ha procedido como quien es y que yo he procedido en todo como quien soy; y en esto sólo me conformo con V.S. y confieso llanamente ser así, y en toda la llamada carta o cartel no viene razón ni palabra que traiga forma de verdad sino ésta, de que quedo satisfecho y contento.

También dice V.S. que no se atrevería a venir en mi galera, temiendo las desgracias que por mi vida y costumbres podrían suceder, y otras cosas cifradas a este propósito, harto digna de dirección; a lo cual respondo: Que si V.S. predicase por el mundo libertad de conciencia, ninguno hubiera en él que no creyese salirse del corazón y del alma; pero predicar V.S. recatos, santidades y escrúpulos de su propia persona, entienda V.S. que se creyera con mucha dificultad, ante tengo por seguro no haber nadie que lo crea, y ansí sobre este punto digo que las propias obras de V.S., y y el mundo entero responda por mí. Y es cierto que saben todos el recato con que yo vivía cuando V.S. entraba en mi galera, que como le conozco, y tan bien, que es incurable enfermedad que a V.S. tanto persiguió, temía, y con mucha razón, alguna notable desgracia, como incendio o cosa semejante, donde pagasen justos por pecadores.

Acaba V.S. su carta y cartel con decir que si yo dijera lo contrario de lo que en él dice, miento como ruin caballero y también dice miento si negase que soy vil y infante, y que aunque entre persona de V.S. y la mía hay tanta desigualdad, sustentará V.S. con la espada en la mano ser un ruin caballero, a todo lo cual respondo: Que si V.S. lo fuera, y fuera de las calidades que se imagina, y hubiera profesado Orden de caballería, como todo caballero y honrado soldado es obligado, no desmintiera tan fuera de propósito a quien no sabe si ha dicho o piensa decir; por lo cual, la injuria que contra tal acto pensó hacer, se queda sobre V.S. que ni pido ni supo inventarla.

De mí sé decir que desde que nací dije verdad, y la diré, mediante Dios, aunque pese a V.S., en tanto que viviese.

Y en lo demás que decís cerca de levantar vuestro linaje más que el mío, y vuestra persona más que la mía, mentís como infame y ruín caballero y esto os lo haré conocer con las armas en las manos en cualquier lugar del mundo que quisiéredes escoger, como no sea en tierras sujetas a turcos y jovenlandeses, porque en esto sería seguir a vuestra persona y no a la mía, por la causa que vos bien sabéis; pero quiero daros esta ventaja, que así como escogisteis las armas escojáis el campo, para que el mundo vea la poca estimación que hago de vuestra persona y fuerzas; y por ésta, firmada de mi nombre, prometo buen tratamiento a cualquier caballero o escudero que me enviáredes con esta razón, como traiga conclusión fija.»


Escrito por don Cesáreo Fernández Duro, dice:

«Conocido el carácter de Osuna, es de presumir que sin la prisión y vicisitudes que le acabaron, por estos lamentables documentos hubiera tenido lance personal con D. Octavio, personificación de la miseria humana. En la “Colección de Documentos Inéditos” se hallan las órdenes en que efectivamente, y con repetición, prevenía el Rey que el mando de las galeras de Sicilia se entregara a D. Melchor de Borja; inserta asimismo ciertas cartas de la Marquesa de Ladrada, hija de D. Pedro de Leiva, con grandes inculpaciones contra D. Octavio, entre la que se nota la de haber tomado las órdenes sagradas por escapar a la justicia; inculpaciones de que con calor le defiende el Duque, escribiendo a S. M. La carta de desafío, salvo la forma y los reproches, en cuanto al agravio del abandono en Marsella y desacato a su persona es racional, ofreciendo por la contestación insolente la mejor prueba de ser D. Octavio de Aragón un ruin caballero.»

A esto añadir por haberlo encontrado en un documento, lo que le dice el Rey al Duque de Osuna en carta privada, entre otras cosas le hace saber: «…y con esto cesará el fin que se llevaba de hacer general a D. Octavio de Aragón, de que se os avisó antes de agora, para vos solo. Madrid 28 de enero de 1620. — Yo el Rey. — Antonio de Aróstegui.»

No obstante don Octavio por orden de S. M. pasó cinco meses de encierro en un castillo, dado que el infractor no cesaba de enviar cartas a la corte, el Rey concluyo que al término de la prisión pasara a Palermo teniendo la ciudad como guandoca.

Continuo su lucha por acreditarse de nuevo y por fin en 1622 se le entregó el mando de una escuadra de ocho galeras, salió rumbo al canal de Constantinopla donde en septiembre seguido realizó un desembarco en Modón, capturando algunas piezas de artillería y recuperando unos cuantos cristianos, a su regreso mantuvo varios enfrentamientos con naves turcas de las que capturo algunas. A su regreso no volvió a tener mando, pues no consta en las siguientes expediciones que dieron la vela tanto desde Sicilia como Nápoles, desconociéndose la razón y no ser nombrado de nuevo en ningún documento, bien pudiera ser pasara a la península y encerrándose en su villa permaneciera sus últimos días, donde la fin le sorprendió a principios de 1623.

Aragón, Octavio de Biografía - Todoavante.es

Octavio de Aragón embistiendo a las galeras turcas - Todo a babor

El bombardeo de Constantinopla por galeras españolas en 1616 - Todo a babor

Batalla del cabo Corvo - Wikipedia, la enciclopedia libre
 
Última edición:
48) Isabel Barreto, la mujer almirante

Isabel Barreto de Castro (Pontevedra, 1567 - 1612) fue una navegante española, considerada la primera mujer que ostentó el cargo de almirante en la historia de la navegación. Fue esposa del navegante Álvaro de Mendaña, patrón de varias expediciones por el océano Pacífico y descubridor de las islas Salomón y las islas Marquesas, y a quien acompañó en su último viaje.

almirante-Isabel-Barreto_684541581_3358830_1024x1024.jpg


Juventud

Algunas fuentes apuntan que era nieta de Francisco Barreto, un marinero portugués que fue el 18.º gobernador de la India portuguesa, de quién heredó su pasión por la navegación. Otros historiadores señalan que sus padres fueron Nuño Rodríguez Barreto, conquistador del Perú, y Mariana de Castro, ambos naturales de Lisboa. Tenía tres hermanos y tres hermanas.

Siendo aún niña, se trasladó con su familia al Virreinato del Perú. Allí conoció al adelantado Álvaro de Mendaña, con quien contrajo matrimonio en Lima en 1585.

La expedición a las islas Salomón

Ella y otras mujeres se embarcaron, a pesar de que no era algo habitual en la época, en la expedición que su marido organizó por el océano Pacífico que partió, el 16 de junio de 1595, hacia las míticas islas Salomón. La expedición constaba de cuatro embarcaciones, y estaba compuesta por 378 personas, 280 de las cuales eran «hombres de mar y guerra». También iban tres hermanos de Isabel y el cronista portugués Pedro Fernández de Quirós, quien tuvo frecuentes enfrentamientos con ella, a causa del carácter déspota que se le atribuía. Tuvo como inicio el puerto de Paita, en Perú. En un primer momento, la flota descubrió las islas Marquesas.

Durante su estancia en las islas Santa Cruz, Mendaña enfermó gravemente de malaria durante el viaje, falleciendo el 18 de octubre. Antes de morir, nombró a su mujer gobernadora en tierra, y al hermano de esta, Lorenzo Barreto, almirante de la expedición, pero Lorenzo muere unos días después e Isabel se encarga del mando de la expedición, como «adelantada del mar Océano».

Dejó por heredera universal y nombrada por gobernadora a doña Isabel de Barreto, su mujer, porque de Su Majestad tenía cédula particular con poder para nombrar la persona que quisiese.

Pedro Fernández de Quirós.

La expedición tuvo que partir apresuradamente de las islas tras una rebelión de los indígenas causada por el asesinato de su caudillo Malope a manos de soldados españoles. Isabel decidió poner rumbo a las islas Filipinas, llegando la expedición al Puerto de Manila tras una accidentada travesía el 11 de febrero de 1596. Según las crónicas, la cruedad de la almirante costó el ahorcamiento de varios marineros que contravinieron sus órdenes.

Últimos años

En Filipinas se casó de nuevo ese mismo año, con el general Fernando de Castro, caballero de la Orden de Santiago.​ En 1597, ambos organizaron una expedición que les llevó primero a Acapulco (México) y después a Guañacos (Argentina) donde Isabel poseía una encomienda.

Su intención era proseguir amparándose en su titulo la colonización de las islas, para ello decidieron regresar a la península y hablar con el Rey en 1609. Mientras Quirós consiguió del virrey del Perú una nueva cédula en 1603, dando comienzo a su expedición en 1605. Al enterarse el matrimonio pusieron pleito a Quirós, pero al tener el permiso Real de nada les sirvió, al parecer durante el tiempo de espera a ser recibidos o bien después falleció don Fernando de Castro, al recibir doña Isabel la negativa de la sentencia decidió regresar a su tierra natal en Galicia, donde debió fallecer sin saberse fecha ni lugar.

Barreto, Isabel de Biografia - Todoavante.es

Isabel Barreto, la mujer almirante | Cultura

La falsa 'leyenda negra' de Isabel Barreto - Milagros Bará - Diario de Pontevedra, Noticias de Pontevedra
 
Última edición:
Has tardado mucho en mentar al gran Andrés de Urdaneta.

En mi viaje a Filipinas, estuve en el convento de los Agustinos, solo puedo decir una cosa... IMPRESIONANTE.

También estuvé en las Molucas y fue increíble.



Gran hilo!
 
Hay muchos marinos...

49) Fernando Villaamil, creador del Destructor y héroe de la Guerra de Cuba

Fernando Villaamil Fernández-Cueto (Serantes, Asturias, 23 de noviembre de 1845-Santiago de Cuba, 3 de julio de 1898) fue un marino militar español, famoso por su profesionalidad y rigor, por ser el diseñador del primer destructor de la historia, por estar al mando de la primera vuelta al mundo a vela de un buque-escuela español y por su heroica fin en la batalla naval de Santiago de Cuba, en el Desastre de 1898.

245px-Fernando_Villaamil.jpg


Infancia y juventud

Fernando Villaamil nació en la casa solariega de su apellido, en la parroquia de Serantes perteneciente entonces al Concejo de Castropol y actualmente al de Tapia de Casariego, y a escasa distancia del Mar Cantábrico. Tercero de los hijos de Fermín Villaamil, un abogado que gastó todo su patrimonio en interminables pleitos y una agitada vida política, hubo de vivir en su adolescencia el proceso de decadencia y pérdida de la casa y todas sus posesiones. Parece que aquella debacle, que daba al traste con una historia familiar de casi mil años, le marcó durante toda su vida, creándole respecto a su tierra natal un complejo sentimiento en el que pesaban tanto el amor como la amargura.

Estudió náutica y matemáticas en Ribadeo, Oviedo y Madrid, logrando ingresar con solo 15 años en el Colegio Naval de San Fernando de la Armada, dando con ello comienzo a su carrera como marino. Fue destinado a Filipinas, desempeñando allí su primer mando de barco, y después a Puerto Rico, donde recibió su bautismo de fuego. A su regreso a España ocupó, siendo ya teniente de navío, plaza de profesor en la escuela naval flotante, a bordo de la fragata Asturias, anclada en Ferrol.

