He salido de currar del instituto con una compañera de trabajo, maja (y muy guapa también, hay que decirlo todo) pero progre, progre de verdad, feminista entre las feministas y suprema tribuno entre los poseedores de la verdad absoluta; nos hemos ido a un bar a tomarnos algo y, charlando de unos temas y otros ha encontrado el filón (que yo he procurado esquivar de todas las maneras posibles) del feminismo, las cuotas y la brecha salarial, todo ésto, por cierto, mientras de fondo había un ruido ensordecedor, una obra en el local de al lado, la combinación de éste ruido infernal con el ruido infernal de su propaganda feminista terminaron por hartarme, no pude más y la interrumpí (de forma no muy educada ahora que lo pienso) para decirle:
¿DE QUÉ BRECHA SALARIAL Y DE QUÉ CUOTAS ME ESTÁS HABLANDO? Porque en ésta obra de al lado, en la que tu por supuesto no te has fijado (yo sí) hay lo menos nueve obreros, unos españoles y otros extranjeros, pero todos hombres, me hablabas ayer de las obras en tu calle, busca alguna "albañila" no la encontrarás, pero luego, en nuestro trabajo, de entre los profesores, con tranquilidad, techo y buen sueldo, mayoría de mujeres, (AQUÍ ME INTERRUMPIÓ) porque en tu departamento sois cuatro, y tres mujeres, en el mío somos 7, de los que 5 son mujeres, y pasando a administrativas, todas mujeres, ¿De qué cuotas me estás hablando? (a partir de aquí grite demasiado quizás) ¿O las cuotas solo se piden para los trabajos guays y bien pagados?
Al terminar su cara era hun poema, una oda a los cortocircuitos que zanjó con una mirada de incomprensión y un "no me estás entendiendo" que yo contesté con un seco "Y tú no me estás queriendo entender".
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