El Destructor

En aquel tiempo era preocupación de las marinas la neutralización de la amenaza que presentaban los barcos torpederos, por lo que se empezó a trabajar en el diseño de buques rápidos que pudieran destruirlos. En la década de los 1880 se comenzaron a construir los primeros buques contratorpederos casi siempre en el Reino Unido, aunque algunos fueron por encargo de marinas extranjeras. En 1884 se construye el HMS Swift (TB81) y en 1885 se comienza el Kotaka para Japón, precursores de los destructores que vendrían después.

Villaamil, que estaba muy a la cabeza en cuanto a tecnología naval, tuvo en cuenta estas ideas y desarrollos cuando, por encargo del ministro de Marina, diseñó un proyecto y solicitó a varios astilleros británicos propuestas de construcción de un nuevo buque contratorpedero. En 1885 fue elegida la presentada por los astilleros de James & George Thomson de Clydebank (Escocia) y el nuevo buque, bautizado Destructor fue entregado formalmente a la Armada española el 19 de enero de 1887 en medio de la expectación de todos los medios náuticos europeos y tomando el mando el propio Fernando Villaamil. Cinco días más tarde, el barco, que en las pruebas en mar había alcanzado una velocidad de 22,5 nudos, zarpó de Falmouth para España. Menos de 24 horas después el Destructor estaba frente a la costa gallega, habiendo hecho una media de 18 nudos a través de una mar muy mala. En un solo día, pues, todas las dudas sobre las cualidades marineras del nuevo barco quedaron despejadas para siempre, y Villaamil pudo sentirse plenamente orgulloso de su creación.

El diseño del Destructor influyó decisivamente en el de posteriores barcos construidos para otras Armadas, entre ellas la británica​ y a partir de entonces la reputación profesional de Villaamil alcanzó niveles internacionales. En España, además, Villaamil alcanzó fama y popularidad, y él y su Destructor se convirtieron en el centro de atención en todos los puertos que visitaron.

275px-Contratorpedero_Destructor.jpg

El contratorpedero Destructor.

La vuelta al mundo con la Nautilus

En 1892 Villaamil logró que el ministerio de Marina aprobara, dentro de las celebraciones del IV centenario del descubrimiento de América, un proyecto largamente propugnado por él: un viaje de circunnavegación a vela, como aprendizaje de los guardiamarinas de la Armada. El 30 de noviembre, la corbeta Nautilus dejaba Ferrol con Villaamil al mando para dar la vuelta al mundo con una tripulación en la que eran mayoría los gallegos y asturianos, provistos de gaitas para endulzar la larga ausencia. Las Palmas, Bahía, Ciudad del Cabo, Puerto Adelaida, Sídney, Port Lyttelton, Valparaíso, Montevideo, San Juan de Puerto Rico, Nueva York, Plymouth y Brest fueron las principales escalas de aquel crucero, que terminó un radiante domingo día del Carmen de 1894 en La Concha de San Sebastián.

La vuelta al mundo con la Nautilus incrementó aún más la popularidad de Villaamil, a lo que contribuyó la publicación por su parte de la historia del viaje en un libro, Viaje de circunnavegación de la corbeta Nautilus, en el que relataba los acontecimientos de la navegación junto con sus reflexiones, principalmente sociales y económicas, sobre todo lo visto en las tierras visitadas. Especialmente estremecedoras resultan las palabras que escribió tras visitar los arsenales de la marina de guerra norteamericana en Filadelfia, en los que en diversos grados de armamento se encontraban dos acorazados y tres cruceros: Sin que yo pueda penetrar en los fines que se propone esta nación, [...] observo que en estos últimos años, de modo inesperado, dedica su atención y créditos a adquirir buques de guerra que representen la última expresión del adelanto de la arquitectura naval. Fernando Villaamil no podía saber entonces que el destino le reservaba una cita fatal, en el corto plazo de cuatro años, con aquellas impresionantes máquinas de guerra; cita en la que resultarían aniquilados él, muchos de sus compañeros de armas, todos sus barcos y las últimas posesiones del Imperio español.

La Guerra hispano-estadounidense: el desastre del 98

En 1898 Estados Unidos ordenó a su flota del Pacífico que se dirigiera a Hong Kong e hiciera allí ejercicios de tiro hasta que recibiera la orden de dirigirse a las Filipinas y a la isla de Guam. Tres meses antes se había decretado el bloqueo naval a la isla de Cuba sin que mediara declaración de guerra alguna.

El 15 de febrero explotó en el puerto de La Habana el acorazado Maine de Estados Unidos, que se hallaba en Cuba en una visita antidiplomática de provocación que no había sido anunciada previamente. La explosión fue provocada deliberadamente por sus propios tripulantes, que se encontraban en tierra en una fiesta ofrecida por los españoles a pesar del bloqueo naval y del insultante comportamiento estadounidense. Estados Unidos acusó a España de la explosión y casi de inmediato declaró la guerra con efectos retroactivos al comienzo del bloqueo. Las tropas de Estados Unidos rápidamente arribaron a Cuba.

El 1 de mayo, la flota del Pacífico de Estados Unidos se enfrentó en batalla naval a la flota española de Filipinas. En aquel momento muy pocos creían que un país como Estados Unidos, que hasta aquel momento no había tenido Armada ni había librado nunca una guerra fuera de sus fronteras, pudiese derrotar a la Armada española, considerada una de las mejores del mundo. Sin embargo, el elemento sorpresa, las naves nuevas y los planes específicos previamente organizados favorecieron a los Estados Unidos, la escuadra española de Filipinas fue totalmente destruida en el llamado desastre de Cavite.

En España se decidió el envío a Cuba de otra flota de la Armada, al mando del almirante Pascual Cervera Topete. La flota estaba formada por los crucero acorazados Cristóbal Colón, Infanta María Teresa, Vizcaya y Almirante Oquendo, así como tres contratorpederos o destructores: Terror, Furor y Plutón. El Terror tuvo que quedar en Puerto Rico por una avería, donde llegaría a combatir contra Los cruceros auxiliares USS St. Paul y USS Yosemite.

A priori, el rango de Fernando Villaamil (capitán de navío, categoría inmediatamente inferior al de contraalmirante) no encajaba de forma evidente dentro de la organización y la cadena de mando de los distintos tipos de barcos que componían la flota, por lo que de haberlo deseado hubiera podido quedarse en España. Sin embargo, prefirió unirse a la flota de Cervera al mando de la escuadrilla de cazatorpederos o destructores, formada por el Furor, el Terror y el Plutón. Fernando Villaamil estaba considerado uno de los mejores expertos mundiales en este tipo de barcos, creados por él mismo.

Estados Unidos, por su parte, envió dos flotas a Cuba bajo el mando del almirante Sampson. En su conjunto, ambas flotas eran claramente superiores militarmente a la española. Sin embargo, tenían la prohibición de enfrentarse por separado a la escuadra española, pues esta estaba considerada una de las mejores flotas de su tiempo.

Pese a las soflamas lanzadas por la prensa española y el ánimo exaltado de la clase política, que unánimemente esperaba una aplastante victoria militar frente a Estados Unidos; el almirante Cervera, Fernando Villaamil y muchos marinos españoles eran plenamente conscientes de que se enfrentarían a un enemigo claramente superior, con el consiguiente sacrificio inútil de las fuerzas navales españolas y las vidas de cientos de hombres.

A su llegada a Cuba, la flota española permaneció atracada en el puerto de Santiago evitando el combate en mar abierto con las flotas norteamericanas. Cervera estaba convencido de la imposibilidad de su escuadra de mantener un enfrentamiento directo con los americanos, dada la manifiesta inferioridad de sus barcos, y se resistía a salir de la seguridad del puerto.

Parece ser que Villaamil propuso realizar incursiones rápidas con sus ágiles y veloces destructores, atacando puertos de la costa Este de los Estados Unidos (Nueva Orleans, Miami, Charleston, Nueva York o Boston) para forzar así a gran parte de la escuadra estadounidense a volver para defender sus propias costas. De este modo, se habrían igualado las fuerzas navales de ambos contendientes en Cuba. Seguro que pesó en la postura de Villaamil el conocimiento de que el puerto de Nueva York carecía prácticamente de defensas militares, hecho que hace notar en su libro Viaje de circunnavegación de la corbeta Nautilus. De una u otra forma, estos planes no fueron ejecutados, tal vez por la oposición del almirante Cervera, que optó por que todos los buques permaneciesen en puerto.

De este modo, la flota española permaneció atracada en el puerto de Santiago de Cuba, situación que fue estratégicamente aprovechada por la flota estadounidense, que se sitúo ante la angosta bocana del puerto de Santiago esperando la salida de la escuadra española. El puerto de Santiago pasó de ser un refugio para la flota española, para convertirse en una auténtica ratonera, ya que la estrecha bocana del puerto sólo permitía a los barcos salir de uno en uno, mientras toda la flota estadounidense esperaba fuera. En esta situación Villamil propuso lanzar un ataque nocturno por sorpresa con torpedos con los dos destructores que le quedaban (el Terror había sufrido averías antes de llegar a Santiago de Cuba, por lo que regresó a Puerto Rico). Pero su idea fue nuevamente desestimada.

Esta situación se mantuvo hasta que el 2 de julio de 1898 el capitán general Ramón Blanco y Erenas ordenó a Cervera abandonar el puerto ante la inminente ocupación de la ciudad por las fuerzas terrestres americanas y el consiguiente peligro de captura de los barcos. En ese momento, toda la flota estadounidense esperaba ya ante la angosta bocana del puerto de Santiago la salida de la escuadra española.

La batalla de Santiago: el fin

Cervera, convencido de la inferioridad material de su flota, pensaba que si salía al combate en mar abierto, perdería todos sus buques y hombres.

El Jefe de Estado Mayor de la Escuadra de Cervera, el Capitán de Navío Joaquín Bustamante propuso al Almirante una salida nocturna escalonada para evitar la pérdida total de la escuadra, pero al igual que la propuesta de Villaamil, la idea fue desestimada.

Cervera decidió salir a primeras horas del día siguiente, el 3 de julio, navegando hacia el oeste y pegado a la costa para salvar el mayor número de vidas posibles. Esta decisión era, militarmente hablando, la peor de todas las posibles, pues probablemente una salida nocturna o en un día de mal tiempo hubiese sido más adecuada. Además, la estrechez del canal de salida del puerto obligó a los barcos a salir de uno en uno.

Siguiendo las órdenes especificadas por Cervera, los buques españoles zarparon en orden decreciente de tamaño y potencia de fuego. Así, la escuadra española salió de puerto encabezada por el buque insignia Infanta María Teresa (en el cual se encontraba embarcado el Almirante Cervera). A continuación salieron el Vizcaya, el Cristóbal Colón y el Almirante Oquendo, que se alejaron intercambiando disparos a larga distancia. Todos dejaron el puerto a intervalos demasiado largos y siguiendo la misma ruta.

Cervera dirigió a su buque insignia, Infanta María Teresa hacia el buque norteamericano más cercano, el USS Brooklyn. Al observarlo el Comodoro Schley, que se encontraba a bordo del Brooklyn, ordenó al Brooklyn que diera media vuelta y se alejara para evitar un hipotético intento de espoloneamiento. Al comprobar que el Infanta María Teresa no intentaba dicha maniobra, sino huir, ordenó al Brooklyn regresar a la posición original, momento en el cual estuvo a punto de colisionar con el USS Texas.

Los buques americanos pudieron rodear y cañonear todos a la vez al Infanta María Teresa, que fue atacado en desigual batalla de un único buque contra una escuadra entera.

A continuación, los estadounidenses hicieron fuego sobre el Almirante Oquendo.

Los últimos barcos en abandonar el puerto fueron los pequeños y rápidos destructores de Villaamil, Furor y Plutón, que se hundieron rápidamente tras ser alcanzados por el potente fuego de la flota estadounidense. Se cree que Villaamil habría muerto intentando subir a la torreta del cañón de proa del destructor Furor para disparar contra los estadounidenses.

Una vez hundidos los destructores, la escuadra americana perseguió al Vizcaya hasta acribillarlo.

El Cristóbal Colón, la unidad más rápida y moderna de la flota española, se alejaba a toda máquina. Y hubiera quizá escapado, hasta que se le agotó el carbón inglés de alta calidad y debió proseguir viaje con carbón cubano, de inferior calidad. Esto le hizo perder sustancialmente velocidad y la ventaja obtenida hasta el momento. Pese a que no recibió grandes daños gracias a su blindaje, su comandante, al ver que no podía escapar, decidió embarrancarlo. (Hay que decir que los americanos pensaron que la actitud del Cristóbal Colón de huir sin siquiera combatir era debida a la cobardía; sólo después de la batalla supieron que el barco estaba desarmado, no había recibido su artillería principal y por lo tanto poco podía hacer).

Los grandes cruceros, tras ser alcanzados por el fuego enemigo aguantaban bastante tiempo a flote antes de hundirse. Todos ellos se dirigieron hacia la costa para embarrancar, por lo que todos sus mandos y muchos de sus oficiales y marineros sobrevivieron a la batalla.

monumento_castropol.jpg

Monumento a Fernando Villaamil en Castropol (Asturias).

La fin de Fernando Villaamil

Por el contrario, los pequeños destructores se hundieron poco después de ser. Fallecieron la práctica totalidad de sus tripulantes, incluido Villaamil, que de este modo fue el militar de mayor graduación caído en la batalla. Los cadáveres de Fernando Villaamil y de la mayoría de los tripulantes de su barco nunca fueron recuperados.

Historia Naval de España. » Biografía de don Fernando Villaamil y Fernández Cueto

Fernando Villaamil, el padre de los destructores
 
Última edición:
50) Ruy López de Villalobos, descubridor de Filipinas

Ruy López de Villalobos (Málaga, España, 1500 - Isla Ambon, 1546) fue un hidalgo y marino español que exploró las islas Filipinas y trató, sin éxito, de colonizarlas y establecer una ruta comercial viable con los territorios españoles en América. Es conocido porque fue su expedición la que dio nombre a esas islas como «Filipinas» en honor de Felipe II de España, entonces príncipe, de quien toman su denominación actual.

RuyLopVill5.jpg


Precedentes de la expedición

Los descubrimientos e intereses político-económicos de los imperios portugués y español les habían llevado a trazar un reparto de esferas de influencia de cara a exploraciones, conquistas y explotación económica de los territorios que iban viendo la luz en los mapas europeos. Este primer tratado se conoce como Tratado de Tordesillas (1494). Posteriormente, cuando Juan Sebastián Elcano dio la vuelta al mundo se demostró que la Tierra era redonda, los monarcas de ambos Estados se vieron obligados a completar el reparto, ya que el Tratado de Tordesillas se basaba en la idea de un mundo plano. Este nuevo tratado, que completaba el anterior, fue el Tratado de Zaragoza (1529).

Desde antes se sabía que la tierra era redonda. La expedición de Magallanes buscaba una ruta castellana hacia las islas de especiería; al hallar la ruta, el posterior tratado fue para fijar los límites de los dominios peninsulares en Asia.

Motivaciones económicas e implicaciones políticas de la expedición

Sin embargo, la exploración de Magallanes había dado lugar al hallazgo de nuevas tierras que Carlos V ambicionaba: las islas Filipinas. Este conjunto de islas no era aún conocido con este nombre, sino que Magallanes las había bautizado como islas de Poniente o archipiélago de San Lázaro.

La posesión de una base territorial en esta zona era un suculento bocado comercial, ya que permitía acceder al comercio con China y Japón. Además, estaba el acceso a las especias (clavo, canela, pimienta...), tremendamente cotizadas en la Europa del siglo XVI. Hemos de tener en cuenta que este comercio había sido hasta ese momento monopolio de los portugueses, que se habían enriquecido gracias a él.

El problema para Carlos V era que en el Tratado de Zaragoza España había reconocido la esfera de influencia portuguesa y su posesión de las islas Molucas, grandes productoras de especias. Las Filipinas se encontraban en una situación límite en lo que al tratado respecta, por lo que se dieron severas instrucciones a López de Villalobos para que se limitara a tratar de explorar y colonizar Filipinas evitando los territorios portugueses.

Expedición (1542-43)

En 1541, López de Villalobos recibió el encargo de Antonio de Mendoza y Pacheco, primer virrey de la Nueva España, de encabezar una expedición hacia las Islas del Poniente (Indias Orientales) en busca de nuevas rutas comerciales. Partió la expedición del puerto mexicano de Barra de Navidad el 1 de noviembre de 1542, una flota con 370 a 400 tripulantes a bordo de cuatro navíos mayores, un bergantín y una goleta: Santiago, Jorge, San Antonio, San Cristóbal (pilotada por Ginés de Mafra), San Martín y San Juan de Letrán (al mando de Bernardo de la Torre).

El 25 de diciembre, la flota se dirigió hacia las actuales islas de Revillagigedo, frente a la costa oeste de México, una de cuyas islas había sido descubierta en 1533 por Fernando de Grijalva. Al día siguiente redescubrieron un grupo de islas situadas a 9° o 10° N al que llamaron Corrales, y anclaron en una de estas islas, a la que le pusieron por nombre La Anublada (hoy San Benedicto), y a los peñascos les dieron el nombre de Los Inocentes.

El 6 de enero de 1543, avistaron varias pequeñas islas en la misma latitud y las llamaron Islas Los Jardines (eran las islas de Eniwetok y Ulithi, ya avistadas en 1527 por el galeón Reyes, el barco al mando de Álvaro de Saavedra que Cortés había mandado para cruzar el Pacífico). También descubrieron la isla de Palaos, que perteneció a España hasta 1899, cuando fue vendida a Alemania junto con el resto de las islas Carolinas.

Entre el 6 y el 23 de enero de 1543, el galeón San Cristóbal, pilotado por Ginés de Mafra, que había sido miembro de la tripulación de la expedición de Magallanes-Elcano en 1519 a 1522, fue separado de la flota durante una fuerte tormenta. Este barco llegó finalmente a la isla de Mazaua, un lugar en donde había anclado Magallanes en 1521. Esta fue la segunda visita de Mafra a las Filipinas, que se identifica hoy como Limasawa en la sureña isla de Leyte. (La historia de Limasawa apareció en la obra Historia de las Islas de Mindanao, Iolo, y sus adyacentes..., publicada póstumamente en Madrid en 1667 y que había sido escrita por un sacerdote jesuita español, Fray Francisco Combes (1620-65), que estableció varios monasterios en las Filipinas. Sus documentos sobre Limasawa han sido traducidos al inglés por los historiadores).

El 29 de febrero entraron en bahía Baganga, a la que llamaron Málaga, en la costa oriental de la isla de Mindanao. López de Villalobos la llamó Cesárea Karoli en honor del emperador del Sacro Imperio Romano, Carlos V de España. La flota permaneció allí durante 32 días, la tripulación entera sufría hambre extrema. Ordenó a sus hombres sembrar maíz, pero fracasó. El 31 de marzo de 1543, la flota partió en busca del Mazaua de alimentos. Después de varios días de lucha, llegaron a Sarangani.

El galeón San Cristóbal, que había llegado a Limasawa 2 meses antes, apareció inesperadamente con una carga de arroz y otros alimentos para el comandante. El 4 de agosto, el San Juan y el San Cristóbal fueron enviados de vuelta a las islas de Leyte y Samar para obtener más alimentos. Un contingente portugués llegó el 7 de agosto y les entregó una carta de Jorge de Castro, gobernador de la Molucas, exigiendo una explicación para la presencia de la flota en territorio portugués. López de Villalobos respondió, en una carta fechada el 9 de agosto, que no estaban invadiendo, y se encontraban dentro de la línea de demarcación de la Corona de Castilla. Después, el San Juan, con Bernardo de la Torre como capitán, fue enviado de regreso a México para abastecerse, partiendo el 27 de agosto.

En la primera semana de septiembre llegó otra carta de Castro con la misma protesta, y López de Villalobos escribió una nueva respuesta el 12 de septiembre, con el mismo mensaje que la primera. Partió para Abuyog, en Leyte, con las naves restantes, el San Juan y de San Cristóbal. La flota no pudo avanzar debido a los vientos desfavorables. En abril de 1544 se embarcó para la isla de Amboina. Villalobos y su tripulación se dirigieron luego a las islas de Samar y Leyte, a las que llamaron Las Islas Filipinas (Islas Filipinas) en honor del Príncipe de España, Felipe II. Expulsados por los nativos hostiles, el hambre y un naufragio, López de Villalobos se vio obligado a abandonar sus asentamientos en las islas y la expedición. Buscaron refugio en las Molucas, y después de algunas escaramuzas con los portugueses, fueron encarcelados.

López Villalobos murió el 4 de abril de 1546, en su celda de la prisión en la isla de Amboina, de una fiebre tropical, o como dijeron los portugueses «de un corazón roto». En su lecho de fin fue atendido por el jesuita Francisco de Jaso (San Francisco Javier) que se encontraba entonces en viaje de evangelización en las Molucas bajo la protección del rey de Portugal, y como Nuncio del Papa en Asia.

Unos 117 miembros de la tripulación sobrevivieron, entre ellos de Mafra y Guido de Lavezaris. De Mafra redactó un manuscrito sobre la circunnavegación de Magallanes y fue enviado a España por un amigo a bordo. Se embarcaron para Malaca, donde los portugueses les pusieron en un barco con destino a Lisboa. Unos treinta optaron por permanecer allí, incluyendo a Mafra. Su manuscrito permaneció desconocido durante varios siglos y fue descubierto en el siglo XX y publicado en 1920.

Lopez de Villalobos, Ruy Biografia - Todoavante.es
 
Última edición:
51) Juan Pablo de Carrión, el capitán que expulsó a los piratas japoneses de la isla de Luzón

Sirvió como capitán en la Armada de España y expulsó a los piratas japoneses de las Filipinas. Solicitó a Felipe II el nombramiento de Almirante del Mar del Sur y del Mar de la China, aunque no hay constancia que le fuera concedido.

Juan%2BPablo%2BCarri%25C3%25B3n.jpg


Juan Pablo de Carrión nació en Carrión de los Condes (Palencia), en 1513, de ascendencia hidalga. Se desconoce dónde ni cuándo murió.

En 1543 participó en la expedición de Ruy López de Villalobos a las Filipinas. La expedición fue un fracaso y él fue uno de los pocos supervivientes. Tras la expedición regresó a España donde sirvió como tesorero del arzobispo de Toledo Juan Martínez Silíceo. En 1559 contrajo matrimonio con María Salcedo y Sotomayor.

En la década de 1560, Luis de Velasco, virrey de Nueva España y también de la localidad de Carrión de los Condes, le da comisión en el astillero de Puerto Navidad, desde donde se hizo el primer viaje del Galeón de Manila, que unía comercialmente la Nueva España con Filipinas, y donde se construyó la nao San Pedro en 1564, el primer barco que se dirigió a Filipinas desde México y regresó en el llamado «tornaviaje». Colaboró con Andrés de Urdaneta en la organización de esa expedición pero finalmente no viajó en ella por desavenencias con Urdaneta.

Se instaló en Colima, Nueva España, y en 1566 contrajo matrimonio con Leonor Suárez de Figueroa, por lo que fue acusado de bigamia y de judaizante. Por estas acusaciones vio sus bienes embargados y debió viajar a España para defenderse de esas acusaciones. En 1573 realizó una petición a Felipe II para que le nombrase «almirante del mar del Sur y el mar de la China» en el caso de que encontrase un paso entre China y Nueva España. Los dominios españoles pretendían extenderse al norte incluyendo la costa del océano Pacífico hasta Alaska. Él alegaba que algunos cosmógrafos avisaban de que realmente existía ese paso entre China y Nueva España. Se desconoce si le fue concedido ese permiso, pero sí se sabe que en 1577 zarpó rumbo a las Filipinas como «general de Armada».

En 1582, a la edad de 69 años, le fue encargada la misión, como capitán, de expulsar a los piratas japoneses de la isla de Luzón, en Filipinas, combate que libró de manera exitosa con solamente siete barcos y cuarenta hombres en los combates de Cagayán.

Combates de Cagayán.

Los japoneses llevaban rapiñando por el sudeste asiático desde el siglo XIII, y fue durante el XVI cuando se animaron a organizar operaciones de mayor envergadura. En 1574, un pirata chino llamado Lin Feng intentó por dos veces tomar Manila, la capital del archipiélago español en el Pacífico, sin éxito. Aquel rosario de islas al sur del país del sol naciente tenía fama de ser rico en oro.

En 1582, a la edad de 69 años, por el gobernador de Filipinas Diego Ronquillo de Peñalosa, le fue encargada la misión, como capitán, de expulsar a los piratas japoneses de la isla de Luzón, en Filipinas, combate que libró de manera exitosa, ante un contingente muy numeroso, con solamente siete barcos y 40 hombres en los combates de Cagayán. Esta derrota creó un precedente, pues el pavor infundido a los piratas nipones (Wokou, que significa “bandidos enanos”, como se conocía a los japoneses) por los soldados españoles hizo que los japoneses no volvieran a pisar Filipinas hasta la Segunda Guerra Mundial. Pacificada la región, Carrión fundo la ciudad de Nueva Segovia (actual Lal-lo), en Cagayán.

El gobernar Ronquillo tuvo noticias de que un fuerte contingente de piratas estaba saqueando a los indígenas de Cagayán, en el norte de la Isla de Luzón. De su peligrosidad, sirvan las palabras que escribió sobre ellos el gobernador general, Diego Ronquillo, a Felipe II:

Los japoneses son la gente más belicosa que hay por acá. Traen artillería y mucha arcabucería y piquería. Usan armas defensivas para el cuerpo. Lo cual todo lo tienen por industria de portugueses, que se lo han mostrado para daño de sus ánimas…

En 1580, según se puede leer en la obra de Emilio Sola “Historia de un Desencuentro. España y Japón, 1580-1614”, fue un corsario japonés de nombre Tay Fusa (o Taizufú) el que se dedicó a forzar a los nativos filipinos a prestarle fidelidad y sumisión, al mismo tiempo que les pedía tributo o les vendía como esclavos. En Japón reinaba la anarquía debido a la guerra civil del periodo Sengoku y las filas de las bandas de piratas se nutrían de tropas de señores feudales muertos, desertores y samuráis sin dueño que optaban por dedicarse al pillaje ante la falta de otras salidas laborales más honrosas. Tai Fusa había fundado un asentamiento en Filipinas que iba camino de convertirse en una verdadera colonia que parecía retar a la corte de Madrid y, además, contaba con una flota que superaba cuantitativamente a la española, algo que forzosamente acabó alarmando al Imperio español, que decidió tomar medidas.

Desarrollo

Carrión se hizo con la iniciativa y, gracias a la superioridad técnica de los barcos occidentales,​ cañoneó con facilidad un buque japonés en el mar de la China Meridional hasta obligarlo a retirarse. La respuesta pirata llegó a través del cabecilla Tay Fusa, también referido como Tayfusu o Tayfuzu, que navegó rumbo al archipiélago filipino con 10 navíos. Para contrarrestarlo, el capitán Carrión consiguió reunir 40 soldados españoles bien armados y siete embarcaciones: cinco bajeles pequeños de apoyo, un navío ligero (el San Yusepe) y una galera (la Capitana).

Al pasar por el cabo Bogueador la flota avistó un junco japonés que acababa de arrasar la costa y que había tratado con extrema dureza a los habitantes. Aunque el barco japonés era mucho mayor y los japoneses superiores en número, la Capitana acortó la distancia para interceptarlo. Los marineros prepararon los cañones de la crujía y los falconetes y sacres de cubierta, y los soldados se cubrieron con sus capacetes y prepararon sus picas, arcabuces y hachas de abordaje. Cuando la Capitana alcanzó al junco le lanzó unas ráfagas de artillería que destrozaron el casco y dejaron la cubierta llena de muertos y heridos. Posteriormente el galeón se enganchó al barco japonés y los españoles llevaron a cabo un abordaje. Sin embargo, en la cubierta del barco, al ser los japoneses superiores en número, los españoles no podían apenas avanzar. Carrión, con su media armadura de acero, con la celada bajada, intentaba abrirse paso con su rodela y coordinaba el dificultoso ataque con el resto de sus hombres.

Los rodeleros españoles debieron verse contra auténticos samuráis japoneses, protegidos con las armaduras propias y armados con katanas. Como los japoneses contaban también con arcabuces, que les habían sido provistos por los portugueses, y eran superiores en número, el rumbo de la batalla se torció para los españoles y el enfrentamiento se transmitió a la propia cubierta de la galera. Por ello, del mismo modo que si combatieran en un campo de batalla de Flandes, los soldados de Carrión formaron una barrera con los piqueros delante y arcabuceros y mosqueteros detrás y comenzaron a retirarse hacia popa a fin de establecer una posición defensiva. Carrión cortó entonces con un tajo de su espada la driza de la verga mayor, que cayó de golpe atravesada sobre el combés creando una trinchera, y tras ella se parapetaron los mosqueteros y arcabuceros. Logrando restablecer las fuerzas desde esta posición, los españoles lanzaron una ráfaga de balas que causó entre los japoneses decenas de bajas,​ y tras esto salieron y saltaron sobre el enemigo los piqueros y rodeleros. Coincidiendo con este contraataque llegó el San Yusepe, que lanzó una ráfaga de artillería contra el junco y acabó con los tiradores japoneses que desde aquella nave hostigaban a la galera española. Perdida la ventaja, los japoneses se batieron en retirada y saltaron al agua para intentar llegar a nado a la costa,​ con el resultado de que muchos se ahogaron debido al peso de las armaduras.​ Entre las bajas del combate estaba Pero Lucas, un curtido combatiente. Aunque las armas de fuego fueron decisivas en la victoria, también lo fue la mayor robustez de las armaduras y la potencia del armamento español.

La flotilla continuó por el río Tajo (nombre del río Grande de Cagayán) encontrándose una flota de 18 champanes, abriéndose paso con sus culebrinas y arcabuces. Horas después, Carrión dejaba atrás los buques con cerca de 200 japoneses muertos o heridos.

Desembarcaron en un recodo del río para atrincherarse cerca de donde estaba el grueso de las fuerzas enemigas y colocaron en dicha trinchera los cañones desembarcados de la galera, con los que continuaron haciendo fuego contra el enemigo. Los wokou decidieron negociar una rendición, pero Carrión les ordenó marcharse de Luzón. Los piratas respondieron pidiendo una indemnización en oro por las pérdidas que sufrirían si se marchaban, a lo que siguió una rotunda negativa de Carrión. Rotas las negociaciones, los japoneses decidieron atacar por tierra con 600 soldados. La trinchera aguantó ese primer asalto, al que siguió otro. Los japoneses recurrían a la táctica de asir las astas de las picas para abrirse camino o hacerse con ellas, por lo que los españoles pusieron sebo en la madera para que resbalaran y fueran más difíciles de agarrar, y de este modo quedaron a merced de los hombres de Carrión, siendo ensartados y despedazados por piqueros y alabarderos.​

Tras una tercera embestida, que prácticamente entró en las trincheras, y sin apenas pólvora, los 30 soldados españoles que quedaban lograron resistir y derrotar al enemigo para luego lanzarse en su persecución, provocando una huida en la que los japoneses eran acuchillados. Muchos japoneses se salvaron de las espadas españolas ya que al ser sus armaduras más ligeras podían correr más rápido. Los españoles se hicieron con las armas japonesas que habían quedado sobre el campo de batalla como trofeo, lo que incluía katanas y hermosas armaduras. El conflicto demostró la superioridad de las tácticas de combate españolas sobre las japonesas, mejor ilustrado por las espadas europeas de acero toledano, que probaron ser más útiles que las katanas en las numerosas escaramuzas.​ Esto dio como resultado que las armaduras japonesas fueran perfeccionadas al estilo europeo, añadiéndoles petos metálicos.

Consecuencias

Pacificada la región, y ya con refuerzos, Carrión fundó en la zona la ciudad de Nueva Segovia (hoy Lal-lo). Pese a ello, persistió la presencia de actividad pirata, aunque de manera residual y comercial, en la bahía de Lingayén. Esta actividad especialmente consistía en el comercio de piel de ciervo.​

Pese al establecimiento de unas relaciones comerciales pacíficas en 1590, el por entonces kampaku Toyotomi Hideyoshi demandó en numerosas ocasiones que las Filipinas se rindiesen a la suzeranía de los japoneses, pero sin éxito.

Hidalgos en la Historia: Juan Pablo de Carrión. Expulsó a los piratas japoneses de la isla de Luzón

Historia: El sangriento día que España se enfrentó al imperio del Sol Naciente
 
Última edición:
52) Antonio de Cordova, marino infatigable

Orígenes

Vino al mundo en la ciudad Sevilla, en 1740 siendo sus padres don Antonio de Córdova Lasso de la Vega, Alcalde por el Estado Noble de Palomares y doña María Josefa de Quevedo y Ugarte.

Hoja de Servicios

Sentó plaza de guardiamarina en la Compañía del Departamento de Cádiz, el 17 de mayo de 1755. Expediente N.º 737.

Al aprobar los exámenes teóricos, se le ordenó embarcar en el navío Tigre, destinado a socorrer la ciudad de Ceuta que estaba sitiada, la aparición de la escuadra y los ataques de la guarnición protegida por la artillería embarcada, consiguió poner en fuga a los jovenlandeses dando por terminado el bloqueo.

Pasó a la escuadra del mando del Conde de la Vegaflorida, pasando a practicar el corso embarcado en el navío Héctor, uno de los días entabló combate contra la fragata argelina Carabela, después de un corto fuego fue hundida, al regresar a la bahía de Cádiz el navío fue incorporado a la escuadra del general don Andrés Reggio, siendo destinado al Departamento de Cartagena.

A los pocos días de arribar recibió la orden de trasbordar al navío Atlante, comisionado a cruzar sobre las costas mediterráneas, arribando a la ciudad de Barcelona para embarcar marinería que transportó a Cartagena, estando fondeado recibió la orden de trasbordar al navío Soberano, zarpando en la escuadra de don Andrés Reggio, incorporada a la del mando del teniente general don Juan José Navarro, con destino a Nápoles para embarcar a don Carlos III nuevo Rey de España, quien con su Real familia lo efectuó el 7 de octubre de 1759, fondeando en el puerto de la Ciudad Condal el 16 siguiente.

Por Real orden del 18 de febrero de 1760, fue ascendido al grado de alférez de fragata, continuó realizando misiones en corso por el Mediterráneo embarcado en el jabeque Gavilán, estando en esta comisión el 2 de marzo, divisaron y combatieron con una galeota de la regencia de Argel, la cual fue apresada sobre la Carbonera, capturando a cuarenta y cinco jovenlandeses, siendo liberados cinco esclavos cristianos.

Con fecha del 13 de abril siguiente se le dio la orden de trasbordar al navío Atlante, quien en conserva del jabeque Vigilante continuaron la comisión de corso, en una de sus arribadas se le ordenó trasbordar al navío Aquilón, perteneciente a la escuadra del marqués del Real Transporte, por haberse declarado la guerra al Reino Unido, arribando a la Habana participando en el combate que se libró en esta plaza y fortaleza, siendo puesto a las órdenes del capitán de navío don Pedro Castejón, participando en varios enfrentamientos incluido el del mismo Morro a las órdenes del capitán de navío don Luis de Velasco, al ver la caída del Morro no se paró, desplazándose a la Puerta de la Punta prosiguiendo en su defensa, donde aguantó el envite hasta que los mandos firmaron la capitulación de la plaza.

Las fuerzas españolas vencidas fueron transportadas a la península, por dos fragatas en las que iban el gobernador de la plaza Juan de Prado y el general Hevia con sus estados mayores, en otro buque iba el conde de Superunda y don Diego Tabares, en otras nueve, las tropas del ejército, y en dieciocho más, los oficiales, tropa y marinería de la escuadra, en total eran treinta buques de transporte, repatriándose así a los defensores de la Habana con destino a Cádiz, donde arribaron el 31 de octubre seguido, después de pasar por una revisión en el hospital y curarse algunas heridas más una merecida licencia, se incorporó el 2 de enero de 1763.

Quedó de momento desembarcado, hasta recibir la orden superior del 29 de junio siguiente para embarcar de transporte en el navío Vencedor, desembarcando en Cartagena, a su llegada embarcó en el jabeque Cuervo, prosiguiendo en la comisión contra los corsarios berberiscos y jovenlandeses; el 23 de junio de 1764, avistaron vela y de vuelta encontrada entablaron combate contra un pingue argelino del porte de 22 cañones, el cual buscó refugio bajo la protección de la artillería de la fortaleza de Tetuán, pero de nada le valió, pues su comandante ordenó perseguirlo y allí mismo le pegaron fuego.

Prosiguió destinado en la misma comisión y trasbordando de un buque a otro, el 7 de septiembre de 1765 embarcado en la goleta Golondrina, avistó a una argelina, no lo pensó, se lanzó en su persecución, logrando darle alcance y apresarla tomándola a la más pura fuerza, al abordaje.

Pasó al navío Monarca en 1766, siendo uno de los buques destinados a realizar el viaje a Civitavecchia, llevando al destierro a los Padres de la Compañía de Jesús, al concluir esta comisión el buque arribó a la isla de Córcega en comisión especial.

Se le entregó la Real orden del 17 de septiembre de 1767 comunicándole su ascenso al grado de alférez de navío. Siendo destinado a la fragata Santa Rosalía, zarpando de la bahía con rumbo al Callao, al arribar se le ordenó trasbordar al navío San Lorenzo, regresando a su bordo por las mismas aguas doblando el cabo de Hornos para regresar a Cádiz con situado entrado 1772, al arribar le fue entregada la Real orden del 15 de junio de 1769 anterior, siendo ascendido al grado de teniente de fragata.

Pasó de nuevo a su Departamento de Cartagena, donde se le ordenó embarcar el 19 de enero de 1773 en el jabeque Catalán, estando a las órdenes del célebre don Antonio Barceló, con la comisión de combatir el corso, pero a las pocas horas de estar en la mar, divisaron vela enemiga, siendo un pingue argelino, el cual se refugió en la ensenada de Mazagán, a pesar de ser de mayor fuerza por llevar 22 cañones, se le pegó fuego.

Encontrándose en su Departamento se le entregó la Real orden del 28 de abril de 1774, notificándole su ascenso al grado de teniente de navío, a los pocos días se le otorgó el mando del jabeque Gamo, con él en sendos combates apresó a dos buques argelinos, siendo un jabeque de seis cañones en las aguas de Orán y otra embarcación más pequeña pero también armada.

Por ser un avezado marino, se le destinó al Departamento de Cádiz, donde se le otorgó el mando del paquebote Marte, siendo incorporado a la escuadra del marqués de Casa Tilly, llevando tropas al mando del general Cevallos, tomando parte en la ocupación de la isla de Santa Catalina, Río Grande y Colonia de Sacramento, por haber sido ocupadas por los portugueses, donde le fue entregada la Real orden del 18 de octubre de 1777, con su ascenso al grado de capitán de fragata, permaneciendo en aquellas aguas hasta firmase la paz.

Por encontrarse en muy mal estado el casco de su buque, tuvo que regresar a la península de transporte en la fragata Santa Bárbara, arribando a la bahía de Cádiz, donde fue destinado en servicios del Departamento, siéndole entregada la Real orden del 16 de septiembre de 1781, comunicándole su ascenso al grado de capitán de navío.

En 1785 al mando de la fragata Santa María de la Cabeza, se encuentra cerca del cabo de Posesión el 3 de enero para embocar el estrecho de Magallanes, ya que por orden superior debía de levantar los planos del estrecho con los nuevos instrumentos y fijar perfectamente sus márgenes, anchura y punto donde poderse guarecer en caso de temporal, tan típico en aquellas latitudes, realizando sus levantamientos hidrográficos, rectificando los anteriores por no ser del todo correctos, contribuyendo a mejorar la seguridad de su paso a los buques.

En 1788 fue comisionado de nuevo a la misma zona, esta vez con los paquebotes Santa Casilda y Santa Eulalia, para terminar de completar el paso del Estrecho, quedando perfeccionados al unirse a los realizados en la expedición anterior.

Para ello escribió una ‹memoria› que permaneció inédita, hasta ser descubierta por don José de Vargas Ponce quien la menciona en su: «Relación del último viaje al estrecho de Magallanes de la fragata Santa María de la Cabeza en los años de 1785 y 1876, al mando del capitán de navío D. Antonio de Córdova…y un Apéndice á la relación del viaje al Magallanes de la fragata de guerra Santa María de la Cabeza, que contiene el de los paquebotes San Casilda y Santa Eulalia para completar el reconocimiento del estrecho en los años de 1788 y 1789, al mando de D. Antonio de Córdova. Trabajado por orden superior.»

Por Real orden del 9 de febrero de 1789, fue ascendido al grado de brigadier y destinado al apostadero del Río de la Plata, encontrándose en este destino tuvo que rechazar varios intentos de oleada turística por parte de la república francesa y consiguió muy a pesar de los enemigos proteger la navegación mercante, en aquellas aguas.

Por Real orden del 25 de enero de 1794 fue ascendido al grado de jefe de escuadra, en agradecimiento a la labor desarrollada en las tierras de América, por su agotadora vida sobre las cubiertas, le fue concedida una licencia que se prolongó algo más de tres años.

En marzo de 1797 se le destinó al Departamento de Cádiz, como general subordinado en la escuadra del Océano al mando del teniente general don José de Mazarredo, arbolando su insignia en el navío de tres puentes Reina Luisa, cuando se encontraba bloqueada la bahía por la escuadra británica al mando del comodoro Horacio Nelson.

El 5 de febrero de 1798 al levantarse un duro temporal el comodoro británico Nelson se vio forzado a abandonar el bloqueo, aprovechando el momento de desconcierto en la enemiga, el general al mando don José de Mazarredo ordenó su persecución, permanecieron ocho días en la mar sin obtener resultado alguno, por ser más rápidos los buques enemigos al llevar sus obras vivas forradas de cobre.

El 13 de mayo de 1799, zarpó la escuadra rumbo a Cartagena para unirse a la francesa del almirante Eustache Bruix, en el viaje de ida la española sufrió un temporal, pasando por ello varios buques a reparar, al estar listos zarparon con rumbo a la bahía de Cádiz, donde descansaron unos días, para levar anclas y hacerse a la mar dirigiéndose al puerto de Brest.

Estando en Brest, fue relevado del mando de la escuadra el general Mazarredo, siéndole entregado al general don Federico Gravina; Córdova tomó el mando de los buques españoles en el Arsenal francés, cuando el general don Federico Gravina salió con cinco navíos y una fragata como refuerzo de la escuadra francesa, formando parte de la expedición contra los neցros de la isla de Santo Domingo, estando a las órdenes del almirante francés Villaret y el general Leclerc jefe del ejército.

Regresó con la escuadra de su mando a la bahía de Cádiz el 13 de mayo de 1802, a su arribada arrió su insignia del navío Reina Luisa, habiendo estado arbolada cinco años.

Por Real orden del 5 de octubre siguiente, se le ascendió al grado de teniente general, en la promoción general como agradecimiento a toda la corporación por el Rey don Carlos IV, con ocasión del enlace matrimonial del Príncipe de Asturias, don Fernando.

Quebrantada su salud por tan dilatadas campañas, se le concedió licencia ilimitada poniéndose en camino a su ciudad natal, donde falleció en la ciudad de Sevilla el 19 de febrero de 1811.

Cordova y Quevedo, Antonio de Biografia - Todoavante.es
 
Última edición:
Esto va para el ignorante de la guardería que decía que los españoles no sabían construir barcos por la Inquisición.... JAJAJA... Este tuvo que ser ruso...

53) José Antonio de Gaztañeta, el primer sistema de construcción naval del siglo XVIII

José Antonio de Gaztañeta (o Gastañeta) e Iturribalzaga (Motrico, 1656 - Madrid, 1728) fue un marino, militar e ingeniero naval español.

Aunque fue un destacado marino y militar, Gaztañeta trascendió principalmente por su gran aportación a la construcción naval en España. Fue un innovador y un precursor en el campo de la construcción naval, destacando el enfoque científico que aportó a esta actividad.

Escribió tres obras fundamentales: Arte de fabricar reales, Proporción de las medidas arregladas a la construcción de un bajel de guerra de setenta codos de quilla y Proporciones de las medidas más esenciales para la fábrica de nuevos navíos y fragatas de guerra. Estas tres obras y la práctica que desarrolló en los astilleros cántabros y vascos durante muchos años, permitieron racionalizar la fabricación de navíos en los astilleros y sentaron las bases de la construcción naval española a lo largo del siglo XVIII. Gaztañeta tuvo una gran influencia en la arquitectura naval del siglo XVIII, ya que modificó las medidas y traza de los navíos de combate de la Armada española, que pasaron a ser más largos. Muchos de los elementos aportados por Gaztañeta también serían a su vez copiados por ingleses y holandeses.

220px-Antonio_Gaztañeta.jpg


Origen e inicios

José Antonio de Gaztañeta nació en 1656 en la localidad vasca de Motrico en una familia vinculada por tradición a la mar. Su padre, Francisco de Gaztañeta, era un marino de la Carrera de Indias. Antonio fue bautizado en la iglesia parroquial de Motrico el 11 de agosto de 1656. A los 12 años (1668) embarcó por primera vez en un galeón rumbo a las Indias. Luego realizó algunos estudios, principalmente de matemáticas, y a los 16 años se embarcó en el navío Aviso, que mandaba su padre, en viaje a Veracruz. En la ciudad mexicana falleció su padre, y el joven Antonio tuvo que asumir la dirección del navío en su viaje de regreso a Europa. El joven marino condujo a su nave sin percance alguno de vuelta, comenzando una exitosa carrera como piloto naval.

En 1684, con 28 años de edad, había completado ya once viajes de ida y vuelta a América (Buenos Aires, Tierra Firme y Nueva España) sirviendo en la Flota de Indias. Ese año ingresó en la Armada del Mar Océano, encargándose del trazado y dirección de las derrotas. Tras dos años obtuvo el título de Piloto Mayor con el empleo de capitán de mar.

Almirante de la Armada y tratadista

En 1687 se trasladó a Colindres (Cantabria), donde dirigiría la construcción de una capitana real. En estos años en Cantabria escribe su primer gran tratado sobre construcción naval: Arte de fabricar reales.

A partir de 1691 se estableció en Cádiz. Nombrado capitán de mar y guerra de la Capitana Real, sirvió en el Mediterráneo en operaciones combinadas con las escuadras aliadas de ingleses y holandeses. Fue ascendido a Almirante y algo después a Almirante Real de la Armada, sin dejar por ello el cargo de piloto mayor. Entre 1694 y 1695 participó en una campaña naval por el Mediterráneo. Su pericia como navegante se puso de manifiesto cuando, conduciendo una Armada que regresaba de Nápoles, burló hábilmente a la escuadra francesa del Mariscal Anne Hilarion de Costentin, conde de Tourville, emboscada a la altura de Mahón, librando así a sus naves de un encuentro desigual.

En 1696 sirvió en Canarias y entre 1700 y 1701 en la operación que desalojó a los escoceses que habían ocupado Darién. Durante este periodo escribió Norte de la Navegación hallado por el Cuadrante de Reducción, publicada en Sevilla en 1696 con ilustraciones de Matías de Arteaga y Alfaro. Esta obra fue la que introdujo el uso del cuadrante en España. Es un tratado basado en el que había publicado unos años antes el francés Blondel de Saint-Aubin. En esta obra Gaztañeta estudió las posibilidades prácticas del cuadrante. A partir de su publicación, el uso del cuadrante se extendió en la Marina Real española. Así, el censor de la obra describía a Gaztañeta como el primero de nuestros compatriotas que escribió un método fácil de navegar. También apareció en esa época (1697) Cuadrante Geométrico Universal para la Conversión Esférica a lo Plano, aplicado para el arte de Navegar, un tratado sobre las cartas esféricas.

Constructor naval durante la Guerra de la Sucesión

En 1702 estalla la Guerra de la Sucesión Española, que se prolongará hasta 1713. Durante este periodo Gaztañeta ejercerá diferentes cargos ligados a la construcción naval, contribuyendo de esa forma a la causa del pretendiente borbónico al trono Felipe.

En 1702 fue nombrado Superintendente de Fábricas y Plantíos de la Costa Cantábrica, cargo por el que se encarga a Gaztañeta la gestión de los astilleros y plantaciones de madera de Cantabria. Antonio Gaztañeta centralizó la construcción naval de Cantabria en el astillero de Guarnizo y ordenó su traslado a otra ubicación cercana. Fue en torno a esta nueva ubicación donde surgió un nuevo pueblo que, con el paso de los años, acabaría convirtiéndose en El Astillero, por lo que se puede considerar a Gaztañeta como el fundador de esta localidad cántabra.

Luego marchó al País Vasco, donde dirigió la construcción de numerosos barcos en astutaza, Pasajes y Orio. Destacó el galeón El Salvador, de 66 cañones, construido en astutaza pero que nunca llegó a navegar y seis navíos de revolucionaria factura que construye en Orio. Durante este periodo fue también elegido alcalde de Motrico y se encargó de reconocer las defensas de los puertos vizcaínos ante la amenaza de oleada turística existente.

Su segundo gran tratado de construcción naval se escribe durante esta época: Proporción de las medidas arregladas a la construcción de un bajel de guerra de setenta codos de quilla, publicado en 1712.

Guerra de la Cuádruple Alianza

La Guerra de Sucesión Española se prolongó hasta 1713. Puso final a la guerra la firma del Tratado de Utrecht (1712-1714). A los pocos años de su firma, el rey de España Felipe V, influido por su nueva esposa Isabel de Farnesio, modificó su política exterior, rechazando los acuerdos firmados en Utrecht, y se lanzó a la recuperación de los territorios italianos cedidos por España a la Casa de Saboya y Austria. La idea era crear Estados satélites de España gobernados por los hijos de Isabel y Felipe, en Sicilia y Cerdeña. En 1717 las tropas españolas ocupan Cerdeña, evitando su paso a manos austríacas. Ante esa flagrante violación del Tratado de Utrecht, Gran Bretaña, Francia, los Holanda y Austria firmaron la Cuádruple Alianza contra España. Al año siguiente, España se lanzó a la ocupación de Sicilia, que debía pasar a Saboya.

José Antonio de Gaztañeta tuvo un papel destacado en esta guerra. En octubre de 1717 fue nombrado Comandante general de los jefes de Escuadra de la Armada y Ejército del Mar Océano. Su cometido comenzó con la realización de un viaje a las Provincias Unidas para comprar navíos para la Armada. A su vuelta le fue confiado el mando de la escuadra que debía transportar al ejército de 30.000 hombres de Juan Francisco de Bette, Marqués de Lede, a la conquista de Sicilia. La escuadra confiada a Gaztañeta estaba formada por 40 navíos de guerra y 399 barcos de transporte. Tras desembarcar a las tropas del Marqués de Lede en Sicilia, que se hicieron con el control de la isla, la escuadra de Gaztañeta esperaba fondeada en el cabo Passaro cuando fue atacada por la escuadra británica del almirante Byng. El ataque británico pilló a Gaztañeta y a sus hombres por sorpresa, ya que no se había realizado una declaración previa de guerra entre ambos países. La batalla del cabo Passaro, el 11 de agosto de 1718, supuso la destrucción casi total de la escuadra española que apoyaba al ejército de ocupación de la isla. Este hecho, unido a la oleada turística del norte de España por la Cuádruple Alianza, forzaron en 1720 a la firma de un nuevo tratado por el que España ponía fin a sus pretensiones en Italia.

La batalla del cabo Passaro fue un desastre para la Armada Española. A la altura de Siracusa avistaron la escuadra británica, pero Gaztañeta cometió el grave error político de no prever que la escuadra inglesa fuese capaz de atacarles, ya que por aquel momento no existía una declaración de guerra entre ambos países. Cuando la declaración de guerra se produjo por sorpresa, la escuadra española se encontraba fondeada en el Cabo de Passaro en inferioridad numérica, sin posibilidad de ponerse en correcto orden de batalla y con la dirección del viento en contra. La derrota fue total, sólo cuatro navíos y algunos barcos menores lograron escapar. Gaztañeta luchó con bravura, pero tuvo finalmente que rendirse al encontrarse su navío desarbolado, 200 hombres de su tripulación muertos y él mismo herido en una pierna. Al poco tiempo fue liberado y regresó a España, donde siguió sirviendo en la Armada. A pesar de haber sido severamente derrotado, se consideró que su actuación no fue negligente, dadas las condiciones en las que se produjo su derrota con un comportamiento deshonroso por parte británica.

Tras recuperarse de sus heridas, volvió a su labor de constructor naval y publicó su última gran obra sobre el tema Proporciones de las medidas más esenciales para la fábrica de navíos y fragatas, que vio la luz en 1720. Ese mismo año fue ascendido a teniente general. En 1721 se hizo pública una Real Cédula por la que se debían observar en la península y en ultramar las reglas para la construcción de bajeles dadas por Antonio de Gaztañeta.

Flota de Indias

Los últimos años de su vida los pasó al mando de la Flota de Indias, al frente de la cual obtuvo un resonante éxito. Entre 1726 y 1727 logró traer a España 31 millones de pesos burlando la vigilancia inglesa, que trató de bloquear el paso de la Flota de Indias. En una hábil maniobra Gaztañeta condujo a la flota por entre las naves enemigas aprovechando la noche y logró conducirla íntegra hasta un puerto gallego. El Rey Felipe V premió a Gaztañeta por este hecho con la concesión de una renta vitalicia de 1.000 ducados anuales para él y 1.500 ducados para su hijo. Sin embargo, el marino vasco no pudo disfrutar de ella, ya que murió repentinamente en Madrid el 5 de febrero de 1728, no mucho después de regresar de su último viaje.

A lo largo de su vida estuvo casado dos veces, primero con Petronila de Segovia, y tras la fin de ésta, en 1716 desposó en segundas nupcias a la donostiarra Jacinta de Urdinso.

El insigne científico y marino Cosme Damián Churruca (1761-1805) fue familiar de Gaztañeta. Existen calles en su honor en Motrico, Bilbao y San Sebastián.

Gaztañeta y de Iturribalzaga, Jose Antonio de Biografia - Todoavante.es

El primer sistema de construcción naval del siglo XVIII
 
Última edición:
54) Juan de Lazcano, precursor del blindaje naval

Capitán general de la Armada durante el reinado de los Reyes Católicos. Sus eminentes servicios y sobresalientes méritos le proclaman como una de las figuras más gloriosas de la marina de Guipúzcoa.

JUAN%2BDE%2BLAZCANO.jpg


Natural de Lazcano, Guipúzcoa, ya en 1490 firmaba asiento en Sevilla para efectuar con sus naves la guarda del Estrecho de Gibraltar en una flota organizada en 1482 como parte del dispositivo para el asalto final contra el reino de Granada.

En la campaña de Granada prestó servicios a los Reyes Católicos con una escuadrilla de su propiedad llevando jovenlandeses al Norte de África, tras la rendición del último rey nazarí Boabdil, en 1492.

En 1493 persigue al corsario Juan de Cádiz y reconoce villas del reino de Tremecén, en el norte de África. En el viaje de vuelta trajo personalidades del reino de Tremecén, dispuestas a entregar sus respectivas villas y la de Melilla.

A sus dotes especialísimas se le debió el éxito de la campaña marítima en Italia, que con la campaña terrestre del Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba aseguraron la posesión del Reino de Nápoles para los Reyes Católicos.

Tomó parte en el asedio de Cefalonia (1500) y se destacó en la toma de Garellano (1503) dirigiendo la construcción y tendido de los pontones sobre el río. Venció en Tarento al caballero de Rodas Perijuan y trajo prisionero a César Borjia, enemigo encarnizado de España.

La Crónica del Gran Capitán escribe de Lazcano la siguiente semblanza: "Era varón de mucha virtud por la mar y aun por la tierra; muy afortunado; siempre salía en todas sus refriegas victorioso".

En la toma de Mazalquivir, al que asistió con naves propias, facilitó el desembarco de las tropas de Flórez de Marquina, poniendo en práctica un artefacto para proteger los costados de sus embarcaciones (forra sus naves con sacos de lana). Acercando sus naves a la fortaleza de Mazalquivir y sometiéndolas a un intenso tiroteo y bombardeo de los cañones de la fortaleza. Siendo este el objetivo a disparar y cañonear, permitió el desembarco nocturno de las tropas de Flórez de Marquina.

Se le puede considerar un precursor del blindaje naval. Con aquella defensa demostró una superioridad enorme contra sus enemigos a los que destruyó por completo en sus flotas.

En 1512, escoltó a la flota inglesa que trajeron a España a los arqueros ingleses del Marqués de Dorset que iban a apoyar la conquista de Navarra por las tropas de Fernando el Católico. Parte de la gente la condujo Lazcano a dicha nación por ser momentánea la alianza, que se había hecho con aquella potencia.

Patriotas Vascongados: Juan de Lazcano
 
Última edición:
55) Francisco de Alsedo y Bustamante, el capitán español que se negó a postrarse ante la Pérfida Albión

Francisco de Alsedo y Bustamante (n. Santander, 3 de septiembre 1758 - frente a la costa de Cádiz, 21 de octubre 1805) fue un militar y marino español de origen cántabro, que participó en la Batalla de Trafalgar al mando del navío Montañés, donde encontró la fin.

245px-Francisco_Alsedo_y_Bustamante.jpg


Inicios

Nacido en Santander el 3 de septiembre de 1758, a los 15 años sienta plaza de guardiamarina (27 de abril de 1774) participando en 1775, a bordo del jabeque Gamo, en la expedición contra Argel. En 1781 toma parte en la batalla de Pensacola (Florida), y nuevamente en guerra contra la corona británica, es herido en el ataque a Gibraltar del 15 de septiembre de 1782, aunque no se retira del combate hasta la mañana siguiente. El 21 de diciembre del mismo año es ascendido al grado de teniente de navío.

En 1786 es nombrado alférez de la Real Compañía de Guardias Marinas de Cádiz y encargado de la compañía de guardiamarinas de Ferrol, que embarcan en la escuadra de Juan de Lángara. Su carrera militar prosigue con sus nombramientos sucesivos de capitán de fragata (14 de junio de 1791) y teniente de la compañía de guardiamarinas de Ferrol (junio de 1792).

Al año siguiente, se embarca en el navío San Eugenio y se dirige a la América septentional para proteger el comercio español y hostigar a las fuerzas francesas de la isla de Santo Domingo. La escuadra, formada por once navíos, siete fragatas y nueve bergantines, estaba basada en Puerto Cabello y participa activamente en la toma del fuerte del Delfín en Santo Domingo (1793).

El 27 de octubre de 1796 su carrera militar culmina con el ascenso a capitán de navío en las colonias americanas, desde donde regresa a España en 1801 al mando del navío Asia, que fue desarbolado en un temporal en este viaje.

Gibraltar: derrota épica

Alcedo vivió una de sus aventuras militares más destacadas (y más heroicas, todo hay que decirlo) durante el Gran Sitio de Gibraltar (1779-1783). La última ocasión en la que -como narró nuestro compañero Estaban Villarejo en un reportaje publicado en 2014- España trató de conquistar la región a sangre, fuego y cañón. Y -por si fuera poco- de la amistosa mano de los entonces aliados franceses. Aquella intentona dio sus primeros pasos el 21 de junio de 1779 cuando (tras la pertinente declaración de guerra a los «british») se notificó desde España al gobernador de Gibraltar que tocaba romper relaciones y que, a partir de ese momento, las comunicaciones entre ambas regiones finalizaban. Que se daba rienda suela a las tortas, vaya.

Posteriormente, los más de 14.000 españoles iniciaron la fortificación de los alrededores de Gibraltar. Los «british» no se andaron tampoco con medias tintas y (suponemos que con alguna que otra parada para el té de rigor) «reorganizaron sus defensas, racionaron alimentos y, al amparo de la oscuridad, empezaron a evacuar a los habitantes a la vecina costa de jovenlandia». Así lo señala el experto Thomas E. Chávez en su dossier «Vender cara la victoria del enemigo: España, el escenario europeo y la independencia de los EE.UU.». A su vez, comenzó un bloqueo marítimo que -a cargo del castizo Antonio de Barceló- buscaba que ni un solo bajel inglés suministrara vituallas a los defensores. Al fin y al cabo, si les mataban de hambre, se evitarían los disparos.

Nuestro héroe español, Alcedo, participó activamente en los sucesivos bloqueos con el objetivo de evitar que los ingleses llevaran alimentos hasta la sitiada Gibraltar. Así lo explica el escritor Manuel de Marliani (coetáneo del militar) en su obra «Combate de Trafalgar. Vindicación de la armada española contra las aserciones injuriosas vertidas por Mrs Thiers en su historia del consulado y el Imperio». En dicho libro, afirma escuetamente que «hizo la campaña del Canal de la Mancha» y que colaboró en el «bloqueo de Gibraltar» sobre el navío «San Dámaso». Estas tareas las hizo rindiendo órdenes al capitán de navío Domingo de Nava (mandamás en el bajel). Comandante que, a su vez, se hallaba enmarcado en la escuadra de Luis de Córdova.

Para desgracia rojigualda, el bloqueo fue roto en varias ocasiones. Por ello (y por otras tantas razones políticas) a los nuestros se les ocurrió, tres años después del inicio de las hostilidades, que lo mejor era tomar Gibraltar por las bravas y mediante un gigantesco asedio.

Como lo extranjero siempre suele tener más aceptación que lo nacional por estos lares (ya lo dice el refrán, nadie es profeta en su tierra) los mandos españoles aceptaron el plan de un ingeniero francés llamado D'Arçon. Este propuso atacar la «city» con unos nuevos barcos llamados baterías flotantes. Unos gigantescos ingenios marinos que se acercarían remolcados hasta el emplazamiento «british» y, a base de plomo y pólvora, desmontarían los cañones enemigos.

Su poderío y su tamaño eran innegables. Y, según se creía, su grueso armazón resistiría el fuego inglés. Sin embargo, el plan no convenció ni un pelo al duque de Grillon (al mando del sitio de Gibraltar). Así lo afirma Chávez en su obra: «Puso serias objeciones al plan. Tan seguro estaba de su fracaso que declinó toda responsabilidad al respecto mediante un escrito redactado antes del ataque». La movilización se planeó para el día 13 de septiembre de 1782, tal y como recuerda el artillero José María Cienfuegos Jovellanos (presente en la contienda) en sus memorias: «Éramos unos 40.000 hombres, 10 baterías flotantes y 47 barcos de línea, entre franceses y españoles». Aquel día haría válida la maldición del número 13 (venida desde la época de los templarios).

Su honor hizo que no consintiese ser evacuado a pesar de los impactos que recibió desde Gibraltar. «Fue herido Alsedo y no fue consentido retirarse hasta el inmediato día 14, cuando se concluyó la acción», explica Pavía. Gregorio Lasaga también hace referencia a este combate en su obra «Compilación histórica, biográfica y marítima de la provincia de Santander». En ella, recalca que nuestro héroe sufrió «un vivísimo fuego de la plaza hasta las ocho de la mañana». Para su desgracia, y la de España, fue imposible tomar la plaza.

Poco después (el 19 de diciembre) el heroico Alcedo trasbordó al navío «San Pascual», a cargo de Gerónimo Dueñas, para servir a las órdenes de teniente general Juan de Lángara. «Restablecido de su herida, se embarcó de ayudante del general D. Juan de Lángara en el navío San Pascual. El gobierno premió los servicios de Alcedo con ascensos harto merecidos, promoviéndole á teniente de navío en 21 de diciembre de 1782», añade Lasaga en su obra.

Hasta la última gota de sangre en Trafalgar

Sus capacidades marinas le acabaron valiendo el ascenso a capitán de navío en 1796. Desde entonces participó en multitud de combates hasta que fue llamado (como capitán del navío de línea «Montañés») a formar parte de la armada franco-española que se enfrentaría a los buques ingleses de Nelson en la batalla de Trafalgar (1805). El 21 de octubre, el de la lucha, su bajel acabó en el centro de la formación. El meollo de la batalla, vaya. Aunque un poco escorado a la izquierda de aquellos buques que, posteriormente, sostendrían el avance enemigo: el «Santísima Trinidad» (más conocido como el «Escorial de los Mares» por sus gigantescas dimensiones) y el «Bucentaure» (el insignia francés de Villeneuve).

En las primeras horas, Alcedo vio como el navío de línea de 74 cañones «Bellerophon» le atizaba una descarga de cañón a las 12:25. Por suerte, los daños no fueron graves. Su verdadero calvario llegó media hora después. Fue entonces cuando el «Achilles» inglés (también de 74 cañones) se acercó a su navío lo suficiente como para tenerle a tiro de pistola. El tronar de los cañones enemigos copó entonces el aire. A este ruido le siguió de forma instantánea una lluvia de balas que impactaron en el «Montañés» causándole graves estragos en su «gente, casco y aparejo» (según dijo el informe de batalla posterior).

Alcedo reaccionó ordenando a sus marinos mostrar la banda a su enemigo. Y es que, además de notar hasta en el alma los zurriagazos, se había percatado de que el oficial contrario quería situar el lateral de su bajel (su parte mejor artillada) frente a la popa del «Montañés». De no evitar esa maniobra, una treintena de cañones «british» tendrían a tiro la parte trasera del buque español, la más débil de todo el barco.

El capitán español lo intentó, pero no lo consiguió. Y el resultado fue el que cabía esperar: el «Montañés» recibió una serie de andanadas que le dejaron maltrecho. A pesar de ello, Alcedo continuó en el alcázar del buque dando la orden de responder al fuego con fuego. Así se mantuvo hasta que (como explica Francisco de Paula Pavía y Pavía) ocurrió lo peor: «Seguía el Comandante alentando á su tripulación y expidiendo las órdenes más oportunas para la acción en que estaba empeñado, cuando una bala de cañón, cogiéndole de lleno en la espalda, lo dejó muerto en el acto, siendo sus últimas palabras: "He dicho que orcen, que yo quiero arrimarme más a ese navío de tres puentes, batirme a quemarropa y abordarle".

La vida que Alcedo dedicó a la marina, su valentía, su arrojo y su gran naso son recordados hoy en el Museo Naval con un retrato que guarda más historia de la que, en principio, podría parecer. La de un gallardo marino que demostró a los «british» que con España no se juega.

Historia Naval de España. » Biografía de don Francisco Alsedo y Bustamante

Francisco Alcedo: La épica fin del capitán español que se negó a postrarse ante la Pérfida Albión en Gibraltar
 
Última edición:
56) Machín de Munguía, el almirante que se negó a volverse turco, y fue fiel al Emperador y a la Religión Católica

Almirante del siglo XVI que se distinguió en la batalla de La Previsa y en la defensa de Castelnuovo

MACHÍN%2BDE%2BMUNGÍA%2BEN%2BLA%2BPREVISA.jpg


Natural de Munguía, Vizcaya, donde nació a principios del siglo XVI, Machín de Munguía combatió a las órdenes de Andrea Doria contra los turcos en las batallas de Previsa, en 1538. Allí se distinguió defendiendo con valor y arrojo una galera veneciana averiada y acosada por varias naves turcas.

Destacó en la defensa de Castelnuovo, en 1539, donde cayó preso a manos de Barbarroja. Este último le ofreció abrazar la fe fiel a la religión del amora y servir a Soleimán en su ejército pues le admiraba mucho por su acción en la batalla de Previsa. Prefirió la fin y Barbarroja ordenó que fuera degollado sobre el espolón de la galera almiranta.

Se ha escrito mucho sobre las hazañas del valeroso marino de Machín de Munguía, desde su época hasta la actualidad. Así, desde el siglo XVI se enfatizó su valor en la lucha, su coraje y su bravura al enfrentarse en inferioridad de condiciones a un poderoso enemigo, como era la Armada del temido Barbarroja. Y, tras ser capturado, se puso de manifiesto su fidelidad a su religión cristiana y a su rey Carlos I de España, algo típico de los vascongados.

Según una relación del siglo XVI conservada en el Museo Naval de Madrid, el capitán Machín de Munguía y los soldados de su compañía, la mayor parte vascongados, pelearon como fieras durante todo un día contra tres galeras turcas, en La Prevesa.

Según relató el historiador Esteban de Zaldivia, causó admiración entre sus compañeros y entre el propio Andrea Doria, que envidiaba las hazañas protagonizadas en los combates de Previsa. Pero sobre todo, durante este siglo se le caracterizó por su negativa a volverse "turco", lo que habría significado abrazar la fe fiel a la religión del amora, abandonando la católica, y traicionar su lealtad hacia el emperador de la Monarquía hispánica Carlos V (señor de Vizcaya) al hacerse súbdito del Gran Turco Soleimán.

Sandoval mostró en 1620 esta imagen del marino que se niega a volverse turco, añadiendo un nuevo ingrediente, la bravuconería y arrogancia del cautivo ante Barbarroja. Así lo escribió en el siguiente pasaje:

"Que como rogasen mucho a Machín de Munguia, que se tornase Turco, y él blasonase arrogantemente, contando, como avia defendido su nao; Barbarroja, ayrandose contra el, le hizo cortar la cabeza."

Arturo Pérez Reverte le rinde homenaje en la entrega de Corsarios de Levante de la saga de Alatriste con el personaje llamado Machín de Gorostiola, también al frente de una compañía de Vizcaínos; un personaje inventado este de Machín de Gorostiola, pero inspirado en otro real Machín de Munguía. Y a este personaje se refiere en el artículo titulado Cortos de razones, largos de espada, publicado en El Semanal.

Patriotas Vascongados: Machín de Munguía

Previsa, donde la heroicidad de los españoles no pudo vencer a la flota de Barbarroja

Machín de Munguía y Barbarroja. Titanes del Mediterráneo. - La taberna de Brottor
 
Última edición:
57) Juan Cayetano de Lángara, matemático y director General de la Armada

Juan Cayetano de Lángara y Huarte (La Coruña, 1736 - Madrid, 18 de enero de 1806) fue un marino, militar, matemático y cartógrafo español que ejerció el cargo de Ministro de Marina y Director General de la Armada con el rey Carlos IV. Era hijo del también marino Juan de Lángara y Aritzmendi.

220px-Juan_de_Lángara_Huarte.jpg


Juventud

Sentó plaza de guardiamarina en Cádiz el 1 de mayo de 1750 a los 14 años de edad. Sorprendió a sus superiores por su aprovechamiento y dedicación, y fue propuesto por Jorge Juan, entonces capitán de la Compañía y director de estudios, para que ampliara sus estudios de matemáticas en París.

Al regreso, comenzó su carrera navegando por España y África. Más tarde, y mandando ya un buque, hizo tres viajes a las Filipinas entre 1766 y 1771. Mandó en estas travesías el navío mercante El Buen Consejo y las fragatas de guerra Venus y Santa Rosalía, poniendo en uso en estas navegaciones los adelantos del arte del pilotaje. En 1773, al mando de la Venus y en viaje a Manila junto con José de Mazarredo, en una noche de luna se le ocurrió a éste la posibilidad de determinar la longitud por la distancia de ese astro a una estrella.

En 1775, el virrey del Perú, Manuel de Amat y Junient, lo envió a Tahití desde El Callao al mando de El Águila, evacuando la misión española en la isla y retornando al Perú.

Servicios científicos

Por aquel entonces había una gran pugna científica entre las naciones europeas. Lángara recibió en 1774 la orden de efectuar prácticas y experimentos con la fragata Santa Rosalía. Esta expedición científica tenía por objeto poner en práctica en la mar todas las observaciones, métodos y adelantos de la física, la astronomía y el arte de navegar. Acababan de alcanzar esas ciencias un grado de perfeccionamiento del que desconfiaban los marinos exclusivamente prácticos. Lángara navegó durante seis meses por el Atlántico corrigiendo errores de las cartas náuticas. Llevaba ilustres auxiliares: Mazarredo, Apodaca, Varela y Alvear.

Misión en el Atlántico

En 1776, mandando el navío Poderoso, buque insignia del marqués de Casa-Tilly, participó en la expedición contra las colonias portuguesas del Brasil y para conquistar la colonia del Sacramento. Con el ejército del general Ceballos, tomó parte en la conquista de la isla de Santa Catalina, al sur del Brasil. Intervino en el control y la vigilancia de las fronteras, deteniendo las incursiones lusitanas y estableciendo el bloqueo hasta lograr la capitulación de la plaza. Se encontró presente en la defensa de la isla Martín García.

En 1779, declarada la guerra a Gran Bretaña, se mantuvo cruzando por las inmediaciones de las islas Terceras, al mando de una división compuesta por los navíos Poderoso y Leandro y dos fragatas. Sufrió duros temporales, uno de ellos le puso en trance de perecer, ya que naufragó el Poderoso, salvándose por fortuna toda su dotación en las fragatas, gracias al acierto de las órdenes dadas por Lángara. Pasó su insignia al Leandro, y con su división apresó a la fragata corsaria británica Wincheon sobre la isla de Santa María. Fue ascendido a jefe de escuadra el 11 de diciembre de 1779.

Batalla del Cabo de San Vicente

El 14 de enero de 1780, mandando una escuadra compuesta por once navíos y dos fragatas, sostuvo un combate cerca del cabo de San Vicente contra fuerzas británicas al mando del almirante sir George Rodney, que llevaba veintiún navíos y diez fragatas. Al ver la desigualdad del número, los españoles trataron de eludirlo, pero Rodney les forzó a él maniobrando hábilmente y apoyado en la superior tecnología de sus buques. Lángara, desde el Real Fénix, sostuvo un choque contra varios navíos enemigos a la vez, cayendo entre muertos y heridos más de la tercera parte de la dotación de la capitana. El mismo Lángara recibió tres heridas graves. Los británicos designan esta batalla como la batalla de la luz de la luna (Moonlight Battle) por haber combatido desde las 16:00 hasta las 2:00 del día siguiente, lo que era infrecuente en esa época.

Es curioso lo acaecido en el San Julián, que, una vez tomado y marinado por los británicos, se vio empeñado contra la costa, pues el día era muy tormentoso y aquellos tuvieron que recurrir a pedir el auxilio de sus prisioneros españoles, que no se lo dieron sino a condición de que los británicos se constituyeran en prisioneros a su vez, dándose el caso peregrino de que el buque entrase en Cádiz llevando cautivos a sus mismos vencedores.

No obstante lo adverso del combate, fue tal el comportamiento de Lángara que, a pesar de hacer poco tiempo de su ascenso anterior, se le promovió al grado de teniente general con fecha 3 de febrero de 1781.

Mando de la escuadra

En 1783 se le dio el mando de la escuadra que había de unirse con otra francesa para la conquista de Jamaica, pero, habiéndose entretanto firmado la paz, quedó sin efecto el plan de la expedición.

En marzo de 1793 se declaró la guerra a la República Francesa y se dio a Lángara el mando de la escuadra del Océano, con 18 navíos; arbolaba su insignia en el Reina Luisa.

Con ella operó en el Mediterráneo y, en combinación con la británica de sir Samuel Hood, tomó posesión del puerto de Tolón con su arsenal. Una vez efectuada la evacuación de Tolón, al haber conquistado el ejército francés las posiciones dominantes que hacían imposible la permanencia de la escuadra aliada, cooperó con su escuadra en la defensa de Rosas y apresó a la fragata Ifigenia.

Director de la Armada

En 1795, sin cesar como comandante principal de los batallones de marina, fue nombrado capitán general del departamento de Cádiz.

En 1796 fue designado ministro de Marina y dos años más tarde, sin cesar en el cargo, ascendió a capitán general de la Real Armada y se le nombró director general. Se retiró en 1799.

Le sobrevino el óbito en su alta posición en la ciudad de Madrid el día 18 de enero del año de 1806. Contaba con setenta años de edad de ellos cincuenta y cinco al servicio de España y su Rey.

Entre sus condecoraciones la más preciada por él era: la Gran Cruz de la Real y Muy Distinguida Orden Española de Carlos III.

Langara y Huarte, Arizmendi Trejo, Juan Francisco Biografia - Todoavante.es
 
Última edición:
Volver